Prohijar el año que comienza



Para el día de hoy (31/12/13):  
Evangelio según San Juan 1, 1-18



(Se vá un año y comienza otro. Son usuales las felicitaciones de rigor, el riego de sueños y proyectos, los saludos cordiales, los buenos deseos, esas ganas de que los meses que se vienen sean más ligeros que los vividos, algo más leves en problemas, que haya salud, que el trabajo no falte.

Todo ello está bien, muy bien, pero tenemos la pretensión de una actitud previa que sustente y dé sentido a lo demás.

Se trata de prohijar el año que comienza. Se trata de que el tiempo no discurra en pura cronología, a pesar de que muchas circunstancias nos empujan a la mera supervivencia.
Se trata de abordar la existencia como un don invaluable y asombroso.
Se trata de asumir el tiempo que llega como un niño muy pequeño, un hijo al que hay que cuidar, proteger, educar día a día, sin perderse ni un instante.
Se trata de no resignarse jamás, de desertar del no se puede, de edificarnos en humanidad, en compasión, en misericordia.

Se trata, en fin, de volver a escuchar con atención a la Palabra de Vida que también es Palabra Viva, Palabra que sustenta al universo, Palabra que todo lo transforma, Palabra que se ha hecho uno de nosotros, tan nuestro como un bebé que se adormece en los brazos de su Madre, al cuidado servicial de su padre.

Y por Él, nosotros también hacernos palabra de esperanza y fraternidad para el que está caído, para el que no puede más, para el violento, para el corrupto, para el que todo es más de lo mismo, aún cuando en el horizonte siempre se asome funesta la cruz.

Todo puede ser y todo puede hacerse, y más allá de todos los condicionamientos, todo está en nuestras manos.

En esa mansa rebeldía de santidad, un verdadero deseo de Feliz Año Nuevo para todos, con Dios, por Dios y en Dios)

Paz y Bien

Un niño pequeño, una gran abuela



Para el día de hoy (30/12/13):  
Evangelio según San Lucas 2, 22. 36-40



(El Templo es enorme, y los grupos de peregrinos muy nutridos. El humo del incienso y de la grasa animal que se quema en los holocaustos del culto desvían un poco más cualquier mirada.

Allí, dos jóvenes esposos con un bebé en brazos se confunden entre la multitud. Se les nota la pobreza en las ropas y en las ofrendas humildes, se les adivina el origen en el acento galileo que portan. Son bien judíos, fieles a la fé de Israel que les han legado sus mayores. 
Aún así, entre el gentío pasan inadvertidos -los sacerdotes son los primeros en ignorarlos con exactitud- y es el mismo Dios que se llega de incógnito, sin estridencias ni aspavientos.

Así las multitudes distraídas en sus preocupaciones no lo ven. Los sacerdotes, aferrados a la exactitud litúrgica, tampoco; debe ser que olvidaron a Aquel que daba sustento y sentido y hacia quien se dirige el culto.
Sin embargo, una abuela de ochenta y cuatro años de edad que pasaba sus días en oración y ayuno, no los pierde de vista. Especialmente a ese niño muy pequeño que llora de a ratos.

Hay un encuentro profundo entre una vida que comienza en ese Niño y otra que en apariencia está llegando a su fin. A pesar de todas las convenciones, esa Ana cargada de años está más viva y plena que muchos de los que acudían al Templo. En apariencia no tiene hijos, pero no obstante ello se convierte en abuela de ese Cristo nacido, del mismo modo que Él, en la plenitud de su ministerio, enseñaría que hay raíces mucho más hondas que los simples lazos sanguíneos.
Y como toda abuela orgullosa, cuenta las maravillas de ese Niño pobre a todos los que no han resignado sus esperanzas, y quizás la evangelización se exprese de ese modo.

El corazón de Ana desmiente todas las previsiones de mortalidad cercana, de descarte de los viejos. Todos somos importantes y valiosos y útiles. Más aún, no es arriesgado afirmar que sin muchas Anas de la oración constante y servicial, hace un buen rato que todo se nos hubiera derrumbado, tan empeñados que andamos en tonterías, tan olvidadizos en el cuidado de los extremos de la existencia misma, los niños y los abuelos.
Anas maravillosas que nos vuelven a recordar que a Dios se le puede encontrar a pesar de la bulla y de la masa tan inhumana, en la sencillez y en el silencio, humildemente presente, un Niño a cobijar en nuestros brazos y en nuestros corazones.

El Evangelista Lucas nos regala también una imagen que no podemos pasar por alto: luego de cumplir con sus deberes religiosos, la Sagrada Familia regresa a su querencia galilea. Allí en Nazareth el Niño crecerá y se fortalecerá en familia y en sabiduría. La Gracia de Dios está con Él y en Él.
Dios se ha hecho uno de nosotros en el seno de una familia que lo ama, de un pueblo con su historia, su religión, sus problemas, un signo exacto de su plena humanidad asumida por amor y bondad infinitas)

Paz y Bien

Sagrada Familia, lazos que perduran



La Sagrada Familia de Jesús, María y José

Para el día de hoy (29/12/13):  
Evangelio según San Mateo 2, 13-15.19-23



(Es claro que ciertas pautas culturales y profundas necesidades psicológicas nos hacen contemplar a la Navidad de manera ligera, bucólica tranquilidad rodeada de simpáticos animalitos, un coro angélico fervoroso, niños pastores, todo un agradable ambiente de festejo.
Ello no es reprochable, y es dable inferir que en gran parte se debe a nuestra necesidad de paz interior, de calma celebratoria, de un ambiente cálido como el del pesebre navideño en donde nos podamos rehacer de todos nuestros quebrantos y extravíos, tan dispersos y distraídos que solemos estar por todas las agresiones mundanas.
Pero la Buena Noticia sigue siendo magníficamente prófuga de todos los moldes que de manera consciente o involuntaria pretendamos imponerle.

Desde un punto de vista mucho más real y por ende veraz, la Navidad estuvo teñida de espantosas riesgos de muerte al bebé, del peligro forjado en las entrañas mismas del poder que se sentía amenazado por una criatura, voracidad sangrienta y pura praxis sin límites éticos. Como si no fuese suficiente parir en un aprisco nocturno porque nadie quiere recibirles -cruda cueva invernal de animales de campo, José, María y el Niño deben huir de manera clandestina como si fueran groseros delincuentes, sin que cuente el parto reciente ni la fragilidad explícita del recién nacido.

Podemos adivinar la ruta seguida en silencio, confines de Judea -tierra de Israel al sur-, y la recorrida que parece imposible por el Negev, en los rigores peligrosos de un desierto que no es fácil para los más baqueanos...mucho menos para una parturienta y un bebé que llora su hambre y su sed.

Egipto es la ruta lógica por la cercanía geográfica y porque desde varios siglos atrás ha sido refugio de varios perseguidos políticos en la historia de Israel de los últimos seis siglos. A pesar de ello, es la crudeza del exilio, de morirse por dentro en una cultura distinta, de ingresar a tierras extranjeras de modo subrepticio, al borde de cualquier ley -Sagrada Familia indocumentada-
Ser mirado de costado porque la tonada campesina se les nota, son judíos plenos del campo, cargar con el estigma de la extranjería, ya que a veces la memoria de los pueblos es longeva en lo luctuoso, y los antepasados de los migrantes habían sido allí sólo esclavos, rebeldes del Faraón. Tierra difícil, trabajar de cualquier cosa para que a ese Hijo y a la esposa que ama nada le falte, changas que a menudo son las tareas que desprecian los naturales del lugar, el sacrificio cotidiano de la supervivencia.

José no sólo es un hombre querible por su servicio silencioso, sombra bondadosa siempre en pié que protege a los suyos, que sostiene a través del amor los lazos que unen a su familia. José es también clave para el proyecto de Dios.
Es una paradoja asombrosamente demoledora: el Todopoderoso se pone en manos de un humilde carpintero judío. La Salvación dependerá de que José sea capaz de prestar atención a las voces más profundas, a los sueños más incómodos, a correr todo riesgo con tal de mantener con vida a su Hijo y a su esposa.
El Dios del Universo confía toda la historia a la humanidad en pura confianza. En las manos callosas del carpintero José se decide la suerte del Redentor.

