Llagas interiores



Para el día de hoy (13/11/13):  
Evangelio según San Lucas 17, 11-19


(La lepra, como enfermedad en la Palestina del siglo I, tenía gravísimas consecuencias. Por la naturaleza degenerativa del llamado mal de Hansen, y la inexistencia de tratamientos que la curaran y que, a su vez, impidieran el contagio -dada su altísima tasa infecciosa- al enfermo no le quedaban muchas posibilidades. 

Sin tratamientos, poco a poco el paciente que exhibía profusas manchas en su piel, se iba transformando en su apariencia, toda vez que en estadios avanzados causa graves y ostensibles deformaciones.

Así en muchas sociedades se tendía a alejar a los enfermos de la vida comunitaria, a veces en colonias de gentes con la misma dolencia. Pero para aquellos que vivían bajo la ley Mosaica, el sufrimiento se acrecentaba. La lepra era considerada una de las impurezas máximas, castigo de Dios por pretéritos pecados, y por ello a la causa del ostracismo comunitario impuesto se añadía la obligación del leproso de vestir harapos, y al paso de otra persona declarar a los gritos su condición de impuro o inmundo.
Al sufrimiento exterior de su cuerpo se añadía la terriblemente gravosa carga de su alma, la humillación y la condena religiosa -pues era el sacerdote quien debía certificar el estado del paciente o su eventual e infrecuente remisión y cura. 
Por todo ello, al riesgo patente del contagio bacilar, se sumaba la transferencia espiritual de esa impureza ritual que se suponía deseada por Dios, por lo cual el leproso, inevitablemente, estaba condenado a una soledad absoluta, dolorosa y humillante.

Es mentalidad de exclusión era repudiada abiertamente por Jesús de Nazareth. Por eso y a su paso, diez leprosos suplican de Él misericordia, no sanación, no cura. Quizás simplemente que se los trate de un modo humano. Son diez los hombres y quizás sea un número simbólico que representa a los Diez Mandamientos, que son causa de carga y opresión cuando no se viven en el mismo Espíritu de Aquél que los ha inspirado.

La compasión no excluye a la inteligencia ni a la astucia. Así Jesús conmina a los leprosos a presentarse a los sacerdotes, sabedor de que ellos también están sometidos a esa prisión ritual, y quiere que recorran el camino inverso para ser readmitidos como hombres plenos y sanos.
Ellos, camino al templo, se descubren limpios de sus llagas, y es el signo cierto de quien escucha con atención la Palabra y se pone en marcha.

Sólo uno regresa, y a los pies del Maestro, agradece su bondad, desbordado de gratitud.
Sólo uno, un sospechoso de siempre, un despreciado habitual, un samaritano. Ha visto desaparecer las lesiones de su piel pero, más importante aún, se han curado las llagas de su alma.

Nuestro mundo es, en cierta medida, un gran leprosario.
Tenemos muchísimas llagas que nos deforman -del dinero, de la ideología, de la religiosidad sin corazón ni compasión, amores rituales- y hay tantos, tantos que sufren de las lepras que se le imponen. La lista es muy larga.

A veces, el comienzo de la salud es comenzar a tratar al otro con respeto y cortesía, en pleno reconocimiento a su humanidad, pues son los brotes fuertes y primeros de la mejor de las Noticias que es vida y es liberación)

Paz y Bien



 

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