Sagrado desvivir

Jueves Santo

Para el día de hoy (21/04/11):

Evangelio según San Juan 13, 1-15

(Una mirada objetiva nos dice que es un momento terrible: es un hombre que sabe la hora precisa de su muerte, que sabe que será torturado, maldecido, injuriado, renegado por los suyos, como un abyecto criminal, en abandono y soledad: es un hombre que sabe que será asesinado.

Podría pasar a la clandestinidad en los refugios montañosos, y prefiere quedarse. Podría pedir ayuda a los combatientes zelotas, pero reniega de toda violencia. Podría exiliarse en Egipto -lo hizo de niño- pero ésta es su hora, su lugar, sus amigos.
Podría enfrentar a sus asesinos encabezando una nutrida tropa de seguidores que seguramente combatirían por Él, pero esta batalla es suya y no esconderá el cuerpo. Cumplirá su deber.

Se alista con precisión; uno puede pensar en imágenes de soldados y guerreros ajustándose el cinto que porta la espada, ciñéndose anchos rastras en donde se lleva la munición.
Este hombre es extraño: no huye, no evade su hora primordial, y se dispone a un combate manso. La única sangre que tolera derramar es la propia.
Se alista con precisión: es tiempo de otro tipo de lucha, y este hombre se ciñe una toalla a la cintura.

Ceñido y preparado, dispuesto a lo que suceda, se dedica -para el horror de muchos- a una tarea de esclavos: con entera dedicación se inclina y lava los pies polvorientos y callosos de sus amigos.
Los que lo ven no pueden salir de su estupor, y algunos lo consideran desubicado e inaceptable -Pedro el primero-: pretende hacerse esclavo, siervo, y además lo hace mal. Los pies se lavan antes de comenzar la cena, y Él ha decidido hacerlo hacia el final.

Sin embargo, la pura objetividad citada al comienzo no basta, no es suficiente porque hay más, siempre hay más que lo que nos esconde el acotado horizonte de la razón.

Las manos que lavan esos pies son las mismas manos que han levantado al caído, que se extendieron en bendición hacia al enfermo como mensaje de sanación, que abrazaron a niños, que partieron el pan y repartieron el vino, y que han rescatado de la muerte a un amigo: manos de ternura y salvación.

Es imperioso que Él nos mire fijamente y vuelva a preguntarnos si hemos comprendido lo que ha hecho y si asumimos como propio ese mandato que nos ha dejado.

El Dios del Universo que se revela plenamente en Jesús no es un Señor Todopoderoso y lejano; es un Dios que se inclina al hombre, que baja a sus honduras, que se descubre como amor expresado en el servicio llevado hasta las últimas consecuencias.

Es paradoja y misterio -inconcebibles para cualquier época- el hecho raigal de que la vida se gana muriendo, y muriendo para que el otro viva.

El servicio y el socorro desinteresado y generoso al prójimo -especialmente el caído, el excluido, el abandonado- significa desvivirse por los demás, negando cualquier interés personal: ése es el mandato primero de Jesús a los que quieran seguirlo, ésa es la clave de la existencia, ése es el proyecto de Dios para un mundo nuevo y una vida plena.

Ese desvivirse es sagrado, tan sagrado como el pan y el vino que son Cuerpo y Sangre de Jesús, donación mayor de su vida, dos expresiones cabales de un mismo amor)

Paz y Bien

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