Cualquiera de nosotros diríamos hoy que a la Sagrada Familia con gusto y sin dudarlo la alojaríamos en nuestra casa, en su partida precipitada de Belén. Sin embargo, distinto sería nuestro obrar y múltiples serían los argumentos a la hora de auxiliar a tantos que deben huir de su patria a causa de las persecuciones políticas, del hambre que acucia, del no futuro, profugados de la tierra natal sin papeles y de manera muy riesgosa.

Con todo y a pesar de todo, la enorme figura del carpintero nazareno nos despierta y nos interpela.
Maravilloso José del cuidado y la protección, José y todos los que son como él, árboles frondosos en donde la existencia se expande, servidores tenaces por los que la vida se encuentra a salvo, héroes humildes y silenciosos que no buscan honores sino sólo hacer lo que deben para luego retirarse, satisfechos de haber vivido una vida bien cumplida en ofrenda a los demás.

Celebrar a la Sagrada Familia es redescubrir que Dios sigue creyendo y confiando en nosotros mucho más que la fé y la confianza que en Él solemos depositar. Que una familia es imprescindible para sobrevivir, para crecer, que hay lazos muchos más profundos que la mera biología, y que son esos lazos los que perduran, los que nos mantienen vivos, con todo y a pesar de todo)

Paz y Bien

 

Herodes de todos los tiempos



Santos Inocentes, mártires

Para el día de hoy (28/12/13):  
Evangelio según San Mateo 2, 13-18



(Las coincidencias históricas entre los diversos hechos narrados por los Evangelistas son, a menudo, difíciles de comprobar por la historiografía y por otras disciplinas. Y está que así sea: los Evangelios no son crónicas históricas exactas, sino más bien relatos teológicos, es decir, espirituales.
Así entonces, de manera directa, es difícil encontrar alguna fuente que ratifique lo que narra San Mateo respecto de la matanza de niños en Belén y alrededores. Sin embargo, por duro que parezca, hubiera significado el homicidio de aproximadamente veinte niños menores a dos años en un pueblo pequeño sin demasiada relevancia. Y la historia no suelen escribirla los pequeños, la dictan los poderosos, y es una causa probable que ello causara un dolor extremo a las familias de dichos niños pero, a la vez, que el hecho hubiera sido relativamente desconocido.

Una vía probable sería a través del instigador de estos homicidios, el rey del lugar llamado Herodes el Grande o Herodes I. Era de origen idumeo, formado bajo una cultura y educación helenizadas, por lo que no era -para Israel- un rey auténtico. Antes bien, era considerado por la mayoría de sus súbditos como un usurpador violento e inescrupuloso, y gobernaba sobre Judea, Galilea, Idumea y Samaria. Su poder se cimentaba especialmente en el apoyo explícito -militar y político- que le brindaba el ocupante imperial romano, de quien se consideraba vasallo absoluto. Así mismo, contrataba mercenarios como propia tropa de choque, feroz e inmoral.
Si bien sería recordado por reconstruir el Templo de Jerusalem, también era temido hasta límites asombrosos. Todos sabían que que había mandado ejecutar a toda la familia real asmonea, dinastía que lo precedió en el dominio de Judea; todos conocían que también envió a la muerte a dos de sus propios hijos bajo sospechas éstos de conspiración y traición, y que no vacilaba a a hora de reprimir violentamente cualquier indicio de disenso o de asomo de alzamiento zelota.

Con estos precedentes, no es para nada improbable que, al enterarse por boca de los magos de Oriente del nacimiento en Belén de un Niño prodigioso de la estirpe de David, imagine allí en ese bebé un enorme riesgo a mediano plazo que venga a cuestionar su corona de dudoso origen, Alguien que con su sola presencia pondría en entredicho su poder. Y que al no tener certezas de quien és, mande ejecutar a todos los niños del lugar, indefensos testigos de ese Cristo que recién amanece a la existencia.
Sus hijos, que heredarían dominio y corona,, no serían mejores que él. Arquelao lo superaría en crueldad junto a Filipos, y Antipas acabaría orgiásticamente con la vida del Bautista.

A través de los siglos, y en nuestros tiempos también, hemos tenido y tenemos muchos Herodes brutales, impunes, impiadosos, especialistas en atropellar las vidas de niños en pos de la conservación de su poder.
Herodes que abusan de los niños, especialmente aquellos que se aprovecharon de investiduras y posiciones.
Herodes del aborto fundado en ideologías, progresismos, modernidad, Herodes del asesinato concienzudo y racionalista, aprovechándose abiertamente de aquellos que no pueden defenderse ni tienen voz.
Herodes pretendidamente pro-vida, que ignoran a los niños luego de que nacen, y no les importa que queden abandonados a su suerte, a la miseria, a la explotación. Si el primer derecho es el derecho a la vida, estos Herodes reniegan del que le sigue, el derecho a una vida digna.
Herodes de la guerra, de la tecnología bélica que justifica la muerte de niños como daños colaterales.
Herodes -aves negras y rapaces- del narcotráfico.
Herodes de la explotación sexual y laboral de criaturas.

La matanza de los inocentes quizás nos recuerde que este Dios con nosotros no ha venido revestido de gloria, con abierta voluntad de imponerse por la fuerza. Este Dios se ha quedado entre nosotros desde la debilidad, la fragilidad, y cuenta con nuestras manos para salir adelante)

Paz y Bien

La vida que florece




San Juan , Apóstol y Evangelista

Para el día de hoy (27/12/13):  
Evangelio según San Juan 20, 1-8



(Los hechos brindados en el Evangelio para el día de hoy se desarrollan en la mañana e la Resurrección, y ello responde no solamente a una condición espacio-temporal. Se trata especialmente y ante todo de descubrir las coordenadas espirituales que están allí, al alcance de nuestros corazones.

Porque la comunidad que no tiene fé, invariablemente se sumerge en la noche del desánimo, del desconsuelo y de la muerte. 

Pero esa noche cerrada ha de ceder paso a la mejor de las noticias y a la experiencia de la fé que se comparte, en donde se asume desde las raíces mismas de la existencia el asombro mayor de Cristo Resucitado, de tumba vacía, de signos mortuorios inútiles porque la vida nuevamente florece.

A pesar de ciertas ideologías de género -inevitablemente perniciosas-, a pesar de las a veces enormes diferencias entre los miembros de la comunidad o el carácter propio y distintivo de las diversas confesiones, aún cuando los roles y la personalización de los ministerios tenga colores puntuales y específicos, lo que cuenta, lo que verdaderamente decide todo destino y horizonte de unidad es la confesión común de fé en el Resucitado, el mismo que ha nacido en Belén como el más humilde de los bebés, el mismo que sostiene a Esteban en su martirio, el que se queda entre nosotros y a favor de toda la humanidad hasta el fin de los tiempos.

En la comunidad eclesial que cree y empuja los amaneceres, las mujeres son escuchadas con atención, testigos primeras y evangelizadoras de todos. Otros llegan con mayor velocidad al puerto de la salvación que es Cristo vivo, mientras que otros tarden quizás un poco más, y haya que cederles el paso. Todos somos importantes, todos contamos, todos somos amados hasta el fin.

La comunidad cristiana es ese Discípulo Amado que se atreve a asumir en cada instante de su existencia el don y misterio de la fé, y la hace tiempo, historia, y la comunica a los demás. La alegría verdadera se expande cuando se comparte, el Niño de Belén está allí oculto en los mantos de la noche esperando calor, el mismo Cristo ha quebrado el cerco de la muerte y nos espera)

Paz y Bien

Entre Belén y el Calvario



San Esteban, protomártir

Para el día de hoy (26/12/13):  
Evangelio según San Mateo 10, 17-22



(Con un solemne contrapunto, y en principio muy desconcertante, la Liturgia nos conduce desde la humilde y mansa profundidad de Belén, del Niño recién nacido, de los ángeles que cantan la Gloria de Dios, de los pobres que celebran su llegada, al Calvario de Esteban el primer mártir, su muerte terrible, espantosa, injusta.

