Padre Nuestro, identidad de hijas e hijos

Para el día de hoy (10/10/12): 
Evangelio según San Lucas 11, 1-14

(Todos los grupos, comunidades o confesiones religiosas se identifican -en mayor o menor grado- por el modo en que rezan, y a los varones de Israel la asiduidad en las plegarias no le era desconocida, orando tres veces al día y recitando salmos en la sinagoga en el Shabbat.
No obstante ello, cada grupo tenía su acento particular: los fariseos oraban de un modo peculiar, los esenios y zelotas de otro y los discípulos del Bautista también, por ello mismo no es extraña la petición del discípulo al Maestro: medianamente sabían orar con profusión, pero querían una plegaria nueva que los identificara, que resaltara sus rasgos peculiares y únicos.

Y Jesús de Nazareth enseña, jamás guarda silencio frente al pedido sincero de los suyos.
Por eso su gente -la comunidad cristiana, esa familia que llamamos Iglesia- se identifica de una manera nueva, única y definitiva.

La comunidad es llamada a reunirse desde un Dios al que reconoce como Padre bondadoso y asombrosamente rico en misericordia, no un déspota ni un tirano patriarcal. A partir de ese reconocimiento primordial del Dios que nos busca y nos llama constantemente, nos vamos descubriendo hermanas y hermanos no en un sentido figurado o abstracto, sino en una realidad plena de eternidad que se traduce y expresa en la cotidianeidad.

La comunidad santifica el nombre sagrado de Dios, lo reconoce como el Totalmente Otro pero también, desde Jesús de Nazareth, como amigo, como hermano, como compañero. Nosotros santificamos ese nombre cuando reconocemos su imagen en cada persona y cuando nos atrevemos -aún en nuestras a veces abismales diferencias- a descubrir al otro como un hermano con horizonte de amigo y de compañero de peregrinar, incansables trabajadores en busca de esa dignidad única e intransferible, la de ser llamados a ser hijas e hijos.

La comunidad sabe que el Reino ya está aquí, entre nosotros, tan cercano y palpitante en cada corazón. El Reino como don, como misterio de la Gracia, pero también como labor y compromiso, por eso suplica que venga su Reino y ser partícipes activos en la edificación de la vida compartida en plenitud, con perfume de presente, con horizonte de totalidad, con colores de mesa inmensa.

La comunidad ruega que no falte el pan, que no abunde el hambre, que la falta de sustento deje de agredir a tantos millones a la deriva y abandonados a su suerte. Y es más que alimento, es el pedido que abarca todas las necesidades vitales -materiales y espirituales- nadie ha de languidecer en este tiempo nuevo de Aquél que se ha hecho pan para nuestro hambre.

La comunidad implora el perdón, porque se sabe limitada, frágil, quebradiza, sabe que a menudo lastima y no se mantiene fiel, que rompe lanzas con su Dios y con sus hermanos, pero a la vez sabe que la Misericordia sostiene al universo, que el perdón cura toda herida, que acerca a los alejados, que permite el retorno al hogar a tantos hijos extraviados.

La comunidad, finalmente, implora no caer en la tentación de no reconocer a su Dios como Padre, de deslizarse hacia el olvido, de renegar del hermano, de no embarcarse mar adentro en este navegar de una existencia que ha de ser de felicidad y plenitud para todos.

Como comunidad, hoy hemos nuevamente pedimos a ese Cristo de nuestra Redención que nos enseñe a orar desde esta identidad magnífica, la de ser hijas e hijos)

Paz y Bien



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