Que Cristo nos lave los pies



Para el día de hoy (30/04/15):  

Evangelio según San Juan 13, 16-20




Ya habían pasado varios centenares de años, pero su memoria seguía viva. A todas esas tribus de esclavos libertos que se iban acrisolando como pueblo en los calores del desierto, el Dios desconocido se revela, a través de Moisés, como un Dios que es y está, Dios Yo Soy que es un mensaje de envío hacia tierras soñadas, Dios de liberación, Dios de esperanza.

Del mismo modo, ese Cristo servidor se revela a los suyos, y en ese Yo Soy que se comprende únicamente en su plenitud a través de la fé, revela su plena identidad con el Dios de Moisés, Dios de Abraham, Dios de Jacob, Dios de Israel, Dios del universo. Jesús es Dios y Dios es Jesús.

Pero como recién se señalaba, es una cuestión de fé. No resulta nada fácil para esos hombres reconocer como su Salvador y su Dios a un Maestro que descubren como servidor y esclavo que nada reserva de sí mismo en la entrega generosa e incondicional de su vida a los demás. Ellos esperan a un Salvador glorioso, revestido de poder absoluto, y nó a es humilde servidor que les lava los pies, en plena comida de despedida, pues se está despidiendo. Las sombras de la muerte, el espanto de la Pasión están sólo a un paso.

Sin embargo, esa identidad absoluta entre el Padre y el Hijo se revela en plenitud en el Cristo servidor de sus amigos y hermanos.

La plenitud, la felicidad, se enraiza en el amor. Y amor es salir de sí mismo, sin guardarse nada, yendo al encuentro servicial de los demás. Descubrir y reconocer al prójimo desde la caridad. Y así, ramas frutales del mismo árbol de la vida, como hijas e hijos del Padre común, edificar un destino de libertad y una historia plena desde el servicio y la donación de la existencia.

Así entonces Pascua -el paso salvador de Dios por nuestro tiempo, paso de liberación- comienza por permitir que ese Cristo nos lave los pies. Para andar con nueva pisada, con pasos renovados hacia tiempos mejores. Nosotros hemos de andar: de todo lo demás, Él se encarga.

Paz y Bien




La lucha contra la luz



Santa Catalina de Siena, virgen y Doctora de la Iglesia

Para el día de hoy (29/04/15):  

Evangelio según San Juan 12, 44-50




La exclamación de Jesús no es sólo un refuerzo enfático a sus palabras: es el celo entrañable, fuego que lo consume desde sus entrañas, por las cosas de su Padre.
Y las cosas de su Padre son la salvación de todos los pueblos, Dios que se desvive por sus hijas e hijos.

Su esfuerzo cordial no se encamina tanto a controversias con las autoridades religiosas de su tiempo, sino que en señal de auxilio perpetua, atraviesa todos los velos de la historia y nos interpela ya mismo, aquí y ahora, para que no claudiquemos, para dejar de deambular entre los absurdos de nuestras miserias electas, para desertar de la desconfianza y exiliarnos alegremente de las tierras del miedo.
Creer es don y misterio, pero creer también implica coraje y humilde valentía.

Aún así, en una dialéctica que nos hunde y que quizás se relacione con los aspectos misteriosos del pecado, seguimos luchando contra la luz. En vidas pretendidamente creyentes, solemos descubrirnos en ámbitos nocturnos que parecen no tener fin, oscuros y totales. 
Más no se trata de la noche. Hasta la noche más cerrada puede ser una Noche Buena. 
Sucede que no se trata tanto de noche como del imperio de las sombras.

Pero no hay que desanimarse. Las sombras se disipan con asombrosa fluidez frente a la luz. Siempre, sin excepciones, al otro lado de las sombras se encuentra la luz.

Creer y ver. Oír y recibir.
El mismo amor y un compromiso inquebrantable desde Belén al Gólgota, y la ratificación absoluta en la Resurrección.

Pasan teorías y dogmas, pasan libros, técnicas, rituales y observancias. Sólo queda una persona que nos confronta con su sola presencia, presencia salvadora, presencia de rescate, presencia que es una mano amiga que nos pone de pié, que guarda nuestros pasos, ese Cristo que es nuestro hermano y Señor, Dios con nosotros, por nosotros, en nosotros.

Paz y Bien


Al abrigo del rebaño




Santo Pedro Chanel, presbítero y mártir

San Luis Grignion de Monfort, presbítero

Para el día de hoy (28/04/15):  

Evangelio según San Juan 10, 22-30




En la lectura que nos ofrece la liturgia para este día, dos señales importantes se nos brindan desde su mismo comienzo.
El Evangelista Juan nos sitúa en Jerusalem, en el Templo, y en plena fiesta de la Dedicación. En la Fiesta de la Dedicación o Hanukkah -llamada también fiesta de las lucernarias- el pueblo de Israel conmemora la victoria de los Macabeos sobre el invasor helénico Antíoco Epífanes, el restablecimiento de la soberanía judía y muy especialmente la purificación del Templo, profanado con íconos griegos ajenos a la fé de Israel. Esta fiesta se celebra el día 25 del mes hebreo de Kislev, fecha coincidente con el fin del mes de noviembre o comienzos del mes de diciembre según las cronologías gregorianas, y es una celebración fija, invariablemente celebrada ese día. No debemos perder de vista que nos encontramos en Palestina, es decir, hemisferio norte, o sea que obviamente la Fiesta de la Dedicación coincide con el invierno por esos lares.

Precisamente, el Evangelista señala que se celebraba la Fiesta de la Dedicación, y que era invierno. Esto no es un error, ni una redundancia inadvertida en intención enfática por el autor del cuarto Evangelio. Es una señal o signo teológico, o sea, espiritual. Ese invierno describe el estado de las almas, la frialdad y la hostilidad imperantes frente a ese hombre pobre, rabbí galileo, que habla de manera tan novedosa y con extrema autoridad de Dios, al que llama Abbá.

Más aún: a pesar de todos los rituales, de la pompa y la imponencia del Templo, Dios ya no se expresa ni habita allí. Ha habido un éxodo, un desplazamiento: Dios se revela y expresa en Jesucristo. Ha dejado el templo de piedra -frío como ese invierno- y palpita y resplandece en Jesús de Nazareth.

El Maestro hoy no se encuentra rodeado de una multitud hambrienta, tan a menudo desperdigada como ovejas sin pastor. Hoy lo rodean hombres poderosos, guardianes de la ortodoxia judía de aquel tiempo, hombres que detentan un poder gravoso, y que ven en ese nazareno una amenaza peligrosa. Sus preguntas carecen de toda pretensión de verdad, sólo buscan el tropiezo, el error, una formulación declaratoria que lo deje en evidencia blasfema, suficiente para condenarlo de una buena vez. Ello se puede entrever en sus ansias de Él lo declare abiertamente.
Pero regresamos al postulado anterior: no hay una búsqueda sincera, sólo afanes condenatorios. No aceptarían nada que no concordara con sus prejuicios y preconceptos. Esos hombres son esclavos de normas, códigos y formalidades a las que han elevado al sitial mayor, y que han dejado de ser medios, convirtiéndose en fines sacralizados. En esa perspectiva no es posible jamás un encuentro personal y transformador con Cristo, Dios con nosotros. Ellos reeniegan de ser parte del rebaño, de aquellos que reconocen la voz del Buen Pastor.

Estar en el rebaño implica abrigo y refugio. No tanto el blindaje vano que brinda lo masivo, sino el calor que resguarda una familia. El abrigo del amor de Dios que se reconoce en cada gesto de bondad, pues todos estamos en sus manos de Padre, y por ello viviremos para siempre.
Y porque reconocemos su voz por entre los ruidos mundanos, nos sabemos conocidos y reconocidos como hijos y como hermanos, valor infinito conferido por el amor de Dios que sustenta la vida y el universo.

Paz y Bien

Cantata a los Santos Latinoamericanos - Toribio de Mogrovejo, Santo



TORIBIO DE MOGROVEJO
 
Padre obispo Toribio,

Toribio de Mogrovejo,

profeta de nuestra América,

sacerdote y pastor del pueblo.