Por eso mismo estos extremos pueden aparecerse como opuestos y contradictorios. Sin embargo, con notas graves y agudas en conjunto -o blancas y negras- se compone la música, y el Evangelio para el día de hoy nos ofrece en ese carácter una sinfonía majestuosa, la de la fidelidad.

Esteban es juzgado y ajusticiado por hombres profundamente religiosos, que se encienden de rabia y odio en nombre de Dios; él se había vuelto un hombre peligroso y detestable pues no podían, ni siquiera entre todos, hacerle torcer su testimonio, su entereza, su honestidad de testigo de Alguien que es muchísimo más grande que sí mismo, Alguien que lo alienta, lo sostiene e ilumina. Por eso mismo y a las puertas del horror, Esteban sólo descubre a su Dios y lo manifiesta en su perdón incoercible. 
Esteban, al igual que todos los testigos fieles, no se rinde ni baja los brazos.

El Niño de Belén y el primer mártir expresan la misma realidad, el amor incondicional y tenaz de ese Dios que nunca nos abandona, que permanece contra todas las nubes negras de los apropiadores de mentes y corazones, que en plena noche resplandece con la misma verdad.

Quizás por ello nuestras vidas oscilen entre esos extremos, pues se trata del mismo amor, la misma promesa, la Buena Noticia que prevalece)

Paz y Bien   

La asombrosa cercanía de Dios




Natividad del Señor

Para el día de hoy (25/12/13):  
Evangelio según San Juan 1, 1-18

 

(Dios es Palabra, Verbo que crea.

Como Palabra, siempre se expresa y ha buscado desde el comienzo mismo de los tiempos el diálogo con las creaturas. Los amores se crecen en la cercanía, cuando se dialoga, cuando se dicen cosas, cuando se escucha.

El primer paso de ese diálogo cordial es la creación misma. Dios se expresa amorosamente a través de la belleza insondable de la naturaleza, de los misterios inmensos del universo, de la vida que brota pujante. Aún así, no hemos sabido ni querido escuchar. Peor todavía, en nuestra soberbia hemos embestido sin piedad con descuido agresivo contra esa naturaleza que es don, es regalo, es casa común.

Pero ese Dios Palabra jamás bajó los brazos.

Así entonces lo intentó sin descanso a través de hombres cercanos a Él, los profetas. De ellos, el último y el más grande fué Juan, llamado el Bautista, hijo de Zacarías e Isabel. Era sólo un hombre pero todo un hombre, resplandeciente de integridad, pleno de verdad, a tal punto de reclamar disminuirse a sí mismo para que ese Dios del cual era fiel portavoz y testigo creciera a los ojos del pueblo.
A Juan y a los que fueron como Juan nos encargamos de regalarles nuestro desprecio, de brindarle oídos sordos, de ejercer todo tipo de violencias y supresiones.

Pero contra toda previsión o lógica, Dios seguía confiando.

Es imposible hablar acerca de Dios, hay un abismo ontológico entre la eternidad y nuestras pequeñísimas y acotadas existencias. Es nada lo que podamos decir o aseverar, ni por lejos nos acercamos.
Pero era menester de su bondad que abandonáramos los mutismos que impiden comunicarse, descubrir y ser descubiertos.

Ese Dios Palabra de Vida y Palabra Viva persistió en su tenacidad.
La Palabra se hace carne, historia, tiempo, uno más entre nosotros para que la humanidad recupere la voz.

Dios se hace asombrosamente cercano, un vecino, un Padre que nos ama, una Madre que nos cuida, un Hermano siempre disponible, un Hijo que se nos adormece en nuestros brazos.

Muy Feliz Navidad)



Paz y Bien


Hacerse Navidad



Vigilia de Navidad

Para el día de hoy (24/12/13):  
Evangelio según San Mateo 1, 1-25


(El Evangelista Mateo carece de precisión al enumerar la genealogía de Jesús de Nazareth. Más aún, nos animamos a decir que el Evangelista es rigurosamente inexacto: se trata de brindar el trazo de un frondoso árbol teológico, es decir, espiritual antes que cronológico.

Por eso y para comenzar, hacerse Navidad implica descubrir que nuestros ancestros son mucho más amplios que los establecidos por los lazos sanguíneos que nos han regalado nuestros padres y nuestros abuelos. Hemos recorrido un largo camino de siglos, y nos pueblan pastores del desierto, héroes, traidores, mujeres tenaces, hombres de mirada lejana, la fé que perdura a pesar de los exilios y las cautividades, la Palabra que nos ha sido empeñada y que, con todo y a pesar de todo, nunca se ha quebrantado. 
Hacerse Navidad es reconocer y expandir la fidelidad sin bajar nunca los brazos, aún cuando seamos temerosos navegantes en mares bravos. Siempre hemos de llegar a buenos puertos.

Hacerse Navidad es ratificar con fervorosa mansedumbre que Dios fecunda la historia humana desde los márgenes, desde esa periferia en donde nada nadie espera, que ese Dios de José y María de Nazareth hace la mejor de las músicas a pesar de los instrumentos desafinados que solemos ser y de los pentagramas difusos y torcidos en los que nos gusta empeñarnos. Que la vida viene empujando plenitud desde lugares insospechados.

Hacerse Navidad es animarse a que todo sea posible, a desoír los nunca, los jamás, los no se puede y todas las resignaciones que nos imponen o que elegimos por temor.

Hacerse Navidad es tener el coraje de la ternura. La ternura no es banalidad romántica ni bucólica postura ligera, sino un desafío perpetuo de paz y de bondad para mujeres y hombres hechos y derechos.

Hacerse Navidad es proteger a los más pequeños e indefensos, pues por un Niño todos los niños son sagrados.

Hacerse Navidad es transformar desde el calor de los corazones cualquier cueva oscura en hogar y en refugio.

Hacerse Navidad es expresar todos los días, todos y cada uno de los momentos de la existencia, que Dios interviene personalmente en la historia de la humanidad para conducirla a la plenitud, desde la humildad, desde la sencillez y el silencio, desde esos Belenes en donde todo se renueva, en donde mujeres y hombres estamos invitados a brindar nombre, comprensión y afectos, pues en nuestros brazos se nos ha depositado la vida para cobijarla, para que nos crezca fecunda y para que nunca abandonemos esa capacidad de asombrarnos, porque Dios está y estará con nosotros, ha venido y se ha quedado para siempre.

Muy Feliz Navidad.)

Paz y Bien

Dios visita a su pueblo




Misa propia del día -matutina-

Para el día de hoy (24/12/13):  
Evangelio según San Lucas 1, 67-79



(Zacarías había quedado relegado al silencio durante todo el tiempo del embarazo de su esposa Isabel. Su incredulidad es el motivo principal de su mutismo, pues no hay nada nuevo que decir cuando desertamos de la confianza. Todo allí está dicho.
Pero también quizás a veces esos silencios -dolorosos ellos- son necesarios; hay tiempos en los que es imprescindible callar y aguardar con paciencia que se disipe la noche y que nos amanezca la esperanza, barriendo nuestros patios de todo lo inútil, de lo que ocupa espacio de balde, y dejar espacios amplios a lo que verdaderamente cuenta, a lo que en verdad es importante.

Zacarías es un viejo sacerdote de Israel, cargado de años y con una mirada limitada por su religiosidad, por su nación, por su cultura, por las tradiciones de sus mayores.
Pero aún así, le renace la esperanza y le reverdece la alegría al manso luchador cansado. Nunca es tarde, jamás hay que resignarse, todo es posible. Zacarías se enciende de dicha por un hijo asombroso e inesperado que les ha nacido, y que él bien sabe que tiene un destino grande y misterioso.

Zacarías canta y celebra con voz fuerte, joven y sabia porque Dios lo ha visitado en ese hijo maravilloso, porque descubre que Dios ha fecundado la historia, porque todo tiempo será en adelante muy distinto, tiempo santo, tiempo de Dios y el hombre. Y su canto se hace profecía, es decir, permitirse tener una mirada lejana capaz de mirar y ver más allá de las apariencias y de las propias limitaciones.

