Visitación de María, presencia del Señor



Visitación de la Virgen María

Para el día de hoy (31/05/14) 

Evangelio según San Lucas 1, 39-56



Hay que ponerse en el lugar del otro.

Es una muchacha muy joven, casi una niña con un embarazo extraño y sospechoso que se larga de su pequeña aldea polvorienta con las prisas de la solidaridad, de esa caridad que es socorro, compasión, que no admite demoras en la búsqueda del otro.
Ella vá de Nazareth hacia Ain Karem, es decir, recorre sola la tierra de Israel de norte a sur por rutas a menudo muy peligrosas. Pero la impulsa la Gracia, la misma Gracia que la ha colmado y fecundado, y nada puede detenerla: lleva en su seno la Salvación al Hijo de Dios, causa primordial de todas las alegrías.

La lógica indica que los cambios han de venir por príncipes, guerreros e importantes sacerdotes. Pero la Salvación y la historia se ha de resolver por las mujeres y los niños, dos niños santos y maravillosos.

El encuentro entre esas dos mujeres, tan distintas entre sí, es motivo de júbilo. Cuando nos juntamos y reconocemos como somos pueden suceder cosas asombrosas. Cuando María visita a los suyos, el Señor se hace presente y un tiempo de gozo y gratitud nos nace y no tiene fin, con la tenaz persistencia del amor.

María sabe conoce como nadie el misterio de la Redención que ha transformado su vida y que renovará la faz de la tierra. Porque su Dios -el Dios de José y Jesús de Nazareth- no es lejano ni difuso. Tiene un rostro concreto y está cerca, muy cerca, inclinado abiertamente del lado de los pobres, los pequeños, los humildes, un Dios que se brinda como lluvia fresca que nos vivifica, que derriba a los poderosos de sus tronos, que siempre cumple sus promesas, y que nunca, por ningún motivo, nos abandonará.

Paz y Bien


Acerca del dolor



Para el día de hoy (30/05/14) 

Evangelio según San Juan 16, 20-23a





Abordar la cuestión del dolor y del sufrimiento humano en unas líneas tan escasas y limitadas como éstas tendría un cariz limitante y fraccionado, toda vez que requiere una profunda reflexión, máxime si lo que intentamos es su comprensión a la luz del Evangelio.

Sin embargo, podemos acercarnos a algunos aspectos que nos sirvan para orientar la mirada. 
Es preciso, no obstante, establecer que el sufrimiento no es grato ni deseable, ni es del agrado del Dios de la Vida; en un sentido opuesto, la cruz de Cristo no sería ya la ofrenda inmensamente generosa de su vida sino más bien el precio a pagar a un dios absurdamente cruel. Y ése no es el Dios de Jesús de Nazareth.

Pero este Cristo, sabedor cabal de los horrores que le esperaban, no rehúye a la Pasión. Con entera libertad asume la aparente victoria de sus enemigos, el aplastamiento de una muerte ignominiosa.
Porque Él tiene la capacidad de mirar y ver más allá de lo inmediato y de las apariencias, y en su horizonte -que es el mismo de Dios- hay una vida que no perece. Esa esperanza lo sostiene y lo alimenta, y en sintonía amorosa su sacrificio, sus pesares y sus dolores padecidos cobran nuevo sentido, con todo y a pesar de todo.

En Cristo todo es enseñanza, para los discípulos de los inicios y para los discípulos de todas las épocas entre los que estamos nosotros mismos. Él sabe que su sacrificio no será en vano porque, por intolerables que fueran, esos dolores preanuncian una vida que viene pujando por nacernos, una vida plena, una vida definitiva.

Por eso cuando el dolor se hace ofrenda y se reviste -aún en medio de lágrimas y lamentos- de una humilde esperanza, todo puede cambiar y volverse santo en el aquí y el ahora.
Porque por Cristo sabemos que ninguna tristeza ni ninguna ausencia son definitivas.

Paz y Bien
 

Tres aspectos de la cruz



Para el día de hoy (29/05/14) 

Evangelio según San Juan 16, 16-20



La cruz, como hecho concreto y como símbolo, puede verse de tres modos o aspectos distintos.

Uno es el externo, el del horror y el espanto, el del patíbulo, el de la ignominia, el de la abyecta maldición, el del Mesías derrotado que torna insoportable a los conceptos portados o imaginados.

Otro, es el de las connotaciones interiores de aquellos cercanos al Maestro. Aún cuando la gran mayoría se dispersará presa del miedo, todos ellos -frente a la muerte de Jesús- vestirán sus almas de tristeza. Es muy humano llorar, quebrarse en la pérdida, suspirar ausencias que a menudo se hacen tan patentes en los platos vacíos de la mesa común. Y esa tristeza parece, sombríamente, volverse definitiva, quiere quedarse de modo permanente.

Pero hay un tercer aspecto que deja muy atrás a todos los demás, y que escapa a toda racionalización. Posee la misma ilógica santa del amor. Ese aspecto es el de la cruz que esconde el germen de la alegría perpetua, infinita, eterna, dolores de parto que preanuncian una vida nueva.
El error quizás estribe en aferrarse a la necesariedad, es decir, a que resulte imprescindible el crisol del dolor y el sufrimiento para que haya brotes nuevos, existencias renovadas. Ello tiene poco y nada que ver con la Buena Noticia.

Pero cuando llega el dolor, cuando se hace tan duramente presente, hay que abrazarlo. Hay que hermanarse al dolor, hay que asumirlo como esa cruz que por el misterio insondable de la bondad divina deviene en símbolo y signo de paz y de bien aún cuando su intención primera y su sentido inicial sea cruel.

Con su Resurrección, Jesús de Nazareth dá el primer paso rotundo para que todos y cada uno de nosotros nos volvamos audazmente capaces de realizar nuestra Pascua. Pues nunca, jamás, estaremos librados a nuestras limitaciones ni sometidos a los azares.

Paz y Bien

Hacia la verdad en plenitud


Para el día de hoy (28/05/14) 

Evangelio según San Juan 16, 12-15





A pesar de haber compartido tanto con Jesús, casi todo su ministerio, conviviendo con Él por los caminos durante tres años, los discípulos no alcanzaban a comprender la real dimensión de su Maestro, la Salvación ofrecida, el rostro de Dios que en Él resplandecía.
Están en el cenáculo, la cruz está demasiado cerca y no queda casi tiempo; Jesús de Nazareth es un hombre que se sabe próximo a la muerte -una muerte horrorosa- y no quiere dejar a sus amigos librados a su suerte, con tantas dudas y tanto por aprender y aprehender en las honduras de sus corazones.

En Jesús todo es darse, expresión total de la esencia de Dios, un Dios que es comunidad, que es familia, que es movimiento y donación amorosa perpetua y eterna. Por eso, para no dejarlos solos les dejará el Paráclito, Espíritu Santo que es la vida que no se apaga.
Por el Espíritu se llega a la verdad en plenitud, los primeros discípulos y los de todos los tiempos y todas las épocas. Pues la verdad en plenitud es el conocimiento profundo de Cristo y su seguimiento, pues la verdad ya ha dejado de ser un concepto que se internaliza, una abstracción inteligida, un categorema adoptado.

