La cruz de cada día



Para el día de hoy (09/08/13):  
Evangelio según San Mateo 16, 24-28



(Cuando esta lectura del Evangelio nos interpela, como en el día de hoy, es menester detenerse por un momento ante el significado primero de la cruz. 
La cruz era el método de ejecución y cadalso utilizado por el Imperio Romano en todos sus dominios: en ella se efectivizaba con cruel y estudiada precisión a los subversivos, a los marginales culpables de delitos capitales y a los criminales más abyectos. Al reo condenado, ante todo, se lo sometía a durísimos azotes: luego, como escarnio público, debía cargar sobre sus hombros el madero horizontal, semidesnudo, a la vista de todos y hasta el sitio designado de ejecución, en donde se lo despojaba de sus ropas y se clavaban sus cuatros extremidades a la cruz mediante clavos de hierro. La muerte no sobrevenía en forma inmediata, sino luego de varias horas -a veces días enteros- con el condenado presa de espantosas convulsiones y sufrimiento. Simultáneamente, se dejaba el cadáver en el sitio como amenaza ejemplificadora para el resto de la sociedad.
A la vez, no era un dato menor para la ley mosaica: quien moría en una cruz, sea cual fuere el motivo de su condena, lo convertía automáticamente en un maldito, objeto de repudio y desprecio.

En gran medida, un Mesías que fuera sacrificado en un patíbulo así no encajaba de ninguna manera en el estrecho horizonte del pueblo de Israel, y por ello tantas controversias y desengaños se produjeron entre los discípulos de Jesús de Nazareth.

Así, la invitación del Maestro a cargar la cruz de cada día nos sitúa en una incertidumbre similar.

Porque se nos invita a seguirle; sinceramente, quizás no estemos a la altura necesaria para imitarlo, de tan quebradizos y limitados que somos. Y el Dios Abba de Jesús de Nazareth es un Padre y una Madre que nos ama, no un ídolo cruel y sádico al que hay que aplacar mediante sangre y dolor ofrecidos como siniestro trueque por un impreciso y egoísta capricho divino.Por eso la cruz es consecuencia de ser y vivir de un modo determinado, y no condición previa, por más que a muchos les guste saborear de continuo el rictus amargo del dolor, el ceño fruncido, la tristeza como una constante y esos ambientes cerrados y acotados en donde jamás pueda colarse una sonrisa.

La cruz impuesta por aquellos que lo despreciaban y odiaban, y aceptada voluntariamente por Jesús de Nazareth es la consecuencia de su comunión con los excluidos, con los olvidados, consecuencia de los escándalos desatados por su compasión y su solidaridad con los que nadie quiere, consecuencia de sus abrazos, de su pan compartido, de dejar al César con sus cosas y no confundirlo con un dios, de su mesa inmensa en donde la vida florece y se expande.

Hemos de abandonar ciertas tendencias que portamos hacia la banalización de la cruz, y también hacia cierto romanticismo inmanente que nos hace pensarla como portadores únicamente de lo que sufrimos a diario.
La cruz sin dudas es eso, pero es mucho más que eso.
La cruz es atreverse a ser considerado un marginal, un réprobo, un subversivo, un maldito todos los días y cada día por la comunión buscada con los olvidados, por el socorro ejercido, por la compasión militada, por poner por delante y por encima de todo la justicia y la solidaridad para con los que sufren, los que nadie invita a su mesa, los que se han extraviado, los que no conocerán otra Buena Noticia que la que podrán leer en nuestras mínimas existencias.

Esa es la cruz dolorosa que podemos esperar, pero que encierra el misterio insondable de la eternidad y de la vida infinita, pues sus raíces se hunden en el amor, esencia misma de Dios)

Paz y Bien



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