Indefectiblemente, todos somos mujeres y hombres que hemos sido criados en un pueblo, y que solemos expresarnos desde una cultura específica, particular. Pero pintando nuestras pequeñas aldeas -como aseveraba con certeza León Tolstoi- podemos pintar todo el mundo y el universo, y éso es precisamente lo que realiza Zacarías, pleno del Espíritu que sopla en todas partes.

Él lo ha podido entrever en la historia de Israel y desde allí lo hace extensivo a todas las naciones.
Dios interviene en la historia de la humanidad brindando liberación, una liberación que es muy personal, es Dios mismo llegándose a estos arrabales tan llenos de olvido y de silencio. Y esa libertad otorgada incondicionalmente no es para quedar a la deriva, sino que es para ponerse en marcha, una libertad frutal, propositiva, recreadora, una libertad que ha de ser vivida y honrada en integridad y en justicia, eso que conocemos como santidad.

Dios nos visita y se queda.

Dios es misericordia entrañablemente cercana que suscita una paz pujante, espacios amplios en donde todos cuentan, sol que nace desde lo alto en plena noche cerrada, un Niño que es el amanecer para todos los destinos que hemos de edificar a diario)

Paz y Bien

Cuando un niño nace



Para el día de hoy (23/12/13):  
Evangelio según San Lucas 1, 57-66



(Todo tiene un tiempo de maduración. de crecimiento. Las soluciones mágicas, instantáneas, automáticas suelen ser deseables pero poco humanas y muy ajenas. 

Ese tiempo a menudo no es mensurable con facilidad, ni suele haber tablas preestablecidas.Y cuando hablamos de kairos, el tiempo propicio de Dios, hablamos del momento oportuno para que sucedan las cosas, en contraposición a kronos, el tiempo sucesivo, secuencial, cronológico.

A Isabel le había sucedido así. En el transcurrir de su existencia todo parecía resuelto y definitivo; imposibilitada de concebir y cercana a la ancianidad, es más una abuela próxima a la muerte que una mujer floreciente de maternidad. 
Toda su vida había deseado ese hijo improbable, y contra toda previsión ahora lo que parecía imposible al fin acontecía. Un embarazo maduro la encendía y le renovaba toda su existencia.

Porque cuando un niño nace, es la vida misma la que se renueva y recrea.
Ese bebé nacido en las montañas de Judea es plenitud para Isabel, que se vuelve mujer plena en su maternidad.
Es esperanza y palabra recuperada en las esperanzas del viejo sacerdote Zacarías, su padre.
Es alegría que se comparte con parientes y vecinos, alegría que hacen suya los demás. Con esos mansos fervores campesinos, con sereno festejo barrial, está la picardía de apropiarse de ciertas cuestiones.

No hay malicia en ello. Aunque haya algo de error, es cuestión de afectos, y vecinos y parientes quieren opinar sobre el nombre que se ha de imponer al bebé reciente. Debe llamarse como su papá, debe mantenerse la tradición. Es un cálido ambiente comunitario donde todos son valiosos, donde la vida se expande y puede crecer pacíficamente cuidada, albergada por muchos corazones. En todo eso, hoy estamos en un serio y persistente default.

En cierto modo también, ciertos empecinamientos respecto de los niños implica el proyectar en los hijos las ansias propias, los propios sueños truncos, lo que imaginamos para ellos. Pero los hijos no son nuestra propiedad absoluta ni prolongaciones de nuestras menguadas existencias. Ellos tienen vida propia que ha de crecer, una identidad a desplegarse, un destino único e irrepetible a edificar.

Juan es bendito desde el mismo seno materno por el amor misericordioso de Dios con su gestación asombrosa e imprevista, con la visita temprana del Salvador, con el respetuoso amor inquebrantable de sus padres. Juan es su nombre declara Zacarías e Isabel tampoco retrocede.
Ese hijo que Dios -la vida misma- les ha regalado como una indescriptible bendición ha de tener alas propias, un horizonte muy personal, un nombre que lo distinga. Ese hijo será para muchos una luz en medio de tantas sombras por su integridad, por su fé, por el compromiso que respira y la verdad que trasluce.

Ese hijo es asombroso y la mano de Dios está con él, y la mano de Dios está en cada niño que llega, símbolo y señal de ese Niño que será de todos -todo en todos-, Bebé Santo por el que todos los niños son sagrados, por el que todos los bebés reafirman la tenacidad de una vida que no baja los brazos)

Paz y Bien

 

Nombrar a Dios


Cuarto Domingo de Adviento

Para el día de hoy (22/12/13):  
Evangelio según San Mateo 1, 18-24




(Por causa de distintas modas imperantes, porque hemos banalizado demasiado las cosas, o tal vez porque lo hemos olvidado, el hecho de nombrar a un hijo no es demasiado relevante. Pero hasta no hace mucho tiempo, el dotar a un hijo de un nombre era crucial, una acción fundamental de los padres del niño recién nacido.

Un nombre otorga, ante todo, identidad y por ello pertenencia, lazos familiares; también una historia en la que espejarse y reconocerse, el ancla de una cultura. En muchas culturas, el nombre llegaba a definir personalidad y destino del nombrado, y a su vez aunque muchos otros compartan el mismo apelativo, esa persona nueva será única merced, en gran parte, a ese nombre que se le ha brindado a puro amor y conciencia.

José de Nazareth es un humilde artesano galileo que apenas sobrevive en ese caserío sin importancia. Tras una nebulosa de siglos, entre su frondoso árbol familiar podía encontrarse al mismísimo rey David, aunque el estatus y la vida diaria del carpintero indiquen muy poco de realeza.
Sin embargo, la realeza la porta con silencioso honor, y el Evangelista Mateo lo reviste de uno de los mejores elogios a los que un hombre puede aspirar: José era un hombre justo. José era, ante todo y por sobre todo, un hombre bueno.
Está desposado, aunque aún no conviven, con una ignota muchachita judía casi invisible de su misma aldea, María. Sin lugar a dudas y más allá de las convenciones sociales de los matrimonios arreglados, se aman con la intensidad frutal de los pobres.

Así entonces, frente a ese embarazo extraño y asombroso de su esposa, José vacila y tiene miedo. Seguramente ella le ha confiado el anuncio del Mensajero, y ese bebé que se le crece y todo lo que está aconteciendo sólo es posible porque Dios ha intervenido.
No hay moralina sexual ni improbable evaluación legalista que sea acorde a la evidente inocente transparencia de María.

Las dudas de José y las ganas de irse lejos son a causa de sí mismo. Se descubre mínimo e indigno frente a la abismal enormidad de lo que se plantea, y como todos los hombres buenos, primero y ante todo no hay que hacer daño, primun non nocere, desaparecer de escena en silencio.

Pero hay gentes -imprescindibles- como José de Nazareth que cuando la razón le esgrime belicosa sus limitaciones, no se rinden con facilidad, y lo que no encuentran en la vigilia seguramente lo descubrirán si se atreven a soñar, a ir más allá de las acotadas evidencias, terreno frondoso del co-razón.
La aparición del Mensajero ante todo disipa el miedo, y José es obediente porque escucha atentamente lo que se espera de él mismo, y es un convite maravilloso. No es para cualquiera. Es para los que le ponen garra, afectos, empeño y servicio, locos enamorados de la vida, locos felices que se descubren totalmente cumplidos si hacen lo que deben sin buscar mieles de reconocimiento o recompensas, magníficos héroes diarios del cuidado humilde, del socorro silencioso, sombra bondadosa que se ofrece incondicional.

José asumirá hasta la raíz la misión de nombrar a Dios. Lo llamará Jesús -Yehoshua, Dios Salva- nombre que revela identidad y destino, nombre que le regala parientes y orígenes certeros de mesías que pueden rastrearse a la majestad davídica.
Sin José, sin su compromiso y su dedicación, Cristo sólo será otro hijo natural entre tanto niño sin raíces, un bastardo sin origen, un minúsculo grano de arena a la deriva que a nada se aferra y que nunca ha de hacer pié, retoño de madre joven sin protección y sin calor familiar para crecer firme como un roble.