La verdad, en este tiempo nuevo y asombroso, es una persona, Jesús el Cristo, hombre y Dios.

Esa esencia amorosa de Dios es el salir siempre de sí mismo y donarse incondicionalmente, a pura generosidad, y por el Espíritu del Resucitado podemos ser capaces de conocer plenamente al Redentor, su misión y la Salvación ofrecida a toda la humanidad.

El Espíritu es movimiento, viento divino que sopla en todas partes, que enciende lo que se ha apagado, que moviliza lo que se ha quedado paralizado, que despierta los corazones adormecidos.
Por el Espíritu todo puede cambiar, y esa verdad que seremos capaces de hacer nuestra, de encarnarla en el día a día nos volveremos enteramente libres, seres transformados que siguen los pasos de Aquel que encabeza la gran caravana de la vida que jamás finalizará.

Paz y Bien

El legado de Cristo



Para el día de hoy (27/05/14) 

Evangelio según San Juan 16, 5-11




Afirmación y don generoso e incondicional, pagado a precio de sangre, el Espíritu Santo es el legado más precioso que Cristo ha dejado para toda la humanidad. 

Luz para los pueblos, consciencia plena, Padre de los pobres, consuelo de los afligidos, fuente de todas las esperanzas, defensor de los perseguidos, palabra recuperada, vida divina que se dona sin reservas.

Con todo y a pesar de todo, no podemos ser esclavos del temor, aún cuando ese temor refiera al Maligno: la Resurrección es la victoria definitiva sobre la muerte, sobre todas las muertes amargas que nos toca beber, que nos imponen y que en nuestras miserias elegimos.

La Salvación como don y misterio se expande en mujeres y hombres con corazón de hijos y alma de prismas, que en su transparencia multiplican los destellos de esa vida nueva y definitiva que sopla sin cesar por todo el universo y especialmente sobre la superficie de la tierra, en la tierra fértil de los corazones haciendo que nazcan cosas nuevas y buenas.

Con tanta generosidad que se desborda inconmensurablemente -como el pan en doce canastas, como las tinajas repletas de vino bueno- el eco que hemos de producir no ha de tener los sonidos disfónicos y aturdidores del egoísmo y el individualismo. El Espíritu resplandece y se hace presencia en aquellos que se hacen vida para los otros, y cuando la comunidad se reune como familia, como imagen de ese Dios que sale de sí de continuo porque ama, sin reservarse nada, des-viviendose por los demás.

Todo es promesa y horizonte si nos animamos a confiar que no estamos solos, que Él se ha ido para quedarse definitivamente.

Paz y Bien

Paráclito



Para el día de hoy (26/05/14) 

Evangelio según San Juan 15, 26-16, 4




La fidelidad a Cristo y a su Buena Noticia no es un proceso abstracto ni aséptico, sin consecuencias. Más aún, vivir el Evangelio necesariamente tendrá sus consecuencias, consecuencias graves, durísimas, violentas: ninguna fidelidad, desde la mirada obtusa del poder, quedará impune.

Esto lo sabían bien los discípulos y las primeras comunidades: serían expulsados ignominiosamente de su espacio religioso de siempre, excomulgados sin más trámites de las sinagogas, y serían perseguidos hasta la muerte -previo juicio- por los poderes políticos, especialmente por la Roma imperial.
Los cristianos de hoy en día tampoco están exentos de las persecuciones, las que se han refinado en sus modos pero siguen teniendo su carga de odio y su dosis de crueldad, y no es aventurado afirmar también que la medida de las persecuciones y repudios sufridos es también la medida de la fidelidad practicada.

El Maestro promete sin ambages el Paráclito -Parakletos en su origen griego, o alguien llamado en su traducción literal. Es Aquel a quien se clamará por ayuda, es el Espíritu Santo de Dios que acudirá como Abogado, Consejero, Consolador e Intercesor.

Abogado que nos defenderá en principio de nosotros mismos, de todo el mal que hemos hecho -Espíritu de misericordia y perdón.
Consejero que nos dará las palabras justas para que nuestro testimonio sea veraz, aún en los momentos más difíciles.
Consuelo en nuestras horas más bravas, en las noches que se hacen perpetuas, en las angustias y en las lágrimas.
Intercesor de nuestra pequeñez y limitación frente al misterio eterno de Dios, fuerza de la vida, vida plena, alegría y profecía.

No hay precio porque no hay condiciones, porque todo se decide por la Gracia de Dios.
Por ello, en feliz reniego de una religiosidad retributiva o de obligaciones tabuladas, roguemos que nuestra obediencia sea sencillamente que nos reconocemos hombres y mujeres que hacemos lo que debemos porque Alguien, a costo de su propia vida, nos ha comprado tiempo, tiempo eterno para crecer y dar frutos.

Paz y Bien

Más allá de la supervivencia




Domingo Sexto de Pascua


Para el día de hoy (25/05/14) 

Evangelio según San Juan 14, 15-21

Nadie dice que es fácil. Menos aún en las ambigüedades, durezas e indiferencias crueles e inhumanas de estos tiempos que corren, en donde se oscila desde un materialismo burguesmente torpe y consumista a los embates de la miseria y el desempleo, todo teñido de violencia.
Pero el horizonte de la existencia debería ser el vivir, el vivir en la plenitud de nuestra humanidad, transponiendo ágilmente los límites escasos de la mera supervivencia.

Sobrevivir es quedarse nomás en los afanes del sustento, pero olvidarse del hambre de justicia y de aquello que alimenta para siempre, que no perece. Sobrevivir es volverse estricto para con la letra y el reglamento, y olvidar a su sentido primordial y al Espíritu que todo anima y significa. Sobrevivir es hacer que todo sea pasado siempre sea presente -lo malo y lo bueno- e impedir que haya novedades, que el hoy florezca y soñar con un futuro. Sobrevivir es devenir en esclavos del ritmo de la rutina y de los estereotipos, de la declamación antes que de la proclamación, el ego primero antes que el nosotros.

Nadie dice que sea fácil, peor aún cuando agonizan en silencio y no conocen otra cosa que espanto y dolor.
Y a menudo son tantos los embates de la realidad, que la soledad es sutilmente tentadora.
Pero ni vivimos ni sobrevivimos solos y sin esperanzas.

Quizás el rasgo primordial de los cristianos sea precisamente ése, el de una familia que no abdica jamás en sus ansias por vivir, con todo y a pesar de todo. Y que no todo es producto de esfuerzos desencarnados, pues no estamos solos, y porque no conocemos otra ley ni otra norma que la reciprocidad y la infinita trascendencia del amor.

Porque nos descubrimos amados para siempre y desde siempre, y como rescoldo que nunca se apaga y mantiene perennes los mejores fuegos, el Espíritu del Resucitado nos vá alimentando esta vida que a veces se nos apaga, vino que se nos consume y que nos llega por los ruegos de María de Nazareth.

