San José, de cuando no hacen falta palabras

19 de marzo - San José

Para el día de hoy (19/03/10)

Evangelio según San Mateo 1, 16.18-21.24

(Las Escrituras son obra de Dios y el hombre: más precisamente, hombres inspirados por el Espíritu que dejan para toda la humanidad el mensaje de Salvación contenido en la Palabra de Dios.

Y en la Palabra, como en la vida, nada sucede por casualidad; hay siempre, inevitablemente, una causalidad plena de misterio, la mano bondadosa de Dios que vá tejiendo la red que nos rescata para la vida.

Tal es el caso de San José.
En los Evangelios en donde se lo menciona, no encontraremos una sola palabra pronunciada por él.
Nada sucede por casualidad: quizás los evangelistas no reproducen palabras pronunciadas por el justo José porque no es necesario -más allá de nuestros razonables apetitos intelectuales-.

José se nos presenta muy silencioso: pero es un silencio que habla más que miles de palabras vanas.

No tenía -socialmente- demasiado a su favor: sin duda, su acento galileo lo delataba y como tal era minusvalorado por otros judíos -¿acaso puede venir algo bueno de Nazareth? dirían con triste frecuencia-.
La tradición nos lo presenta como carpintero: quizás más preciso sería decir que su oficio era el de artesano, es decir, hábil en el tallado de la madera y en la albañilería.
Y en esa perdida Nazareth no había una vida pletórica de comodidades; antes bien, campeaban las estrecheces y la pobreza.

La Palabra nos lo presenta como un hombre justo: ajustaba su voluntad al Dios de Israel, permanecía fiel, obediente y esperanzado al Dios de la Alianza.
Y en esa fidelidad era observante de la Ley: sin embargo, por el mismo hecho de ser justo, prevalecía la voluntad de Dios que es la vida por sobre la esclavitud de las normas.
Y ese ignoto carpintero de sangre real -ascendencia davídica- amaba a su esposa. Por eso, frente al desconcierto del embarazo de María fruto del Espíritu y con la posibilidad del oprobio y hasta de la muerte de la mujer que amaba -pues no habitaban aún juntos, y el hecho de María encontrarse encinta era flagrante violación de la Ley, severamente castigada- decide repudiarla en secreto, preservando la vida de esa joven, del niño que iba creciéndose en su seno y a la vez, manteniéndose fiel al Dios de sus padres.

Pero advertido por un Mensajero, y aún sin comprenderlo, dá un enorme salto de fé y la toma plenamente como esposa. En su noche más oscura y angustiante, desde su fidelidad surge la luz divina que inaugurará el tiempo de la Gracia, Buena Noticia de Salvación que traía ese Dios que llamaría hijito.

Seguramente, el Dios de la Vida hecho hombre comenzó balbuceando por primeras palabras -¡Immá!- por María y -¡Abbá!- por José.
Ese Hijo utilizaría lo que había aprendido del silencioso carpintero para contarle a todos los hombres que el Dios escondido es ante todo un Padre bondadoso y protector, y así lo llamaría: -¡Abbá!- -¡Papá!-.

La divinidad y la salvación que estaban en ese Niño estaban a su cuidado, como lo estaba su esposa.

Y desde ese silencio fiel, procuró en un mundo de pobreza el sustento y, a la vez, criaba a ese Hijo Dios como hijo propio.
Como Yehoshua bar Yosef sería conocido por sus paisanos el Maestro -Jesús hijo de José-.

Ese cuidado solícito no estuvo exento de peligros y riesgos: conoció junto con los suyos la dureza del exilio, escapando -merced al aviso de un Mensajero- de las espadas homicidas de Herodes.
Es de imaginarse lo duro del vivir en Egipto, lejos de su patria, en una cultura distinta, distinto idioma, el desprecio de los egipcios frente al extranjero emigrante -algo con reminiscencias dolorosamente actuales-, el buscar trabajo de cualquier cosa para el pan de su Hijo y de su esposa.

El regreso a Nazareth, de nuevo el trabajo que seguramente le fué enseñando a ese Dios al que llamaba Hijo, hijito.

Nos dice la Palabra que el Niño Jesús crecía en gracia y sabiduría y vivía sujeto a sus padres...
Ese carpintero educando a su Hijo, acompañándolo en su crecimiento, protegiendo esa vida en ciernes que cambiaría la Historia.
Ese Hijo que era su Dios y Señor, ese Hijo que seguramente fué descubriendo en su amor y solicitud la bondad del Padre Eterno del cual provenía.
Ese Hijo que como él se hizo artesano, carpintero, y al que le pedimos que con la dedicación y el esmero de sus manos callosas de trabajo nos talle el alma, nos edifique el Espíritu, nos repare el corazón.

En ese José del silencio están todas nuestras hermanas y hermanos que en silencio sirven, protejen y preservan la vida a toda costa, sin reclamar primeros planos, por puro amor y fidelidad.

Y es un silencio que debemos rogar, con la ayuda del Espíritu, se nos haga estruendoso y nos haga retornar a la sencillez de su humildad, su entrega, su fé, su servicio.

No hacen falta palabras cuando la Palabra está presente y se hace vida cotidiana)

Paz y Bien

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