Humildad y salvación




Para el día de hoy (27/10/13):  
Evangelio según San Lucas 18, 9-14




(No es fácil ni sencilla la Buena Noticia de Jesús de Nazareth, esa asombrosa novedad sobre un Dios al que llama Abba.
Y no es fácil pues se derriban preconceptos, se rompen moldes, y se navega por las indescriptibles aguas del amor. Porque podemos describir algunos de sus trazos, pero el amor es mucho más que eso, y ciertamente, está muy lejos de cualquier banalización romántica.

Los dos hombres de la parábola son judíos por pertenencia. Uno, es un hombre piadoso -religioso practicante diríamos hoy-, estricto y puntilloso en el cumplimiento de las normas y preceptos. El otro, recauda impuestos para el invasor imperial romano, a menudo procurando el beneficio propio mediante prácticas corruptas y extorsivas.
Uno de ellos posee la imagen de un hijo fiel de Israel y de la Ley de Moisés, un puro entre puros. El otro está manchado definitivamente por lo que hace, por el contacto con el dinero, por servir a los opresores.

Ambos son judíos, y por ello ambos van al Templo a rezar a Dios.
Pero con todo y a pesar de todo, ambos creen en un Dios muy distinto.

El fariseo cree en un Dios que premia con bendición en forma de salud y bienestar a los cumplidores, a los que, como él, se aferran con exactitud a lo prescrito, un Dios que a su vez castiga sin demoras a los renegados, a los pecadores, a los impuros. Es el Dios del que todo se obtiene si uno se porta bien, a mayor piedad mayor bonanza.

El publicano se sabe pecador, limitado, pequeño, muy incompleto. Sabe que entre su Dios y él hay un abismo, y ni siquiera se atreve a levantar la mirada. Toda su existencia depende del perdón de ese Dios, y su sincero clamor de perdón condensa la verdad de su propia vida. Se descubre miserable, sabe que aunque acumule lo que acumule es infinitamente pobre si su Dios no lo habita y lo transforma.

Uno está satisfecho y lleno, completo en su justicia prefabricada. En realidad, ese fariseo nada necesita de su Dios, y su oración es un canto a sí mismo.
El otro sabe que no es nada ni nadie sin la bondad de ese Dios. Por ello sólo el publicano saldrá justificado.

El Dios de Jesús de Nazareth es Dios de publicanos, el Dios de los pecadores, el Dios de los hijos extraviados.
Santa Teresa decía con sabia precisión que la humildad es la verdad, y ese publicano es veraz en su arrepentimiento.

Se trata de la verdad que crece en los corazones que le abren la puerta, se trata de la vida que florece renovada en esa existencias que saben vaciarse de lo que perece, de lo superfluo.

La Salvación no se obtiene por trueque piadoso o mediante comercio espiritual, la Salvación es don y misterio.
Se trata de saber descubrir y aceptar desde estas nadas que somos todo lo que Dios quiere hacer por nosotros, todo lo que podemos llegar a ser de la mano de Dios, antes de engañarnos en realizar una miríada de cosas y acciones por Dios.

Dios es perdón, Dios es misericordia, Dios es amor que transforma la misma raíz de todo destino)

Paz y Bien

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