Paz y Bien


María, auxilio de los cristianos




María, Auxilio de los cristianos


Para el día de hoy (24/05/14) 

Evangelio según San Juan 1, 1-11



Don Bosco lo sabía bien, con esa certeza que nace en las profundidades de los corazones cálidos de fé.

María, la que se ocupa y preocupa de que a todos los hijos no le falte nunca el vino bueno y nuevo, el vino de la alegría, el vino que vuelve a encender la vida que se está apagando, Madre a la que el Hijo nada le niega. Porque en donde está la Madre, indefectiblemente está el Hijo.

Hija luminosa y santa de Israel, es la más pequeña de todos y Ella misma lo sabe, y sabe de todas las maravillas que Dios hace en su vida. De tan pequeña es tan grande, Reina de toda la creación desde su corazón enorme.

Madre y esposa, es la imagen perfecta de la justicia. Ama de casa incansable, atenta a las necesidades de todos, negándose a sí misma para darse por entero sin reservarse nada, para que a nadie nada le falte, para que cada hogar tenga calidez para crecer, para que cada uno tenga lo suyo -guisos y pucheros que se agrandan con la fuerza maravillosa de la ternura-, heroína que mantiene todos los hambres a raya.

Consuelo de los afligidos, siempre firme al pié de nuestras cruces, compañera de los humillados, muchacha de pies descalzos que no se demora jamás frente a las angustias de los necesitados.

Nuestra flor más bella, nuestro árbol más frutal, perpetuo socorro en todo lo que hacemos, como mujer de la Palabra es hija, es madre y es discípula junto a nuestros pasos vacilantes.

Madre del Señor, Madre de la Iglesia, auxilio cierto de todos los cristianos que acuden a ella con confianza en las amenazas que nos acosan, y que es baluarte de nuestras esperanzas.

Paz y Bien

Ser para los demás



Para el día de hoy (23/05/14) 

Evangelio según San Juan 15, 12-17



Un mandato no es necesariamente una orden que ha de obedecerse ciegamente, sin pensárselo dos veces. 

Un mandato implica que se ha confiado en alguien para un cometido determinado, y en el confiar reposa también la certeza de que el mandatario posee las cualidades o capacidades necesarias para lo que se le ha encomendado. Por eso quizás se nos ha desdibujado este sentido básico cuando aplicamos estos conceptos a nuestros gobernantes, en el país que fuere. Y esa confianza brindada implica una responsabilidad, una ética, es decir, un modo de actuar en el mundo y para con los demás.

El mandato de Jesús de Nazareth no es un la obligación de cumplir un número predeterminado de normas específicas, y el Maestro lo ha enseñado del mejor de los modos posibles, viviéndolo Él mismo en cada momento de su existencia, y haciéndose ofrenda infinitamente generosa para el bien de toda la humanidad.
Ese mandato es el amor, y antes que arribar a definiciones que delimitan trascendencias, es menester contemplar al mismo Cristo, al modo en que Él amaba, y cómo Él traducía en nuestro rudimentario lenguaje humano el corazón eterno de Dios que es ese amor infinito.

Amar, en la sintonía de Cristo, es ser para los demás. Y ser para los demás porque primero y ante todo nos descubrimos hijas e hijos amados por Dios, cuyo amor se expresa y explicita en ese Cristo que se desvive por los otros, buenos y malos, justos y pecadores.
No es, como podría inferirse, una progresiva aniquilación del yo y una disolución de la voluntad y la personalidad; antes bien, es una decisión enteramente libre y voluntaria que se fundamenta en que nos ha amado primero, y que no hay otro modo de trascender que el romper caparazones de egoísmo y soberbia, y salir al sol, al encuentro del otro.
Más aún, salir en la afanosa búsqueda del otro porque en verdad, al prójimo se lo edifica toda vez que nos aprojimamos/aproximamos.

Tan intoxicados por los medios de comunicación como estamos, y portadores de criterios tan banales, solemos confundir lo heroico con lo espectacular o con lo eminentemente trágico. Sin embargo, lo heroico es mantenerse en ese principio primordial de ser para los otros, y no transigir jamás.
Y por sobre todo, animarnos y atrevernos así, dando la vida y dando vida, a ser felices.

Paz y Bien

La alegría como síntoma y señal



Para el día de hoy (22/05/14) 

Evangelio según San Juan 15, 9-11




Contrariamente a lo que se estila caracterizar, la alegría no es euforia ni un sentimiento pasajero de bienestar.
La alegría verdadera es duradera, perdurable y no es una emoción individual: es más bien fruto del encuentro, y muy especialmente de eso que llamamos concordia, es decir, la puesta en común de los corazones aún con todas las disimilitudes que solemos portar. 

No es tarea sencilla pues no es nada fácil el conocimiento y re-conocimiento del otro como tal, y es una situación que se torna álgida y primordial cuando ese otro ha sido preclasificado como adversario o, peor aún, como enemigo.

En la comunidad cristiana, la alegría debería ser síntoma y a la vez señal, aunque quizás estos dos términos sean muy parecidos, que no sinónimos.

Síntoma pues denota salud en las almas que se reunen en torno a Cristo, congregadas por su Espíritu, y en las cuales prevalece el servicio, el cuidado, el amor generoso y desinteresado que es la misma esencia de Dios.

Señal pues la comunidad cristiana que es fiel al Maestro -sarmiento firmemente unido a la vid verdadera- arroja destello de luz y auxilio en un mundo en donde son tristemente habituales los odios y las sombras de la discordia, el olvido y los rechazos.

Hablamos de reciprocidad, una reciprocidad que excede la obligación tabulada y que es el producto grato de la amistad, de salir en búsqueda del otro, de propiciar el encuentro porque en el otro adivinamos y descubrimos el rostro de Dios.

Y cuando en comunidad esa alegría trasciende las limitaciones espacio temporales deviene en plenitud, en felicidad, pues lleva el germen santo del amor de Dios y la redención de Cristo.

Paz y Bien

La vid verdadera, la savia vital




Para el día de hoy (21/05/14) 

Evangelio según San Juan 15, 1-8


La vitivinicultura es milenaria; a través de los siglos, aún cuando hubo muchos cambios por los avances tecnológicos, la raíz sigue siendo la misma, y es la calidad de la uva, fruto de la vid.

Los oyentes de Jesús lo sabían bien: las mejores uvas son las que surgen de las ramas o sarmientos más cercanos al tronco, a la vid, toda vez que reciben plena la savia nutricia que las vivifica y florece. Las más alejadas son, por lo general, desechadas para la fermentación del mosto primario. 
Y sucede lo mismo con las ramas: cuando se alejan demasiado de la vid, se resecan y no dan fruto, y la única utilidad o destino de esos sarmientos es el ser utilizadas como leña, y también han de ser podadas del cuerpo principal de la vid para que ésta genere brazos nuevos y fructíferos.

