A la luz de la Palabra



Para el día de hoy (31/12/14) 

Evangelio según San Juan 1, 1-18




Fin de año, Año nuevo. 
Final y comienzo. 
Para muchos, es la época del año en que se hace un balance de lo vivido en los doce meses pasados. Otros saludarán -con mayor o menor sinceridad- a amigos y conocidos con deseos de buena ventura, de felicidad y prosperidad para el ciclo que está a las puertas. Otros, más golpeados por muchas cuestiones, tal vez ansíen que el 2015 les depare tiempos más leves, menos gravosos, un poco más de aire. Que haya justicia, que haya paz, que no falten salud y trabajo, que la corrupción deje de agraviarnos con sus inhumanas infamias, que la vida sea protegida.

Pero los buenos deseos no bastan. Sabemos que tipo de rutas pueden asfaltar las buenas intenciones. Es imprescindible poner manos a la obra, garra y corazón. Dejar de ser espectadores estupefactos y estériles de la propia existencia.
El año que comienza ha de construirse, ha de edificarse con paciencia, con humildad, desde la mansedumbre y la generosa fraternidad. Que no vivimos solos, que la plenitud acontece desde el nosotros antes que desde el yo aislado. 

Una obviedad: no se puede andar a tientas, a los tumbos continuos por errar las veredas justas.
Por eso es menester elegir -con coraje y con confianza- caminar y trabajar a plena luz, y a la luz de la Palabra.

La Palabra es Palabra de Vida y Palabra Viva. Actúa misteriosamente en los corazones.

Contrariamente a las limitadas certezas mundanas, la Palabra no es una idea ni un concepto abstracto. La Palabra es una persona, Verbo de Dios que asume nuestra humanidad para el rescate de los perdidos, para el reencuentro de los extraviados, para la felicidad de todos.

¡Muy feliz año para todos!
Y que sea un año luminoso, y pleno de esperanzas.

Paz y Bien
 

Los que crecen en sabiduría y Gracia




Para el día de hoy (30/12/14) 

Evangelio según San Lucas 2, 22. 36-40



Ayer escuchábamos la Palabra que nos hablaba acerca de Simeón, ese abuelo cordial de Jesús, y su indómita e inquebrantable esperanza. Hoy, la misma Palabra Viva nos presenta a Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser.

Muchos datos para una pequeña anciana: pareciera como si el Evangelista quisiera presentarnos la credencial de identidad de Ana: más en realidad, se trata de acentuar que el llamado de Dios, la vocación, siempre es enteramente personal, siempre las cosas de Dios refieren a mujeres y hombres de carne y hueso, concretos en tiempo y espacio, decidiendo la historia, y tiene también que ver con cada una de nuestras existencias. No hay un llamado genérico ni cuestiones abstractas en la sintonía de la Buena Noticia.

Ayer Simeón, hoy Ana. Dos testigos que ratifican, según la ley mosaica, una verdad incoercible.
Para las realidades de la época, una mujer de ochenta y cuatro años de edad es un hecho asombroso; pero esa abuela tiene de extraordinario otras cuestiones más profundas que superan la acumulación cronológica de años vividos.
Esa abuela es profeta. Tiene cosas para decir de parte de Dios, y a su vez tiene una capacidad de ir más allá de cualquier apariencia. Sabe mirar y ver. Confía y espera, pues toda su vida es un huerto cuidado por la oración y el ayuno, vive en presencia humilde frente a su Dios, pequeña anawin del Señor.

Su fidelidad refleja la imperecedera e infinita fidelidad del Dios que la sostiene. Por ello descubre por entre la multitud que discurre por el Templo enorme a ese Niño pobre y pequeñísimo en brazos de su Madre, y sabe sin dudas en las profundidades de su alma grande que ese bebé es el Salvador de su pueblo, Aquél tan esperado, el que rescatará al pueblo de todas sus opresiones. 
La alegría germinada al calor de su fé le florece, y agradece a su Dios por el encuentro, y no para de contar a todo aquel que quiera escucharle esa novedad magnífica. Porque las buenas noticias son realmente buenas y nuevas si se comunican y comparten.

Ana, esa abuela de fé y de servicio, a pesar de su edad tan avanzada sigue creciendo como un árbol frondoso, con flores fragantes, con frutos maravillosos. Al igual que ese Bebé Santo, ella sigue creciendo en sabiduría y Gracia, como crecen aquellos que permiten a Dios ser Dios en sus existencias, aquellos que tienen ojos profundos capaces de descubrir al Salvador en la debilidad de un Niño, aquellos que nunca se resignan ni abdican en la esperanza, aquellos que florecen en oración y en piedad, todo un proyecto de vida para un año que se asoma incierto y que es menester edificarlo con esfuerzo y mucha, mucha confianza.

Paz y Bien

Los que saben mirar




Para el día de hoy (29/12/14) 

Evangelio según San Lucas 2, 22-35



Las gentes acuden en gran número al Templo de Jerusalem, centro de su religión y núcleo de la identidad de Israel. El Templo es enorme, fastuoso, imponente, y a la multitud abigarrada que discurre como un río humano por sus recintos hay que añadirle el humo de la grasa animal que se quema producto de los sacrificios que realizan los sacerdotes, y del incienso que perfuma el culto.

Allí, mirar con claridad es difícil, y mirar a alguien en particular es una tarea ímproba, casi imposible.
Aún con talante religioso acendrado, con todas las distracciones existentes y con tanta y tanta gente masificada, hoy también se hace más que complicado mirar y ver, encontrar un rostro, una mirada que se busca.

Simeón era un anciano: seguramente y a causa de su edad, su capacidad visual estaba muy menguada. Pero él tiene una buena mirada, y la clave radica en que es justo y piadoso.
Justo porque ajusta su voluntad a la voluntad de Dios.
Piadoso, porque por su oración vive en plena sintonía con una eternidad que sostiene su existencia.
Y con todo y a pesar de todo, jamás ha abdicado en su esperanza, jamás se ha resignado.

Los que saben mirar son aquellos capaces de encontrar un rostro específico en medio de la multitud, una persona por entre una masa nutrida y anónima.

Simeón sabe mirar. Con toda probabilidad, ha sido criado y educado en las tradiciones de su pueblo, y su ortodoxia religiosa especifica que el Mesías de su pueblo llegaría revestido de gloria y poder, aplastando a todos sus enemigos y restauraría la realeza judía, la casa de David. Ello, sin dudas, condiciona.
Pero aún así, sus ojos profundos también traspasan esos velos limitantes. En la fragilidad de ese Niño pobre que se adormece al cuidado de sus padres galileos ha podido encontrar al Salvador de su pueblo, un Salvador que será luz para todas las naciones y signo de contradicción.

Desde la justicia y la oración, con el auxilio del Espíritu de Dios podremos encontrar en ese Niño nuestra paz, nuestra fuerza, nuestro destino.

Paz y Bien

 

Música de abuelos




La Sagrada Familia de Jesús, María y José

Para el día de hoy (28/12/14) 

Evangelio según San Lucas 2, 22-40




Hay veces en que es útil aproximarse a los relatos de los Evangelios no sólo desde la fé, sino también como si estuviéramos allí, espectadores presenciales de los hechos que acontecen.

