Treinta monedas




Miércoles Santo

Para el día de hoy (01/04/15):  


Evangelio según San Mateo 26, 14-25




Por motivos razonables, el nombre de Judas devino, a través de la historia, como sinónimo de traidor. De nombre propio a sinónimo descalificatorio de alto calibre. Ello aplica no solamente al ámbito de la fé, sino a toda ocasión en que la confianza se ha vulnerado, y aquí se destaca lo obvio: traiciona quien está cerca, traiciona aquel en quien se confía.

De allí a despreciar al Iscariote hay un paso nomás. Pero aunque nos asquee la traición -al fin y al cabo, en ella podemos espejarnos a veces-, no tenemos derecho a juzgarle. Con meridiana claridad lo expresó Benedicto XVI, no podemos juzgar su gesto poniéndonos en lugar de Dios, infinitamente misericordioso y justo.

A su vez, mucho se ha escrito acerca del accionar de Judas Iscariote, y con diferentes tenores, su entrega flagrante del Maestro a manos de sus enemigos peores. Pero hay una cuestión que no puede soslayarse, y es que Judas toma la decisión de hacerlo con plenas conciencia y libertad. He ahí su responsabilidad.

El Maestro, luego de la plena comunión con su Padre a través de la oración, había elegido personalmente a todos y cada uno de los Doce. En ellos reposaba su corazón sagrado y su confianza, su amistad y su paciencia, toda su existencia compartida. Aún con todo ello, aún cuando durante tres años, día a día, momento a momento compartió todo con ellos sin reservas y les abrió las miradas al misterio de Dios, ellos no llegaban a comprenderle ni a aceptarle en toda su dimensión mesiánica. Varios de ellos le adjudicaban moldes preestablecidos de acuerdo a lo que, suponían, debía ser el Redentor de Israel; vivían en un tiempo complicadísimo, su nación sojuzgada por un opresor extranjero y brutalmente imperial, su religión con una observancia extrema de formas y normas sin sustancia, es decir, sin corazón y sin Dios.

Algunos estudiosos sindican al Iscariote como perteneciente o simpatizante del movimiento zelota, que propugnaba la lucha armada contra el opresor romano para liberar Tierra Santa, y que por ello solían sostener posturas extremas también en el plano religioso.
Quizás fuera por ello, quizás por no atreverse a más -la fé exige coraje-, tal vez porque su angustia no toleraba esperas ni la mansa enseñanza de amor y servicio de Jesús de Nazareth, es que Judas -apóstol, ecónomo de la primera Iglesia- se presenta al Sanedrin. Allí están los enemigos más enconados del rabbí galileo, pero también representan la estabilidad de lo conocido, las tradiciones, la autoridad, la ortodoxia.
Confía más en ellos y en lo que esos hombres representan que en la amistad incondicional y sostenida del Maestro, y por rechazar esa gratuidad, esa Gracia, Judas -aún antes de entregarlo- es un des-graciado.

Las treinta monedas de plata ofrecidas por los sanedritas -treinta sheqqels permitidos en el Templo-, poseen un intenso valor simbólico. Treinta monedas es el valor con que se mide a Zacarías, el pastor que habla en nombre de Dios, como si la profecía pudiere tasarse. Pero también treinta monedas es el valor que debe pagarse por un esclavo. Sea cual fuere el caso, en ambas instancias hay una fijación de observar pautas establecidas por sobre cualquier consideración humana, pero a su vez teñido de un tácito y profundo desprecio.

Ni todo el dinero del mundo representa, aunque todo parezca indicar lo contrario, un valor mayor que el de una vida. 
Y más aún, la amistad y el amor de Dios jamás se puede adquirir. Dios se ofrece de continuo, sin condiciones e infinitamente generoso con todos.

Con la inminente noche cerrada, sabiendo que Judas lo traicionará, que Pedro lo negará, que muchos se esconderán ateridos de miedo, aún así arde por celebrar la Pascua con los suyos, con los Doce, contigo y conmigo, con toda la Iglesia, con todos los pueblos.

Ninguna sombra de muerte hace que de disipe ni se resigne la fidelidad de Cristo para con todos nosotros.

Paz y Bien

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