Contra todo pronóstico de pervivencia fundado sólo en el sustento que se adquiere desde fuera, la enseñanza del Maestro remite a una interioridad total entre Él y el creyente, dador generoso de la savia que nos hace vivir. 
En su cercanía nos volvemos madera verde que brinda buenas uvas, uvas que han de pisarse y fermentarse para transformarse en vino bueno.
En cambio, cuanto más nos alejamos nos resecamos y nuestra existencia deviene inútil, sin horizonte, estériles en todos los aspectos. Y aquí es menester derogar esa imagen de un Dios que entrega como pasto de las llamas a las ramas secas. El Dios de Jesús de Nazareth es un Padre y una Madre que ama y cuida, es el Viñador que a veces nos poda para que nos crezcan cosas nuevas, es Aquél único conducto por el cual nos viene la vida.

Porque tenemos un destino de vino bueno, y María de Nazareth lo sabía bien pidiéndolo para nosotros, y el Maestro se funde en nuestro devenir transformando cada día, en la mesa de los hermanos, a ese vino en su sangre para la Redención.

Paz y Bien

Paz de Cristo, paz del mundo



Para el día de hoy (20/05/14) 

Evangelio según San Juan 14, 27-31a



La sociedad actual ofrece un menú variopinto y múltiple de la cuestión de la paz.

Una paz que implica la ausencia de conflictos, y esto procurando evitar las situaciones conflictivas, las crisis, el repliegue sobre sí mismo evitando a los que la pasan mal.
Una paz química, que puede ser la medicación -a menudo necesaria- que adormece los sentidos de las almas agobiadas, y en casos extremos, las drogas que subyugan con su cruel adicción a las personas.
Una pax del tipo romano, es decir, la paz que se impone mediante el uso explícito de la fuerza; sus variantes pueden ser la acumulación de poder bélico con el fin de persuadir al enemigo de una destrucción mutua o de una guerra encarnizada, la paz obtenida luego de sangrientas batallas.
La paz de los cementerios, de la que todos guarden silencios, la paz de la comodidad, del miedo, del mirar para otro lado, y otras tantas modalidades parciales e inmanentes, sin futuro ni trascendencia.

Pero la paz que Cristo regala y ofrece de modo generoso e incondicional es muy distinta.
Abarca sí todos los aspectos de la vida humana, genera bienestar y calma, pero no practica escapismos ni rehuye de los problemas. La paz de Cristo, se apoya en la verdad absoluta del amor total de Dios para con la humanidad. Y es una paz que compromete, y que se edifica en este mundo cuando florece la justicia, cuando se reniega de la violencia, cuando servicio y mansedumbre son las ilógicas armas de los que se atreven y tienen coraje de vivir y propagar esa paz.

La paz de Cristo es don, es regalo, y acaso no se limite a ello. Su paz moviliza, su paz impulsa a salir en la búsqueda de los demás, su paz es la certeza de que aunque nuestras mínimas barcas estén sometidas a las tormentas más bravas, si Él viene a bordo, hemos de llegar a buen puerto y no pereceremos.

La paz de Cristo es señal de que a pesar de todas las cruces, la vida nos amanece en la Resurrección.

Paz y Bien

Santuarios



Para el día de hoy (19/05/14) 

Evangelio según San Juan 14, 21-26



Quien más, quien menos, todos tenemos uno o más sitios a los que nos sentimos ligados por los afectos, por devoción, por espiritualidad; en fin, por cuestiones de Dios. 

Humildes capillas, pequeñísimas ermitas o imponentes basílicas son esos lugares en donde expresamos la fé, nos reunimos como familia de Dios, elevamos súplicas de perdón y de petición y realizamos ofrendas y promesas de gratitud. En muchos lugares las peregrinaciones a esos santuarios son conmovedoramente multitudinarias, pueblo de Dios en marcha.
Todo ello es bueno, es salud para nuestras almas pues hay fé y hay oración de la comunidad y por eso mismo Cristo está presente, aunque hemos de tener cuidado con ciertas desmesuras, ciertas tendencias escondidas a vindicar las construcciones y no honrar a Aquél que les otorga pleno sentido, y también la tentación de la masividad como exhibición -a veces obscena- de un poder desprendido de los números y las masas.

Más allá de todo ello, la revelación de la Buena Noticia de Jesús de Nazareth establece de modo definitivo un asombroso misterio de identidad, ajeno a cualquier parámetro de razón mundana, inasible con cualquier tipo de molde o esquema.

Así, la identidad cristiana ya no surgirá de la aceptación de conceptos abstractos, de la adhesión a doctrinas o de la simple pertenencia, sino antes bien de vivir y respirar ese único mandamiento que es también nuestra herencia infinita, el amor, esencia misma de Dios.

Nuestra identidad cristiana quedará en evidencia si amamos como nos ha amado Cristo y del mismo modo en que Él, con toda su vida, nos ha enseñado a amar. Por eso mismo una fé sin frutos de justicia, de misericordia, de fraternidad no es verdaderamente una fé sino una mera creencia menor declamada.

Y si nos mantenemos fieles a su Palabra, en todos esos variados rebaños y con destino a un hogar para todos con múltiples habitaciones, hemos de descubrir que Dios no está para nada lejos, sino que habita los corazones de las mujeres y los hombres que tengan el coraje y la locura de atreverse a amar, a reconocerse entre sí como hijos y por tanto, hermanos.

La presencia real de Dios está en el hermano, y es ese prójimo que debemos edificar y descubrir el verdadero santuario, templo santo y latiente del Dios de la Vida, y el culto primero es la compasión.

Paz y Bien

Preguntones



Domingo Quinto de Pascua

Para el día de hoy (18/05/14) 

Evangelio según San Juan 14, 1-12


En nuestro diario trajinar, es común encontrarnos con personas que suelen hacer preguntas, como mínimo, incómodas. Sea por que se asoman fuera de lugar, por improcedentes, por prejuicios o porque la respuesta es tan obvia que parece de balde ese inquirir, preguntas a veces absurdas de tan torpes.

Pero benditos sean los preguntones.

Tomás y Felipe realizan preguntas que bien podríamos hacerlas todos y cada uno de nosotros. Sus mentes están atadas a viejos esquemas, a pasados que no se resignan a ser historia, a una fé incipiente, que no ha madurado, que gusta de la comodidad sin riesgos. Pero hay algo evidente, y es que ambos son hombres de fé y tienen hambre de verdad, aunque sea a los tumbos. Y quizás sin darse cuenta, dan el paso primordial de los cristianos, que es el confiar y creer en Jesús de Nazareth.
Ellos dos se fían de Él, y por eso el tenor de sus preguntas, sin ningún conato de vergüenza.

Gracias a Dios por esos preguntones y por los actuales también, preguntones de preguntas tan escasas como la pisada de un gorrión, y que sin embargo desatan terremotos.