Nos encontramos en el Templo de Jerusalem: es enorme y majestuoso, revestido de lujosas piedras, oro y lámparas votivas encendidas permanentemente. Hay mucho humo, producto de la grasa animal que se quema en los holocaustos ofrecidos por los sacerdotes en el altar, a lo que se añaden los vapores del incienso que sacraliza el ambiente. Un río caudaloso y constante de gentes que peregrinan completa la escena.

Perdidos entre el gentío y la enormidad de los recintos del Templo, una joven pareja llega a cumplir con ciertos preceptos de la fé de Israel. Llevan a un bebé muy pequeño en brazos. Son galileos a los que el acento los delata, y eso los hace aún más ínfimos entre la multitud, son campesinos pobres de una periferia menor e irrelevante. La verdad es que son prácticamente invisibles.

Aún galileos, aún humildes, son fieles hijos de su pueblo y sus tradiciones. Judíos hasta los huesos, se llegan al Templo en el momento exacto de la Ley de Moisés para dos rituales: la purificación de la parturienta y el rescate del primogénito. La ofrenda a pagar es la de los pobres -no tienen más-.

Gente extraña.

La más pura acude a purificarse del parto.
Aquél que viene a rescatar a la humanidad de todas sus opresiones es rescatado por su enorme padre carpintero José de Nazareth.

Así Dios se acerca a nuestras existencias, humilde, pobre y débil, y es menester tener una mirada de fé para advertirlo pues está allí. Sólo debemos volvernos capaces de verle.

Tiempo extraño.
Es una familia reciente de tres, pero que ya comienza a ampliarse por lazos mucho más profundos y perdurables que los de la sangre. Ese joven matrimonio advierte que su bebé tiene dos abuelos magníficos que lo esperan sin desmayos, todo el tiempo que haga falta.
Allí hay un símbolo escondido, pues para el derecho judío eran necesarios dos testigos que refrendaran la veracidad de un testimonio. Y allí están los dos testigos fieles, pues allí está la verdad.

Se trata de dos ancianos. Lo usual es clasificarlos como candidatos inminentes a la muerte, y sin embargo ellos están más vivos que todas esas gentes que miran sin ver y que no se detienen. Son dos almas indómitas que no se resignan, y que se sostienen a través de los años por la fé, por la esperanza, por la oración.

El abuelo Simeón siente que su alma reposa en ese bebé que se adormece en sus brazos viejos y jóvenes a la vez, porque ese niño es el arribo feliz del viaje de sus esperanzas nunca derribadas ni truncas.
La abuela Ana es una abuela orgullosa que cuenta a todos los que se atrevan a escucharle que es el tiempo exacto, el tiempo propicio de la Redención. En ese nieto de su corazón, que es de sus padres y de todos los que lo acepten, está el rescate tan esperado.

No hay que aflojarle a la esperanza. No podemos dejar de escuchar con atención a nuestros viejos, a nuestros abuelos. Su vida con nosotros es un tiempo agraciado, un regalo invaluable, y su fé es una música perfecta que nos acuna todas las angustias.

Allí en el Templo de Jerusalem se nos revela a un Dios que es familia, un Padre que nos ama, una Madre que nos cuida, un Hijo que nos salva y que se hace, merced a un amor insondable -misterio tan grande que no se puede contener en palabras- hermano, Maestro, Señor, hijo querido, Dios que acunamos en nuestros brazos.

Paz y Bien
 

Siempre la Gracia





San Juan Evangelista

Para el día de hoy (27/12/14) 

Evangelio según San Juan 20, 2-8



Con todas sus angustias a cuestas, pues el espanto de la Pasión del Señor estaba aún fresco en sus pupilas y en sus almas, ellos tres estaban preocupados porque no robaran el cuerpo del Maestro, que reposaba en una tumba prestada por José de Arimatea, tumba reciente, estreno para la muerte.

María de Magdala se encamina hacia la tumba de madrugada, y esa hora marca el estadio de su corazón. Aún no ha llegado a la Resurrección de Cristo, aún no ha llegado al alba, y se encamina hacia la tumba para cumplir con los ritos mortuorios. Pero la diferencia la marca -como siempre- el amor que profesa por ese Maestro que ha muerto ante sus ojos doloridos.
La ausencia del cuerpo la reviste de urgencias, y por eso corre a avisar a los discípulos, a los compañeros de tantos caminos del Maestro, a esa familia que le han regalado y que es lo único que le queda y en la que confía, a pesar de que a ella, tal vez, no le den demasiada importancia ni le presten atención por el simple hecho de ser mujer.

Pedro y el Discípulo Amado corren hacia el sepulcro. Siguen en el mismo tenor y la presunción -bastante razonable- de que los mismos que le han matado ahora se han llevado el cuerpo para evitar un santuario o cualquier conato de alzamiento popular. Quizás, con una fé que aún debe madurar y encenderse por el Espíritu de Dios, abriguen en su interior la ilusión de que no se trate de una profanación, sino de que en verdad Jesús de Nazareth esté vivo.

Ambos corren, vuelan sus pies, y en esa misma velocidad descontrolada pasan por alto una evidencia: el sepulcro se encuentra en medio de un huerto, es decir, el hogar de la muerte se ubica en medio de donde florece la vida.

El Discípulo Amado llega primero en esa carrera: ello delata su juventud, pero también expresa que el amor siempre, indefectiblemente, llega antes que cualquier razón.

La tumba está abierta y, tal como les habían dicho, está vacía. Las vendas-mortaja están en el suelo, el sudario que cubría el rostro enrollado a un lado. Si se tratara de ladrones de tumbas, no se hubieran dejado una tela de lino tan costosa olvidada; si la intención era quitar el cuerpo y llevarlo a un sitio oculto, no se hubieran tomado demasiados cuidados. Son sólo indicios, pero señales al fin de que los utensilios de la muerte devienen en objetos sin sentido, y que esa tumba es hogar inútil de la muerte. 
La fé les trae la certeza de que el sepulcro vacío es motivo de esperanza.

De un refugio de animales nada se espera que surja ni nazca una novedad.
De una tumba, sólo se indica un final definitivo.

Pero se trata siempre de la Gracia.
En el Pesebre de Belén todo comienza. En la tumba vacía, todo continúa hacia la eternidad, y nosotros vivimos por esa esperanza.

Paz y Bien 

Un Mesías inconveniente y peligroso




San Esteban, protomártir - Memorial

Para el día de hoy (26/12/14) 

Evangelio según San Mateo 10, 17-22



La liturgia nos sorprende con el memorial de San Esteban, primer mártir, todavía inmersos en la alegría de la Navidad.
Como nos sucede con la realidad, su sufrimiento nos demuele y es una nota grave y triste que parece polizón clandestino en la agradable sinfonía navideña. Pero en realidad, se trata del mismo amor, de la misma raíz, de la misma verdad.

