Nuestro fariseo interior




Santa Teresa de Jesús, virgen y doctora de la Iglesia

Para el día de hoy (15/10/14) 

Evangelio según San Lucas 11, 42-46



Si dejamos en suspenso por un momento las circunstancias históricas y religiosas del surgimiento de los fariseos y su particular influencia en el siglo I en la Palestina del ministerio de Jesús de Nazareth, nos queda para nuestra reflexión su ética y su religiosidad.
Y tristemente podemos percibir que no es una corriente o actitud religiosa acotada a una época determinada, sino más bien que persiste y que tiene raíces en nuestros corazones, a menudo con una conformidad feroz.

Es que ese fariseo que nos persiste es la minuciosidad en el cumplimiento de los preceptos y normativas, cierta puntillosidad ritual y una rigurosa adhesión dogmática. Todo ello, claro está, no está mal: en un tiempo como el nuestro, oscilante entre lo banal y lo relativista, afirmarse en esas cuestiones puede ser necesario y útil. Los problemas comienzan cuando esas actitudes y posturas devienen en lo único a ser tenido en cuenta, y así la fé traduce en la creencia en un Dios de premios y castigos, un Dios punitivo con la gran mayoría y premiador de unos pocos, un Dios alejado cuya voluntad se manipula mediante las prácticas piadosas.
Junto a ello, y en esos afanes fundamentalistas, surgen también las mentes críticas. Pero no se trata de un espíritu crítico, en el esfuerzo fraternal de buscar la verdad que libera, sino antes bien de señalar las briznas en todos los ojos ajenos. Jamás las vigas en los propios.
Es el vayan y hagan, es la declamación de lo que deben hacer los otros, es la fé sometida solamente el domingo, templo adentro, fé sin conversión que por ello se transforma en creencia común, sin trascendencia.
Es la religiosidad que reniega del prójimo pues sólo es capaz de encontrar algunos pares.
Es un corazón en donde está ausente lo que cuenta y decide, la compasión, la misericordia, la justicia, frutos mejores de la Palabra.

La postura del Maestro hacia fariseos y otros dirigentes religiosos siempre fué demoledoramente crítica. Pero es menester no perder de vista que no se trataba solamente de una tala que derriba, sino la angustia de ese Cristo que suplicaba la conversión de esos hombres de corazones petrificados.

Es imprescindible que el Maestro vuelva a repetir con voz fuerte esos ayes. Para despertarnos, y que nos duela, nos moleste, nos conmueva, para regresar y converger -convertirnos- a Dios y al hermano.

Paz y Bien

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