1. Tu ofrenda de sacerdote

celebren todos los cerros.

Que tu oración en la tierra

tenga la fuerza del cielo.



2. Sea tu voz de profeta

un canto ardiente de amor

que anuncie el sol de justicia

desde la tierra del sol.



3. Pastor y obispo de América

acompaña ahora a tu grey,

que peregrina en tinieblas

en busca de su gran Rey.


Pbro. Jorge Horacio Leiva

aquí puede escucharse: 

Apuntes para los trabajadores de la mies




Santo Toribio de Mogrovejo, obispo, patrono del Episcopado Latinoamericano

Para el día de hoy (27/04/15):  

Evangelio según San Marcos 9, 35-38



La tarea es mucha. Hasta por la enormidad que se percibe puede amilanar a más de uno, decantando en razonadas justificaciones por las cosas omitidas, por los compromisos abdicados, todas excusas para no navegar mar adentro de la confianza, de la fé.

Pero una de las cuestiones fundamentales de la convocatoria a esa tarea es Quien convoca, invita, confía en sus trabajadores. Los cosecheros, mujeres y hombres frágiles seguidores, con todo y a pesar de todo, de Cristo Resucitado, tienen por delante de sus ojos y sus existencias una tarea que estará caracterizada y se decide por la compasión, es decir, por el dolor del otro asumido genuinamente como propio, en la asombrosa generosidad incondicional de la caridad.

Llevar Buenas Noticias allí en donde nada es nuevo y nada es bueno. Esparcir con alegre derroche la Gracia, que no es nuestra pero que fecunda la tierra. Abrir sin miedos todas las puertas y las ventanas de la casa que llamamos Iglesia, porque allí hay una mesa grande con lugares para muchos, en el ágape de la vida concelebrada. Luchar mansamente y sin descanso contra la soledad y la injusticia. Expulsar de las almas a toda corrupción, con la fuerza de Aquél que se ha quedado para siempre.

La viña no nos pertenece, y eso ha de esmerilarnos los orgullos y las soberbias. Estos campos son de Otro, confiados a nuestro cuidado, en una confianza desmedida y desproporcionada respecto de la aquella que solemos depositar en Él.

Muy especialmente, hemos de reflexionar en la tarea de cosechar. 
Cosechar no es cuestión de praxis continua y a menudo sin sentido, en las puras ganas de hacer. Cosechar implica que ha habido germinación y crecimiento, y que hay frutos que recoger, frutos siempre buenos.
Cosechar es ante todo tarea de fé. Cosechar es confiar, corazón adenrto, que el Espíritu que todo sostiene y empuja, y que sopla en donde quiere y por todas partes, ha suscitado por todas partes y en los sitios más insospechados, frutos santos, vitales, únicos, que esperan ser descubiertos y levantados, para que se re-cree la esperanza.
Esa, precisamente, es la tarea de los cosecheros. Y no hay suficientes.

Hacia el Dueño de la viña vá nuestra plegaria, para redescubrirnos trabajadores empeñados en santa tarea, y para que el Espíritu siga creciéndonos pastores para tantas ovejas libradas a su suerte.

Paz y Bien




Buenos pastores de oficio y de servicio




Jornada mundial de oración por las vocaciones

Para el día de hoy (26/04/15):  

Evangelio según San Juan 10, 11-18



En la memoria histórica de Israel y en sus afectos, la imagen del pastor posee una categoría muy importante, muy relevante.
Moisés, el gran caudillo que guía a su pueblo de la esclavitud a la libertad a través de las dunas del desierto, supo cuidar los rebaños de ovejas de su suegro Jetró. El rey David eran un jovencísimo pastorcito cuya vida discurría entre apriscos, cuidando su rebaño. 

En ambos hay un desplazamiento trascendente desde un oficio -adquirido u obligado- de cuidado de ovejas al liderazgo poderoso que guía y protege al pueblo. De allí, la proyección en la memoria colectiva de la nación judía la idealización de su Dios como pastor de Israel, que guía, conduce y protege al pueblo por Él elegido.

Sin embargo, en los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth, y fuera de toda imagen ideal, el oficio pastoril carecía de cualquier tipo de prestigio social. Por el contrario, se solía sindicar a los pastores como amigos de lo ajeno, ladronzuelos lúmpenes. Pero en la rígida concepción religiosa imperante, un pastor cumple a medias con los preceptos formales, no acude a las celebraciones del Shabbat -el pastoreo insume a veces días enteros-, y está en contacto con elementos para nada puros, lo que a su vez lo convierte en un impuro ritual. De ese modo, el pastor es casi un mal necesario, apenas un trabajador muy marginal al que se le tolera pero se le observa con desprecio, varios escalones por debajo de los puros y piadosos observantes fariseos.

Jesús de Nazareth asume en su propia persona las tradiciones de su pueblo. El Yo Soy tiene un contenido simbólico divino; desde el encuentro en la zarza ardiente con Moisés, tan presente en todas las épocas de esas gentes, el Yo Soy tiene una connotación sutil e inequívoca de quien se identifica totalmente con Dios. Jesús es Dios y Dios es Jesús.
Se explica desde la fé, y es que Moisés, David y también los profetas extienden una mano silente que señala a ese Cristo esperado. Desde un corazón creyente, toda la historia y todo el universo señala a Cristo.

Él auna el oficio y el servicio, desde una perspectiva nueva y asombrosa. Porque se asume sí como Pastor de Israel, pero también como un pastor marginal y vilipendiado. Desde el oficio de los obreros de los montes y quebradas, nos vá orientando la mirada hacia el sentido pleno de su misión, a su carácter primordial, a ese destino de obediencia a su Padre que edifica en libertad absoluta.

Desde el oficio aprendido, el Pastor deviene felizmente en Buen Pastor a través del servicio generoso y desinteresado. Ya no se trata solamente de un caudillo o líder de masas, conductor victorioso de naciones.
El Buen Pastor dá la vida por sus ovejas, las conoce por su nombre y sus costumbres, y ellas a su vez reconocen su voz, Buen Pastor de amable locura de alterar todos los peligros por rescatar a una sola oveja extraviada, Buen Pastor capaz de morirse en una cruz para que todas -todas, sin excepción- sus ovejas vivan.

Por supuesto, desde el Evangelio para el día de hoy dos aspectos importantes para le reflexión se abren: un plano eclesial y pastoral, y un plano cristológico, facetas de la misma realidad amorosa de Dios.
Sólo quisiéramos destacar el amor entrañable de ese Pastor para con las ovejas suyas de otros corrales. Es un llamado a la paciencia, a la tolerancia, al reconocimiento de esa catolicidad que declamamos y no encarnamos, de la a veces cruel división del ellos y nosotros, en franca contradicción con la incansable e inmensa misericordia de Dios que nunca se detiene ni cansa.

En este día de oración en todo el mundo por las vocaciones, supliquemos humildemente que el Espíritu nos siga suscitando buenos pastores entre nosotros, buenos pastores que ofrecen su vida sin condiciones en el día a día, con la generosidad de la Buena Noticia. Buenos pastores con un persistente aroma a ovejas, para mayor gloria de Dios.

Paz y Bien



 

Misión sin fronteras




San Marcos, Evangelista

Para el día de hoy (25/04/15):  

Evangelio según San Marcos 16, 15-20




La misión cristiana no ha de conocer límites. Se trata de llevar la Buena Noticia a toda la creación, poder vital, poder de liberación, novedad de Salvación para todos los pueblos.

No se acota a una nación o una raza determinada, aunque tampoco se limita al ámbito humano. En el corazón sagrado de Dios los lirios del campo y los gorriones tienen un alto valor, pues todo el universo es obra de sus manos bondadosas, y es por eso que la misión no puede desentenderse del cuidado de la naturaleza, un cuidado que está lejos de ideologías, y que nace de los afectos y de la justicia.