Creer en el Niño de Belén, en el Emmanuel, y vivir de acuerdo a ello es despreciable, inconveniente y hasta peligroso a los intereses y poderes de este mundo.
El Dios que nos nace en el pesebre es un Dios que elude templos y palacios, y que elige y se solaza revelándose en la sencillez y la humildad.
El Dios que se hace hijo de María de Nazareth es un Dios del despojo, de la entrega absoluta e incondicional, de la palabra empeñada y cumplida.
Es el Dios que se inclina decididamente y se lo encuentra -y se halla a gusto, como uno más- entre los pobres, los descastados y descartados, los que no cuentan.

Para algunos, es una simpática tontería que deberá quedar confinada al culto dominical, pues la realidad corre por otros andariveles. Para algunos también es motivo de desprecio, de consuetudinaria descalificación, pues en la ilógica santa de la Buena Noticia el poder es servicio, jamás dominio, jamás opresión.

Y para otros se trata de un peligro, un severo inconveniente, pues los que aman al Niño de Belén en toda su insondable verdad, desde sus entrañas y sin medir consecuencias van en sentido contrario a toda lógica mundana de poder, de prebendas, y sobre todo, es ajeno a todo egoísmo, principio rector de un mundo floreciente en dolores y negador tenaz de cualquier indicio de fraternidad, que desprecia con fervor la debilidad y la sencilla eternidad del Dios de nuestras esperanzas 

En ese Dios de la verdad, la mansedumbre y la justicia creía Esteban, y por ese Dios muere como el Maestro, como un criminal despreciado. 

El amor de Dios refulgente en el pesebre y la pacífica fidelidad de Esteban, vivida hasta las últimas consecuencias, son expresiones de la misma agradable sinfonía, la Gracia de Dios.

Paz y Bien 


 
 

Hacerse palabra



Natividad del Señor - Solemnidad

Para el día de hoy (25/12/14) 

Evangelio según San Juan 1, 1-18




Hacerse palabra es abandonar todo palabrerío estéril y esos monólogos del egoismo que reniegan del prójimo, audiciones en primera y única persona que no aceptan ni buscan el nosotros.

Hacerse palabra es no callarse cuando es preciso decir las cosas con claridad y sin ambages, sin ocultarse en falsas prudencias que prolonguen injusticias.

Hacerse palabra es jamás, por ningún motivo, negar voces de aliento y pequeñas cortesías que hacen el bien a quienes las escuchan.

Hacerse palabra es no dormir tranquilos mientras haya tantos silenciados que no puedan expresarse.

Hacerse palabra es devenir felizmente en estrella inquieta y esforzada, estrella servidora que indica la ruta hacia la Salvación, a todos los Belenes de este mundo en donde la vida se renueva en cada niño, bendición del Dios de la vida.

Hacerse palabra es hacerse esperanza, como Aquél que no es una idea abstracta ni un concepto sino el Verbo Eterno por el cual todo se ha creado y en el cual todo se sustenta, y que ha descendido a estos arrabales que somos para hacerse pariente, hermano, amigo, hijo queridísimo de nuestras vidas, acunándolo en las honduras de nuestros corazones.

Muy Feliz Navidad para todos.

Paz y Bien

Una gran alegría para todo el pueblo




Vigilia de la Natividad del Señor - Misa del Gallo

Para el día de hoy (24/12/14) 

Evangelio según San Lucas 2, 1-14




Esta noche es la noche.

Noche de nacimiento sin partera ni hospital ni doctor, noche de bebé, de pañales, de madre cansada pero atenta, de padre ansioso.

Noche oscura con un resplandor deslumbrante y extraño. Noche de un tiempo -como todos los tiempos- complicado, tiempos poco amistosos con los niños, en desbordes de indiferencia y de brutalidades perfeccionadas.

Pero esta noche es la noche.

Como en un manso desafío sin peleas -un convite irresistible- Dios nos provoca y nos despierta todos los letargos con una ancha sonrisa abierta.

En tantas disoluciones obrantes, Dios convida a juntarnos, a reconocernos, a tolerarnos. Cada vez que nos encontramos acontecen milagros.

Dios nos nace, una esperanza en pañales que hay que acompañar, proteger y abrigar. Dios empuja la Salvación desde la fragilidad de un Bebé Santo para que nadie más esté solo, abandonado, resignado a miserias e injusticias.

Dios se hace tiempo, historia, hermano, hijo querido, uno entre nosotros para que renazcan todas las alegrías en todos los pueblos.

¡Muy Feliz Navidad!

Paz y Bien  
 

El sol que nace de lo alto




Para el día de hoy (24/12/14) - Misa propia del día

Evangelio según San Lucas 1, 67-69



Al anciano sacerdote Zacarías le ha nacido el hijo soñado.

Hubo de quedarse mudo durante un tiempo, replegado al silencio, porque a veces es necesario callar para recuperar la capacidad de la escucha atenta, un silencio frondoso para que pueda surgir la música nueva, la bendición de Dios.

Zacarías recupera el habla al nacer ese bebé que será una antorcha de auxilio y esperanza para todo su pueblo. El siente que su avejentado corazón rejuvenece pleno de alegría por ese hijo, porque todo hijo ratifica la alianza de Dios con la humanidad, vida tenazmente persistente desde la debilidad de los niños. Y el Espíritu le enciende los fuegos de su alma, menguados por ciertas resignaciones y por esterilidades que van mucho más allá de las disfunciones de su cuerpo.

Ese fuego de Dios lo vuelve capaz de leer su propia historia y la historia de su pueblo en clave de esperanza y de misericordia, y es la señal de que allí se escucha una profecía, voz cierta de Dios para el pueblo.
En gozo y fidelidad, su plegaria y proclama es tan nutricia y luminosa que esta familia que llamamos Iglesia la adoptado como propia en las mañanas cuando reza Laudes.

Dios nos visita.
Dios nos visita para quedarse definitivamente, aquí mismo, uno más entre nosotros en humanidad, el más humano de todos.
Dios nos bendice con justicia y con la paz.

Se llega hasta estos arrabales el sol que nace de lo alto, un sol distinto que disipa tinieblas y dolores, un sol extraño pues es una persona, una personita, un Bebé santo en brazos de su Madre, en quien misericordia y derecho se abrazan, luz que ilumina nuestros pasos vacilantes por caminos de santidad, de paz, de liberación, de compromiso perpetuo de un Dios que cumple siempre, sin excepciones, todas sus promesas.

Paz y Bien

La vida en pañales




LA VIDA EN PAÑALES

Un pañal es sólo un trozo de lienzo,

nacido de la magia del telar 

y las manos artesanas.

Nacido de un cruce de fibras: 

la urdimbre y la trama.

La línea horizontal 

que une los extremos de la vida.

La línea vertical 

que junta la tierra con el cielo.

Los pañales que blanquean la noche de Navidad

representan la afirmación más rotunda:

la esperanza es posible.

Por lo tanto, es necesario construirla,

teje como se teje un pañal,

juntando a los hombres entre sí

y juntando al hombre con Dios.


En una palabra, apostar a la Vida,

que está siempre en pañales.

