Ese Mesías inadecuado

Para el día de hoy (16/09/12):
Evangelio según San Marcos 8, 27-35


(Jesús de Nazareth estaba en ruta hacia la Cesarea de Filipo, territorio pagano y vasallo de los romanos. Allí, lejos de la influencia contundente del Templo y de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas -un ambiente no judío más laxo en el pensamiento- pregunta a sus discípulos acerca de que es lo que dicen y piensan acerca de Él las gentes.
En ese espacio más libre de la rigidez de la ortodoxia, quiere saber como lo identifican, si tiene importancia para sus vidas.
La pregunta es clave para todos los tiempos, y es raíz de toda acción misionera, saber qué piensa la multitud acerca de Jesús.

En realidad, es mucho más que una encuesta de tendencias o de opinión pública: se trata de saber que significa Jesús de Nazareth para todos y cada uno de nosotros, y su relevancia en nuestras existencias.
Así, le responderán que un profeta al modo del Bautista -o mejor dicho, el mismo Bautista-, otros un profeta al modo de Elías en su carro de fuego, o simplemente otro profeta/mensajero, portador de anuncios y denuncias. Pero lo verdaderamente decisivo sucede a continuación, y es quien es Jesús de Nazareth para aquellos que supuestamente están cerca de Él, los que aprendieron las cosas del Reino que Él les ha enseñado pacientemente.

Pedro se convierte en portavoz de los Doce, y responde de manera aparentemente exacta. Jesús es el Mesías, declama con contundencia.
Sin embargo, lo que está implícito en su respuesta es que es un Mesías a la medida de su mentalidad y conveniente a sus intereses, un Mesías que viene a reinar y a redimir al Pueblo Elegido, un Salvador exclusivamente para los judíos. En su respuesta, confronta con ese Maestro que no se acota a propios y ajenos, un rabbí que convida a su mesa a todos por igual, escandalosamente inclinado a los extranjeros, a los impuros, a los que no son como nosotros.

Y el Maestro, en ese lugar tan distinto a lo conocido, tan impropio e inesperado como puede ser un sitio en el que uno se sienta extranjero y ajeno, allí revela el insondable misterio de su misión, y por tanto, de su existencia.
Se revela como un Cristo pero muy diferente al molde requerido por viejos esquemas. A contrario de lo celestial y glorioso, Él se reconoce como Hijo del Hombre, pleno de humanidad, y cuyo destino estará signado por la cruz, por el rechazo, por el sufrimiento y el sacrificio, un Mesías muy inconveniente, un Cristo aferrado a la derrota, que rechaza honras y poderes, títulos y prebendas, un Servidor de todos y para todos.

Por eso Pedro lo reprende con virulencia, lo que plantea es completamente inadecuado y pretende corregirlo, y por ello mismo Pedro se vuelve satánico en el sentido primordial del término, es decir, adversario del proyecto eterno de Dios.

En cierto modo, también somos a nuestra manera Pedros del rechazo y la reconvención.
Nos hemos apropiado del Redentor, y pretendemos un Cristo adaptado a nuestras mezquinas expectativas, un Mesías light de los altares y las imágenes, y no ese Jesús de la entrega y el sacrificio, de la vida que se ofrece, de la cruz, la confianza y la fidelidad a pesar de tanto horror.

Por ello, hemos de descubrir Su verdadero rostro poniéndonos al hombro estas cruces que puntillosamente nos elaboramos, y también darle una mano fraterna a aquellos que han sido doblegados por la carga insoportable de tanto dolor gravoso en sus existencias, de tantas cosas que los sojuzgan y someten.

Porque la mejor de las noticias es que Dios nos ama al extremo de asumir en sus espaldas todas nuestras miserias y resumirlas en el cadalso de maderos cruzados, para que todos estemos plenamente vivos, para que nadie más sea crucificado.)

Paz y Bien

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