La glorificación de Dios

Nuestra Señora de Fátima


Para el día de hoy (13/05/12):

Evangelio según San Juan 15, 9-17

(Mucho se ha escrito acerca del amor y sus formas; entre esas modalidades, con cierta rapidez podríamos inferir romanticismo, sexo, lo signado únicamente por lo banalmente afectivo, la superficialidad de ciertos affaires, todo ello teñido de parcialidad y limitación en donde predomina el yo.
Así también, el término no ha escapado de este relativismo que tanto daño nos hace, y suele confundirse el amor con el querer, y decisivamente con el yo quiero, y con con múltiples expresiones de posesión, de pertenencia y exclusión.

Desde esa perspectiva, amar así -querer así- es fuente de sectarismos, de alcances limitados, de élites cerradas; es decir, queremos solamente a los nuestros, a los que son como nosotros, a los que exhiban la misma credencial, especialmente la de identidad religiosa.

A partir de allí, por siglos de andar equivocados, hemos confundido nuestros destinos y esta cuestión tan raigal se nos ha vuelto rutina y un hecho supuesto sobre el que no nos detenemos, y desde el cual realizamos profusas declamaciones y escasas proclamaciones.
Porque seguimos creyendo que glorificamos a Dios cuando se organizan imponentes demostraciones solemnes de culto y piedad, cuando la Iglesia cuenta el número de adherentes, y se nos vuelve vital la gente que se queda o aquellos que emigran a otras confesiones.

Como si desde nuestras nadas, pudiéramos darle algo al Dios del universo y fueran muchas las cosas que estemos obligados a hacer por Él.

Pero la Palabra de Dios es Palabra de Vida y Palabra Viva, y nos vuelve a liberar la mirada cada día, nos limpia de estas cegueras de comodidad y resignación.

La clave de toda existencia radica en que Dios nos ha amado primero; y el Dios de Jesús de Nazareth es un Dios que ama de un modo escandaloso, desmedido y asombroso. Ama a todos por igual, a buenos y malos, a propios y ajenos.
Abbá Padre de Jesús y Padre Nuestro ha descendido desde la eternidad a nuestros arrabales de barro para que la muerte no prevalezca, para vivir para siempre, para que la alegría jamás finalice y sobreabunde la plenitud.

Por ello el Maestro no nos impone preceptos ni mandamientos codificados, sino más bien nos despierta de todo letargo, y navegamos hacia buenos puertos por el mejor de los mares cuando amamos del mismo modo que Él lo hace, sin reservas ni condiciones, humanidad plena que se hace divina por identificarse con la misma esencia de Dios.

Por eso glorificamos a Dios cuando amamos al hermano, cuando edificamos fraternidad, cuando cuidamos al otro antes que a nosotros mismos, cuando nos descubrimos famélicos de justicia, cuando se destierra el egoísmo, cuando la mesa se vuelve grande y se invita a compartir el pan a aquellos a los que toda razón y prudencia no invitaría, cuando los pobres y los humillados se ponen de pié y construyen su destino.

Esa es nuestra alegría, y ése es el culto verdadero, flores de misericordia, ofrendas de compasión, celebraciones de solidaridad)

Paz y Bien





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