Alejandro Mayol

La celebración de un nacimiento





Para el día de hoy (23/12/14)

Evangelio según San Lucas 1, 57-66




El tiempo de maduración y crecimiento es distinto para cada persona, y no puede mensurarse con ninguna escala. La tentación de la solución mágica e instantánea, la mecánica pretendida de presionar una tecla y ya, es demasiado habitual. Sólo los que esperan con confianza -con todo y a pesar de todo- son aquellos que verán la primavera frutal.

La escena que nos brinda hoy el Evangelista Lucas se desarrolla en Ain Karem: se trata de una pequeña localidad ubicada en los suburbios de Jerusalem, aproximadamente a seis kilómetros de la Ciudad Santa, en las montañas de Judea. 
Se trata de un pueblito de esos que podemos encontrar en cada uno de nuestros países, pago chico en donde todos se conocen, en donde la vida se comparte de manera muy personal, a diferencia de la inhumanidad anónima que suelen ostentar las grandes ciudades. Allí, un paisano, un vecino es parte de la familia aunque no haya vínculos sanguíneos. Allí se celebran los nacimientos, se festejan los matrimonios y se lloran las desgracias por los lazos profundos de los afectos.

A Isabel y a Zacarías el tiempo de espera se les había hecho demasiado prolongado, tan extenso que la resignación les había ganado algunos espacios. Una esterilidad irresoluble los condenaba a que su linaje, su apellido, su historia muriera con ellos mismos.
Eran ya mayores, específicos para ser abuelos pero lejanos para padres primerizos.

El tiempo de maduración tiene un logos propio, y más aún el kairós, tiempo propicio de Dios, muy diferente a kronos, secuencia consecutiva de los días. Y el tiempo en que ellos y nosotros nos encontramos es precisamente ése, el kairós, el de la irrupción agraciada de Dios en la historia humana, tiempo santo de Dios y el hombre. 
Cuando Dios se hace presente, acontecen cosas de lo más extrañas y asombrosas. Y la casi abuela Isabel se descubre jovialmente embarazada, grávida de quien sería el Bautista, enorme profeta de su pueblo.

Zacarías, sacerdote del Templo y futuro padre, es llamado a silencio.

Hay momentos en los que es preciso callar para que maduren cosas nuevas, para abandonar viejas palabras sin sentido ni destino, para que la Palabra definitiva se haga vida cotidiana y salvación.
Isabel se oculta en su hogar, quizás por confusión, quizás por cierta vergüenza inconfesa por su edad avanzada que parece incompatible con su embarazo. La situación es un contrapunto con la muchacha nazarena que con un niño en su seno, no se calla ni se oculta, sino que se pone en marcha, al encuentro de su prima mayor.

Llega el tiempo del nacimiento. No ha debido ser sencillo un parto a esa edad. Pero el niño nace sin problemas, y es una alegría inexpresable para esos noveles padres. Todos aquellos que hemos tenido la bendición de los hijos lo sabemos bien aunque no podamos contarlo en todo su esplendor.
Pero en Ain Karem no es sólo alegría de los padres, sino motivo de celebración para los vecinos. En cierto modo, es un barrio que festeja la vida que continúa con ese bebé recién llegado.

Por esos afectos y por esa cercanía, los vecinos son también copartícipes de la paternidad recién inaugurada, son padres y madres del hijo de Isabel y Zacarías. Cada niño que nace debería ser también un hijo de todos nosotros, porque cada niño es una bendición y un motivo de alegría. Es laudable el cuidado de la vida en ciernes, pero a veces, en los afanes de cuidar la gestación solemos olvidar a esos niños de tantos buenos afanes luego de que ha llegado al puerto del parto, y la vida debe cuidarse siempre, acompañando con paz y con justicia cada tallo verde en crecimiento.

Con algo de picardía escondida en afectuosa autoridad, los paisanos quieren decidir -a la hora de la circuncisión del bebé, el momento de nombrarlo- cual será el nombre de la criatura. Ellos afirman rotundos que debe tener el nombre de su padre, según las tradiciones, o al menos de alguien de la familia, y nos podemos imaginar sus rostros asintiendo, ratificando la aseveración.

Pero es un tiempo nuevo, y hay una ruptura. Las tradiciones que atan al pasado más que tradiciones son traiciones que impiden el futuro. Y Zacarías, escribe sin temblarle el pulso que el niño ha de llamarse Juan -que significa Yahveh es misericordia-, ratificando lo expresado por Isabel, firme como nadie ante los vecinos asombrados.
Ese niño, bendito desde el seno materno, será grande ante Dios y ante su pueblo, íntegro y fiel hasta las últimas consecuencias, y prepara el camino de Aquél que todos esperan con confianza y sin resignaciones.

Los vecinos, claro está, se asombran de ello, y hay una combinación de alegría y maravillas, signo de un Dios que los ha favorecido.

Cada niño que nace trae una bendición, la eterna afirmación de un Dios que viene pujando por la vida. Por eso cada nacimiento debería celebrarse en las honduras de los corazones.

Que este nacimiento que nos está llegando sea una celebración de la vida compartida, de un Dios que se hace niño para no quedarnos en la nada, un amor decisivo que comienza en la humildad de unos pañales.

Paz y Bien


Cantar con María de Nazareth




Para el día de hoy (22/12/14)

Evangelio según San Lucas 1, 46-55




El encuentro acontece en las montañas de Judea, en Ain Karem. Es un encuentro entre dos mujeres muy distintas, y solemos pasar por alto que los encuentros entre gentes diferentes siempre nos enriquecen en tanto reconozcamos al otro.

Una de las mujeres, cronológicamente hablando, está más cerca de ser abuela y de la muerte. Sin embargo, cada vez que Dios interviene en la existencia acontecen cosas de lo más extrañas: la casi abuela está pronta a convertirse en una feliz madre. Quizás por las convenciones de su cultura, que signaban la esterilidad como motivo de oprobio y, tal vez ciertos pruritros acerca de su concepción a una edad tan avanzada la llevan a ocultarse por varios meses.

La otra mujer es casi una niña, una muchachita adolescente de una aldea galilea que no tiene mayor relevancia ni valor político o religioso. Pequeña adolescente judía que tiene un embarazo sospechoso, y que sin embargo tiene la certeza de que esa vida que se le crece es una maravilla, una bendición de Dios. Esa muchacha no se esconde. Por el contrario, la felicidad que la embarga la impulsa a salir en la búsqueda de esa mujer que lleva tantas semanas oculta. La felicidad es auténtica y frutal cuando se comparte sin condiciones.

La mujer mayor está casada con un sacerdote del Templo: son fieles y no abandonan la esperanza en la redención de su pueblo, y simbolizan la Antigua Alianza, la religiosidad convencional y ortodoxa de la Judea a la que pertenecen.
La mujer más joven -tan joven que estremece imaginarla andarse desde Nazareth hasta las montañas de Judea en soledad- está desposada con un ignoto carpintero judío de la Galilea de la periferia y la sospecha, con ciertos lazos antiguos que lo vinculan al rey David. Son pobres, pequeñísimos, insignificantes.

El encuentro entre esas dos mujeres se hace fiesta y profecía. Se trata de tiempos nuevos y asombrosos en que la Palabra se expresa a través de los que nadie escucha, las mujeres y los niños.

