Iglesia en marcha



Para el día de hoy (30/06/13):  
Evangelio según San Lucas 9, 51-62


(El Evangelio para el día de hoy nos brinda dos coordenadas muy importantes: primero, que Jesús está camino a Jerusalem, es decir, que marcha al encuentro de la Cruz, a cumplir en fidelidad su misión hasta el fin, antes que buscar con denuedo los albores capitalinos. Segundo, Él se encuentra en la carretera, en algún punto de Samaría.
Samaritanos y judíos se odiaban con singular fervor: aquellos poseían una fé poco ortodoxa, con literatura y tradiciones religiosas propias, y además un Templo santo en Garizim que, en cierto modo, competía con el de Jerusalem. Los de Judea, heridos en su amor propio y vulnerada su identidad nacional, los despreciaban por todo ello, y ese desprecio encontraba eco en los habitantes de esas tierras. Por ello mismo Jesús envía mensajeros con el fin de preparar en un pueblo de la zona alojamiento que les brinde cobijo y descanso de los duros trajines de la ruta, y el empeño de estos enviados deviene nulo. Se trata de peregrinos en camino al templo de Jerusalem, y para los samaritanos -tan cerrados en sus trece como los mismos judíos- el simple paso se les hace afrenta.

Juan y Santiago, los hijos de Zabedeo, parece que eran de carácter bravo; bastaba una pequeña chispa para encender sus furores, de tal modo que se los conocía como hijos del trueno. Por eso y en talante de franca venganza, interpelan al Maestro: desean hacer caer sobre esos samaritanos una lluvia de fuego que los consuma. Es el nefasto y torpe atajo de la violencia que busca aniquilar enemigos o adversarios, corta vereda de muerte, a menudo fundada con las mejores intenciones.

Jesús no se explaya demasiado. Reprende a los suyos y sigue andando.

Es que los fuegos válidos son los que encienden los corazones, es que en el tiempo nuevo del Reino hay victorias extrañas en donde todos ganan y en donde no se permite derramar otra sangre que no sea la propia, y para que otro viva. Y no valen los atajos.

La comunidad creciente que llamamos Iglesia se hace por mandato de amor entrañable de Dios, y se edifica en marcha, sin detenerse en vanas comodidades ni escapándose de las cruces que se le asomen en su horizonte. Es un andar que se hace con otros y para otros, jamás -nunca jamás- contra otros, contra nadie, sin imposiciones ni violencias.

Cuando la Iglesia se detiene y enciende detectores de enemigos, cuando se acomoda en fulgurantes conforts reniega expresamente de su misión y de su identidad peregrina.

La Iglesia siempre ha de estar en marcha, porque la vida es movimiento, porque su Dios es camino. Por ello mismo ha de dejar atrás la muerte, por eso a nada debe estar atada, por eso su historia -por dolorosa que sea- ha de quedar atrás como sabiduría que ilumina y no como lastre que detiene. 

La insistencia de Jesús de Nazareth de ponernos en marcha, más que un simple mandato planificatorio, es más bien una súplica revestida de urgencia, y ya no es posible quedarnos quietos, conformes con miserables vanidades. Porque el Reino se decide aquí y ahora, manos unidas de Dios y la humanidad)

Paz y Bien

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