De yugo y cansancio



Para el día de hoy (17/07/14) 

Evangelio según San Mateo 11, 28-30




Los oyentes habituales del Maestro, esa gran mayoría de gentes que bebían sus palabras y enseñanzas, eran gentes sencillas, pescadores y campesinos judíos. Muchos de ellos conocían bien los vaivenes de las aguas, los peces y las mareas. Para otros tantos, eran usuales los saberes del cultivo de la tierra, esa tierra palestina a la cual exigía un enorme esfuerzo arrancarle frutos.

Pero el Maestro, casi inadvertidamente, les enseñaba la Buena Noticia y les hablaba acerca de Dios y de la eternidad a partir de esa cotidianeidad -a veces durísima- en la que esos hombres estaban inmersos. En cierto modo, ese Cristo hablaba en sus mismos términos, con tonada similar, y especialmente a partir de lo que esas personas sabían y conocían.
Es algo que nosotros, tal vez, en nuestros afanes misioneros hemos olvidado por estériles esfuerzos eruditos. Hemos de volver a la sencillez del mensaje evangélico, hemos de regresar a conversar con la mujer y el hombre de este tiempo a partir de lo que vive, para que esa existencia se fecunde y transforme, y es mucho más que una metodología didáctica: es un servicio cordial y fraterno.

En tal sentido, esos campesinos entendían perfectamente el sentido del término yugo que Jesús de Nazareth les planteaba.  Los bueyes eran indispensables para roturar la tierra, y también como robustos animales de carga; más para conducirlos a cada objetivo -tirar del arado, transportar objetos pesados- era menester uncirlos, es decir, colocarles en sus cuellos una especie de letra u invertida, el yugo, de madera basta y gran peso que doblegaba la cerviz de las bestias, para que no se apartaran ni del surco ni del camino. Así entonces se doblegaba cualquier conato de rebeldía de los bueyes o, eventualmente, de las mulas, y es menester tener en cuenta que los yugos se diseñaban con el fin de que los animales tiraran del arado o el carro por parejas, para la eficacia de una carga mayor. A estos pares se les llama yunta.

Pero esos campesinos, a su vez, se sentían también identificados con lo que les sucedía a sus animales. Como provincia del imperio romano, la tierra de Israel estaba sometida a la humillación continua de la ocupación militar y el dominio extranjero a través de pretores y de reyezuelos locales, vasallos brutales del César. Esos campesinos debían guardar silencio, y así, sin quejas, pagar gravosos tributos que se llevaban gran parte de los frutos de su trabajo, sumiéndolos en la miseria.
En esa tierra también, lo religioso era una cuestión fundante: pero sus dirigentes a su vez habían edificado todo un sistema o corpus dogmático de estricto cumplimiento que tenía mucho de imposición que esterilizaba las almas y que muy poco o ningún espacio dejaba para el Dios de sus padres.

Por todo eso, lo que plantea el Maestro es revolucionario. Está hablándoles de liberación, de una liberación que excluye explícitamente la ingente tentación zelota, la rebelión por la violencia, el dejarse conducir a los pastos de la vida por el yugo leve de la bondad y nó de la imposición, un yugo que no doblega sino que yergue humildes pero íntegros en la alegría del amor y de la bendición a todos aquellos que se atreven a seguir a Cristo.

Paz y Bien

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