Entonces María de Nazareth canta. Canta las maravillas de un Dios magnífico porque ha descubierto el paso salvador de ese Dios por su existencia, porque ha mirado su pequeñez floreciendo la virginidad de su cuerpo y de su alma, tierra sin mal.
Canta porque sabe bien que su Dios siempre cumple sus promesas.
Canta porque su Dios siempre tiene su rostro inclinado hacia los pequeños, los pobres, los oprimidos. Canta porque su Dios es liberación, canta porque su Dios, llegado el caso, derriba a los poderosos de sus tronos de injusticia y explotación.
Canta porque su Dios es misericordia.
Canta porque su Dios no se olvida de su pueblo, y el Bebé santo que se crece en su seno trae todas las respuestas.

Cantar con María de Nazareth es volvernos capaces de releer toda la historia y muy especialmente nuestra pequeña porción de existencia en clave de amor y misericordia.

Cantemos entonces, con Ella, a ese Dios que teje junto a la humanidad una nueva historia de justicia, de paz y de bien. Que la Salvación no es algo distante ni un premio futuro, sino una realidad cotidiana, porque Dios acampa entre nosotros.

Paz y Bien

Anunciación: la mirada de María de Nazareth




Cuarto Domingo de Adviento

Para el día de hoy (21/12/14)

Evangelio según San Lucas 1, 26-38



En ciertos afanes teológicos -sin duda, muy eruditos-se suele dejar de lado el aspecto intensamente humano de la Anunciación a María de Nazareth. Ello quizás se deba a sus intrincadas vías de ortodoxia y exactitud, que a fuer de rigor suelen devenir en deslumbrantes abstracciones. O también, a que desde hace bastante tiempo muchas teologías han dejado su postura fundamental que es la piedad, porque la teología más veraz y fiel es la teología de rodillas, con el corazón hincado ante el infinito de Dios.

En estas escasas líneas -escasas especialmente por las limitaciones flagrantes de quien escribe- sólo se trata de contemplar la mirada de María de Nazareth.

En la borrosa frontera de su tiempo, es una niña, una adolescente ante quien el mundo recién se descubre demasiado grande y tan violento. Los juegos que solía jugar no están tan lejos, pero a su vez, los mandatos de su cultura dicen que su cuerpo ha entrado en la etapa de la capacidad de concebir, y por ello no debe perderse tiempo. A la muchachita la disponen a ser útil a su pueblo como madre, y por ello la prometen en matrimonio, y con toda probabilidad no requirieron su opinión ni indagaron en sus sentimientos a la hora de decidir entregarla a un varón. 

Esta niña no es originaria de la deslumbrante Jerusalem, con ese Templo tan grande, ni tampoco de las ciudades importantes de Judea. Ella es una flor silvestre de una aldea galilea, un caserío que se pierde en los mapas: por ese origen y por mujer, es casi invisible. Las voces de los sabihondos indican que de esos parajes nada bueno puede venir.

Ella es tan pequeña e invisible que nadie la tiene en cuenta, más estando al borde exterior de la periferia sin destino.

Pero esa muchacha es, ante todo, humilde. Si la humildad es la justa medida de todas las cosas, esa muchacha se sabe tan pequeña como un grano de la arena que es tan abundante por esos rincones palestinos. Y en su humildad, no ha perdido una feliz capacidad de asombrarse, con sus ojos grandes, frente a todos los misterios que superan su razón.

Allí, en medio de la nada, en su pequeñez sin adornos y en su demoledora juventud, ella sabe que de su Dios sólo pueden venir cosas buenas.
Que su Dios se inclina con flagrante y amorosa parcialidad hacia los pequeños y los humildes.
Que su Dios cumple siempre las promesas que realiza, sin excusas ni dilaciones.
Que su Dios escapa de las estanterías esquivas en que pretenden ubicarlo los soberbios.
Que su Dios es esperanza para los pobres.
Que su Dios derriba a los poderosos, y que cuando se hace presente es motivo de fiesta y no de miedo pavoroso.

El amor tiene dos aspectos fundamentales. Uno, que es el salir totalmente de uno mismo dándose en el otro, celebrando la existencia en el nosotros, una vida nueva que es mucho más que una adición simple de individualidades. El otro, la reciprocidad absoluta. Nos descubrimos plenamente vivos cuando nos sabemos amados, y por ello también amamos.

El Dios de María de Nazareth la ama profundamente, y ella ama a su Dios. 
Un amor tan grande como la misma eternidad de ese Dios, que confía en su Amada los destinos de la humanidad toda. 
El Dios del Universo que mira a la creación por la que se desvive con la misma mirada de María.

Por los mandatos de una biología que tiene mucho de sagrada, los ojos del rabbí nazareno serán iguales a los de la Virgen.

Y en la mirada de María de Nazareth, en su confianza sin límites, en su humildad de hija, de mujer y de madre, adivinamos una Salvación que está muy cerca, tan cerca que el Salvador será un hermano, un pariente, un vecino, un amigo, Dios con nosotros.

Paz y Bien


Dios enamorado



Para el día de hoy (20/12/14)

Evangelio según San Lucas 1, 26-38




Los hombres y las mujeres cuando se enamoran suelen hacer locuras, acciones desproporcionadas. Se juegan toda la existencia a ese sentimiento. Se vuelven maravillosamente imprudentes a los cálculos de la razón, y es una imprudencia que tiene que ver más con no guardarse nada para sí, con darse sin medidas, con descubrir la vida con ojos renovados y a través de los ojos y la mirada de quien se ama, y por eso no es sólo una cuestión alegórica imaginar a las nubes como los escalones primeros de un ascenso que no tiene límites.

En el siglo I, Nazareth es apenas un caserío que no tiene mayor relevancia, algo menos que una aldea perdida en los mapas. Para colmo, se encuentra en la provincia Galilea, región de la periferia que habitualmente se ha ubicado en la ruta de las conquistas militares de los enemigos acérrimos de Israel. En numerosas ocasiones, además de conquistada por tropas enemigas, ha sido colonizada por los extranjeros, los que han dejado allí su cultura, sus dioses, sus idiomas, sus hijos.  Para una nación como la judía, tan feroz en el arraigo a sus tradiciones y su identidad, Galilea siempre está bajo sospecha de contaminación, de mezcla estéril. Nada bueno se espera que surja de esos parajes.

También en ese siglo, por imperativos socioculturales y religiosos, las mujeres no tienen voz, importancia ni derechos, excepto aquellos que puede llegar a concederle -en tenor propietario- su padre o su esposo. A las mujeres no se las escucha porque nada tienen que decir.

Por eso, que las promesas que cobijan con ansias todo un pueblo -y que son espejo de toda la humanidad- comiencen a cumplirse en donde nunca pasa nada ni nada se espera, y a través de quien nadie mira ni escucha, es una locura mayor.

Sin embargo, en el calor del villorrio y del corazón de una muchachita campesina -casi una niña- se decide el destino del universo.

El nombre Mensajero que lleva la novedad es revelador: Gabriel significa, literalmente, Fuerza de Dios. 
Por eso y siendo la voz del Todopoderoso, estremece que se dirija a la muchacha con un respeto y una delicadeza que no encajan en ninguna previsión. Se trata de una desproporción inconmensurable -él, espejo del infinito, ella tan pequeña-.
Es una imprudencia que descoloca a los ojos severos de los que se han apropiado de la historia y que sólo comprenden y viven los enamorados.

