Envío, unidad y alegría

Para el día de hoy (08/06/11):
Evangelio según San Juan 17, 11b-19

(La oración de Jesús en esa última cena y rodeado de los suyos, la eleva a su Padre: tiene la contundencia y la certeza de un hombre que reconoce a su muerte inminente, que sabe que vá a morir de un modo espantoso y, aún así, se mantiene firme.
Esa oración es testamento y misión, herencia y envío.

Si el amor es no reservarse nada para sí mismo -pura entrega incondicional- el Maestro quiere para los suyos la misma unión que Él tiene con su Padre.
Este deseo y mandato de unidad a menudo ha sido confundido con uniformidad, es decir, la pretensión de que todos salgan del mismo molde, la negación violenta de la identidad, el desconocimiento de la pluralidad.

Así como en la comunidad primera había Pedros y Pablos, Santiagos y Juanes de fuego, Magdalenas, Martas y Marías, Lázaros redivivos, bravos zelotas, cultos y pescadores, así deberían ser nuestras comunidades de acuerdo al deseo de Jesús.
Comunidades en donde cada uno de sus miembros no se desdibuja, sino que se hace pleno desde su carácter y su identidad únicas, unidad frutal en la diversidad de esta vid que llamamos Iglesia.
El rechazo o el desconocimiento a las diversidades es a la vez rechazo a ese deseo y ese mandato profundo del Señor.

Y allí mismo, desde esa unidad multiforme y plural, se edifica la plenitud común y personal: eso que conocemos como destino es urdimbre de Dios y el hombre, que tiene por horizonte la felicidad y por camino la alegría, con todo y a pesar de todo.

Dando un paso más, no vacilaremos al afirmar que sólo en comunidad se puede ser feliz y se puede mantenerse firme y fiel a la Buena Noticia, obreros humildes y mansos en la construcción del Reino aquí y ahora.)

Paz y Bien

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