Al abrigo del rebaño




Santo Pedro Chanel, presbítero y mártir

San Luis Grignion de Monfort, presbítero

Para el día de hoy (28/04/15):  

Evangelio según San Juan 10, 22-30




En la lectura que nos ofrece la liturgia para este día, dos señales importantes se nos brindan desde su mismo comienzo.
El Evangelista Juan nos sitúa en Jerusalem, en el Templo, y en plena fiesta de la Dedicación. En la Fiesta de la Dedicación o Hanukkah -llamada también fiesta de las lucernarias- el pueblo de Israel conmemora la victoria de los Macabeos sobre el invasor helénico Antíoco Epífanes, el restablecimiento de la soberanía judía y muy especialmente la purificación del Templo, profanado con íconos griegos ajenos a la fé de Israel. Esta fiesta se celebra el día 25 del mes hebreo de Kislev, fecha coincidente con el fin del mes de noviembre o comienzos del mes de diciembre según las cronologías gregorianas, y es una celebración fija, invariablemente celebrada ese día. No debemos perder de vista que nos encontramos en Palestina, es decir, hemisferio norte, o sea que obviamente la Fiesta de la Dedicación coincide con el invierno por esos lares.

Precisamente, el Evangelista señala que se celebraba la Fiesta de la Dedicación, y que era invierno. Esto no es un error, ni una redundancia inadvertida en intención enfática por el autor del cuarto Evangelio. Es una señal o signo teológico, o sea, espiritual. Ese invierno describe el estado de las almas, la frialdad y la hostilidad imperantes frente a ese hombre pobre, rabbí galileo, que habla de manera tan novedosa y con extrema autoridad de Dios, al que llama Abbá.

Más aún: a pesar de todos los rituales, de la pompa y la imponencia del Templo, Dios ya no se expresa ni habita allí. Ha habido un éxodo, un desplazamiento: Dios se revela y expresa en Jesucristo. Ha dejado el templo de piedra -frío como ese invierno- y palpita y resplandece en Jesús de Nazareth.

El Maestro hoy no se encuentra rodeado de una multitud hambrienta, tan a menudo desperdigada como ovejas sin pastor. Hoy lo rodean hombres poderosos, guardianes de la ortodoxia judía de aquel tiempo, hombres que detentan un poder gravoso, y que ven en ese nazareno una amenaza peligrosa. Sus preguntas carecen de toda pretensión de verdad, sólo buscan el tropiezo, el error, una formulación declaratoria que lo deje en evidencia blasfema, suficiente para condenarlo de una buena vez. Ello se puede entrever en sus ansias de Él lo declare abiertamente.
Pero regresamos al postulado anterior: no hay una búsqueda sincera, sólo afanes condenatorios. No aceptarían nada que no concordara con sus prejuicios y preconceptos. Esos hombres son esclavos de normas, códigos y formalidades a las que han elevado al sitial mayor, y que han dejado de ser medios, convirtiéndose en fines sacralizados. En esa perspectiva no es posible jamás un encuentro personal y transformador con Cristo, Dios con nosotros. Ellos reeniegan de ser parte del rebaño, de aquellos que reconocen la voz del Buen Pastor.

Estar en el rebaño implica abrigo y refugio. No tanto el blindaje vano que brinda lo masivo, sino el calor que resguarda una familia. El abrigo del amor de Dios que se reconoce en cada gesto de bondad, pues todos estamos en sus manos de Padre, y por ello viviremos para siempre.
Y porque reconocemos su voz por entre los ruidos mundanos, nos sabemos conocidos y reconocidos como hijos y como hermanos, valor infinito conferido por el amor de Dios que sustenta la vida y el universo.

Paz y Bien

1 comentarios:

pensamiento dijo...

Que importante sentirse parte de ese rebaño, cuando somos consiente, de que somos, parte de Dios, que nadie esta fuera de ÉL, así reconocemos su voz por entre los ruidos mundanos, nos sabemos conocidos y reconocidos como hijos y como hermanos, valor infinito conferido por el amor de Dios que sustenta la vida y el universo. Muchas, gracias.

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