La cruz que todo lo ilumina





Para el día de hoy (24/03/15) 

Evangelio según San Juan 8, 21-30


No hubo rótulo que los enemigos del Maestro no le aplicaran. Borracho, comilón, amigo de prostitutas y de traidores publicanos, eunuco sospechoso, infractor impenitente de la Ley, blasfemo, endemoniado. Casi todos ellos, de comprobarse legalmente, acarreaban consecuencias terribles para Él, hasta su propia muerte.
En el Evangelio para el día de hoy, añaden una nueva mácula a su catarata de sofismas sin piedad: lo sindican como presunto suicida, o al menos, como un hombre con potencialidades suicidas.

Para los poderosos, es más que conveniente, y no es preciso retroceder demasiado en la historia de los pueblos para advertirlo: cuando se instala una idea así, si la persona apuntada como objetivo muere, no importará la causa de su muerte, pues ya se presume que la misma es autoinflingida. Y en un ámbito religioso tan estricto, es la peor de las maldiciones.

La cuestión es que esos hombres -escribas y fariseos- eran eminentemente religiosos, quizás religiosos profesionales, y ostentaban una piedad merecedora de todos los respetos, tal el celo que ponían en ella. Pero su error crucial era cerrarse a esquemas pétreos preestablecidos, en donde todo aquello que no encaja debe desecharse o suprimirse. Ellos están inmersos en una lógica en donde la muerte es el factor decisivo, y peor aún, se suponen autorizados a determinar quien debe vivir y quien nó.

Rechazan con fervorosa pasión a ese hombre joven y pobre que pasa haciendo el bien en nombre de Dios, que habla de Dios con una autoridad nueva e inimitable, y más aún, que identifica a Dios como un Padre bondadoso, pródigo en la vida que ofrece.

Por ese rechazo ante lo evidente, por decidirse permanecer en las tinieblas, aunque vivan muchos años, ya han muerto, heridos definitivamente de la herida sin regreso.
Muchos dicen con prudente sabiduría que es fundamental, frente a una enfermedad, que el paciente tenga la decisión inconmovible de curarse, de sanar, de vivir. Si esto está ausente, los mejores médicos y los medicamentos más eficaces devienen inútiles.

Todos nosotros no somos mejores, nada de eso. Todos somos pecadores, mendigos de la misericordia de Dios que se nos ofrece a canasta llenas, pan bueno para la vida eterna.

Por ello, por la fé que traduce en palabra los alaridos de todos los dolores, la cruz que se levantará ya no será símbolo de muerte, sino señal del amor mayor, de la vida que se ofrece para que no haya más crucificado, precio carísimo pagado con la sangre de Cristo para el rescate de una multitud, cruz de los milagros que es señal de auxilio en la noche, antorcha bondadosa que todo lo ilumina, la gloria de Dios que es el amor manifestado hasta el final por ese Hijo que es hermano y es Señor.

Paz y Bien

1 comentarios:

pensamiento dijo...

En la cruz es donde más se logra la unión con Cristo nuestro Bien. Gracias.

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