Todo el cosmos se sustenta en la misericordia de Dios.

Hay muchos que no conocerán ni leerán otro Evangelio que el que exprese nuestra existencia cotidiana. Por ello hemos de suplicar volvernos Evangelios vivientes, Buena Noticia que se palpite en el acontecer de cada día, de todos los días.

Cinco son los signos distintivos de la misión cristiana.

El poder de expulsar demonios. Antes que profusas fantasías de exorcismos, hay un poder que nos supera y que es de Otro, y es poder liberador de la esperanza quebrantada, de todas las angustias, de los odios que separan y destruyen, de la corrupción que injuria y mata, de la soledad que aisla aún en estas ciudades tan grandes y a veces tan monstruosas. Es poder de humanización y plenitud, es poder pascual, poder de paso redentor.

Hablar nuevas lenguas. Se trata de la sencillez de ser entendido y comprendido por todos, en la lengua universal del amor, con la esperanza de Cristo, a pesar de que todo indique que lo que se entiende es el dinero, el poder, la violencia.

Tomar serpientes con las manos. Es el símbolo de la victoria de la Pascua, de la victoria sobre la muerte, de la única victoria que cuenta en donde no hay derrotados, en el rescoldo sempiterno de la fé, en el sagrado corazón de Jesús, refugio de nuestras almas cansadas.

Beber venenos mortales. No hay amarguras ni peligros ni amenazas que puedan detener la humilde fuerza pujante y germinal de la Buena Noticia. Ni la hiel que a menudo nos arquea puede quitarnos la esperanza.

Signos de sanación. El destino de todo hombre y de toda la creación, en los sueños de Dios, es la plenitud. Por la fé, todo es posible. La savia del Espíritu que nos vivifica ha de producir, inevitablemente, frutos santos de salud, que es Salvación que florece a cada paso.

Pero apenas somos obreros. La misión no nos pertenece, más hemos sido honrados con una confianza ilimitada para ser las manos de bendición del Maestro.

La misión no tiene otra frontera que la de la caridad.

Paz y Bien

El escándalo eucarístico




Para el día de hoy (24/04/15):  

Evangelio según San Juan 6, 51-59 




En la mentalidad semítica el término carne remite a veces a la parte comestible de los animales, y a veces a una parte del cuerpo humano, y por trasposición, carne entonces refiere a la totalidad del cuerpo, al ser humano viviente.
En ese ámbito amplio se encontraba Israel, en la que su fé terciaba en todas las cuestiones. Así carne será todo el cuerpo, y la sangre -Lv 17, 11- es en donde se afinca la vida, es decir, la vida está en la sangre. Por ellos las estrictas normas nutricionales prohíben taxativamente consumir sangre de cualquier tipo o forma, muy especialmente puesta la atención en la cocción de las carnes de animales. Su significado siempre es místico, pues no se puede transferir energía o vida en la sangre, pues Dios es siempre la única fuente de la vida.
En resumen, hablar de cuerpo y sangre es hablar del ser humano vivo en su totalidad.

Esos hombres que critican con fiereza a Jesús de Nazareth, más que confundidos o estupefactos, están escandalizados. De ningún modo pueden tolerar lo que Jesús ofrece, aunque fuera -y no lo es- una figura simbólica o literaria. En un plano realista, implicaría que para comerse a ese Cristo -el texto original del Evangelio habla de masticar, trogein- primero habría que desangrarlo. El árbol de la cruz, tan cercano y definitivo, nos impone sin violencias un respetuoso silencio que es estruendoso, que todo lo dice.

Dios encarnado, Dios hecho hombre que se ofrece en la totalidad de su ser como pan y como vino, las penas y miserias del mundo sobre sus hombros para que todos vivan, cordero sin mancha ofrecido para que la muerte pase de largo, para que la muerte retroceda.

Los discípulos y seguidores del Señor, reunidos en mesa fraterna de hermanas y hermanos, se reunirán en memoria suya y en la concreción del amor absoluto. Dejarán de lado espiritualizaciones que encierran y alejan, celebrando la Encarnación de Dios para la salvación de la humanidad, un Dios que se desvive para que no haya más crucificados, pan compartido y vida ofrecida agradecida, porque es el Espíritu de Dios el que fecunda la historia y la humanidad, savia que nos recorre las venas y los corazones.

Paz y Bien

 

El pan ázimo de la Gracia



Para el día de hoy (23/04/15):  

Evangelio según San Juan 6, 44-51




Nada podríamos decir acerca de Dios. Apenas unos balbuceos incomprensibles y lejanos, tan inmenso es Él.
Aún desde una perspectiva ajena a la fé -por ejemplo, fenomenológica- la idea de divinidad es contraria a cualquier tipo de descripción, de definición en tanto que de-finir es marcar o establecer los límites abarcativos de la razón.

Dios es el Totalmente Otro respecto de nuestra finitud y nuestra pequeñez. Mudos totales somos a la hora de hablar de Él, y quizás el misterio no sea un arcano de trasfondo oscuro, sino un mar infinito sin orillas que no puede dibujarse, pero cuyos sonidos y frescores son perceptibles si se pone atención.

Mudos somos, y por ese mutismo Dios se hace Palabra, Verbo que se comunica por entero, Logos encarnado.
Cristo es ese Verbo que se despoja de su divinidad y se llega a estos rincones oscuros que ocupamos, a través de todas las barreras en apariencia insalvables, a través de los férreos velos de los tiempos, a través de las oscilaciones de la historia. Todo cambia y se disuelve, pero ese Dios que llega y se queda -amor perpetuo- permanece para siempre.

Se ha hecho uno más entre nosotros. Niño pobre de aldea perdida. Rey caminante sin posesiones ni palacios. Médico de todas nuestras dolencias. Compañero de todos nuestros caminos. Go'El de todas nuestras prisiones. Pan en nuestra mesa, la ofrenda mayor.

Dios se ofrece como alimento irradial que convoca a toda la humanidad, no a un número selecto de creyentes.

En el memorial de los hermanos y discípulos del Verbo de Dios, se hace real su Presencia en panes ázimos de blancura única, de sinceridad, de transparencia, de verdad, Dios con nosotros sin condiciones.

Pan ázimo de la Gracia, pan ázimo para celebrar nuestra liberación de la muerte. Pan ázimo de la Pascua definitiva.

Pan ázimo, pan sin levadura, porque está en nosotros agregar la levadura santa de la caridad que todo lo transforma, esencia misma de Dios.

Paz y Bien

Pan de vida, pan de eternidad




Para el día de hoy (22/04/15):  

Evangelio según San Juan 6, 35-40



Por cierta tradición a la que perpetuaban, y por esa costumbre tan habitual de pretender poseer lo mágicamente instantáneo, esas gentes -entre los que bien podríamos estar cada uno de nosotros- ansiaban un pan así, un pan divino, un pan que les resolviera todos sus problemas olvidando que ese pan no es una masa de harina fermentada sino una Persona. De allí, en parte, su alegre declamación de pedir que siempre tengan ese pan.

Pan extraño.
Cuando hablamos de pan, inmediatamente pasamos por la vereda del sustento, del alimento, si se quiere de cómo se sostiene la vida, se pervive en los días. Porque sin pan, sin alimento, no hay mucho más que decir, excepto desfallecer, dejar que el cuerpo se derrumbe y nos arrastre razón, co-razón, esperanza, equilibrio, paciencia. Pan necesario, pan imprescindible.
Pero pan extraño que no es pan material. Pan persona. Pan de Cristo que es Cristo mismo en su vida ofrecida.

Pan que es vivir como Él vivió en su ministerio.
Pan que es amar como Él amaba.
Pan manso de la paciencia sin fronteras, de la mansedumbre que no nos exime del coraje.
Pan de la ternura, que no es de blandos o ingenuos, sino un desafío para mujeres y hombres hechos y derechos.
Pan cordial, de tener un corazón tan sagrado y grande como el suyo, sus pensamientos, su mirada, sus acciones, su capacidad de escucha.