Navidad es la bondadosa paradoja del Dios del Universo, Dios Eterno y Omnipotente que se hace uno de nosotros -inclusive, se llega humanamente hasta los arrabales mismos de lo profano-, y en ese estar y permanecer se pone en nuestras manos, que las buenas noticias y un mundo nuevo, santo y definitivo no serán posible si nosotros no nos involucramos, que hay que nombrarlo para que se sepa quien es en verdad, para que volvamos a acunar, poco a poco, esta vida en estos brazos)

Paz y Bien



Visitación: la historia en manos de las mujeres y los niños


Para el día de hoy (21/12/13):  
Evangelio según San Lucas 1, 39-45



(No parece una situación muy cercana a la razón y a la realidad. Sabios y reyes, bravos soldados heroicos y caudillos han debido dar un paso a un costado. Hasta los sacerdotes, como Zacarías, han sido llamados a silencio.

Sin embargo, todas las ansias de un pueblo y la historia misma de la humanidad es puesta por Dios en manos de dos mujeres y de sus hijos, niños que aún no han nacido pero que ya se manifiestan con plena vitalidad en el seno de sus madres.

Porque la Visitación supone una ruptura profunda respecto de la estructura patriarcal pero más especialmente de los modos que se suelen imaginar para los hitos históricos. Y para colmo de males, esa ruptura es propiciada y amada por el Dios del Universo.

No son dos mujeres notables.
Una es descendiente de Aarón, hermano de Moisés, y está casada con un sacerdote del Templo de Jerusalem. A pesar de sus credenciales, es casi una anciana, por lo cual se la infiere más próxima a la muerte que cercana a una vida nueva.
La otra es una muchachita campesina, apenas prometida a un ignoto carpintero galileo, que luce un embarazo extrañamente sospechoso, pues ella misma se reconoce virgen. Ella no es tenida normalmente en cuenta de tan pequeña e insignificante que parece.

Una ser recluye a las sombras de las habitaciones hogareñas en su vergüenza en abuela/madre próxima.
La otra ni se contiene ni tiene nada de lo que avergonzarse, y se larga a los caminos extensos, sola sólo en apariencia. Vá con todas las prisas en su alma encendida, porque el amor y la solidaridad no admiten demoras ni excusas. Siempre empujan.
Son dos mujeres que, por tales, no tienen mínima relevancia.

Y se encuentran y se reconocen, y son sus cuerpos benditos -embarazos crecientes, vidas en ciernes, vidas multiplicadas- los que dan la primer señal. La presencia de uno de los bebés desata la alegría saltarina en el otro. Cuando nos encontramos de verdad, cuando salimos en la búsqueda del otro es posible el encuentro, la alegría, la profecía, los asombros de cada descubrir.

Isabel reconoce en plenitud a María. Se lo dice el Espíritu que la anima, se lo dice el hijo maravilloso que vendrá en breve. 
Bienaventurada. Dichosa. María es feliz por la plenitud de su confianza, por su escucha atenta, por permitir que el amor de Dios la transforme, por descubrirse -aún tan pequeña- capaz de realizar todos los imposibles, de que la vida se le crezca porque Dios está con Ella.

Porque la fé, señoras y señores, nos vuelve felices.

No es euforia pasajera ni explosión que se impone a otros. Es la mansa alegría que permanece contra viento y marea, a pesar de toda cruz. La sostiene la roca más firme.

Esas dos mujeres son hijas fieles de Sion, y concitan y resumen las promesas de su pueblo.
Pero maravillosamente todas las naciones de la tierra, creyentes o incrédulos, son bendecidas por ellas. 
El hijo de Isabel sigue siendo la voz clara que llama sin descanso a desertar de cualquier corrupción y al regreso a la solidaridad y a la bondad.
El hijo de María de Nazareth es Dios con nosotros, la eternidad que se hace historia, un Dios que se hace tiempo, se hace momentos, gestos, humanidad, un Niño, la vida que acunamos en nuestros brazos)

Paz y Bien

Anunciación de todas las alegrías



Para el día de hoy (20/12/13):  
Evangelio según San Lucas 1, 26-38



(Nos encontramos bajo un sol bravo, en esa aldea polvorienta que presuntuosamente algunos denominan pueblo. Se trata del caserío llamado Nazareth, en donde apenas sobreviven campesinos y algún que otro artesano.

Estamos a más de 100 kilómetros de Jerusalem. Este caserío galileo no tiene relevancia cultural, ni importancia estratégica ni comercial. Es prácticamente un asentamiento. 
Por el simple hecho de pertenecer a la provincia Galilea, los puros y piadosos citadinos de la Ciudad Santa nada bueno esperan de Nazareth. Más aún, se empeñan en despreciarla, mentándola Galilea de los Gentiles; es que siete siglos atrás, una invasión asiria deportó a la mayoría de la población judía e instauró colonos por toda la zona, extranjeros que traían consigo su idioma y sus dioses. Es por ello que por más que los nazarenos, por más que dieran muestras de fidelidad a la fé de sus mayores, siempre estarían bajo sospecha. Si bien son nuestros, no son para nada como nosotros han de pensar, y es el mismo esquema que solemos sostener para todas las periferias y arrabales de nuestros mundos.

Pero el Evangelista Lucas no se limita a brindarnos una toma fotográfica, algo bucólica. Con especial exactitud, nos brinda que en esa aldea menor se encuentra una muchacha que es casi una niña. Por los rígidos mandatos legales y sociales, ella no cuenta por mujer, por campesina, por pequeña. Sólo tendrá algún derecho delegado que le brinde su futuro esposo, un carpintero del lugar a la que está prometida.
Ella es totalmente judía y palestina: de seguro ha de tener, de acuerdo a sus orígenes familiares y étnicos, un rostro bronceado por los punzantes soles de la zona y cabellos morenos, a pesar de que a través de la historia se han hecho pinturas y esculturas que la definen rubia, europea, india latinoamericana, con ojos celeste cielo o tez de muchacha de barrio.

-debe ser porque, sin darnos cuenta, imaginamos muy parecidos a nosotros a aquellos a quienes amamos. Y Ella sin dudas lo es, aunque en otros aspectos- 

Allí en donde nada bueno ni nuevo se espera, allí a quien nadie prestaría un segundo de su atención para la escucha o el diálogo porque se trata de una nadie, allí mismo se hace presente un Mensajero que es, literalmente, la Fuerza de Dios, Gabriel. 

Gabriel irrumpe en la silenciosa vida de la niña, pero la trata con un respeto y una consideración inusitadas, como pidiéndole permiso y disculpas por la intromisión. 

El amor de Dios resplandece en la pequeña y enorme transparencia cordial de María, y no es arriesgado imaginar a un extraño Dios que se enamora de Ella, y que pone en sus manos el destino de la humanidad. Por eso mismo, el universo entero contiene el resuello, temeroso de que Ella -justificadamente- diga que nó, que retroceda temerosa de su nada, avergonzada de su insignificancia. Es una hija fiel de Israel y conoce las tradiciones y profecías de su pueblo, y lo que le plantea el Enviado es más que demasiado. Es virgen -apenas está prometida a un carpintero del lugar- pero sin embargo le propone ser la Madre del que todos esperan.

Por eso su Sí es tan grande, tan determinante, tan paradójicamente concluyente. Aunque la razón le diga que no, sigue los mandatos de su co-razón. Aunque es Ella sola, tan pequeña frente a la inmensidad de su Dios, confía. Confía como locamente confían los que se atreven a la fé y al amor. Y así la historia adquiere sentido, destino, y la tierra deviene santa. Porque si la creación es un gesto de amorosa bondad, la Encarnación es el asombroso designio de la Gracia que todo lo hace posible, un Dios que se hace uno de nosotros en Jesús de Nazareth a través de María.

