Cuando Dios se duerme



Para el día de hoy (02/07/13):  
Evangelio según San Mateo 8, 23-27


(Varios de los discípulos de Jesús tenían la pesca por oficio; entre ellos podríamos citar a modo de ejemplo a Simón, a Andrés, a Juan, a Santiago. Su actividad -sustento para sus familias- se desarrollaba en el llamado mar de Galilea o Tiberíades, que es en realidad un lago de agua dulce que se encuentra al norte de Palestina, cerca de cadenas montañosas.

Ahora y en aquel entonces, cuando los vientos se filtran por entre las cumbres se producen bravas tormentas repentinas que no dan demasiado tiempo de preaviso. Así seguramente sucedió durante los hechos narrados por el Evangelio para el día de hoy. Esos hombres endurecidos de trabajo eran expertos en su oficio, y si están a voz en cuello angustiados por el miedo a perecer, es que sin dudas la cosa viene muy mal, el peligro es real, tangible e inminente.

Sin embargo, el Maestro duerme pacíficamente en esa barca que casi parece voladora, y además de su cansancio desborda de confianza aún en sueños. Ni el oleaje ni las tormentas disipan su tranquilidad: sólo interrumpe su sueño el grito desgarrador de sus amigos, dominados por el miedo.
Con todo y a pesar de todo, Él está siempre atento a las necesidades de los demás, y por ello dos tormentas se calman, los remolinos del mar y las almas encrespadas de sus amigos.

A veces sucede que esta pequeña barca en la que navegamos se está por hundir. Marejadas implacables o simples chubascos amenazan con hacernos volcar, sucumbir bajo tanto viento en contra. Y también parece que Dios se nos ha dormido, y que en su sueño nos abandonó a nuestra suerte.

Pero la barca es de Él, y no quedaremos jamás a la deriva.

Basta con pedir confiados, que toda tormenta ciertamente se volverá noche calma, aguas mansas, vientos de paz)

Paz y Bien

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