En los gestos más pequeños se adivina la pertenencia filial, y mucho más la familia espiritual de pertenencia.

Pan de vida para no morir, pan de eternidad que nos crece la Resurrección y hace retroceder las fronteras de todas las muertes en el aquí y el ahora. Nos basta creer, y que la Gracia nos re-cree, nos sostenga la misericordia, nos haga pan para los hermanos.

Paz y Bien 

El hambre deseado




Para el día de hoy (21/04/15):  

Evangelio según San Juan 6, 30-35




El pasado es importante si es historia que fundamenta y proyecta el presente, y si de esa historia se ha aprendido y aprehendido lo que en verdad es valioso. Pero, aunque suene redundante, el pasado cobra sentido en tanto que tal, es decir, en tanto que uno puede mirar hacia atrás. 
Cuando ese pasado se replica ad nauseam hacia adelante, el presente se desdibuja en una dialéctica perversa de repetición -cuando no también patológica-, y bloquea toda posibilidad de edificar futuro.

Y hay otra cuestión, no menos importante, aunque la herramienta literaria suene banal: las glorias pasadas son importantes, pero los partidos deben ganarse cada día. Vivir el presente sin desmayos, como el Dios de Jesús de Nazareth, el que es.

Esas gentes sencillas, frente al enorme asombro del pan multiplicado que sacia el hambre de miles, reivindican su pertenencia al pueblo elegido por un pasado glorioso al que se aferran: en este caso, se trata del maná del desierto que sostenía sus vida, procurado según ellos por Moisés.
En la misma línea de lo expresado, el memorial es dable y noble. Más aún, es vital. Los problemas comienzan cuando esa memoria se estratifica e impide cualquier otra mirada posterior. Ellos se quedaron con el maná que guardaba la supervivencia de sus padres en el desierto sin poder ver -o querer ver- nada más.
Así se aferraban al signo e ignoraban el sentido fundamental de ese signo, el amor de Dios por su pueblo.

El maná sostenía la existencia en días en que vivir era casi imposible, y esa garantía expresaba la bondad de ese Dios para con los suyos. Sin embargo, y a pesar de ese alimento providencial, esos peregrinos habían muerto.

El Maestro, con una paciencia de la que carecemos, les enseña a ver más allá de las apariencias. 
Hay un hambre que no puede ignorarse ni tolerarse, el hambre impuesto, la necesidad justificada por razones inhumanas, el sufrimiento no elegido y razonado. El hambre que no se elige como ofrenda a Dios y a los hermanos ha de ser entre nosotros una gravísima injuria, intolerable, inexcusable.

Pero hay un hambre deseado, necesario, imprescindible. Hambre de justicia y fraternidad, de compasión y bondad, hambre de eternidad, de Salvación.
El maná del desierto era, en resumidas cuentas, un objeto que fué parte de su historia. Ahora es tiempo de pasar de los objetos a un sujeto, a la persona de Cristo que sacia el hambre fundamental de todos los pueblos, pan del presente, pan de una cena pascual que está vivo y presente en la mesa de los hermanos.

Paz y Bien

Descentrarse




Para el día de hoy (20/04/15):  

Evangelio según San Juan 6, 22-29




Ellos andaban a los tumbos. El Maestro parecía tener una capacidad elusiva impresionante, pues cuanto más se empeñaban en seguirle y encontrarle, más se les escapaba y lo encontraban de manera inesperada.
En parte, es la consecuencia de ocuparse de lo coyuntural y tan a menudo fútil -miradas cortas-: ellos mismos son los que pretendían, a la fuerza y merced a cierta interpretación tortuosa del milagro de la multitud alimentada, coronarle rey de Israel.
Pero los caminos del Señor no son suyos, como tampoco los caminos de Dios son los nuestros.

En ese Espíritu de libertad absoluta que impulsa a Jesús de Nazareth, Él siempre llega primero y nos sorprende, pues no llegamos a entender cómo lo hace.
Pero Él sabe que esa pregunta no es demasiado importante, lo raigal es aquello a lo que el corazón se aferra. Lo que permanece o lo que perece, lo perenne o lo vano.

En demasiadas ocasiones buscamos a un dios aspirina que nos alivie los quebraderos de cabeza en que, en nuestras torpezas, nos solemos sumergir. O el dios calmante, aquél que es objeto de frenéticas súplicas en los momentos difíciles, para que nos aplaque las tormentas y ya, no más que eso. O el dios terapeuta que nos resuelve algún que otro conflicto, para seguir boyando entre nimiedades y sinsentidos que son rutina, cotidianeidad sin sazón, harina sin fermento que nunca será pan bueno.

Muchos dioses o, mejor dicho, muchas caricaturas de dioses fingidos así buscamos. Pero en nada tienen que ver con el Dios de Jesús de Nazareth.
Este Dios se revela como amor, es decir, un Dios que de continuo sale de sí mismo, y en nada se reserva, y que se desvive por los demás, Dios de la vida donada sin condiciones, Dios de la generosidad y la bondad absolutas.

Habitamos los limitadísimos terrenos del yo, del egoísmo, de universos muy menores de los que no creemos soles, y allí -precisamente allí- invertimos los reales valores de las cosas, de lo que perece, de lo que permanece, de lo que en verdad es eterno. Y es preciso emigrar, hacer un éxodo sin regresos a los confortables platos de comida de los esclavos.

El paso salvador de Dios por nuestras vidas nos impulsa hoy a descentrarnos de nosotros mismos, que se nos expanda ese universo hacia infinitos en donde no hay cotos de tiempo, donde el sol que nos haga girar sea ese Dios, cuya luz destella en Cristo, nuestro hermano y Señor, comenzar a creer de verás, una fé que es don y misterio de confianza y que es respuesta a ese llamado primordial a vivir plenos junto a los hermanos.

Paz y Bien

Desde el Pan y la Palabra




Domingo tercero de Pascua

Para el día de hoy (19/04/15):  

Evangelio según San Lucas 24, 35-48



En ese grupo de hombres se entrecruzaban emociones bravas. La tristeza y la decepción por el fracaso aparente de la muerte del Maestro junto con el miedo los paralizan, aterrados por las posibles represalias de aquellos que dispusieron toda su enjundia para acallar al rabbí galileo.
Ese miedo es peligroso, no sólo porque congela corazones: ese miedo los hace replegarse sobre sí mismos, edificando muros alrededor, ghettos espirituales de los que es muy difícil escapar pues son elegidos, que no impuestos.

Pero Cristo siempre irrumpe mansamente a través de esas puertas y esas ventanas cerradas a cal y canto, tan herméticas que aparece como imposible su apertura. Allí donde hasta hace un momento había un grupo de hombres amedrentados y apagados en su confianza y su fé, la presencia del Resucitado vuelve a encenderles la esperanza, a palpitar los corazones, a avivar el rescoldo oculto de la alegría.

Los discípulos no salen de su asombro. Allí está Él nuevamente, con un saludo de paz que los restablece de todas las penas. Sin embargo, deben aún realizar su éxodo liberador de esquemas y miserias: las cosas ya no serán como antes, cuando recorrían con el Maestro los caminos en su ministerio, ni tampoco ese Cristo es la conclusión de un cúmulo de ideas, un fantasma a sus razones limitadas.
Allí están sus credenciales que lo identifican, los estigmas en las manos y en los pies, la herida en su costado, que son signos del amor definitivo, de un compromiso inquebrantable de Dios para con toda la humanidad.

Donde sólo se veían señales de horror y muerte, ahora hay signos de vida que prevalece por sobre todas las muertes. Porque allí en donde parece campear el espanto y la destrucción, Dios nos florece en liberación, en vida tenaz, en Resurrección.
   
Por esas señales que han cambiado para siempre, la existencia también se transforma y deviene en convite inmerecido, compromiso misionero de sembrar signos nuevos de vida y liberación en nombre del Resucitado, nutridos sin desmayos por el Pan y la Palabra compartidos, porque hay una mesa inmensa tendida para todos, porque la vida ha celebrarse como don y misterio compartidos en el ágape se la Salvación.

