La decisión de no resignarse


Para el día de hoy (01/07/12):

Evangelio según San Marcos 5, 21-43

(Son dos casos extremos, y son dos mujeres bien distintas enfrentadas al sufrimiento.

Una es una niña que apenas se asoma a la vida, a la que asalta una muerte impiadosa y cruel, árbol joven talado en sus brotes primeros. En la súplica de Jairo su padre está el dolor inexpresable de un hijo que se pierde, de la falta de respuestas, de hacer lo que sea frente a lo que aparece como inevitable.

Otra es una mujer adulta, quizás más cerca de la vejez y la partida a la que la vida se le escapa en la sangre que vá perdiendo. Su destino parece sellado, y a la enfermedad se le añade el gravamen de ser mujer y el oprobio de unas crueles normas de pureza.

No es casual que el Evangelista narre estos dos hechos en la misma perícopa, partes ambos de un mismo y único relato.
Ante todo, realiza un distingo geográfico que es más bien espiritual. Jesús de Nazareth siempre está atravesando esos lagos inmensos que interponemos entre unos y otros, yéndose raudo a la otra orilla de nuestras inhumanidades, invitándonos a subirnos a su barca humilde de felicidad y fraternidad. Prefiere la costa de la Galilea sospechosa a la aparentemente perfecta playa de la ortodoxia y la pureza instituidas por almas estrictas y carentes de toda generosidad.

En ambos casos, suceden hechos impensados y asombrosos, quizás porque en el tiempo de la Gracia todo se vuelve motivo de maravilloso estupor.

Jairo como jefe de la sinagoga, no se hubiera dignado jamás a acercarse al réprobo y andrajoso predicador nazareno, a ese loco y blasfemo que sus pares solían expulsar de sus Shabbat.
La hemorroísa, por ser religiosamente impura y por el tabú social de ser mujer, jamás se hubiera atrevido a tocar al rabbí caminante.
Sin embargo, ambos están frente al abismo de situaciones extremas, y lo que acontece es mucho más que un nada que perder supuesto.

Pero lo que sucede es el misterio insondable y magnífico de la fé, y esa fé implica nunca resignarse, jamás darse por vencido aún cuando campeen las sombras de la muerte y el dolor, una fé que atraviesa rauda las aguas de doctrinas, dogmas y pertenencias, para ir a la otra orilla del encuentro personal. Porque no creemos en algo, creemos en Alguien, Jesús de Nazareth el Cristo de Dios que revela la ternura de su humanidad, es el más humano de todos nosotros, un Jesús que nos toma de la mano para que nos levantemos y nos despertemos de tantos sopores mortales, un Dios que se deja encontrar por entre la multitud, que se deja tocar a pesar de todos los que se interponen con mil excusas.

Quizás debamos abandonar tantos llantos estériles, tantas pérdidas prematuras, tanta vida que se nos pierde gota a gota, día a día, porque anda entre nosotros Aquél que no quiere que ninguno se pierda, que todas las hijas y los hijos de Dios vivan, y vivan en plenitud)

Paz y Bien





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