Ratificando que el tiempo de la Gracia es kairós, tiempo santo de Dios y el hombre, el Maestro libera una gigante lluvia de luz luego y también a causa de las toscas preguntas de sus amigos, y es tan inmenso lo que afirma que aún hoy no lo hemos asimilado del todo.
Porque ahora la verdad no se establecerá en los silogismos, en la precisión teológica, en la exactitud dogmática o en la profundidad filosófica: la verdad, allí y para siempre se transforma en una persona, ese Cristo de la infinita paciencia y la insondable ternura. 

La verdad, para los discípulos, será mirar y ver, contemplar a Jesús de Nazareth para vivir como Él, amar como Él, confiar como Él y en Él, e identificar su rostro en los crucificados de todas las épocas.
No es un tema menor, y es harto peligroso. El amor fué, es y será una amenaza para los poderosos. María de Nazareth lo sabía en las honduras de su alma cuando cantaba las maravillas de ese Dios magnífico cuyo rostro está siempre inclinado hacia los más pequeños, cuya mano se extiende siempre hacia todos los cautivos.
Esa verdad abarca la totalidad de la existencia y la vida postrera también. Brújula asombrosa de los corazones, hay un camino por donde andar, hacia un horizonte cierto hacia donde ir, hay una vida que se ofrece generosa, abundante y gratuita para todos sin excepción.

Esta vida que es y se concentra en el Resucitado abre puerta y ventanas, la casa de Dios.
Es una casa grande, de habitaciones infinitas, hogar enorme y cálido en donde toda la humanidad tiene su sitio. Las uniformidades conspiran contra esa vida que se nos florece, la multiplicidad de colores y tonalidades hace a la trascendencia de su belleza, y muchos añoramos que sea así, fiel y fraterna, esta casa que amamos y que llamamos Iglesia.

Paz y Bien


La transparencia de los discípulos



Para el día de hoy (17/05/14) 

Evangelio según San Juan 14, 7-14




La declamación pura y abstracta no es del todo sana, no hace nada bien al crecimiento de los corazones. Porque son tristemente conocidos los discursos grandilocuentes, las prédicas efectistas y miríadas de libros analíticos y sesudos que hablan acerca de Dios, de cómo es Él y, a partir de esos postulados, de cómo deberíamos comportarnos merced a pretendidas moralinas que de allí se desprenden.

Sin embargo, nuestro lenguaje humano no es ni siquiera un balbuceo menor e incomprensible para hablar de Dios. Nada podríamos -por nuestra cuenta- expresar de Él con nuestras palabras, las que hace demasiado tiempo dejaron de ser logos, de tener relevancia y compromiso, palabras en las que uno se juega la vida pues uno es, en cierto modo, sus palabras.

Aún así, la revelación de Jesús de Nazareth derriba cualquier muro de sombras pues Él mismo, su presencia, es pura luz que disipa toda oscuridad. Y por ese Cristo conocemos a Dios y le reconocemos en el modo en que Jesús vivió, en como ama Jesús, en la misericordia que respira, en la bondad que brinda como lluvia fresca e incondicional, en su solidaridad extrema, en su servicio perpetuo, en la ofrenda de su existencia misma que tiene su cúlmine en esa cruz que no es sólo patíbulo, sino señal del amor mayor para todos nosotros, para toda la humanidad.

En Cristo ser transparenta el mismo Dios del universo, y es tal su identificación que Dios es y está en Jesús y Jesús es y está en Dios, zarza ardiente en cada uno de nuestros instantes.

Como discípulos o, mejor aún, como amigos y hermanos suyos, no podemos menos que ansiar esa transparencia.
Porque al Dios de Jesús de Nazareth, de María y José de Nazareth se lo encuentra en cada gesto de bondad, en la insondable eternidad del amor cuando se encarna en el aquí y el ahora, en el hambre tenaz de justicia y en la sed obstinada de paz, en la edificación de un ámbito inmenso y cálido con sitio para toda la humanidad, hogar y familia que llamamos Iglesia.

No es fácil, es claro. Pero de la mano de Cristo todo se puede, y los imposibles dejan de ser tales cuando se hace presente la fé.

Paz y Bien

Especulaciones



Para el día de hoy (16/05/14) 

Evangelio según San Juan 14, 1-6


La liturgia continúa situándonos en el ambiente fraterno y a la vez crítico de la última cena, en donde Jesús, frente a la inminencia de su Pasión y de su muerte se despide de los suyos y les habla, se ofrece en su totalidad sin reservarse nada para sí, y quiere que sus amigos no queden a la intemperie de la tristeza, del miedo y la desolación.

Por eso mismo, insiste con paciencia en llevarles calma a sus corazones, para que no impere el temor y florezca la confianza y la paz, con todo y a pesar de todo.
La clave es la fé, y esa fé no supone la adhesión a una idea. Ni siquiera a un proyecto. La fé cristiana -don y misterio- es confiar y creer el Alguien, Jesús de Nazareth, y vivir conforme a ello.

Desde esa fé los discípulos de todos los tiempos, de todas las épocas, no se detendrán ante nada pues se desdibujan las fronteras de los imposibles y la sentencia del no se puede. En este tiempo santo -kairós- mixtura entre Dios y el hombre que se revela en los asombros de la Encarnación, todo es posible.

A pesar de ello, la persistente tentación de la exclusividad es una amenaza siempre latente. Ese creerse únicos por méritos acumulados, por cumplimiento de normas y ritos o por simple pertenencia. Ese cielo pequeño para unos pocos, esas ganas de dispensar con esquemas racionales la posibilidad de Salvación, aún cuando el Salvador brinda rendención a canastas llenas e incondicionalmente.
La vida en Cristo, que comienza aquí, en estos arrabales y no tiene fin, no es solamente vivir: es con-vivir, y así en el corazón sagrado del Señor conviven multitudes variopintas, con múltiples colores, personalidades, perfiles, pero todos y cada uno amadísimos por el Dios de la Vida, elegidos para siempre, una casa de muchísimas moradas que no es suposición banal de un relativismo metastásico, sino fruto primero de esa asombrosa misericordia de Dios.

Especular significa, en su sentido primordial, hacer espejo de una imagen original. Así entonces, especulemos.
Especulemos con esas inmensas moradas de Dios, y busquemos su imagen en esta Iglesia que amamos y que a menudo nos duele. Especulemos para descubrir si esta Iglesia en la que permanecemos, vivimos y somos tiene muchas moradas, es recinto amplísimo en donde la fraternidad y la existencia prosperan y crecen en paz y en justicia, para mayor Gloria de Dios.

Paz y Bien

Un caminar renovado




Para el día de hoy (15/05/14) 
Evangelio según San Juan 13, 16-20


Ese Dios de liberación y desierto se dá a conocer a Moisés y, por intermedio de éste a todo el pueblo, como Yo Soy.
Es el que es, es el que está.

Del mismo modo, en la calidez de una mesa de amigos y en los umbrales de la Pasión, Jesús de Nazareth se revela del mismo modo, y en su Yo Soy se define eternamente su absoluta identidad con el Padre. Dios es Jesús y Jesús es Dios.

