Justicia, reconciliación y culto


Para el día de hoy (10/06/10)
Evangelio según San Mateo 5, 20-26

(Tanto la observancia estricta de la letra de la ley -pero no su espíritu- como también la literalidad en la lectura de las Escrituras son causa frecuente de fundamentalismos. Las almas quedan presas de las letras.

Una mirada mezquina puede ver sólo contradicciones: ¿cómo puede ser que este Rabbí galileo, que habitualmente transgrede leyes ahora llame a superar la justicia de escribas y fariseos, observantes estrictos de la Ley?

Porque Jesús curaba enfermos en sábado, invitaba a su mesa a pecadores y despreciados, hablaba de igual a igual con los que estaban en los escalones sociales más bajos, se contaminaba con impuros... Conflictivo hombre éste que hace confundir a más de un doctor bienintencionado.

Pero desde otros ojos, con un alma capaz de contemplar y aceptar la verdad, Jesús provoca una ruptura que no ya no será posible salvar, y que será una de las causas de su Pasión.

Porque rompe con el legalismo exacerbado hasta límites intolerables, recreando y resignificando el sentido instrumental de la Ley y llegando a la médula de la justicia y el culto.

La justicia comenzará no sólo por el cumplimiento de la letra escrita; no basta con no cometer un homicidio, sino que también se deben erradicar del corazón todo motivo que pueda dar paso al deseo de hacer daño al semejante.
Son tiempos de la Gracia en donde todos, hasta el más acérrimo enemigo, hemos sido descubiertos como hermanos.
Odios, envidias, resentimientos e injurias son cizaña que impiden que florezca la justicia, justicia que no es otra cosa que vivir el amor en plenitud.

Por eso mismo, el culto tampoco quedará restricto a la práctica formal de normas litúrgicas: la liturgia, el sacrificio se corrompe y se invalida cuando hay asignaturas pendientes para con el hermano.

El culto verdadero comienza cuando buscamos con denuedo la reconciliación con el prójimo del cual nos hemos alejado por diversos motivos; el culto cobra significado profundo cuando salimos de nosotros mismos, desterrando egoísmos y nos preocupamos por el cuidado y el bien del prójimo cercano y lejano.

La misericordia es el sacrificio por excelencia, porque los discípulos no son meros repetidores de las acciones y la misión de Jesús, sino que la amplían y personalmente la hacen extensa a toda la humanidad.

Quizás antes de declamar principios y reclamar estentóreamente acciones que consideramos justas, necesitemos todos y cada uno de nosotros ejercer esa justicia que se funda y tiene por destino el amor.

Cada persona se ha vuelto, por lo que nos ha ganado el Maestro con su Cruz y su Resurrección, en templo vivo y latiente del Dios de la Vida.
Allí, en el cuidado, el respeto, la libertad y la plenitud del hermano -templo y altar de nuestro Dios- comienza ese culto al que Jesús nos está invitando insistentemente.

Cuando ese culto, la glorificación de Dios en el hermano por la única vía del amor, se hace vida cotidiana, allí sí... allí vayamos fraternalmente al Templo como comunidad reconciliada a compartir la Cena del Señor, fiesta a la que nadie debe faltar)

Paz y Bien


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