Un Cristo que se mira, un Hijo que se escucha

Para el día de hoy (04/03/12):
Evangelio según San Marcos 9, 2-10

(Jesús se lleva con Él al monte a Santiago, a Pedro y a Juan, sus amigos íntimos, y esto tiene una importancia eclesiológica fundamental como símbolo de la totalidad de la Iglesia naciente creciente. Pero también ha de tener otro significado profundo para nosotros: sólo en amistad y cercanía con el Maestro podemos atrevernos a ascender a esos planos en donde descubrimos asombrados la eternidad que en Él refulge y palpita.

En las cumbres de ese monte sucede lo impensado: ese rabbí galileo que tanta huella ha compartido con ellos, que ha comido, caminado y respirado el mismo aire se transfigura, se viste de un blanco que no es de este mundo, se lo descubre en la plenitud de su divinidad.
No es un simple cambio de vestido, ni una metamorfosis banal de sesgo carnavalesco, es la mirada de fé capaz de descubrir la dignidad y la gloria de Dios en el cuerpo de Jesús de Nazareth, un cuerpo que será entregado a la tortura, a la humillación y a la muerte, una humanidad que a pesar de todo dolor se nos muestra eterna, una eternidad tejida en lo humano, un Dios que se hace historia.

Por eso mismo a los tres discípulos se les aparecen Elías y Moisés en diálogo con Jesús; la imagen no es sólo de subordinación, es señal de que la ley y los profetas anticipaban sus pasos, es signo de que la historia de los pueblos cobra verdadero significado cuando se entrelaza en diálogo franco con la infinitud expresada en Jesús, Cristo de Dios.

Aquí podemos correr el riesgo de quedarnos en el hecho espléndido e increíble de la Transfiguración; sin embargo, como orbitando alrededor de ese sol sin final, el núcleo del relato está en la voz que nos despierta de todo sopor, y que nos recuerda que Jesús es el Hijo Amado de Dios al que hay que escuchar.
Nuestro Tabor acontece en la meditación y la encarnación personal y comunitaria de la Palabra de ese Hijo por el que todos nos hacemos también hijas e hijos amadísimos del Dios de la Vida.

Entonces, nos volvemos cada vez más cercanos a ellos tres.
Como Pedro, solemos ansiar quedarnos en la quietud de una conciencia a veces adormecida luego de la plegaria y el retiro, cabañas de comodidad y conformismo. Pero la Buena Noticia exige despertares, no acomodarse, bajar al llano en donde sólo hay malas noticias y nada resplandece, enormes campamentos de oscuridad, de soledad y de dolor.

Como ellos, a menudo Jesús se nos hace un Mesías intolerable, un Cristo inaceptable, no tiene lugar en nuestras acotadas razones la derrota aparente a mano de sus enemigos, el escándalo de la Pasión, la locura de la cruz.
Nos atrae más un Salvador glorioso que se impone victorioso a cualquier afrenta, que elimina eficaz cualquier amenaza. Pero el amor transita por otras sendas, y el Maestro ofrendará su vida para que nadie más muera, para que todos vivan -incluidos aquellos que lo odian-: Jesús de Nazareth se sacrificará en la cruz para que nadie más sea crucificado en todo cadalso político, religioso y social.

Quizás entonces la Transfiguración sea don y misterio más también un llamado desde su corazón sagrado a subir con Él a la plenitud humana, para emprender el regreso allí en donde la vida no impera, tiempo santo de Dios y el hombre)

Paz y Bien

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