Pero ese rostro, esa imagen que los discípulos y nosotros creemos conocer dista mucho de lo que imaginamos. Alejado de los parámetros ornados de gloria mundana, de poder demoledor, de victoria al modo militar, Aquél que es, que está y estará se revela como siervo de los suyos, como un esclavo.

Puede ser escandaloso, y nos puede desatar la rebeldía al modo de Pedro, pues ese Cristo así, humillado, anonadado nos conmueve cualquier estructura espiritual y mental hasta sus mismos cimientos.

Sin embargo, ese Cristo exhibe una característica familiar que le viene de su Padre y que se traslada también a sus hermanas y hermanos, todos los creyentes, y es precisamente el servicio, la generosidad, el interés primordial por ese otro al que reconocemos y edificamos prójimo/próximo.
Por ello, llave y medida de nuestra felicidad están en el darse incondicionalmente, en ofrecer la vida por pequeña que se nos asome.

Es imprescindible que el Maestro nos lave los pies, signo de ternura y de predilección personal.
Y así ir hacia el horizonte del hermano -pues la gloria de Dios es que el hombre y especialmente el pobre viva- con un caminar renovado, a paso firme, con alegre desprendimiento de todo egoísmo, para mayor gloria de Dios y paz y bien para los que están cerca y los que están lejos.

Paz y Bien

Un amor afectivo y efectivo




Para el día de hoy (14/05/14):  
Evangelio según San Juan 15, 9-17



La gran revelación de Cristo, el misterio asombroso e insondable, es que Dios es amor.

Últimamente es un término que ha dejado de ser logos, que ha sido delavuado en banalidades y en actitudes superficiales, en romanticismos vacuos carentes de compromiso y repletos de egoísmos. Así se replican hasta el hartazgo el hedonismo, el materialismo, el individualismo, y ese torpe reduccionismo de acotar el ámbito del amor a lo puramente sexual. Pero la verdad es que somos y podemos ser mucho más que todo eso.

Jesús de Nazareth elige un momento crucial para destacar la importancia y la solemnidad de esta revelación: se encuentra compartiendo la mesa con los discípulos, pero sabe que está a las puertas de la muerte, del horror de la cruz, del espanto y de la humillación suprema, de las que no rehuirá sino que con esa sangre que ha de verter en absoluta libertad y convicción ha de ratificar la enorme trascendencia de ese Padre que es Él mismo.

Siempre hay un peligro muy tentador, y es el de quedarnos en el plano de la abstracción, de la especulación pura aunque piadosa.
Pero el amor de Dios trasciende cualquier molde o concepto. Jesucristo es la cumbre misma de ese amor, rostro humano de un Dios que sale en nuestra búsqueda para que todos vivan, y vivan en plenitud.

Así Jesús de Nazareth, a pesar de la gravedad del momento tiende un puente cordial, porque su amor es ternura, es amistad, un Redentor compañero fiel. Su amor es afectivo, pues tras de esos afectos se vuelca toda su existencia, toda su eternidad, toda su infinitud en los asombros de la Gracia, la gratuidad sin condiciones, el querer que es mucho más que un simple deseo.

Sin embargo, la Encarnación supone un tiempo nuevo, una era distinta, el tiempo santo de Dios y el hombre.
Por eso entre nosotros ese amor, al mismo modo que la cruz, señala a lo alto y a los lados, brazos extendidos en busca de hermanos.
El amor, que es nuestra única y veraz credencial de creyentes, ha de ser afectivo pero también efectivo, explicitado en obras, en acciones y gestos solidarios, serviciales, generosos, fraternos, justos.

Amar implica morirse a todo lo que nos vá hundiendo y salir en búsqueda del otro. Porque solos no tenemos destino.
Quiera Dios que fruto de todos los encuentros recuperemos la alegría del Maestro, que nos reconoce como amigos y hermanos suyos.

Paz y Bien

Jesús en Hanukkah



Nuestra Señora de Fátima

Para el día de hoy (13/05/14):  
Evangelio según San Juan 10, 22-30


La liturgia sitúa para nuestra contemplación a Jesús de Nazareth nuevamente en el Templo de Jerusalem; se celebraba la Fiesta de la Dedicación -Hanukkah o Jánuca-, y Jesús, totalmente judío y respetuoso de las tradiciones de sus mayores y de la historia de su pueblo está presente, parte de esa celebración.

Esta festividad, que transcurre durante ocho días, es muy cara a los afectos de la nación judía, en ese momento sometida por Roma. Luego del derrumbamiento del imperio de Alejandro Magno, la parte norte del mismo estuvo gobernada por Antíoco IV autodenominado Epífanes, es decir, que se consideraba a sí mismo con carácter de divinidad, y Judea era una provincia más de sus dominios.
Antíoco IV tomó la decisión de imponer todos los aspectos de la cultura helenística en los territorios que gobernaba: precisamente, fué en Judea en donde encontró franca resistencia a esos designios. Esa resistencia fué aplastada sin piedad, con la fuerza de las armas, de cruentos homicidios y de injuriosas humillaciones.

La fé de Israel declarada ilegal, su práctica causal de ejecución sumaria, el Templo profanado una y otra vez, y aquellas mujeres y hombres que permanecían fieles eran sometidos a ultrajes y a la muerte.
Desde una aldea, un sacerdote llamado Matatías se rebela contra la orden real que menoscababa su libertad religiosa, e inaugura una guerra de guerrillas contra el invasor desde las colinas circundantes. A su muerte, uno de sus cinco hijos, Judas, llamado Macabeo -el martillo- toma el mando de la rebelión y al frente de un reducido número de combatientes derrota las ingentes fuerzas opresoras y en el año 164 AC recobra para su pueblo a Jerusalem y al Templo Santo.
Junto con su reconquista, Judas Macabeo y los suyos limpian el Templo, lo purifican y lo dedican nuevamente a su Dios. Su victoria final llegará años más tarde, cuando toda la nación judía vuelve a ser libre, inaugurando una época de paz y prosperidad.

Mucho más allá de una consideración histórica, estratégica y política, Hannukah es una celebración eminentemente espiritual.
Es celebración de un pueblo dispuesto a morir con tal del reencuentro con su Dios, ansias de su cercanía y su trascendencia, hambre de que ese Dios vuelva a ser el centro de su vida, que su santidad todo lo inunde, que su presencia vuelva a ser tangible.

Con Jesús de Nazareth el memorial de la gesta macabea adquiere significado pleno.
Dios se hace nuevamente presente en medio de su pueblo, señal de eternidad y liberación en ese Cristo humilde y servidor que camina y enseña en los atrios del Templo.
Pero es un tiempo nuevo y distinto, y la santidad se desplaza de las piedras suntuosas y de las joyas ornamentales a ese cuerpo que será entregado a la voracidad de la cruz y que por el poder absoluto del amor resucitará. Por Él, cada hombre y cada mujer se revelan templos vivos y latientes del Dios de la Vida, un Dios que continuamente nos llama y nos busca, que nos purifica, que nos libera, que hace que cada momento de la existencia pueda ser santo si nos atrevemos a escuchar su voz y a mantenernos fieles a esa confianza infinita que ha puesto en nosotros, mínimas ovejas cuidadas por las manos bondadosas del Buen Pastor.