Porque Dios se ha enamorado de esa mujer, y es el mismo amor que tiene para con toda la creación.

La vida nueva se abre paso desde los más pequeños, los que no cuentan, las mujeres y los niños, porque es ante todo cuestión de amores, el sinónimo cabal de la Salvación.

Paz y Bien

Anunciación de Zacarías, el valor del silencio




Para el día de hoy (19/12/14)

Evangelio según San Lucas 1, 5-25




En la lectura del Evangelio que nos brinda la liturgia para el día de hoy, San Lucas nutre el texto con numerosas señales históricas. Su sentido no es historiográfico, pues los Evangelios no son crónicas históricas de precisión científica verificable, sino más bien crónicas teológicas, es decir, espirituales, y todas ellas significan que Dios teje la Salvación en la historia humana, en tiempos puntuales, que las promesas se cumplen. 
La Salvación nunca es abstracta, desencarnada en puras ideas sin tiempo. La Salvación acontece en el tiempo, en la historia, en nuestra historia y en el tiempo santo de Dios y el hombre.
Y cuando se descubre ese tiempo santo -kairós- sobrevienen las ganas de descalzarse los pies y el corazón, como Moisés frente a la zarza ardiente, corazones humildemente arrodillados frente a la eternidad.

La escena está poblada de signos y símbolos de sacralidad: sacerdote, altar, Templo, incienso, tabernáculo sagrado y memorial de la Tienda del Encuentro en el desierto. El pueblo, en oración, aguardando en los umbrales.

Ese sacerdote, Zacarías, según las convenciones de la época un hombre anciano. Diríamos que es prácticamente un abuelo por los años que porta, excepto que tanto él como su esposa Isabel no han tenido hijos por ser estériles, y es la esterilidad de un pueblo que se ha adormecido en el tiempo, que ya no puede florecer. Quizás apellido y linaje que se agota en ellos dos sea también el fin de un ciclo que no tendrá más frutos porque se aferró a la Ley y olvidó a su Dios, y porque las cosas nuevas sólo pueden crecer al amparo de la Gracia.
Pero con todo y a pesar de todo, Isabel y Zacarías han permanecido fieles a las promesas de su Dios, enhebradas a través de los siglos por las voces fuertes de los profetas.
Las mismas convenciones sociales y religiosas que determinan que ese hombre está más cerca de la muerte que de cualquier otra circunstancia, establecen que la esterilidad de la esposa es oprobiosa, vergonzante, producto cierto de algún pecado, castigo perentorio de un Dios vengador.

Un mensajero se hace presente, Dios que se llega a los días, a cada existencia. Y le anuncia una novedad asombrosa: con todo y a pesar de todo, ellos dos tendrán un hijo, y un hijo maravilloso que será una alegría para todo su pueblo, niño pleno de profecía y santidad. Es que los ángeles siempre son portadores de buenas noticias, y hay que confiar, saber esperar, esperar contra toda esperanza vana y aún cuando todo parezca finalizado, sentenciado de manera unívoca y triste. Nunca hay que resignarse.

Todo ello desborda al bueno de Zacarías. No ahondaremos aquí en incredulidad ni, mucho menos, en un castigo por esa causa. Sólo diremos que a veces, muchas veces, es necesario retirarse al silencio para recuperar la capacidad de escucha atenta, silencio valioso y fructífero que permitirá, al tiempo de la  primavera del corazón -tierra renovada, siembra eficaz- decir cosas nuevas, veraces, definitivas.

Porque el Verbo se hace carne para que el hombre recupere la Palabra.

Acontece un éxodo humilde y persistentemente tenaz.
Los hombres sagrados, los reyes y los guerreros no tienen más nada que decir. Es tiempo de que hablen las mujeres y los niños. Desde las entrañas de la delicadeza y la debilidad la vida nueva viene gestándose pujante.

Y el Templo ya no es la sagrada y fastuosa construcción de piedra, Tabernáculo de la fé.
La Tienda del Encuentro ya no será un lugar, un sitio sino una persona, el Cristo de nuestra salvación, nuestras alegrías, nuestras esperanzas, el que nos libera de todos los oprobios, Aquél que quiere nacernos en las honduras de nuestros corazones.

Paz y Bien


San José de la Buena Noticia




Para el día de hoy (18/12/14)

Evangelio según San Mateo 1, 18-24




A veces lo pasamos por alto, pero las señales están allí, evidentes. Inclusive aún cuando puedan suponerse esponsales convenidos, tal la costumbre y la cultura de su tiempo, por los padres de ambos.

Lo importante es que ellos, José y María, se amaban. 

A partir de allí una perspectiva distinta se nos revela. Desde ese amor los vemos como dos jóvenes de sueños en común, de una vida entera juntos, de familia edificada, la bendición de los hijos. Un matrimonio que proyectan frondoso a pesar de las dificultades y la pobreza.

Desde ese amor, las dudas que le surgen a José de Nazareth son muy diferentes a preocupaciones legalistas respecto de una problemática de índole sexual.

El amor nos hace abrir bien los ojos ante quien amamos y ante nosotros, lo que en verdad somos.

Ese extraño embarazo de su mujer, apenas comprometidos y sin convivir, desestabiliza y angustia a José de Nazareth, más no por alguna confusión acerca de María, sino porque se enciende de temores acerca de sí mismo.
En la vida, en el cuerpo de esa muchacha que ama acontece el plan de Dios, y José de Nazareth, aún siendo descendiente de reyes, se descubre menor, pequeño, totalmente ajeno. Por eso duda, por eso se quiere ir sin infamarla bajo la soberanía de leyes crueles y duras, por eso el abandono de todos los sueños de una vida juntos significan, entonces, no un quebranto de confianza para con la joven y amada esposa sino más bien un repudio de sí mismo. Él nada tiene que hacer allí.

Simbólicamente, los sueños son el ámbito en donde se comunican verdades de Dios que la razón, por sus propias limitaciones, no puede asimilar en la vigilia.
En los sueños del carpintero un Mensajero disipa sus dudas, porque en este tiempo nuevo que amanece no hay lugar para el temor, menos aún sabiendo que Dios está con nosotros.

Por eso nunca, jamás, hay que dejar de soñar.

Con el corazón firme, ese carpintero judío se transforma en alguien fundamental. No es solamente un artesano de aldea ignota, un trabajador más de la Galilea de la periferia en donde nunca pasa nada.

José de Nazareth es José de la Buena Noticia.
Por su intervención decidida, el Niño que ha de nacer tendrá padre, madre, abuelos, un cordón umbilical que lo vincula a la historia familiar, a las raíces de su pueblo, a las profecías prometidas. Sin él, ese Niño sólo sería uno más entre tantos bastardos sin orígenes ni destino -un guacho, diríamos por estas latitudes-, librado a una suerte escasa, a ser nadie, a la infamia constante, sin un padre que lo proteja y lo eduque.