Paz y Bien

Sobre las aguas turbulentas




Nuestra Señora del Valle

Para el día de hoy (18/04/15):  

Evangelio según San Juan 6, 16-21



La lectura que nos ofrece la liturgia del día es menester situarla en contexto y cronología teológicas, es decir, espirituales; se desarrolla como continuación inmediata al milagro de la multiplicación de panes y peces y la multitud alimentada en el campo, en las cercanías de Betsaida.

Luego de saciar el hambre de esos miles a partir de cinco panes humildes y dos pescaditos, con la mirada estupefacta de los discípulos, todas esas gentes -los Doce también- comienzan a vitorearle, presos de un estado de euforia por el que quieren arrebatarle y a la fuerza hacerlo rey de Israel.
Pero el Maestro se retira en soledad a la montaña, ámbito simbólico del encuentro con Dios. Su Reino no es de este mundo, nada tiene que ver con los poderes que reconocemos, lejos está de dominios y opresiones.

Se puede advertir, quizás de manera tácita, la decepción de los Doce. Esos planes de coronación, el hambre de cercar a un nuevo rey poderoso han sido derrumbados de golpe ante sus ojos, y ello se refleja en que ellos suben a la barca para dirigirse a la otra orilla del lago, a Cafarnaúm. 
La memoria suele condicionarse por los estados anímicos, y allí hay un puñado de hombres enojados porque se les han frustrado sus planes torpes, y de ese modo se olvidan de su Maestro. Van solos mar adentro.

El lago Tiberiades -llamado mar de Galilea- se encuentra en una especie de olla a doscientos metros bajo el nivel del mar, rodeado de cerros de alturas elevadas, por lo que tal constitución geográfica hace que el paso de los vientos por la zona desate fuertes tempestades sobre la superficie de las aguas.
Así, ese pequeño grupo de hombres se ven sometidos a los cimbronazos de la tormenta, situación por demás peligrosa aún cuando entre ellos hay pescadores experimentados como Pedro y Andrés, Juan y Santiago. 

Quizás no tambalea tanto la barca como sus almas y su confianza luego de que esa imagen de un Mesías glorioso se les cayera de modo tan contundente. No irán por Jerusalem, no impondrán un gobierno al modo que imaginaba en sus ansias su pueblo. Sucede que las aguas se vuelven turbulentas porque sus proyectos no son idénticos a los de Cristo. Sus sueños no se condicen con los sueños de Dios, antes bien quieren un Dios que se les asemeje a la imagen que de Él se han creado.
De allí que les sobrevenga el temor no por el mar encrespado que golpea la frágil barca, sino por ese Cristo que han abandonado por rechazar poderes terrenales, y ahora se les acerca con la majestad del amor salvífico de Dios, un Dios todopoderoso precisamente porque ama, un Dios que siempre tiende la mano para no hundirnos, un Cristo que camina por sobre todas las aguas turbulentas en las que solemos arriesgar la existencia.

Paz y Bien
  


Para que nada se pierda



Para el día de hoy (17/04/15):  

Evangelio según San Juan 6, 1-15 



Un signo -signum, segno, señal- es una flecha directriz, una mano extendida que indica, que orienta las miradas de manera inequívoca hacia donde hay que dirigirse. De un modo burdo y simple, diremos que se diferencia de un símbolo en que éste último no es una línea específica, sino más bien una ventana abierta que nos invita a asomarnos a mirar y ver.

El Evangelista San Juan, durante el ministerio de Jesús de Nazareth, no habla de milagros sino más bien de signos, con la intención primordial y sencilla de que veamos, tras de esas acciones del Maestro, el amor infinito de Dios, el compromiso inclaudicable de ese Dios para con toda la humanidad a la que ama sin descansos ni reparos.

Tales signos son también una urdimbre sagrada y misteriosa de humanidad y divinidad, reflejo luminoso de la Encarnación de Dios, tiempo santo de Dios y el hombre.
Así, en desmedro de esa profunda sencillez, solemos eludir con profusas razones que todo ha sido asombrosamente confiado a nuestras limitadas manos, en una confianza depositada totalmente desproporcionada y disímil de ese Dios respecto de la misma confianza, la fé, que solemos brindarle.

Felipe el apóstol era originario de Betsaida, cercana al sitio en donde esa multitud se había congregado alrededor del Maestro. Sin dudas, si hay alguien que sepa dónde y como conseguir pan es precisamente Felipe. Sin embargo, frente a la necesidad de miles, se obstina en la razón, y no está mal; pero se trata de un tiempo nuevo, y si hay cosas que requieren más esfuerzos que otras, los imposibles se superan a través de la fé.
Y la fé más que una cuestión de razón, es una cuestión de co-razón.

Signo dentro del signo, del lugar insospechado, de quien menos se le espera, surge el comienzo de la solución al gran problema. Un muchacho, un niño con cinco panes de cebada y dos pescaditos -un almuerzo de pobre- se atreve a ofrecer esa aparente poca cosa que posee sin dudarlo. La solidaridad es un milagro, el compartir abre cielos en apariencia cerrados.

Jesús de Nazareth, signo perfecto del amor de Dios, transforma esa donación del muchacho en un banquete magnífico de miles. Dios ama lo pequeño, y desde lo pequeño y desde los pequeños como María de Nazareth cambia y fermenta la historia a pura generosidad.

Todas esas gentes comen lo que quieren hasta saciarse felizmente en una mesa inmensa. Y aún sobra mucho, doce canastas que desbordan alimentos, símbolo de las Doce tribus iniciales, signo cierto de que el pan de la vida aguarda listo y fresco para los que aún no han llegado, pan de vida, pan de Dios.

Nada debe perderse, pues en cada pequeño y humilde pan de cebada multiplicado -estos panes y estos pescados que somos- destella la Gracia de Dios, nuestra herencia y nuestra Salvación, tesoro que se agiganta al compartirla con los hermanos.

Paz y Bien

Testigos de la eternidad



Para el día de hoy (16/04/15):  

Evangelio según San Juan 3, 31-36




Cristo, el que era, el que es, el que será por siempre es Aquél que viene de lo alto, quien está por sobre todos. En Jesús de Nazareth Dios se manifiesta en toda su plenitud pues su identidad con el Padre es absoluta. Dios es Jesús y Jesús es Dios.

Por los parámetros limitados de nuestra razón, adjudicamos características físicas o gemométricas a las cosas divinas, es decir, lo alto, lo bajo. Es natural que así sea, y más aún, puede resultar un auxilio al tiempo de sumergirnos en honduras espirituales: la contemplación del cielo es una muestra cabal de ello.

Pero este Cristo nos sorprende con la ilògica del Reino. Viniendo de esas alturas se hace demoladoramente bajo, Dios que se abaja. Siembra eternidad en el vino nuevo de las bodas, en la multitud saciada, en los enfermos sanados, sentándose a la mesa con los descartados de toda laya, servidor como un esclavo, manso y paciente, que muere como un criminal en la cruz para que nadie más muera, para que no haya más crucificados.

Esa humanidad extrema de Cristo es el compromiso inclaudicable del amor de Dios para con toda la humanidad.

Como discípulos y seguidores del Maestro, del Resucitado que está a la derecha del Padre y vivo y presente entre nosotros, nuestro testimonio es una declaración de eternidad todos los días, a cada instante, en cada palabra y en cada silencio, en cada gesto y cada acción, obreros de la compasión y la misericordia.

Porque la Salvación, la eternidad, comienza aquí y ahora.

Paz y Bien

El amor infinito de Dios



Para el día de hoy (15/04/15):  

Evangelio según San Juan 3, 16-21



El ámbito en que nos encontramos es el de la profunda y personal conversación nocturna y clandestina entre Jesús de Nazareth y Nicodemo. Es de noche pues Nicodemo teme la reacción de sus pares del Sanedrín, y está oscuro porque pueblan su alma esquemas perimidos, opresivamente rígidos y que no quiere abandonar.
A pesar de ello, es un hombre honesto y sincero más allá de los errores que lo mantienen cercado, y en esa cercanía personal con el Maestro en busca de luz, inmersos en nuestras noches, nos espejamos en nuestra oración, en las ansias de encontrarnos -a como dé lugar- con ese Cristo que nos impulsa a nacer al plano inabarcable de la Gracia.

