Ellas caminaban con ÉL

Para el día de hoy (17/09/10):
Evangelio según San Lucas 8, 1-3

(El Maestro recorría ciudades, pueblos, aldeas enseñando, sanando enfermos, anunciando la Buena Noticia, haciendo presente el Reino.

Pero no iba solo. Los Doce estaban, y estaban tambien ellas.
María de Magdala, Juana esposa de Cusa, Ana la profetisa del templo, la viuda pobre de las moneditas, la hemorroísa, la suegra de Pedro, la mujer a punto de ser lapidada, Marta y María, tantas otras... Y su Madre, claro está, presente como Madre, como hermana y como discípula.

En aquellos tiempos resultaba inconcebible que el Maestro se rodeara de mujeres, que estuviera en contacto constante con ellas; ningún rabbí que se preciara de tal lo aceptaría.
Más el Maestro no se somete al dictado del que dirán, y es magníficamente insolente con las normas que oprimen a las hijas e hijos de Dios, sus hermanos.

Por eso el Evangelista hoy nos trae sus nombres, no como cronista histórico, sino más como testigo de este sendero que es, ante todo, espiritual.
Ellas iban con Él, y lo ayudaban con sus bienes, nos relata San Lucas: y aquí por bienes, podemos intuir no sólo cuestiones materiales, sino también los bienes de la propia vida, es decir, los dones y capacidades que cada uno hemos recibido.

Quizás ése sea nuestro camino, ir con Él y aportar a la increíble tarea de anunciar la Buena Noticia a la que estamos graciosamente invitados nuestras capacidades; nos podrán parecer muchas o se nos harán escasas, pero para la locura del Reino, todas son invaluables.

Y más aún: en este caminar, es imperativo redescubrir a las que hoy, aquí, entre nosotros caminan con Él, en silencio y fidelidad, sin estridencias, desde la vida consagrada, desde la entrega a los hijos y al matrimonio, desde el servicio a los demás.

Tal vez en esta familia grande que se nos ha regalado y que llamamos Iglesia, hemos dejado en un rincón a nuestras hermanas.
¿Cómo? ¿Una cuestión de género?... Por supuesto, pero mucho más.

Cada una de ellas, las que siguen caminando con el Maestro, son signos de ese rostro materno de Dios, fieles a semejanza de María, enteras y constantes en el camino en el que a menudo nosotros -aparentes hombres duros que nos quebramos con facilidad- voluntariamente abandonamos y torcemos el paso.

Que el Espíritu nos asista en esta tarea de reencuentro)

Paz y Bien


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