Dotar a un hijo de un nombre es importantísimo. Aún cuando en esto en tiempos actuales esté limitado a ciertas modas o tendencias, un nombre revela personalidad y vocación.
José de Nazareth nombrará a ese hijo que es suyo también Yehoshua , Jesús, Dios Salva.

Padre con todas las letras y con mayúsculas, José de Nazareth cuidará la vida en ciernes de ese Bebé Santo que está llegando en asombrosa bendición a la vida compartida y nueva con la mujer que ama, María de Nazareth.
José de Nazareth, con entera confianza e insondable ternura, llamará a su Dios hijito, y su Salvador lo llamará a él abbá, papá, y en esa certeza aprendida desde tan temprano, Cristo revelará el rostro entrañable de Dios a las gentes de ese modo, Abbá de todos, tan cercano y comprometido desde las entrañas, Dios que se hace pequeño junto a los pequeños, Dios con nosotros.

Paz y Bien

La extraña genealogía de Jesús de Nazareth




Para el día de hoy (17/12/14)

Evangelio según San Mateo 1, 1-17



El Evangelista San Mateo nos ofrece hoy la genealogía de Jesús de Nazareth. 
Para algunos, es un pasaje aburrido sin la rítmica que suele tener el Evangelio. Si indagamos un poco, aunque sea superficialmente, podemos hallar errores groseros en el conteo de generaciones, en la inexactitud cronológica, en la imposibilidad de verificación científica por la falta de precisión histórica.

Pero el motivo de Mateo, como el de todos los Evangelistas, no es realizar una crónica histórica perfecta, sino brindar un relato teológico, es decir, espiritual. Y en esta extraña genealogía de Cristo podemos rastrear con alegre asombro la mano bondadosa de un Dios que teje la Salvación en la historia humana, a menudo desde los márgenes y muy especialmente allí de donde nada bueno ni nuevo puede esperarse, y sus huellas son tan decididamente humanas que las podemos asumir como propias -que lo son- sin ningún tipo de dificultades.

Un largo camino de fé hemos recorrido desde las tiendas del desierto del viejo pastor de Ur. Esclavos y liberados, tribu menor y pueblo en ciernes, hombres de fé, peregrinos, guerreros y poetas. En una suerte de ADN espiritual todo ello nos forma el carácter de lo que somos, y más aún, de lo que podemos ser si nos animamos a tener una mirada algo más amplia de las mezquindades habituales.

En contrario a todas las tradiciones semíticas, en donde los árboles genealógicos son decididos por los varones -en esta historia que tejen Dios y la humanidad hay mujeres, mujeres irregulares y sospechosas, que mantienen encendida la vida que crece.

Tamar, la que engaña a Judá para poder concebir y tener descendencia que garantice la promesa.

Rahab, considerada prostituta, que es clave a la hora de la supervivencia y de la liberación de Jericó.

Ruth. la moabita, la extranjera que por amor y fidelidad se convertirá en la abuela del rey David.

Betsabé, la mujer de Urías, que a pesar de falsedades y torpes acciones brutales será madre de Salomón.

Ellas son ríos caudalosos que desembocan en una muchachita nazarena casi invisible, campesina de aldea polvorienta y de embarazo lleno de suspicacias, que es tan pequeña y sin embargo tan grande a los ojos de Dios, la niña del Sí y la confianza, la mujer que florece con la Gracia, la Madre del Señor, María de Nazareth.

Desde las entrañas de la historia, en tenaz silencio y con frondosa humildad, con todo y a pesar de todo, Dios viene empujando la vida y la Salvación.

Paz y Bien 






Moldes religiosos




Para el día de hoy (16/12/14)

Evangelio según San Mateo 21, 28-32



La lectura del Evangelio para el día de hoy nos interpela, nos desafía, nos provoca, y Dios quiera que siempre sea así, Palabra de Vida y Palabra Viva capaz de despertarnos de todos los letargos.

Es menester ubicarnos en lugar y situación: el Maestro se encuentra en Jerusalem y más precisamente en el Templo, espacio que debería ser sagrado y casa de oración pero que Él revela como cueva de bandidos y ladrones. A esos usurpadores tan afectos a la violencia y que con la brutalidad de la cruz intentarán acallar la Buena Noticia les sigue enseñando, y es señal cierta de que las cosas han de decirse como son, que las denuncias que se silencian son complicidades y que la injusticia tolerada -a pesar de los riesgos- es aceptada. 
Pero también es señal inefable de un Dios que no se rinde ni descansa jamás buscando a los perdidos, a los que están sumidos en marasmos de pecado, inclusive a aquellos a los que lógicamente se los supone insalvables. Siempre hay tiempo para la conversión y el regreso, siempre hay un Dios dispuesto con bondad al perdón. 

Y esos hombres, que eran muy versados en religión, muy piadosos y creían defender las cosas de Dios, aún llegando a una conclusión veraz en la parábola de los dos hijos, se niegan a permitir renovarse en espíritu y en verdad.

Tristemente, seguimos siendo tenaces en esas miserias.
Adherimos con fervor a los moldes religiosos, al cumplimiento de las formas sin corazón ni contenido, al legalismo cegador que impide ver a Dios y al hermano. Porque esos moldes son eficaces a la hora de discriminar entre propios y ajenos, entre los que pertenecen y los que están fuera, y es descripción exacta de aquellos que son exquisitos observantes de dogmas y preceptos pero a su vez, extremos negadores del prójimo.
Quien se cree habilitado a decidir quién es hermano, quién es hijo y quién nó anda por veredas que no son las de Jesús de Nazareth.

Por el contrario, en el tiempo definitivo de la Gracia, en el año sin final de la Misericordia, tienen primacía de acceso al amor de Dios los marginados, los que nadie quiere, los descartados de antemano, los despreciados de siempre. 

La fidelidad a esa bondad indescriptible será entonces convertirse, es decir, converger hacia Dios y hacia el hermano, en especial hacia el último, hacia el que nadie quiere ni nadie invitaría a su mesa.

Todos somos pecadores. Todos. 
Pero todos somos, sin mérito alguno pero por causa de amores inquebrantables, hijas e hijos de un Dios que es Padre y es Madre, que se hace vecino, que se hace pariente, que se hace hijo de todos para acunarlo en nuestros corazones.

Paz y Bien

Autorizaciones y credenciales




Para el día de hoy (15/12/14)

Evangelio según San Mateo 21, 23-27




Esta escena que nos brinda el Evangelio para el día de hoy sucede a continuación de la llamada Purificación del Templo: Jesús de Nazareth había expulsado a los mercaderes y volteado las mesas de los cambistas en los atrios del Templo, y declarado sin ambages que la casa de su Padre sería casa de oración, y no la cueva de bandidos en que se había convertido. 
Ello suscitó un escándalo en las autoridades religiosas, pues como consecuencia directa el culto se había paralizado ante la carencia de animales puros para los sacrificios y de monedas autorizadas para el tributo. Pero lo que marca un punto de inflexión es que la autoridad de esos hombres -religiosos profesionales- queda cuestionada, pues obviamente los mercaderes y cambistas están allí autorizados por ellos, y seguramente son partícipes de un pingüe negocio, pero además, cualquier pátina de sacralidad queda derogada frente a la rotunda afirmación del Maestro de que allí, en el corazón mismo de Israel, sólo se encuentran bandidos y delincuentes, y nó hombres santos y respetables como era de esperarse.