Anunciación es saludo infinito a María, Madre de Dios, Llena de Gracia.
Anunciación es instauración mansa de todas las esperanzas y las alegrías, de un Dios que se juega abiertamente por los pequeños y los que no cuentan, del amor que engendra vida nueva y total.
Anunciación es la afirmación definitiva de que Dios todo lo transforma desde las periferias en donde nada suele esperarse, de el tiempo de los imposibles ha finalizado, de que Él siempre cumple con sus promesas y que, por sobre todo, es Salvación incondicional y gratuita para todos los que se animan a confiar)

Paz y Bien



 

La Anunciación de Zacarías



Para el día de hoy (19/12/13):  
Evangelio según San Lucas 1, 5-25




(Isabel y Zacarías, Zacarías e Isabel. Ambos pertenecientes al último resto fiel de Israel, ambos partícipes de la historia y los espacios sagrados de su pueblo. Ella, por descender de Aarón, él, sacerdote de la clase sacerdotal de Abías, que brinda su ministerio sacerdotal en el Templo de Jerusalem. Ambos simbolizan la vivencia plena de la Ley en la vida cotidiana y en el culto.

Viven en una aldea en las montañas de Judea, Ain Karem. Sin embargo, parecería que los acontecimientos principales acontecen alrededor del enorme Templo de la Ciudad Santa.
Ambos han llegado a las puertas de la ancianidad: se podría inferir que ambos han sido benditos con la longevidad en tiempos en que la expectativa de vida era bastante reducida a lo que hoy tenemos por normal. Aún así, portan la condena de la esterilidad. A pesar de su fidelidad y de ser casi abuelos, no han podido tener hijos. 
Según las tradiciones rabínicas y patriarcales de aquel tiempo, ello traía aparejado como consecuencia cierto desprecio -a veces no tan evidente ni explícito- porque una vida estéril es una vida que se apaga sin frutos, una vida que no contribuye a la expansión de Israel, vidas que poco a poco se apartan de toda participación comunitaria. 
Y hay otra cuestión que no se menciona en esa época y en ésta de tanta moralina firme y banal a la vez: se trata de dos personas mayores a las que, por tales, se las supone exentas de expresar mutuamente su amor a través de sus cuerpos. Es decir, que por ancianos y por estériles, la sexualidad implica una prohibición y una cancelación en apariencia natural. Su contrapartida es vergüenza y es oprobio.

Con todo y a pesar de todo, comienza un tiempo nuevo de cosas asombrosas y extraordinarias.

El suceso principal anunciado por el Evangelista Lucas acontece en un ámbito santo: el pueblo en oración tenaz, el sacerdote ofreciendo el incienso cultual en el sitio más sagrado del Templo al cual solamente accedían los sacerdotes, algo así como el sagrario/tabernáculo. Allí un Mensajero le brinda una noticia asombrosa: a pesar de su edad y la de su esposa, será finamente padre, y el hijo que ha de venir será un grande en Israel, un hombre santo, una alegría para sus padres y para todo el pueblo. 

-en los pueblos más sencillos y en algunos barrios permanece esa fabulosa y mansa costumbre de celebrar la vida que se renueva en cada nacimiento-

Como si no fuera suficiente, el Mensajero le anuncia también que el Niño ha de llamarse Juan, es decir, Dios es misericordia. El niño será profeta, proclamará la llegada inminente de Aquél que todos espean desde hace tanto, y denunciará todo lo que se opone al proyecto de Dios, a la vida misma, y emprenderá una santa tarea de reconstrucción de las familias, tarea de reconciliación y perdón.

Para Zacarías, sacerdote y ante todo hombre de fé, quizás es demasiado. Porque cuando la razón no es suficiente, hay que dejar paso al co-razón. Por ello mismo la intención aquí no es detenernos en un pretendido castigo a causa de la incredulidad de Zacarías.
Mejor es reflexionar que hay momentos en los que es necesario callar, hacer silencio para permitirnos escuchar lo que Dios nos quiere decir, aguardar pacientemente a que vengan tiempos más propicios en que no nos surjan las quejas sino las gratitudes y las alabanzas. Que vengan los tiempos de celebrar la vida con todas las letras.

Una mujer -casi abuela- se esconde por varios meses por la vergüenza de ser una madre próxima a su edad.
Otra mujer -casi una abuela- se pone en camino para contar las maravillas que le han sucedido, la vida que se le crece en su seno, un Dios que la ama en su enorme pequeñez.

Un hombre viejo y sacerdote ha de callarse hasta que sea la ocasión perfecta y justa de volver a hablar verdades.
Una mujer galilea canta a con toda su voz a un Dios magnífico que siempre cumple sus promesas, que es misericordia y liberación, Dios que derriba a los poderosos y está profundamente enamorado de los pobres y los humildes.

Es el tiempo de la Gracia, el fin de todos los nuncas y los jamases, el comienzo de todo es posible, el nacimiento próximo de todas las alegrías para todos los pueblos de la tierra y la historia)

Paz y Bien

Los sueños del carpintero



Para el día de hoy (18/12/13):  
Evangelio según San Mateo 1, 18-24



(Hay cosas que -por esos favores que se suelen conceder a una ortodoxia y a una exégesis rigurosas- suelen soslayarse y pasarse de largo por considerarse irrelevantes o carentes de importancia.
Más concretamente, y aunque los Evangelios no lo mencionen explícitamente, se trata del amor entre María y José de Nazareth, esos jóvenes esposos a los que nos gusta quitar sus caracteres humanos, con lo cual devienen en instrumentos obedientes pero pasivos de Dios, marionetas fieles sometidas a los designios divinos.
Sin embargo, en las Escrituras podemos intuir la presencia entre ellos dos de ese amor que los florecía. Así entonces, quizás, puedan explicarse ciertas cuestiones.

Ante todo, el porqué ese carpintero judío, humilde y pobre artesano descendiente del rey David, es vindicado sin asomo de dudas como un hombre justo.

Es un hombre justo porque, más allá de cualquier juego de vocablos, ajusta su voluntad a la voluntad de Dios.

Él pertenece al resto fiel del pueblo de Israel. Es de esos hombres -escasos, claro está- que llevan inscrita en las honduras de su corazón la ley de Dios pero que les bulle mansamente el Espíritu que ha animado a esa ley, el Dios de sus mayores, Dios de la vida y la libertad. Para José no se trata de preceptos tallados en piedra ni de rígidos reglamentos a cumplir de modo automático, espacios estrechos en donde ni la compasión ni el amor tienen lugar. El legalismo absurdo y sin sentido es inaceptable para hombres así.

La mujer que ama y con la que quiere vivir toda la vida -están prometidos pero aún no cohabitan- presenta un embarazo asombroso. Por esa sintonía de afecto profundo entre ellos, hemos de suponer que se contaban todo lo que les sucedía, al modo que los novios de todo tiempo comparten sus sueños. Por eso mismo, ese embarazo que viene de Dios se le hace ajeno por completo, y no por la biología ni por la inflexibilidad de la ley que implicaba un libelo de repudio y una muy posible lapidación de la contrayente frente a un potencial adulterio.

Las dudas no están sobre María, las dudas están sobre sí mismo. Es un hombre íntegro que sabe el abismo que separa su escasa humanidad frente al misterio de su Dios, un misterio que descubre creciéndose en silencio en el interior de esa mujer que ama.
Así, él se descubre inmensamente indigno de ser partícipe de esa conjunción, y por ello su intención del repudio en secreto. Así, él quedaría ubicado en el lugar que supone le corresponde pero, especialmente, la muchacha y el niño que viene estarán a salvo de cualquier represalia legal. 

Es claro que las condiciones que nos impone la razón son tan determinantes. Pero a la verdad no se accede solamente a través de los limitados parámetros de la razón, sino también del co-razón.

Las Escrituras toman a los sueños como herramienta simbólica para la revelación de Dios al hombre. Pero los sueños también son el ámbito en donde pueden resolverse aquellos problemas que en la vigilia -en la determinación racional- no encuentran respuestas. Los sueños como momento propicio para aquellos que no se resignan ni se rinden, de los que a pesar de andar confundidos y no entendiendo del todo no bajan los brazos y confían, y esperan con todo y a pesar de todo.

En los sueños del carpintero un Mensajero se aparece trayendo certezas y calma. Y no es arriesgado imaginar que el Mensajero puede hacerse presente también porque José se atreve a soñar.

José tendrá la importantísima misión de brindar a ese Hijo increíble y maravilloso un apellido y una vertiente real que responderá a las expectativas mesiánicas de todo un pueblo. En caso contrario, ese Jesús sólo sería un niño sin nombre ni historia, un pobre bastardo irrelevante.

