Treinta monedas, el precio de un amigo



Miércoles Santo

Para el día de hoy (27/03/13):  
Evangelio según San Mateo 26, 14-25

(A través de los tiempos, Judas Iscariote ha quedado identificado como el ejemplo por autonomasia del traidor; en la práctica, su nombre se ha vuelto un doloroso adjetivo.
No es para menos: lo evidente es que Judas decidió, de manera conciente y libre, entregar al Jesús de Nazareth a manos de sus enemigos. 

Indagar acerca de las motivaciones que llevaron al Iscariote a tomar esta decisión nada cambia, no obstante ello puede darnos algunos elementos que nos sean útiles a la hora de la reflexión y, porqué no, para la oración o mejor aún, para una lectura orante de la Palabra.

Como todos los apóstoles, Judas poseía una cosmovisión apocalíptica /escatológica de la historia, es decir, suponía que los tiempos estaban maduros y que la llegada del Mesías era inminente. Esta llegada mesiánica implicaba la derrota absoluta de aquellos que oprimían a Israel y, por tanto, su liberación: así entonces, el Mesías en el que creían iba a ser un rey poderoso y victorioso, que imperaría a la manera de los reyes de este mundo. Lo religioso quedaba intrínsecamente unido a lo secular, y en cierto modo, Dios formaría un gobierno sagrado en la tierra santa.
Esa inminencia se alimentaba también de las angustias y ansiedades de un pueblo humillado y sometido por siglos. Así entonces, llegaba este galileo al que identificaban con lo anunciado por las antiguas profecías y se atrevía a cuestionar todo lo que ellos creían, echaba por tierra un cúmulo de tradiciones de sus mayores y, para colmo de males, pregonaba la paz y que su Reino no era de este mundo. Aceptar todo esto -al igual que a cada uno de nosotros- implicaba una transformación raigal que supera por lejos los esquemas mentales: es aquello que conocemos por conversión, que es ante todo unirse y confiar en ese Cristo amigo y compañero antes que la adhesión a una doctrina.

Desde estos parámetros, tal vez en parte pueda comprenderse la traición de Judas: quiere forzar la masacre de su Maestro para que Dios intervenga de una buena vez, y así se concrete la consumación de la historia. En ese mismo orden de ideas, el Iscariote no sólo se dirige al Sanedrín en tanto que estos hombres poderosos son los enemigos declarados del Maestro, sino porque ellos representan la tradición de sus mayores, lo que conoce, lo que le brinda cierta comodidad y seguridad; por ello mismo pacta un pago de treinta monedas de plata -treinta shekels-, que era el valor prescrito por la Ley de Moisés para cuando se hería o lastimaba de muerte a un esclavo. Todo está signado por una interpretación estricta y literal de la Ley.

Más allá de todo, hemos de beber los signos y los símbolos que nos brinda la Palabra.
Por un lado, el Cristo de nuestra salvación vendido a precio de esclavo, y así, ponerle precio a la amistad brindada por Jesús incondicionalmente a Judas y a los otros durante esos tres años.
Por el otro, el miedo -siempre el miedo-, el miedo a lo nuevo, el miedo a la verdadera liberación, el miedo a dejar atrás lo que oprime y hace daño, por más institucionalizado y tradicional que fuere.

Nunca se vende a un amigo, jamás debe entregarse a un inocente por el motivo que fuere. Y aquí, la entrega del Manso de las Naciones está intrínsecamente relacionada con esas monedas. Es el dinero asociado directamente a la muerte, y a la muerte de Dios.

Ese Cristo pobre no tuvo ni tiene hogar ni lugar.
De bebé, carece de cuna: nace en un refugio de animales -trono amoroso de brazos de Madre-.
De niño, vivió en la casa de José el carpintero nazareno, su padre.
De hombre, ya en su ministerio, hace hogar al abrigo de las estrellas, vive en la casa de Pedro en Cafarnaúm, se encuentra como en familia en Betania -en la casa de Lázaro, Marta y María-, y en vísperas de su ejecución, le ceden un salón para celebrar la Pascua con sus amigos.

Este Cristo no tiene sitio ni lugar propios. Su hogar está allí en la casa de sus amigos, en donde los suyos le hacen espacio, en donde sus amigos lo invitan.
Cristo es caminante, y habita allí mismo, en donde le hacen lugar para compartir el pan, beber la existencia y compartir la vida.)

Paz y Bien

0 comentarios:

Publicar un comentario

ir arriba