Gracia, gratuidad y gratitud

Para el día de hoy (11/11/09):
Evangelio según San Lucas 17, 11-19

(Jesús vá peregrinando hacia Jesuralem, al encuentro de su Pasión.
Su caminar -pasos de enseñanza y revelación de la Salvación- no se acota al territorio de Israel; dedica una buena parte del trayecto a recorrer Samaría, tierra ajena al pueblo elegido, tierra de paganos, extranjeros, impuros.

Jesús camina por igual entre tierras paganas y judías: la salvación es para todos.
Y comienza desde la periferia, vá desde los confines olvidados hacia el centro del poder.
Marca un sendero a seguir por sus discípulos, Pedro y los otros y nosotros.

Al llegar a un pueblo, le salen al encuentro diez leprosos.

Detengámonos aquí un momento: los leprosos -en el capítulo 13 del libro del Levítico lo podemos observar- eran considerados impuros, no podían convivir ni con los suyos ni con la comunidad, debían vestir andrajos, no acercarse a nadie y gritar al paso de las gentes su condición:¡Impuro!¡Impuro!. Si el término exclusión requiere de un ejemplo contundente, he aquí el mismo.
El leproso estaba excluído de la condición humana, al no poder vivir con su familia, en su comunidad y poder asistir a los oficios sagrados de alabanza a Dios.
No siendo esto suficiente, era también despreciado, pues se consideraba que la lepra, que esa impureza era consecuencia del pecado y que el contacto con los mismos no conllevaría tanto el contagio de la enfermedad en sí tanto como algo peor: el volverse impuro.

Regresemos: le salen al encuentro diez leprosos, y desde lejos se escucha su súplica de socorro:-¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!-
Nos dice la Palabra que, ante todo, Jesús los vió: no los miró como un accidente del terreno, como algo que se mira y no se vé por ser cotidiano, habitual.
Jesús los vé y los envía a que se presenten a los sacerdotes, pues los leprosos sólo tenían la opción de ser reaceptados en la comunidad si el sacerdote certificaba su regreso al estado de pureza.

Yendo camino al templo, los diez quedan purificados, quedan curados, quedan libres de la terrible carga que portaban.
Jesús les devuelve la dignidad de personas que otros, encerrados en sus normas, les habían quitado.

Uno de ellos, al darse cuenta de que estaba curado, regresa sobre sus pasos alabando a Dios a viva voz, y se arroja a los pies del Maestro, feliz y agradeciéndole su misericordia.

De los diez, sólo uno regreso, y era el que llevaba doble carga: la carga de la lepra y la carga de ser extranjero, pagano, samaritano.

La Gracia de Dios, su gratuidad que es cuestión no de méritos acumulados sino de amor puro despierta la gratitud del que era esclavo y ahora es un hombre libre, del que privado de todo recibe un regalo único, inesperado y maravilloso.

Gracia, gratuidad y gratitud tienen la misma raíz, y nos enseñan.
Los nueve que siguieron su camino probablemente consideraron que nada debían agradecer, tornaron sus pasos hacia la normalización de su situación en una religión que los sujeccionaba y oprimía.
Sólo el extranjero, el doblemente despreciado, corre a los pies de su Liberador.

¿Somos capaces de descubrir la gracia y el paso de Dios aún cuando suceda en la periferia de nuestros códigos, nuestras fórmulas y nuestra Iglesia?)

Paz y Bien


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