Paz y Bien

Prismas del poder



Para el día de hoy (12/05/14):  
Evangelio según San Juan 10, 11-18



Desde hace bastante tiempo, y particularmente en los últimos años, se tiende a observar y juzgar a los ministerios de la Iglesia solamente desde mundanos prismas de análisis de poder y de cuestionamiento de autoridades. No nos son del todo ajenos estos postulados tampoco en nuestras comunidades, y así solemos realizar la discriminación entre Iglesia institución e Iglesia espiritual.

Muchas de estas cuestiones son harto razonables, y tristemente pueden verificarse en clericalismos malsanos, en abusos de poder, en connivencias que renuncian a la profecía, en dominio y en sumisiones.
Pero volviendo al postulado primero, se aplica un prisma inmanente y mundano a un cuerpo vivo que escapa a tales esquemas.

La Iglesia, ámbito teológico, es comunidad creciente que está animada por algo mucho más grande que las decisiones -y los vaivenes- de la opinión pública, aún cuando ésta sea opinión de la mayoría. Mejor dicho, la Iglesia está animada no por algo sino por Alguien, tal es su particularísimo carácter personal.

Iglesia como rebaño inmenso, en donde cada oveja -por pequeña que fuere- tiene su identidad única, su importancia filial, su reconocimiento a partir del amor.
Iglesia sacramento, signo sensible y eficaz de la Gracia, del amor entrañable de Dios, que tiene pastores que la cuidan en cada oveja, en cada templo vivo del Dios de la vida, que son capaces de jugarse el todo por el todo porque brindan vida a diario, porque saben bien que el rebaño no les pertenece y por ello se vuelven felices servidores, cuyo sustento es ese Cristo resucitado y presente con ellos y en ellos.

Y porque a veces, aún a pesar de que todo señale lo contrario, en los sitios y espacios más insospechados hay más ovejas a las que nunca verán como extrañas o enemigos, sino siempre como hijos y hermanos.

Porque desde la Buena Noticia, el verdadero poder surge del servicio.

Paz y Bien


Cuestiones de ovejas



Domingo Cuarto de Pascua

Para el día de hoy (11/05/14):  
Evangelio según San Juan 10, 1-10


Cada vez que nos acercamos a la Palabra de Dios, es menester ejercer cierto tipo de prudencia que es la de dejar en los umbrales todo tipo de preconceptos. Quizás, uno de ellos en este caso sea el pensar que el Evangelio para el día de hoy tiene por destinatario principal la clerecía o aquellos que tienen una función eclesiástica específica, en un momento puntual.
Solemos olvidar el carácter de catolicidad, es decir de universalidad, y el mandato de Jesús de Nazareth de llevar la Buena Noticia a todas las naciones y todos los sitios. Más frutal es, entonces, embarcarnos en la nutricia reflexión sabiendo que Dios nos habla hoy y nos habla a todos.

El Maestro se valía de situaciones y lugares conocidos por sus oyentes para enseñar y revelar los misterios del Reino de Dios y de ese amor infinito, y nosotros en ese aspecto nos hemos quedado muy lentos en el diálogo con las mujeres y los hombres de hoy. La Buena Noticia ha de anunciarse a partir de lo que las gentes saben y conocen, semilla asombrosa que ha de crecer imparable y frondosa.
El conocía bien qué sucedía en la Judea del siglo I, en la realidad de todos esas mujeres y hombres que le escuchaban con atención: tierra rocosa, semi desértica, en donde más que espacios de cultivo hay tierras de pastoreo, la crianza del ganado ovino devenía fundamental, especialmente en la producción de lanas para el vestido y para el comercio.
En ese trabajo, los pastores desarrollaban sus tareas con el rebaño asignado a menudo por años, y obviamente llevaba a un conocimiento muy particular del pastor y las ovejas, y a vínculos muy profundos entre ellos.

En esas aldeas judías, solía haber un gran corral comunitario en donde todos los rebaños de la vecindad se juntaban por una cuestión de protección; pero, a su vez, dentro de ese corral grande había pequeños rediles en donde cada rebaño específico tiene su sitio. Esos espacios particulares no tienen portón o tranquera, sino sólo una pequeña abertura en la que el pastor tendía su manta, convirtiéndose él mismo en puerta, en acceso pero a la vez en protección de esas ovejas que conoce bien. El pastor protege y se hace puerta del rebaño con su cuerpo, con su propia vida.
Por eso los verdaderos pastores tienen un imperecedero perfume a oveja, tal es su cercanía y su contacto.

De ese corral y de cada redil salia cada rebaño a pastar. En medio de la multitud de ovejas, no es impensable que muchas de ellas se extravíen. Pero las ovejas conocen bien a su pastor y éste a su vez las reconoce a cada una, y evita que se pierdan llamándolas por su nombre, un nombre que es identidad única, irrepetible e intransferible.

Si nos detenemos un momento, hablamos de ovejas, que no de borregos sumisos amontonados en un espacio en donde todos son una masa informe. Hablamos de ovejas plenas, que no están encerradas para su venta o para que no escapen, sino que habitan un recinto amplio en donde cada una es reconocida en su subjetividad primordial, en su carácter personal, en donde hay protección, con-vivencia y reconocimiento entre ellas.

Hay que volver a confiar en las ovejas, si señor.
El rebaño no es propiedad del pastor, el pastor sólo es servidor eficaz y dedicado de esas ovejas que son de Alguien infinitamente mayor.
Y las ovejas saben reconocer la voz señera y clara del Buen Pastor; hay muchas otras voces de ladrones y apropiadores que sólo buscan su beneficio. Por eso los buenos pastores se reconocen por la salud de sus rebaños.

Hoy celebramos a los buenos pastores pero,más aún, a los buenos rebaños.
Todos pertenecemos al mismo Dueño que hará lo imposible por la felicidad de pastores y ovejas.

Paz y Bien


Para quedarse




Para el día de hoy (10/05/14):  
Evangelio según San Juan 6, 60-69


Hubo muchos momentos, durante el ministerio de Jesús, que se asemejaban a acontecimientos exitosos, arrolladores. Curaba enfermos por los que nadie daba un centavo, alimentaba multitudes desde unos pocos panes y pescados, hablaba de amor, de justicia, de liberación y no tenía ningún pruritro en discutir abiertamente con las voces oficiales de la religión judía respecto de todas aquellas cosas que hacían daño, que oprimían los corazones.
En esas circunstancias, de suyo era que además de fácil, era prestigioso estar cerca del Maestro para ese creciente grupo de discípulos.

