La Iglesia soñada por Jesús de Nazareth

Si la Fe Cristiana es relación personal con Jesucristo, la oración cristiana es el diálogo personal con Jesucristo… Si la Fe Cristiana se centra en la vida, la oración cristiana anima la vida… Si es un axioma que no hay vida humana sin comunidad, es también un axioma que no hay comunidad cristiana sin oración cristiana. Hablamos de oración y no de “rezo”… se puede rezar mucho y no llegar a orar… El “rezo”, en todo caso, es un medio para entrar en oración.

La Oración típicamente cristiana viene de lo Alto y se anida en el corazón humano. Por eso, es llamado y respuesta. Es Dios que habla y el orante que escucha y responde con actitudes de acuerdo a la Palabra de Dios escuchada. María de Nazaret es la perfecta orante. Escuchó, dialogó y aceptó la voluntad del Altísimo y realizó no su proyecto, sino la maravilla de las maravillas del amor divino para con el género humano: sus entrañas de mujer brindaron un ser humano a Dios. En íntimo y personal diálogo con Dios se transformó en Madre del Hombre-Dios.

Oramos no para presentar nuestro proyecto sino para conocer y aceptar el proyecto de Dios sobre nosotros. Oramos de verdad cuando nos convertimos al plan de Dios. Así se encuentre muy lejos de los nuestros. Por eso Jesús fue un hombre de profunda y notable oración y repetía “oren sin cesar”… “conviértanse al Reino”… Su causa que como hemos visto en homilías anteriores fue la vida de los hombres y mujeres de su mundo. Es la convivencia digna y fraterna sin marginados o excluidos. Es el “Cielo Nuevo y la Tierra Nueva” para vivir toda una eternidad feliz, que se inicia en esta historia en tanto en cuanto hombres y mujeres que adhieran a su causa. Es decir vivan de FE CRISTIANA, entendida como forma concreta de vivir, construyendo el Reino del más allá, desde el más acá, es decir, en el cotidiano vivir.

De lo dicho se desprende que la oración es una resultante de la Fe en Jesucristo, pero a su vez una mayor intimidad vital con El. Porque la vida que brota de la Fe y en la que se realiza el seguimiento a Jesús viviendo su Evangelio, exige y desemboca necesariamente en diálogo y celebración, es decir, oración y sacramentos. No como “actos piadosos” en un “a parte” de la vida humana, sino a través de la existencia humana vivida a la luz de los criterios y actitudes de Jesucristo. Para instante a instante cambiar los signos de muerte en signos de vida, un mundo injusto y violento en mundo que en santidad y justicia construya la única Paz sólida y verdadera: el ¡¡¡Shalom del Resucitado!!! Por eso, que nuestro mártir Angelelli estampó en una de sus homilías: “El Cristo de la Pascua no quiere un pueblo “resignado” sino luchador para lograr tener vida”.- La Iglesia será servidora de la humanidad en tanto en cuanto los que participan de la misa dominical se vayan transformando en comunidad orante y servidora del mundo local en el cual viven. En la Iglesia de Jesús no “se va a misa” para cumplir un “acto religioso” sino para comprometerse con El en la vida digna de los demás. Por eso, Jesús en la Última Cena lavó los pies a sus primeros participantes. (Juan 13,1-17) Y les dio el mandato de Maestro a discípulo que lo que El hacía con ellos… ellos debían hacerlo con los demás. El Evangelista Juan, a tal punto entendió el significado existencial de la Eucaristía para la persona y la sociedad humana que, en lugar del rito de la consagración del pan y el vino destacado por los otros evangelistas, describe el lavatorio de los pies. En las celebraciones sacramentales, principalmente, en las Misas… “hemos de volver a las Fuentes”. Las ceremonias rituales han de ceder paso a la vida.
En la medida que se celebre o participe de los Sacramentos con Fe Cristiana el núcleo central ha de ser la existencia de la comunidad con todos sus conflictos y signos de muerte (pecado) que la celebración de la Pascua del Señor revierte en comunión de amor fraternal y solidario. Así, surge la Iglesia signo e instrumento del Reino.
La Iglesia “poder” cede el paso a la Iglesia “servicio”.
La Iglesia “ritual” a la Iglesia “ágape”.

Padre Obispo Miguel Esteban Hesayne
Obispo Emérito de Viedma


4 comentarios:

luispdzp dijo...

Debemos perseverar en la oración intíma con Nuestro Señor Jesucristo, al principio cuesta pero si nos mostramos débiles ante Él, si nos concentramos, si no nos dejamos caer en distracciones lo lograremos.

Dios te cuide amigo.

Ricardo Guillermo Rosano dijo...

La oración nos mantiene siempre ligados a Él; es más, quizás debamos darnos cuenta que nuestra oración es ante todo respuesta al llamado del Padre a nuestro corazón. Así crecemos y así nos hacemos más plenos. Gracias por tu presencia y tus palabras. Un abrazo fraterno en Cristo y María. Paz y Bien, amigo. Ricardo

Salvador Pérez Alayón dijo...

Es tremendo y profundo esta reflexión del Padre Obispo Miguel Esteban Hesayne. Realmente, esa es la esencia de la oración: escuchar para responder. Porque soy yo quíen quiero escuchar lo que el SEÑOR me dice. ¿Qué puedo decirle yo? Simplemente pedirle; pedirle que me ilumine; pedirle que me de fuerzas; pedirle que abra mi mente; pedirle por muchas necesidades; pedirle sabiduría; pedirle misericordia, perdón..., pero escucharle, para responderle.
Creo que jamás he podido escuchar al SEÑOR. Me pregunto y contesto yo, y, a lo más, me quedo en una espera de ser escuchado. Pero, ¿verdaderamente, sé yo lo que el SEÑOR me dice? Igual, sabe DIOS, que uno, en este caso yo, no está todavía preparado para poderle escuchar.
Bien sabe el SEÑOR que trataré de ponerme en escucha de su Palabra, y le pediré mucha paciencia para aguantar y esperar que me haga escucharle cuando, donde y como ÉL quiera.
Un abrazo en XTO.JESÚS.

Ricardo Guillermo Rosano dijo...

Salvador, la profundidad de estas palabras del padre obispo Hesayne se magnifican porque toda su vida -aún hoy- respaldó con su vida toda su prédica, aún en los momentos en que la desolación, el miedo y la muerte se enseñoreaban por estas tierras; y Jesús, aún en medio de una cultura que sólo tiene intereses espúreos y reivindica la muerte, nos sigue impulsando y sosteniendo para promover, proteger, preservar y celebrar con Él la vida. Un gran abrazo en Cristo y María, hermano. Paz y Bien. Ricardo

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