Contra toda suposición y razonabilidad mundanas, Jesús de Nazareth revela que Dios que ama entrañablemente, sin condiciones, sin límites, al extremo de desvivirse por la vida de sus hijas e hijos.
En un hijo, nuestros sueños, nuestras alegrías, nuestros dolores se multiplican a fronteras insospechadas, tal trascendente es el vínculo del amor filial. Este Dios se entrega así de una manera abrumadora, entregando su Hijo Amado como rescate de nuestras esclavitudes.

Porque de Dios son las primacías, todas las iniciativas.

A despecho y en desmedro de los asustadores de toda laya, el Maestro nos esclarece la mirada frente a esas imágenes sombrías de un Dios punitivo, severo y ferozmente iracundo. Las imágenes nada definitivas de las proyecciones que realizamos, juegos propios de una psiquis que se descubre limitada. 
Pero muy especialmente los parámetros de justicia que razonablemente esgrimimos -ideas de retribución- quedan alegremente de lado en el ámbito de Dios.

Si nos guiáramos por las miserias acumuladas a través de los siglos, justo hubiera sido desaparecer sin más trámites en camino del olvido. Pero la justicia de este Dios es la misericordia, el afán asombroso de Salvación para todos los pueblos, el humilde y constante regalo de bondad insondable para que nadie se pierda.

El amor infinito de Dios es la ofrenda perpetua de su propio Hijo Jesucristo, enviado para salvar, para redimir, para liberar. Para la vida, y vida en abundancia, generosa, eterna.

En nosotros queda la decisión de aferrarnos a esa mano que nos rescata de la fosa.
Verbo de Dios que se hace tiempo, historia, hombre y hermano nuestro, luz de todos los pueblos cuyo rostro resplandece en aquellos que se aferran a esa identidad filial de amor y compasión en cada día, a cada instante.

Paz y Bien

Espíritu guía



Para el día de hoy (14/04/15):  

Evangelio según San Juan 3, 7b-15




Nicodemo busca a Jesús en la noche. 
Los motivos pueden parecer un resguardo del prestigio como integrante del Sanedrín y el evitar posibles represalias como discípulo incipiente y simpatizante honesto de Jesús de Nazareth. Pero hay una noche en su alma que parece insuperable, y esas nubes se disiparán en su Pascua personal luego de la Resurrección.

Será el Espíritu de Dios quien guiará a Nicodemo y a todas las hijas e hijos de Dios hacia el día definitivo de la verdad y del bien. Ese Espíritu es el Espíritu del Resucitado.

Espíritu de amor que nos hacer decir y reconocer a Dios Abbá. 
Espíritu de fortaleza, de templanza. Espíritu de paciencia, que es la verdadera ciencia de la paz, hija dilecta de la justicia.
Espíritu que es savia del árbol de la Iglesia y por el que surgen de continuo y a través de los tiempos frutos de santidad, revestidos de humildad y servicio.
Espíritu de vida eterna, de vida perenne que desaloja la inexorabilidad de la muerte.

Es menester nacer de nuevo a ese Espíritu que sigue creando y re-creando, a todos y cada uno de nosotros, al universo entero.
Espíritu libérrimo que no puede ser contenido al igual que el viento, pero que puede reconocerse su presencia y su huella a cada momento, en cada día, sin excepciones, en cada gesto de bondad, de cortesía, de heroísmo, de servicio silencioso, de vida hecha ofrenda, de ternura, de amor incondicional.
Espíritu que destella en aquellos que elevamos como ejemplo al honor de los altares, pero que también destella en nuestro vecino, en quien no conocemos, en los amigos, en los hijos.

Espíritu de unidad inquebrantable, tan sagradamente comprometido como la Encarnación de Dios en Jesucristo, Dios con nosotros, Dios en nosotros, Dios por nosotros.

La serpiente de bronce hecha por Moisés a indicaciones de Dios, salvaba a los peregrinos de la muerte segura en el desierto si posaban su vista en ella, milagro de la vida cuidada.
Contemplar al Cristo levantado en la cruz, por el impulso de ese Espíritu de verdad, nos traspone las duras fronteras del horror y nos conduce al mar calmo de la Salvación, puerto seguro de los sueños de Dios para todos nosotros.

Paz y Bien


Nacer de lo alto



Para el día de hoy (13/04/15):  

Evangelio según San Juan 3, 1-8




En la lectura que nos ofrece la liturgia para el día de hoy, el Evangelista San Juan teje una pieza literaria de gran belleza y especial profundidad, toda vez que la Palabra está inspirada por el Espíritu de ese Dios que siempre se comunica.

Nicodemo integraba el Sanedrín, es decir, el Consejo Supremo de Israel, cuya relevancia se extendía a la vida religiosa, social, política y comunitaria de la nación judía, y sólo estaba limitado verticalmente por las decisiones que, en nombre del emperador, tomaba el pretor romano con el respaldo de las legiones estacionadas por la zona. 
La influencia de los fariseos en esta asamblea era notoria, pero también la corriente saducea ostentaba una porción de poder importante, inclusive en la elección de los sumos sacerdotes -tal como por ejemplo Caifás y Anás- aunque esta elección, como todo lo demás, debía ser ratificado por la autoridad romana.
Lo que allí se resolvía influía en toda la vida de los judíos de Palestina y de la Diáspora: por ello, la irrupción de un profeta campesino y marginal, tal como ellos consideraban a Jesús de Nazareth, con su creciente popularidad y con una enseñanza que ponía en entredicho la ortodoxia por ellos establecida, desata odios y furias represivas crecientes que desembocarán en los horrores de la Pasión.
Así entonces, hablar a favor de este rabbí galileo conllevaba sus riesgos. En ese ámbito espeso valía por igual el ser y el parecer, y ninguno de ellos -por los peligros que podían acarrearle- se reconocería seguidor o simple admirador del Maestro.

Es por ello que Nicodemo, en su carácter sanedrita, en encamina a ver a jesús en plena noche para que los demás no lo adviertan, y esa noche es símbolo también de las sombras que anidan en su corazón. Es un hombre honesto y sincero que está atrapado en medio de antiguos esquemas que no le permiten crecer en verdad, crecer desde dentro, crecer en su corazón. Indudablemente hace un esfuerzo notable al llamar a Jesús Maestro, pues el único magisterio válido y reconocido es el del mismo Sanedrín; pero a su vez allí está su techo, pues reconoce a ese Maestro como venido de parte de Dios, es decir, como un gran profeta dotado de poder, pero no más. Y allí hay un profeta, pero mucho más que un profeta.

Lo que acontece a continuación puede conmocionar. La respuesta de Jesús entraña cierta virulencia impensada. A veces es necesario sacudir un poco el árbol para acceder a los frutos mejores. Y allí está la clave para que Nicodemo pueda emigrar definitivamente de la noche, y surgir como un hombre nuevo al día de la Buena Noticia.

Se trata de nacer de nuevo, de nacer de lo alto, y es un acontecimiento decisivo que está muy lejos de cualquier postulado físico o biológico. Es el parto espiritual al Reino, es dejarse transformar la existencia por la Gracia de Dios.
Es permitir alegremente que el Espíritu de Dios nos enderece esta frágil barca que somos con un rumbo nuevo sin hundimientos, mar sin orillas, el viento santo que todo empuja, viento de vida, viento de libertad de los hijos de Dios.

Los que nacen de lo alto no discriminan entre propios y ajenos, sólo advierten hermanos porque miran la vida con los ojos de ese Dios que los sostiene.

