Compañeros salinos, hermanos luminosos

Para el día de hoy (06/02/11):
Evangelio según San Mateo 5, 13-16

(Todavía resuena como un manso eco la música de las Bienaventuranzas del pasado domingo; y el Evangelio para el día de hoy tiene una continuidad inmediata con ellas, en la literalidad y más aún en la espiritualidad.

Por ello, ser sal de la tierra y luz del mundo está intrínsecamente unido a la buena ventura de los que se hacen pobres con los pobres, de los edificadores de paz, de los hambrientos de justicia, de los que lloran y de los que consuelan...

Las parábolas de Jesús son, a la vez, sencillas y profundas. A menudo, de tan sencillas se pasan por alto sus hondas raíces y así abandonamos esa necesidad de responder con la propia existencia, y nos quedamos en la emoción pasajera de un slogan simpático y a menudo conmovedor.

La sal tiene dos usos fundamentales: el de conservar los alimentos y el de darles sabor.Por sí sola, no tiene demasiada relevancia, sin embargo, su ausencia se nota.
Si falta la sal, la carne se degrada y corrompe y la comida se vuelve sosa y desabrida, carente de sabor y atractivo.

La luz tiene similitud con la sal, en tanto que -desde la física- ilumina al hacer contacto con objetos determinados. Por sí misma, puede ser una mínima expresión de energía -como la pequeña llama de una vela-; sin embargo, en plena noche alumbra y calma nuestros miedos a la oscuridad.

Hay que desmontar de tanto galope inútil y desensillar el corazón: el llamado del Maestro a las mujeres y hombres de buena ventura a ser sal y luz comienza en la humildad de estos dos elementos primarios.
Porque sal y luz cobran sentido y valor en sus hechos concretos: la sal se hace valiosa cuando silenciosamente se disuelve y entremezcla en las comidas. La luz es fundamental en medio de la oscuridad... siempre y cuando el cirio se derrita o el petróleo se consuma.

Así nosotros también: el sentido y valor de la existencia se encuentra saliendo de sí mismo y gastándose la vida por los demás, entremezclados para que no prevalezca la corrupción y la muerte, salinos para que la vida se vuelva sabrosa, apetitosamente digna de ser vivida.
En medio de tanta noche, sólo desde la solidaridad y la entrega por los demás en ese hambre de justicia, en la buena ventura de hacerse pobre con el pobre, resplandece la luz inapagable del amor y la compasión.

Y en ese misterio increíble que llamamos Salvación y que es universal -y que nosotros, católicos o universales autoreconocidos como tales y a menudo olvidadizos de su esencia primordial- no estamos solos.
Vá el Maestro por delante y a nuestro lado. Pero también van muchos hermanos nuestros, varones y mujeres que -aún sin hablar de Dios, sin profesar una fé como la nuestra o similar- hacen que el Reino acontezca aquí y ahora entre nosotros, viajeros felices de la solidaridad y la justicia, bienaventurados de la compasión y el auxilio, luminosos hermanos nuestros que florecen en todas partes)

Paz y Bien

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