En la piscina de Siloé



Cuarto Domingo  de Cuaresma

Para el día de hoy (30/03/14):  
Evangelio según San Juan 9, 1-41



Los pacientes aquejados de ceguera y de otras dolencias referidas a la vista no eran infrecuentes en la Palestina del siglo I: las tormentas de arena frecuentes y el fuerte sol que pegaba contra las rocas blancas -provocando un reflejo muy agresivo- solía agredir las córneas. Por eso mismo, los ciegos y muchos con problemas de visión podían encontrarse en todos los sitios.

El no vidente estaba condenado a una vida de miseria, mendigo perpetuo y dependiente absoluto de la ayuda y compasión de los demás. Aún así, y como si no fuera suficiente su padecer, religiosamente imperaba la idea que la ceguera -y toda enfermedad- era el producto del castigo divino por los pecados propios o de los padres. Esa concepción estaba ampliamente aceptada, y era defendida y reivindicada hasta límites absurdos por quienes representaban la ortodoxia de la fé de Israel, especialmente escribas y fariseos.

En ese panorama es que, frente a un ciego al que encuentran a su paso, los discípulos le preguntan al Maestro acerca de los causantes, y no de las causales -el pecado- a los que dan por supuestos.

Porque en el tiempo nuevo de la Gracia, el Dios de Jesús de Nazareth, Dios Abbá de nuestras esperanzas no es un Dios que castiga, un Dios punitivo, un Dios de balanzas y méritos. Es un Dios que es Padre y Madre, un Dios que ama.
Y desde ese Dios este Cristo, en cada situación -por ingrata y dolorosa que se aparezca- vé una oportunidad de que se manifieste la gloria de Dios. Y la Gloria de Dios es que el hombre, la humanidad, viva plena y feliz.

Esa idea del por algo será ha persistido a través del tiempo. Aún se siguen viendo los sufrimientos como castigo divino, sumergiendo aún más a los que sufren en su dolor.
No se trata de eludir la carga y las consecuencias del pecado. Se trata de tener siempre presente que el Padre de Jesús es un Dios de Misericordia infinita, que sana y salva desde el perdón.

La liberación de este hombre ciego -simbólicamente es la nueva creación desde el mismo barro primordial- no se limita a recuperar las funciones ópticas. Jesús de Nazareth le restituye su plena humanidad derribando esas ideas que excluyen y someten, y el hombre aparece erguido con todas su facultades, en humanidad plena.

Cuando la noticia se disemina, las almas severas de siempre elevan su queja. Lo que ha hecho este rabbí galileo -transgrediendo además el sábado- jamás, nunca puede ser cosa de Dios.
El hombre tenía impedidos sus ojos, pero los ciegos en verdad son otros.

Nosotros también debemos acudir a la piscina de Siloé. Es preciso sacarnos costras de preconceptos, y atrevernos a dejarnos deslumbrar por la luz del mundo del hermano mayor, Cristo el Señor.
Porque ese Dios sólo ansía nuestro bien, nuestra vista plena de verdad, sin condiciones, a pura bondad.

Paz y Bien

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