¡Qué importante es dar un nombre! En las modas y banalidades de nuestros tiempos, hemos olvidado su real importancia y significado. El nombre otorga una identidad y personalidad concretas al nombrado -Dios Salva-, y en nuestro caso tan importante misión de corresponde a ese ignoto carpintero belenita del cuidado y la protección, del servicio y el amor genuino, sin condiciones.

Él no ha engendrado a ese Niño, pero no por ello será menos padre. Más aún, ese Niño que transformaría la historia de la humanidad, seguramente recordaría que a su padre carpintero le llamaba Abbá, y con ese recuerdo magnífico y cálido enseñaría unas verdades acerca de Dios que aún hoy nos cuestan aceptar.

Los Evangelistas no rescatan palabra alguna pronunciada por el carpintero capaz de soñar. Sin embargo, ello quizás no sea necesario, porque hay gentes así, como José de Nazareth, que pasan por la vida en silencio, con un silencio que es más estridente que cualquier grito, a los que les basta hacer lo que deben y se dan por cumplidamente felices al vivir en plenitud la propuesta de destino a las que se les invita, la de ser esposo y la de ser padre, la de saberse mínimo pero también importantísimo para los planes de Dios, porque el tiempo de la Gracia es tiempo Santo de Dios y el hombre)

Paz y Bien


Como uno de tantos, desde los márgenes de la historia




Para el día de hoy (17/12/13):  
Evangelio según San Mateo 1, 1-17



(Desde una perspectiva racional y cientiífica, la genealogía de Jesús de Nazareth que ofrece el Evangelista Mateo es, cuanto menos, inexacta, errónea y confusa. No dán las matemáticas de las generaciones, hay notorias brechas de tiempo entre algunos personajes. Y para colmo de males -como ratificando su postura errónea- Mateo destaca la preponderancia de las mujeres entre los ascendientes de Jesús, algo impensado e imposible en la mentalidad patriarcal y religiosa de la época.

Pero los pretendidos errores de Mateo son maravillosamente deliberados. Esta extraña genealogía de Jesús es, ante todo, teológica, o sea, espiritual antes que histórica.
Por ello Cristo es descendiente de Abraham, del viejo pastor de Ur que por su fé amplia e inquebrantable se bendicen todos los pueblos de la tierra y de los tiempos.
Por ello Cristo también es descendiente del rey David, no sólo para responder a las expectativas mesiánicas de Israel: el Salvador no es una abstracción ni una figura simbólica, es Alguien bien concreto, con un rostro definido, con una hstoria que lo precede y que Él enaltecerá, un Salvador encarnado en una tribu de esclavos que, pacientemente, a través de os siglos, encuentra de la mano de su Dios la liberación y una identidad concreta.

Se destacan cinco nombres extraños, de mujeres sospechosas y hasta marginales en este sendero cuidadosamente establecido, y quizás podemos entrever que la Salvación tiene una importante faz de mujer antes que de reyes y guerreros.
Estas cinco mujeres son, en el mejor de los casos, marginales y muy irregulares, de conductas cuestionables.

Tamar es cananea, y mediante ardides -se disfraza de prostituta- confunde a Judá, logra tener un hijo con éste para que se mantenga viva la promesa de Salvación y no se quebrante la Ley.

Rahab también es cananea -extranjera y de pueblo enemigo-, que aloja en su hogar a soldados israelitas para que puedan ingresar a la tierra prometida luego de la travesía del desierto.

Rut es moabita -extranjera también- viuda y agobiada de pobreza, elige quedarse con el Pueblo Elegido, y por esa fidelidad se convertirá en la bisabuela del rey David, y por eso es transmisora y garante de que la Promesa siga en pié.

Betsabé -descripta por Mateo como la mujer de Urías- es una mujer hitita casada con un oficial del ejército, que es seducida y violentada por el rey David. Ella se convertirá en madre del rey sabio, Salomón.

María de Nazareth, una muchachita judía de aldea innominada y polvorienta, porta un embarazo sospechoso. Ella será madre del Salvador, del Mesías esperado, como si todas esas mujeres, a través de los siglos, la hubieran señalado en silencio.

Lo que cuenta es que Dios sigue haciendo música desde pentagramas torcidos y con instrumentos a veces muy desafinados.

Lo que cuenta es que ese Dios renueva la vida y la esperanza desde la periferia de todas las existencias, desde donde nada se espera.

Lo que cuenta es que Dios se ha tejido amorosamente en la historia humana, y que ese Cristo, su Hijo y nuestro hermano, ha nacido como uno de tantos, en un pueblo determinado, con una historia puntual que en cualquier otra circunstancia lo condicionaría, pero que Él resignifica y la hace eterna. Uno de tantos, uno de nosotros, el más humano de todos, para que toda la humanidad sea beneficiaria de esa Promesa nunca finalice, para que todos los pueblos brinden con la copa de la Gracia, para que desde los bordes mismos de la existencia se siga transformando la vida.)

Paz y Bien

Conflictos de autoridad



Para el día de hoy (16/12/13):  
Evangelio según San Mateo 21, 23-27



(La escena cobra su verdadera relevancia por donde se desarrolla, y es en el mismo Templo. El Maestro había expulsado a mercaderes y derribado las mesas de los cambistas y ello, junto con todo lo que venía haciendo y el modo en que hablaba y enseñaba, ponía nerviosos a los que detentaban el poder religioso y por ende social de Israel. Es por ello que quienes lo interpelan son los ancianos del pueblo -presuntamente, miembros del Sanedrín- junto a sumos sacerdotes.

Ellos ejercen la máxima autoridad por sobre el pueblo de un modo absoluto, con carácter de dominio y ejercicio al modo de propietarios con derechos, y eso no admite competencia alguna.
Es dable suponer también, al menos en parte, que a Jesús de Nazareth le guardaban cierto desprecio por su humilde origen galileo, carente de pergaminos académicos que exhibir o de ascendientes notables en los que escudarse. Pero el núcleo central es que ese Cristo representa para ellos una amenaza que no alcanzan a comprender del todo, pero que entienden que es necesario eliminar. Siempre gustamos de interpretar a la realidad y al otro desde una única perspectiva.

Para colmo de males, Jesús rechaza ser denominado Hijo de David, con lo que queda desechada una eventual intervención romana en cuanto a una potencial sedición. Les hubiera significado un negocio redondo que otros se ensuciaran las manos y ellos lograran su objetivo. Pero a la vez no quiere tampoco ser llamado abiertamente Mesías: de ese modo, ellos tendría así la herramienta legal de la blasfemia para procurar su condena a muerte.

Las preguntas que le hacen se revisten de esa misma índole: para ellos hay un patente conflicto de autoridades que es menester resolver a la brevedad. Por eso mismo se trata de una pregunta con dos vertientes: qué autoridad tiene y quién le ha conferido esa autoridad.
Ellos mismos son la ortodoxia, la norma oficial, aquellos que legitiman y acreditan a escribas y rabbíes, y así entienden que Él debe rendirles cuenta de sus acciones. Ese galileo insolente está usufructuando algo que no le pertenece.

Jesús es el Siervo sufriente, encarnación de la misericordia de Dios. Pero que sea manso como un cordero no implica que sea tonto en la misma proporción. Es por ello que con astucia y picardía campesinas les responde con una pregunta, que no tiene nada de evasión, y su pregunta los descoloca y desconcierta por completo, colocándolos frente a un insoluble dilema.

Esos hombres no tienen excusas ni argumentos posibles frente al Bautista. Si el testimonio de Juan provenía de Dios, ellos lo ignoraron y ningunearon, encerrados en su soberbia. Si abiertamente cuestionaban su inspiración, tendrían a todo el pueblo en su contra, pues el Bautista era considerado un profeta, un hombre santo. Esta última inquietud es muy similar a esas ansias que hoy encontramos en las preocupaciones de los poderosos para con la opinión pública.

Por esa disyuntiva, ellos no contestan. Sin embargo, con todas sus bibliotecas de respaldo, no se dan cuenta que así están minando su propia autoridad, porque la gente más sencilla -especialmente, todos aquellos que no suelen ser tenidos en cuenta para nada excepto a la hora del dinero o los votos o la guerra- sabe bien desde donde soplan los vientos y por donde amanece el sol cada día.
Por eso dicen que los pobres y los pequeños son los que en verdad los mejores custodios de Cristo y de la Buena Noticia.

