María de nuestras esperanzas



Para el día de hoy (10/05/13):  
Evangelio según San Juan 16, 20-23a



(Hay que andarse con cuidado al tiempo de reflexionar lo que el Evangelio para el día de hoy nos brinda, en especial con lo relativo al dolor; ese cuidado ha de ser para nosotros producto de aquella compasión que seamos capaces de encarnar y ejercer. Es que para el que sufre -cualquiera sea el origen de su pesar y sufrimiento- a menudo no hay nada más que esas penas que lo agobian, y no queda otro horizonte que el de esa cruz de lágrimas perpetuas.Todo esfuerzo en convencer de lo contrario deviene en estéril, quizás porque se trate ante todo del co-razón antes que de la razón, y porque toda esperanza -al igual que la psicología nos ha enseñado acerca del duelo- requiere un proceso de germinación, de crecimiento, de maduración y de florecer.

Por ello no es casual -nada lo es, hay causalidades que no casualidades- que el Maestro mencione como símbolo y figura a la mujer y al parto. 

La llegada de Dios a nosotros -Emmanuel- acontece por su bondad asombrosa y a partir del Sí! infinito de una pequeña muchacha galilea que confía en su Dios, a tal punto de volverse su Madre.

Al pié de esa cruz de dolores estará firme esa Mujer que es Madre y discípula -corazón quebrado, fé que la sostiene-, una Mujer que no renuncia a su destino ofrecido de Madre a pesar de que el Hijo de sus entrañas y sus amores se le está muriendo como el más abyecto de los delincuentes.
Allí al pié de la cruz María renueva su condición de Madre, prohijando entre sus ojos llorosos a todos los capaces de aceptarla como Madre en sus hogares, que son mucho más que una casa edificada.

María de nuestra esperanza, la que desde la cruz nos acompaña cuidando el ínfimo germen de esperanza, de que hay más -siempre hay más- y que esa esperanza ha de crecer como árbol fuerte en la Resurrección para florecer en frutos y flores con su presencia de amor y cuidado en Pentecostés.

Desde la fé es posible, por el amor de Dios, cualquier éxodo de liberación. Desde la fé todo puede cobrar nuevo sentido, hasta ese dolor que nos derrumba y quebranta.
Y la custodia fiel de esa esperanza es María de Nazareth, rostro materno de ese Dios que nunca nos abandona, hermana, Madre y compañera de nuestras penas y fuego nuevo para nuestras alegrías apagadas)

Paz y Bien

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