Madre del silencio

Inmaculado Corazón de María

Para el día de hoy (02/07/11):

Evangelio según San Lucas 2, 41-51

(Jesús y sus padres era fieles cumplidores de las tradiciones judías; entre estas últimas, la obligación de todo hombre de Israel de presentarse en el Templo cada año para las fiestas nacionales de la Pascua. Allí van José y Jesús de Nazareth, dos varones judíos hechos y derechos a cumplir con su Dios y con su patria.

Ha de tenerse en cuenta que para la ley judía, todo varón que hubiera cumplido los doce años -y el Evangelista se toma el trabajo de recalcarlo- asumía todos los derechos y obligaciones de un hombre de Israel: por ello mismo, en aras de exactitud y profundidad, no nos encontramos frente al relato de un Niño perdido y hallado entre los doctores del templo, sino más bien frente a un hijo que hasta hace muy poco jugaba juegos de niños y ahora se yergue como un adulto, con una misión y unas actitudes que desconciertan a sus padres.

Ese hijo que aman se les muestra abiertamente como Hijo de Dios, la razón de toda su existencia es ese mismo Dios, y en su nombre ese joven campesino galileo -muchacho mirado con cierto desprecio- simbólicamente toma posesión del Templo sagrado; más aún, ese hijo al que creían conocer bien deja boquiabiertos a sabios y doctores.

Atravesando cualquier silogismo y más allá de toda razonabilidad, en la Madre entrevemos al Hijo y, en el Hijo, comprendemos el corazón de la Madre.

Ella lo ha gestado en su seno puro nueve lunas, pero antes la Palabra ha germinado en su alma fértil, y esa Palabra sigue floreciéndose en Ella.
El Hijo tiene los mismos ojos de la Madre, y la Madre la misma mirada del Hijo.

Ella no renuncia a su capacidad de asombro, y aún cuando no entiende, nada desecha, todo madura a su tiempo en las honduras de su ser.
En sus angustias de búsqueda de ese hijo perdido en la ciudad populosa, se nos revela el misterio mayor de un Dios que es un Padre que nos ama y una Madre que nos cuida, Dios que se preocupa por todos y cada uno de sus hijos perdidos, Dios que sale siempre a buscarlos.

Madre del silencio servicial, del pecho que se agranda a pesar de los límites de la razón, Madre siempre dispuesta a la escucha atenta, Madre perpetuamente pendiente de lo que hace cada hijo.

En ese corazón frutal, Madre, hermana, compañera y discípula, corazón sin mancha, tierra siempre virgen en la que siempre florece la semilla)

Paz y Bien




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