Su entrada triunfal en Jerusalem sin asumir el título de Hijo de David los ponía nerviosos y a su vez los confundía; además, no les eran desconocidas todas las acciones de este rabbí galileo, el socorro a los dolientes, la acogida a los pecadores, la bondad que prodigaba sin reservas ni condiciones, la salud que brindaba cordialmente.
Su origen galileo, de periferia casi marginal, los enoja: es un campesino sin estudios ni erudición, no pertenece ni a los rabinos ordenados ni a los escribas formados y reconocidos, carece de permisos y credenciales...que ellos mismos son los encargados de extender y conferir.
Jesús de Nazareth enseñaba las cosas de Dios con una autoridad evidente pero muy distinta a la de los escribas y fariseos: Él hacía crecer cosas nuevas, no oprimía mentes y corazones con un cúmulo insoportable de normas y exégesis que intoxicaban las almas y enturbiaban las miradas, anteponiendo legislación y doctrinas al Dios que les brindaba autenticidad, sentido y trascendencia. Él pasaba haciendo el bien sin requerir credencial de bienhechor oficial.

Allí estaba la raíz del enojo desatado, porque para hacer el bien no hay que pedir permiso, porque Dios ama a los pequeños y a los pobres con asombrosa preferencia, y porque la Encarnación de Dios es en verdad escandalosa. Es un maravilloso y santo escándalo que debemos suplicar nos vuelva a cuestionar criterios elusivos y exclusivistas, para recuperar mirada y corazón capaces de encontrar al Redentor entre nosotros, un Bebé santo en brazos de su Madre.

Paz y Bien

Las sandalias de Cristo



Tercer Domingo de Adviento - Domingo de Gaudete

Para el día de hoy (14/12/14)

Evangelio según San Juan 1, 6-8. 19-28



En los tiempos antiguos de Israel, cuando todavía no se había desarrollado la nación judía, la identidad propia se resguardaba en el clan, familia amplia con vínculos arraigados a la tierra, a la fé y principalmente, a la reciprocidad. La reciprocidad era la posibilidad de supervivencia en un ambiente duro en su geografía y a menudo hostil por la violencia, una violencia que se expresaba en guerras e invasiones constantes, en esclavitud y en especial en la injusticia flagrante para con los pobres.
En ese ambiente tribal/familiar surge una figura que será clave, y que con el correr de los siglos su impronta quedará en la memoria de Israel: el Go'El.

El Go'El era un varón de la familia, ligado por vínculos de sangre y de afectos que tenía una misión específica, y que es la de utilizar todos sus bienes y su fuerza para proteger y socorrer a los parientes más débiles y necesitados, a aquellos que corren el riesgo de perder sus tierras y por ello emprender el camino del exilio, a aquellos que a causa de deudas o guerras son pasibles de caer en manos extrañas, vendidos como esclavos. Por esto último, también el término Go'El suele traducirse como redentor de cautivos, garante de la libertad, y luego de las catástrofes sufridas a manos de varios invasores -destierro, cautividad, un cúmulo de pesares- el pueblo judío comenzó sabiamente a identificar a Dios como el Go'El que vendría personalmente a rescatar a su pueblo.

En esta institución, quizás poco conocida pero tan relevante, había una acción simbólica para la renuncia al goelato, y era el gesto de quitarse las sandalias. Este gesto implicaba transferir el derecho y el deber de Go'El a otro pariente más fuerte, por razones de la propia debilidad asumida.

Por todo esto, la mención de Juan el Bautista de reconocerse indigno de desatar las correas de las sandalias de Aquél que ha de venir es importantísimo: de esa manera, Juan declara -y sus oyentes lo comprenden desde la raíz de sus afectos- que el Mesías, el Cristo que ha de venir es el Go'El de Dios, el redentor de su pueblo, el que viene para rescatar a los oprimidos y a los más débiles de la familia con fuerza de liberación.

Juan deslumbra en su integridad y es enorme en su humildad: jamás asumiría para sí algo que no le corresponde. Él sólo es una voz de aviso, anuncio esperanzador de quien está llegando, de quien ya está en medio de las gentes aunque aún no lo reconozcan, toda una vocación misionera.

Cristo es el Go'El de su familia, una familia que no se establece por lazos de sangre sino por los vínculos perennes del Espíritu, familia y pueblo de fé, de los que están unidos a Él por la confianza.

Nos está naciendo nuestra liberación, Dios mismo al rescate de su pueblo, y todas las alegrías han de celebrarse.

Paz y Bien

Preconceptos inmóviles


Para el día de hoy (13/12/14)

Evangelio según San Mateo 17, 10-13



Ellos habían estado en la cumbre del monte Tabor y presenciaron asombrados la Transfiguración del Señor, su Maestro resplandeciente conversando con Moisés -la Ley- y con Elías -los profetas-. Cuando descendían del monte, se sintieron compelidos a preguntarle acerca de cierta tesis firmemente establecida por los escribas -la ortodoxia religiosa- la cual determinaba que previamente a la llegada del Mesías anunciado y esperado, el profeta Elías regresaría a poner en orden las cosas, a restablecer los vínculos familiares, a allanar los senderos extraviados, y ese regreso implicaría a su vez que Elías sería fedatario del Mesías auténtico.
Obviamente, sin un Elías reconocido, cualquier Mesías que se arrogase ese título habría de despreciarse y rechazarse sin más trámite.

Ahora bien, esos hombres doctos habían determinado que el regreso de Elías iba a ser espectacular, envuelto en descollantes apariciones de fuego y luces, sin darse cuenta que con ese preconcepto fijo olvidaban de manera expresa la misión del profeta, que era precisamente allanar los caminos del Señor, la reconciliación de padres con hijos, el fortalecimiento de las familias, la conversión.
En consecuencia, no sólo rechazarían al verdadero espíritu profético en cuanto se hiciera presente, sino que aunque la presencia del Mesías fuera evidente, incuestionable, ellos también le rechazarían con la violencia propia de aquellos que se han enceguecido de poder y soberbia.

Jesús de Nazareth les abre la mirada a una verdad que estaba allí, tan evidente como un amanecer. Elías ya había regresado, y se identificaba con el Bautista. Juan era el signo cierto de que el plan de Dios continuaba fiel a las promesas, y por su ceguera optada, ellos lo execrarían con la misma virulencia con que rechazarían a Cristo.

Adviento es tiempo de cambios. Adviento, más que obligación, es un regalo inmenso de luminosidad, y sólo puede responderse cabalmente a esa invitación bondadosa con una conversión efectiva, convergiendo en cuerpo y alma hacia ese Cristo que llega ante nuestra mirada atenta.

Las señales están allí, a la vista de todos los pueblos, al alcance de cada corazón que se ha liberado de todo lo que perece, de los filtros autoimpuestos, de la inmovilidad de ciertas creencias, porque nos nace un Salvador y es menester estar con los ojos bien abiertos.

Paz y Bien

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