Se trata de permitirse la claridad de la verdad, de hacer ecos buenos de las evidencias eternas y silenciosas que están allí, a la vista de todo aquél que se atreva a mirar y a ver. Se trata de redescubrir que la autoridad es servicio que hace nacer cosas nuevas, que no es dominio ni imposición, que no hay que pedir permiso para la bondad, y que hay un Cristo que prevalece en las honduras de los corazones más allá de cualquier cuestionamiento)

Paz y Bien

El pequeño y enorme Bautista



Tercer Domingo de Adviento - Domingo de Gaudete

Para el día de hoy (15/12/13):  
Evangelio según San Mateo 11, 2-11



(Juan, hijo de Zacarías e Isabel, es un profeta con todas las letras, pleno de su identidad judía, totalmente un hombre de Dios y de su pueblo.

Es el último de una larga tradición de hombres de mirada lejana, pacientemente insertos en la historia por Dios para restablecer el sendero veraz para la humanidad extraviada. Se trata de hombres fieles y veraces, y entre ellos, Juan es el último, el que se ubica al final de esa extensa y sinuosa caminata cierta de tantos siglos, un final que no es clausura sino que es inicio definitivo.

Juan hereda todas las tradiciones, y en él perdura la teología / espiritualidad de su gente. El Mesías está por venir en cualquier momento, su llegada es inminente, y la mirada preponderante era la de un rey glorioso que traería liberación mediante una imponente victoria militar; sin embargo, hemos de reconocer que varios de os profetas también señalaban al Mesías con una imagen contrapuesta, la del Servidor sufriente, la del príncipe de la paz y la misericordia.
Pero Juan es un hombre de fuego, y su clamor a la conversión es bélico, conminatorio. Es imposible no estremecerse frente a las miserias humanas que la integridad del Bautista expone, y así sucederá siempre con las mujeres y hombres de Dios.

Porque el Bautista es una llama firme de integridad que jamás vacilará ni oscilará según conveniencias, tal como suelen hacer muchos como cañas sibilantes por los vientos.
Porque el Bautista se ha abandonado totalmente a las manos de Dios -un hombre del desierto y la naturaleza- porque sabe que los entresijos del poder que oprime se afinca en los palacios, se reviste de pompa, se rodea de lujos. Y la profecía florece en el desierto, bien lejos del poder, los poderosos, de la corrupción.

Por todo ello es más que razonable que, encontrándose detenido en las mazmorras herodianas, envíe a dos de sus discípulos con una pregunta crucial para Jesús de Nazareth. Juan sabe que el tiempo está maduro, pero la imagen que encuentra en el Maestro no se condice con la que él posee acerca del Mesías, y quiere saber si debe seguir esperando a otro tan bravo como él mismo.
La respuesta de Jesús no es reprobatoria. Los mensajeros de Juan han de regresar donde éste y contar lo que han visto: los ciegos ven, los lisiados caminan, los leprosos son purificados, los muertos son regresados a a vida y se anuncia la mejor de las noticias a los más pequeños y a los pobres.Quizás allí esté la síntesis perfecta de toda misión, contar y hacer presente que el tiempo de todas las bondades ha llegado y está entre nosotros.

Así entonces Juan es enorme, el más grande de entre los nacidos de mujer por ser tan cabal, tan de Dios y de su pueblo, experto lector de los signos del tiempo -a los que en verdad hay que prestarle atención-y especialmente por allanar los caminos para Aquél que está llegando, Aquél que todos esperan.
Sin embargo, es el más grande pero paradójicamente el más pequeño. Sus ojos y su corazón perciben al Cristo de Dios, pero Juan se quedará en las fronteras inmediatas del universo de la Gracia.
Por ello la mayor de toda la humanidad, la más plena y feliz será María de Nazareth, Llena de Gracia, Madre de Dios.

Hoy es Domingo, y más aún, Domingo de Gaudete -es decir ¡Regocíjense!-, porque el Salvador ya llega, está a un sólo paso, ya viene. Y porque muchas mujeres y muchos hombres íntegros siguen señalando desde su entereza, desde su justicia, desde su fidelidad cual es el camino ha seguir, los que permanecen fieles a pesar de todos los Herodes violentos y corruptos de este mundo)

Paz y Bien

La auténtica maldición

Para el día de hoy (14/12/13):  
Evangelio según San Mateo 17, 10-13




(Los discípulos, que habían visto transfigurarse al Señor y conversar en la cima de ese monte con Moisés y con Elías, se preguntaban especialmente por este último. Mientras que Moisés representaba para el universo religioso de Israel la libertad que les otorgaba la observancia de la Ley, Elías era el profeta por excelencia, aquél mismo que había sido llevado a los cielos y que regresaría rodeado de fuegos espectaculares prefijando la inminente llegada del Mesías.

La misión de Elías no era menor: su cometido era el de la reconciliación entre padres e hijos, la restauración de la concordia, del arrepentimiento y del perdón, con el fin de que no campeara la maldición, y esta maldición no debe entenderse como un castigo divino.

Porque la auténtica maldición de pueblos y naciones acontece cuando se quebranta la familia, cuando desaparece el respeto, cuando no se cuida a los viejos, cuando rezuman rencores y escasean reconciliaciones.

Para Jesús de Nazareth no había que buscar ni esperar la espectacularidad: el profeta ya había regresado, y no se le había escuchado, no se le había prestado atención, y se lo maltrató sin conmiseración. A pesar de todo, la entereza cabal del Bautista es la señal cierta del tiempo maduro, del tiempo del Salvador.

Por ello quizás Adviento también sea tiempo de restauración de lazos quebrados, de sanar viejas heridas, de recuperar las ganas de cuidarnos y el humilde servicio de proteger a los que no pueden defenderse. 
Eso es profecía, eso acelera el alba, eso es regalo y honra para el Niño Santo de nuestras alegrías)

Paz y Bien

Cómodas evasiones


Para el día de hoy (13/12/13):  
Evangelio según San Mateo 11, 16-19




(A Juan el Bautista no le toleraban su voz clara y sin ambages, su vida ascética, pobre y disciplinada al Espíritu. Era tal la entereza del Bautista -un hombre tan cabal, inclusive más allá de lo religioso- que aún cuando se hubiera mantenido en silencio se trazaba una distancia ética abismal entre esos hombres que le criticaban y su profética persona.
Por ello mismo, por esa brecha, lo tildaban de endemoniado Es más fácil la crítica despiadada y sin fundamento que seguir el ejemplo y la llamada a la conversión.

Así como rechazaban a Juan, a Jesús de Nazareth -que se sentaba a la mesa a comer y beber, especialmente con los que nadie compartiría cenas- no le iba mejor.. Mientras que Juan fué clasificado como loco irrecuperable, al Maestro lo mentaban como borracho, glotón y amigo de pecadores, y no es una acusación menor. A los persistentes en esa rebeldía, Dt 21, 20-21 les preveía la muerte por lapidación. No es una descalificación o un insulto más, y ya se avizora la sombra de la cruz.

Se trata, en ambos casos, de la misma actitud, de cómodas evasiones a costos elevadísimos -la vida misma- para no cambiar jamás, para conformarse, para renegar de las evidencias y las certezas veraces. Y esas evidencias, esa verdad a menudo puede explicitarse en los sitios y en las gentes más inesperadas, especialmente en aquellos que no consideramos como pares o propios.

Ello también corre para la sabiduría. La erudición no es sinónimo de sabiduría, y la acumulación de conocimientos -por importantes que fueran- no constituyen ningún aval.
Porque es un tiempo distinto, en donde hemos dejado de creer en algo. Creemos en Alguien, en ese Dios que se hace uno de nosotros, en un Cristo que nace niño pobre, la vida acunándose en nuestros mínimos brazos. 
La sabiduría se manifiesta en cada gesto de bondad y en cada acción de paz y liberación que realiza Jesús o que encarnan sus hermanas y hermanos en Su Nombre)

Paz y Bien

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