La ciencia de la paz



Para el día de hoy (26/10/13):  
Evangelio según San Lucas 13, 1-9




(A Jesús le mencionan un hecho horrible, y es el homicidio de unos galileos por parte de Pilato y sus tropas, con toda probabilidad en el mismo Templo, pues se indica que su sangre se mezcló con aquella reservada al culto y los sacrificios. Al día de hoy, no hay registros históricos que lo refrenden, pero no es improbable: el pretor romano, además de garantizar mediante la fuerza el dominio imperial de Roma, era un conocido antisemita, que no dejaba pasar la oportunidad de humillar a los judíos, a menudo de manera violenta. 
Ahora bien, lo implícito que quizás debemos considerar es el porqué le recuerdan al Maestro este hecho espantoso, y ello puede deberse a varias cuestiones.
La primordial, es que Jesús de Nazareth es alguien que en verdad sabe escuchar, y de ello pueden dar fé sus discípulos y sus mismos enemigos. Es un hecho que angustia y es un hecho afrentoso, y cuando no se habla el dolor vá carcomiendo por dentro.

Por otra parte, están muy vigentes los criterios religiosos imperantes: las desgracias ocurren a causa de pecados propios o de los padres, y en una casuística cuantitativa, a mayor desgracia mayor pecado. Es una teología retributiva y terrenal, conceptos de justicia divina articulados con mensuras mundanas. Es la dialéctica del por algo será, del algo habrán hecho para que les suceda lo que les sucedió, transformando impiadosamente a las víctimas en victimarios.
Además, claro está, flota en el ambiente la cuestión nacionalista: algunos pretenden que Jesús tome partida frente a los atropellos del tirano opresor, que injuria la Tierra Santa.

Pero el Maestro les responde con otro suceso: el derrumbe de una torre que se cobra la vida de varios vecinos de Jerusalem. Allí también hay muertes tempranas, vidas sesgadas inútilmente.

¿Cuál será la respuesta que esperan? ¿Acaso esos jerosolimitanos también cargaban con culpas pecaminosas que les habían acarreado esa desgracia? ¿Es su Dios el propalador de esos castigos, o es el brutal Pilato y la desidia de algunos gobernantes los victimarios directos?
Quizás nosotros también agregaríamos nuestra porción supersticiosa de destinos inscritos vaya a saberse en donde, de azares adversos.

En la santa ilógica del Reino, en Dios está nuestra suerte y somos un destino a edificar.

Pues aunque es importante el modo en que se muere, más decisivo es porqué se muere, para qué y para quien. Y más aún, lo que cuenta es cómo se ha vivido.

A través de toda nuestra existencia -limitada, corta, escasa- se nos invita de continuo a la conversión, es decir, a la metanoia, a ser cada día un poco más humanos, compasivos, solidarios, trascendentes, desertores del egoísmo, con la mansa ferocidad que implica -en estos tiempos- reivindicar un destino universal de felicidad, de plenitud. Esa universalidad es la que busca y encuentra hermanas y hermanos antes que propios y ajenos, esa universalidad es el color primero de esa catolicidad que declamamos y poco practicamos.

La invitación a la conversión es don y es misterio antes que imposición y obligación. Es la paciencia inquebrantable de un Dios siempre fiel, que se desvive por todas sus hijas e hijos. 
Siempre hay tiempo para el regreso, siempre.
Siempre se puede crecer en humanidad, corazón adentro, por más ímprobo que aparezca el desafío, el propio y el de los demás. Siempre se puede, no hay que resignarse jamás.

Se nos ha ganado un tiempo precioso para ello -pagado definitivamente a precio de sangre inocente-. Porque la paciencia es, precisamente, la ciencia cordial de la paz.
Ese tiempo ganado es esta vida que somos, y que nos amanece, con todo y a pesar de todo, como bendición y posibilidad)

Paz y Bien


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