Paz y Bien

Tomás el mellizo, Tomás el tenaz



Segundo Domingo de Pascua

Domingo de la Divina Misericordia


Para el día de hoy (12/04/15):  

Evangelio según San Juan 20, 19-31



Al apóstol Tomás, a través del tiempo, más que el sobrenombre de Mellizo le hemos endilgado el de Incrédulo, a menudo en tren juicioso -juicio que no nos corresponde, sólo a Dios-, y también en los arrebatos usuales de repetir cosas dichas por otro sin reflexionar.

Sin embargo hay una evidencia incontrastable, tan obvia que solemos pasarla por alto: Tomás no duda del Resucitado. Su dudas apuntan directamente al testimonio de sus hermanos, de la pequeña comunidad creyente encerrada que -dice- ha visto al Señor Resucitado en medio de ellos.
Algo de razón lleva: ha estado el Señor entre ellos, han recibido Espíritu y misión, y sin embargo permanecen encerrados por el miedo a las potenciales represalias de las autoridades.
No sabemos los motivos, pero Tomás sale de ese recinto que lo agobia, se moviliza, no se queda quieto.

Es de suponerse el cordial acoso pleno de reprimendas que tuvo que tolerar durante ocho días Tomás. Aún así, se mantuvo en sus trece, tenaz en sus ganas de creer.
Aún así, hay otro aspecto al que hemos de prestar atención, y es el de por ningún motivo romper la comunión, máxime en esos momentos de desierto, y quizás es lo que ha hecho nuestro apóstol con sus hermanos, pues en sus miradas no hay Buena Noticia que leer, y se nos devela simbólicamente el apelativo de Mellizo. En Tomás todos nos hermanamos, es nuestro mellizo, y en él nos espejamos, en nuestras dudas, paridos en el mismo doloroso parto de pertenecer a un mundo oscuro y atrevernos a creer.

El Cristo reconocido en las llagas de sus manos, en la herida de su costado se nos vuelve misión. Misión de reconocer el rostro de Dios en cada hermano dolorido, derribado por tantas cruces, excluido de la existencia por múltiples estigmas que lo vuelven descartable.

Y a la vez, volvernos nosotros mismos Buena Noticia. Muchos no leerán otra Palabra que la nuestro testimonio les ofrezca.
Quiera el Altísimo, en su infinita bondad y misericordia, con todo y a pesar de todo, que nos volvamos Evangelios vivos, Buenas Noticias para toda la creación.

Paz y Bien

La fé apostólica



Para el día de hoy (11/04/15):  

Evangelio según San Marcos 16, 9-15




Los Once, el colegio apostólico, eran hombres que habían incrementando el endurecimiento de sus corazones, su permeabilidad a lo sagrado. Los podía más el miedo, el fracaso, la tristeza, los viejos preconceptos, capa tras capa de incredulidad.

María Magdalena, primer testigo privilegiada de la Resurrección y apóstol de ese Cristo victorioso, fué ignorada. La oyeron pero no la escucharon, en parte por ser mujer, en parte por su incredulidad.

Los caminantes de Emaús compartieron Pan y Palabra y reconocieron en su corazón al Resucitado. Pero a ellos tampoco les creyeron.

Corresponde mencionar que esos hombres, si bien amaban a su Maestro, no lo consideraban su Dios, ni un Mesías como Él mismo se revelaba, ni aceptaban sus enseñanzas, ni mucho menos toleraban la imagen del Servidor sufriente, Cristo derrotado, que reniega poderes y gloria y redención forzosa de Israel.
Uno lo traicionaría, entregándolo a manos de sus enemigos. Otro, arrebatado y voluble, declama su lealtad pero al primer apuro lo niega con la rapidez del canto de un gallo matinal. Casi todos ellos, en los días oscuros del arresto, juicio y Pasión se esconden, demolidos de temor y fracasos.

Sin embargo, nuestra fé -la fé de la Iglesia- no es la fé de la Magdalena ni la de los discípulos de Emaús, aunque también vale para nosotros el reproche de que no sabemos ni queremos escuchar a los testigos veraces de Dios.
Nuestra fé es apostólica, es la fé de los apóstoles.

Son hombres doblegados por culpas duplicadas. La culpa del abandono del Maestro en las horas terribles, la culpa de la incredulidad en la Resurrección por el testimonio cierto de discípulos fieles.
Es una fé de culpables, pero mucho más que ello. Es la fé de aquellos que han sido perdonados por Dios en su infinita bondad y misericordia, que tienen por misión llevar hasta los confines del mundo y el universo la Buena Noticia de la Salvación, del amor de Dios.
Se trata de hombres liberados de los sayos de incredulidad que han aceptado colocarse, de hombres perdonados, de hombres que llevan consigo la mejor de las Noticias sabiendo en sus propias entrañas que no es una noticia que les pertenezca, pues se reconocen indignos de ella, pero que ahora reconocen el paso salvador de Dios por sus existencia y se convierten en servidores que reflejan esa luz.

Paz y Bien

Volver a lo viejo




Para el día de hoy (10/04/15):  

Evangelio según San Juan 21, 1-14


La mayoría de esos hombres habían tenido por oficio el ser pescadores en el mar de Tiberiades, tal como Pedro y los hijos de Zebedeo. Conocen bien las aguas por las que navegan, los mejores horarios para la pesca, las mareas óptimas.

El voy a pescar de Pedro, y los otros discípulos que se suman, es revelador. Esos hombres han regresado a lo viejo, a lo conocido, a lo que no entraña riesgos, en desmedro y pérdida de su vocación eterna, el convite santo a ser pescadores de hombres.
Pero hay otra posibilidad, otra vertiente de la misma cuestión, la persistencia de lo viejo en donde se estanca toda novedad: ellos se aferran a lo que conocieron desde siempre, y se embarcan a hacer prosélitos, adherentes, hombres como fichas a contar en su movimiento.
En ambos casos, el gran ausente en la pesca es Cristo.

De sagrados pescadores de hombres han retrocedido a buscadores de peces comunes y corrientes, prófugos aliviados del temor y de lo incierto. 

El Resucitado está en la orilla, atento a lo que les suceda a sus hermanos. Él siempre está en los bordes de nuestra existencia, presto a brindar auxilio, su mano franca de perdón, de amistad, de salvación.

Nadie lo hubiera pensado: esos pescadores expertos probablemente rechazarían de plano cualquier sugerencia a modificar rumbo y tareas por parte de un extraño. Sus miradas aún no pueden descubrir al Resucitado que los espera.
Pero ha sido una noche estéril, de esfuerzos fútiles a pesar de tantas horas de navegación, de tanta experiencia. A veces, cuando la noche persiste en su cerrazón y toda lucha deviene vana, es mejor la obediencia, es decir, escuchar con atención y actuar en consecuencia.

Ellos lo hacen, y así les cruje la quilla, y el Discípulo Amado, simbolizando quizás a la comunidad cristiana, reconoce al Señor que está vivo y presente entre los suyos. Es muy importante para Pedro, para cuando se confunde, para cuando los trajines le atraen todos los cansancios, que el Discípulo Amado, que la comunidad cristiana vuelva, desde la fé, a señalarle en donde está el Señor, el mismo que ha preparado en amistad infinita la mesa en donde con sencillez y humildad la vida compartida se celebra.

Cuando nos extraviamos en lo viejo, nos reencontraremos en la Eucaristía.

Paz y Bien

Señales de identidad del Resucitado



Para el día de hoy (09/04/15):  

Evangelio según San Lucas 24, 35-48



El ministerio de Jesús de Nazareth siempre fué imprevisible, asombroso, sorprendente. Comenzando por esa Galilea de la periferia, se ha empeñado con afectuosa intensidad a todos esos sitios y ámbitos en donde no hay noticias ni nuevas ni buenas, en donde todo discurre oscuro y duramente rutinario, en donde el dolor es parte de la costumbre, allí en donde nada se espera.

