Monseñor Oscar Arnulfo Romero, a 30 años de su martirio


Sucedió en la capilla de Hospitalito, en la celebración de la Eucaristía.

No podía ser de otro modo: al igual que su Maestro, Oscar Arnulfo Romero y Galdamez - arzobispo de San Salvador- en el Ofertorio ofrendaba su vida por sus amigos, por su amado pueblo salvadoreño.

Era un 24 de marzo de 1980 -para nosotros los argentinos, los días 24 de marzo tienen también un significado muy especial-.

Es preciso resistir la inveterada tentación de quedarse en lo luctuoso, en la acentuación del crimen.
Aún con la tristeza y el espanto que puedan asaltarnos, debemos recuperarnos en la esperanza que germina desde un amor tan grande.
Con nuestros hermanos salvadoreños, con los hermanos de esta Patria Grande latinoamericana y con toda la Iglesia, agradecemos a Dios la gracia de su voz de profeta que nos anima a no cejar jamás en la mansa búsqueda de la justicia, en la edificación de la paz y en descubrir el rostro de Cristo que resplandece en los más pobres.

El padre obispo Romero ha sido, es y será una Gracia de Dios para todos nosotros.

En este día de recuerdo y gratitud, mucho mejor que esta torpes palabras es una poesía de Dom Pedro Casaldáliga

Paz y Bien

Ricardo


San Romero de América, Pastor y Mártir nuestro

El ángel del Señor anunció en la víspera...

El corazón de El Salvador marcaba
24 de marzo y de agonía.
Tú ofrecías el Pan,
el Cuerpo Vivo
-el triturado cuerpo de tu Pueblo;
Su derramada Sangre victoriosa
-¡la sangre campesina de tu Pueblo en masacre
que ha de teñir en vinos de alegría la aurora conjurada!

El ángel del Señor anunció en la víspera,
y el Verbo se hizo muerte, otra vez, en tu muerte;
como se hace muerte, cada día, en la carne desnuda de tu Pueblo.

¡Y se hizo vida nueva
en nuestra vieja Iglesia!

Estamos otra vez en pie de testimonio,
¡San Romero de América, pastor y mártir nuestro!
Romero de la paz casi imposible en esta tierra en guerra.
Romero en flor morada de la esperanza incólume de todo el Continente.
Romero de la Pascua latinoamericana.
Pobre pastor glorioso, asesinado a sueldo, a dólar, a divisa.

Como Jesús, por orden del Imperio.
¡Pobre pastor glorioso,
abandonado
por tus propios hermanos de báculo y de Mesa...!
(Las curias no podían entenderte:
ninguna sinagoga bien montada puede entender a Cristo).

Tu pobrería sí te acompañaba,
en desespero fiel,
pasto y rebaño, a un tiempo, de tu misión profética.
El Pueblo te hizo santo.
La hora de tu Pueblo te consagró en el kairós.
Los pobres te enseñaron a leer el Evangelio.

Como un hermano herido por tanta muerte hermana,
tú sabías llorar, solo, en el Huerto.
Sabías tener miedo, como un hombre en combate.
¡Pero sabías dar a tu palabra, libre, su timbre de campana!

Y supiste beber el doble cáliz del Altar y del Pueblo,
con una sola mano consagrada al servicio.
América Latina ya te ha puesto en su gloria de Bernini
en la espuma-aureola de sus mares,
en el retablo antiguo de los Andes alertos,
en el dosel airado de todas sus florestas,
en la canción de todos sus caminos,
en el calvario nuevo de todas sus prisiones,
de todas sus trincheras,
de todos sus altares...
¡En el ara segura del corazón insomne de sus hijos!

San Romero de América, pastor y mártir nuestro:
¡nadie hará callar tu última homilía!

Dom Pedro Casaldáliga, cmf
Obispo Emérito de Sao Félix de Araguaia, Brasil


fuente: Koinonía

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