Pero en la medida que Él les vá revelando que sus cosas, las cosas de su Padre, las cosas de Dios van por otro camino muy distinto al que ellos presuponen, se desatan las quejas y muchos se alejan. Porque es tan inconmensurable el amor de Dios que este Cristo renuncia abiertamente a toda gloria mundana, a todo poder, a cualquier imposición: la glorificación de Dios, en dura paradoja para esos hombres y esas mujeres, sera explícita y definitiva en los horrores de la cruz, de una cruz asumida en total libertad, entregado a la saña de sus enemigos.
Ese horizonte de pura ofrenda los ofende: no se condice con cierta espiritualidad comercial que aún perdura, de toma y daca, de acumulación de méritos piadosos con la consecuente premiación. O en su opuesto, un Dios severo que juzga, condena e impone los castigos tales a los pecados.

Ellos se van, regresan a lo viejo, a la comodidad de lo conocido que, sin embargo, les impide crecer y dar frutos. Ellos se van porque el miedo tiene mucha fuerza, y aún no aceptan el poder infinito del amor.

Y nosotros también nos vamos. Las tentaciones están allí, encendidas y atrayentes, las ganas de volver a una fé de trueques, o a la ideologización del Evangelio, o al ritualismo, o a la abstracción constante de puertas cerradas.
Pero no se trata de ideas o conceptos. Quedarse significa quedarse junto a Alguien, quedarse implica aceptar lo que se nos ofrece y regala, quedarse es darse una y otra vez la cabeza contra un muro y reconocer que sólo en Cristo hay vida, hay salvación, hay eternidad brindada con ternura entrañable, a toda la humanidad sin condiciones.

Paz y Bien

Pan escandaloso, comida de locos




Para el día de hoy (09/05/14):  
Evangelio según San Juan 6, 51-59



El pan, por sí mismo, es sólo una hechura de harina fermentada con levadura que sirve de sustento, y no tiene mayor sentido que el de su utilización práctica.
Ahora bien, cuando consideramos que detrás del pan está el sacrificio del trabajo para que alguien lo ganara con su esfuerzo, está también quien lo ha amasado y horneado y, especialmente, hay alguien que lo vá comer, que se vá a alimentar de ese pan. A partir de allí, el pan se reviste de amor, de familia, de la dignidad de los que trabajan, de la ofrenda silenciosa de los que preparan comida y mesa, de los sacrificios realizados con serena alegría para que los que uno ama no pasen necesidad, y el hambre retroceda. Desde esta obvia perspectiva, la simpleza del pan adquiere una trascendencia enorme.

Tal vez por ello está tan venido a menos el valor intrínseco del trabajo, que es por lejos más que una torpe variable económica, o peor aún, una abstracción que se mira de lejos y se estudia sin compromiso, deshechando con ofensiva rudeza su fuerza profunda que conquista dignidad y derechos, y propala amores.

Los críticos de Jesús eran iguales de literales y se ubicaban lejos, observadores neutrales sin compromiso. Por eso se escandalizan, porque ese rabbí galileo identificado absolutamente con Dios rechaza cualquier abstracción y se vuelve demoledoramente concreto: la vida eterna acontece cuando comemos su carne y bebemos su sangre, y aquí hay una literalidad que no admite demasiadas simbologías.

Es la realidad de la vida entregada, de la vida ofrecida, de la vida divina asumida en nuestras limitadísimas corporalidades para que nadie muera, para que todos vivamos para siempre.

Y es también comida de locos, pues en este mundo desolado y cuerdo se reunen a celebrar la vida y a agradecer aquellos locos que han comprendido que el Pan de Vida no se consume por méritos ni es un rito más, sino que es la vida misma de Dios ofrendada a pura bondad y generosidad, incondicionalmente, una infinitud que se comienza a saborear aquí y ahora.

Paz y Bien

Virgen Gaucha de Luján


  



Nuestra Señora de Luján - Patrona de la República Argentina

Para el día de hoy (08/05/14):  
Evangelio según San Juan 19, 25-27



Corría el año 1630, y éramos apenas una colonia periférica de un vasto y poderoso imperio. Ni siquiera estaban incipientes sueños de Patria, de casa común.

Pero Ella ha venido hasta nosotros y se ha quedado, desde entonces y para siempre.

La llevan junto a una imagen hermana -la Virgen de Supampa- por travesía en un buque comercial, y por caminos clandestinos -ruta de contrabandistas-, pues había algo turbio en los negocios de quienes encargaron las imágenes. La carga no se compone solamente de dos pequeñas imágenes de terracota, sino que se complementa ominosamente con una miseria aberrante: un esclavo negro, Manuel por nombre, es compañero de la Virgen.

Aún así, por senderos inusuales y extraños, en medio de costumbres crueles, todo puede suceder porque Dios sigue germinando la historia, y con tenacidad de madre, con la obstinación que sólo conocen los que aman, decide quedarse en este suelo. No habría, ni hay ni existirá fuerza alguna que mueva esa carreta de ruedas enormes, no consta en el universo nada que pueda conmover estos amores que nos definen y constituyen, Virgen Gaucha, Madre del Señor, Señora de Luján, hermana y compañera de nuestros andares que cobija entre sus pequeñas manos nuestra historia y nuestro pueblo, aún con todos nuestros quebrantos, aún con nuestras luces y nuestras sombras.

La Virgen surera permanece firme en el horror de nuestras cruces y sonríe feliz en el cimbrear de nuestras fiestas.

Madre por ese Cristo que está en donde Ella se encuentre -porque donde está la Madre está el Hijo-.

Gaucha por la santa mixtura de la sangre india que aún nos corre silenciosa, y por tantos abuelos que han venido atravesando mares extensos, gauchísima confortando a los que sufren y protegiendo a tantos desvalidos, abandonados y hambreados que han de ser nuestra vergüenza y nuestra misión, protectora de los niños sometidos, Cruz del sur de tantos jóvenes sin rumbo, fiel hermana de una multitud silenciosa de mujeres y hombres honestos que desde su esfuerzo edifican una casa grande para todos, casa común en donde todos cuentan, todos son importantes, que no reconoce enemigos sino hijos y hermanos.

Ella, como en Nazareth, como en el Calvario y en la Villa de Luján también, no tiene casa propia. Ha vivido siempre en techo prestado, porque su hogar ha de ser siempre el hogar de los hijos que la reciben sin reservas, a puro afecto, con la fortaleza indestructible de la ternura.

Señora de Luján ruega por nosotros, por los que nos precedieron, por los que están perdidos, por los que vendrán, por ese hijo tuyo siempre presente que ahora sucede a Pedro, por todos aquellos que con tu misma hermosa obstinación -rebelde, pura, santa- se afirman en la solidaridad, en la presencia, en la justicia y en la paz.

Amén

Paz y Bien

 
Octubre de 2012 - Última misa celebrada en la Basílica de Luján celebrada por el entonces cardenal arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio S.J., hoy Francisco PP.


 Nuestra Señora de Luján en la Plaza de San Pedro


La Virgen Gaucha en el palacio pontificio junto a S.S.Francisco

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