El Evangelio para el día de hoy nos sitúa en uno de esos espacios. Los Once y algunos más -entre ellos, los peregrinos de Emaús- se encuentran en Jerusalem para comentar todo lo que les ha sucedido en esas horas tan extrañas. Siempre es una cuestión clave juntarse, reunirse, hablar y escucharse.
Sin embargo esas personas aún están angostadas de miedo, de decepción, de tristeza por esa Pasión cercana del Maestro que aún los demuele con su dura realidad. Entre ellos se cuentan lo que han visto: la tumba vacía, la mortaja abandonada, el Cristo reconocido en el pan compartido y la Palabra escuchada con atención. Con todo ello, siguen siendo un grupo de gente perseguidos por los poderosos de turno, los mismos que condenaron al rabbí nazareno, y tal vez en ellos opere cierta mentalidad de ghetto, las ansias de encerrarse para no diluírse, el cerco autoimpuesto a causa de la abundancia de temor.

Pero no hay tiniebla ni peligro que pueda interponerse a la bondad de Dios, y ese Cristo vuelve a irrumpir en donde no se le espera, y sus palabras re-crean a los discípulos con una paz concedida que es bendición infinita.
Ellos parecen renacer en alegre fervor creciente, pero es un estado ambiguo. A veces, la euforia es sólo la contracara de la depresión, y además se trata de que la fé sea la rectora de sus vidas, y no tanto sus estados de ánimo, que humanamente van y vienen.
Por eso Cristo les ofrece como señales de su identidad única las heridas que abrieron en sus manos y en sus pies los crueles clavos romanos, estigmas de la cruz por el que le reconocemos. Allí mismo, en esa vida ofrecida en total libertad, en amor absoluto, está la realidad de Dios, como está también en todas las llagas que la vida vá dejando en las heridas de nuestros hermanos lastimados.

La irrupción del Resucitado, que es también el Crucificado, se nos transforma en convite y vocación para la misión. Muchos espacios cerrados por el miedo y por tantas amenazas requieren inmediatamente mensajes de paz, de reencuentro con Dios, de conocer y reconocer el rostro de Cristo vivo en la mirada asustada de tantos.

Cristo vive y quiere compartir la mesa grande del Reino con todos.

Paz y Bien


Reencuentro en Emaús




Para el día de hoy (08/04/15):  

Evangelio según San Lucas 24, 13-35



Cosas obvias se nos muestran, y entre ellas, que el centro de todo ya no radica en Jerusalem, la Ciudad Santa, la misma ciudad que aplasta a los profetas, la ciudad en donde es condenado y ejecutado Jesús de Nazareth. Parece haber un desplazamiento hacia las afueras, pero en realidad, se trata de un desplazamiento teológico antes que físico o geográfico: el centro no es Jerusalem y su Templo sino que ahora es la propia persona de Cristo Resucitado.

Dos discípulos se encaminan a Emaús, a diez kilómetros de la capital. No son parte de los Once, no, pero son discípulos importantes, pues todos en la comunidad cristiana cuentan. 
Van conversando de todo lo acontecido hace tan poco, el turbio juicio, el arresto, las torturas, la muerte en la cruz como un criminal abyecto del Maestro en quien confiaban y creían. Seguramente estaban agobiados de tristeza -el luto socava- pero no les es ajeno el desconcierto: no entienden o no aceptan ese tipo de muerte, esa derrota para quien suponían un profeta mayor, Mesías de Israel.
La escena es de un color profundamente humano, dos personas que conversan y discuten, que verbalizan el dolor para poder afrontarlo más enteros. Solos no se puede, solos lastima mucho más. Pero también ello implica una cuestión simbólica muy importante: para la ley mosaica, deben ser dos los testigos necesarios para brindar su aserto sobre una veracidad de raigambre judicial y contundente, y de este modo, el Evangelista nos está advirtiendo en forma velada que lo que ha de tratarse es inconfundiblemente crucial y veraz.

El Resucitado, peregrino como ellos y con ellos, se une a la conversación. Ellos no logran identificarle, hay algo en sus ojos que se lo impide, y es necesario que así suceda. Al Cristo Resucitado se lo reconoce con la mirada de la fé, no con los ojos que sólo entreven lo conocido, lo habitual, lo obvio, y se patentiza en la respuesta febril que lanzan: parece que ese peregrino incógnito no sabe nada de lo que ha pasado con Jesús de Nazareth, un profeta poderoso, en quien ellos depositaban sus esperanzas de liberación de Israel.
Ello lo dice todo: Jesús fué un gran profeta, un enorme profeta, pero mucho más que un profeta también, y toda la historia y los profetas que lo precedieron lo señalan a través de los velos del tiempo.

Así entonces el peregrino se pone a explicarles las Escrituras con una paciencia que asombra. No todos tenemos los mismos tiempos y modos de asimilación, a veces la rumia exige paciencia pero certeza en el horizonte al que se arribará.

Al llegar a Emaús el Cristo peregrino no reconocido parece despedirse y seguir su camino.
Esos hombres, aún confusos, le ofrecen con sinceridad hospitalidad en su hogar, y allí mismo florece su Salvación, sagrada urdimbre de Dios y el hombre. Es brindar cálido albergue en esta casa que somos, en la casa que es el corazón, por más claroscuros que se tengan, por más miserias que se tengan a la vista.

Porque el camino de Emaús es el de nuestras vidas y nuestra Salvación.
Siempre nos estamos reencontrando con Cristo y los hermanos en la Palabra y en el pan compartidos, porque Él ha salido a buscarnos, aún cuando a veces no nos demos cuenta de su sagrada presencia.

Paz y Bien

María Magdalena, el amor que no se rinde



Para el día de hoy (07/04/15):  

Evangelio según San Juan 20, 11-18




Ese huerto es un jardín, y aunque ella no lo sepa, es la evocación exacta del jardín del Edén en donde todo era perfecto y la vida perduraba, porque la Resurrección es la nueva creación, el paraíso pagado con la sangre de Aquél que se ofreció como cordero pascual sin mancha.

Ella permanece inundada de llanto. Los discípulos han visto la tumba vacía y se han retirado. Ella permanece en su tristeza pero persiste en ella un amor sin resignaciones, un amor que no se rinde. La Magdalena ama aún cuando sólo pueda entrever los despojos vanos de una muerte injusta, y quizás sea ese amor en donde germine su esperanza.
Porque ella aún no ha realizado su Pascua, pero se aferra con un corazón tenaz a sus afectos que no claudican ni ante esa tristeza que la demuele.

Dos ángeles guardaban el Arca de la Alianza.
Aquí, dos Mensajeros permanecen como atentos guardias de honor de una alianza definitiva, el tiempo de la Salvación, tiempo propicio y santo de Dios y el hombre.

Él está allí. Ha resucitado. La muerte no ha podido con Él, la muerte ya no es frontera, ya no hay imposibles que puedan justificarse.
Tal vez a causa de ese llanto que empaña su mirada -pero que lava su alma- María de Magdala aún no pueda verlo, pues aún espera encontrar al Crucificado, al muerto amado.

Pero ella es discípula con todas las letras y con mayúsculas, aunque ciertas oscuras tradiciones le adjudiquen ciertas veleidades que no le correspondan, en tren de menoscabar su diaconía.
Modelo del discipulado, ella reconoce al Señor cuando es llamada por su nombre. El buen rebaño siempre reconoce la voz del Buen Pastor.

El amor reconocido, el amor que nos reconoce y redescubre nos pone prisas y alas, la urgencia de comunicar a otros esta novedad única y definitoria.
En ese despertar del letargo triste del luto, María lo nombra Maestro y se aferra a sus pies, pero debe abandonar esa imagen que perdura en su corazón: ya no es el Maestro que ha conocido, es el Resucitado que se plenificará a la diestra de Dios, es el Cristo Redentor y cósmico que en la ilógica del Reino está partiendo para quedarse de manera definitiva entre nosotros.

María Magdalena, obediente a esa bondad que la florece, cumple con el aviso encomendado a los discípulos, que han dejado ese estadio para convertirse en hermanos de ese Cristo al que encontrarán en todas las Galileas de la existencia.

María Magdalena es evangelizadora de los apóstoles, y testigo cordial para todos nosotros.

Paz y Bien

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