La levadura de los fariseos




Para el día de hoy (16/10/15): 

Evangelio según San Lucas 12, 1-7



El término hipocresía proviene del vocablo griego hypokrisis que significa, literaltemente, responder con máscaras -hypo, máscara, y crytes, respuesta-, aunque se utilizaba en la Grecia clásica para designar a los actores, los cuales se colocaban las máscaras que hoy conocemos como símbolo universal del teatro y así re-presentaban un personaje. En cierto modo, la tarea actoral implica un grado de fingimiento, de aparentar ser lo que no se es frente al público.

Cuando se traslada este concepto al campo ético, se denota una persistencia del criterio original, es decir, un hipócrita es aquel que actúa o simula un papel, escondiendo tras esa máscara lo que en verdad se es, a menudo engrandeciendo valores que no se tienen ni se practican. 
Por ello, cuando Jesús de Nazareth declara que los fariseos son hipócritas, establece un durísimo juicio.    

Lo que esos hombres -profundamente piadosos, y religiosos profesionales- demostraban al pueblo era una máscara de ortodoxia religiosa, de corrección política, modelo de varones santos y veraces, de valores a imitarse, cuando en realidad imponían cargas insoportables sobre el pueblo, obligaciones insostenibles sin Dios, pues delante de todo, en realidad, estaban ellos mismos, su soberbia y su egoísmo.

En su enseñanza, el Maestro insistía a sus discípulos su vocación de levadura, de fermento en la masa, de cómo ellos, siendo mínimos y pequeños, podían con la fuerza del Evangelio transformarlo todo, así como las amas de casa preparaban el pan.
Pero a su vez también advertía severamente sobre la levadura farisea, que es esa doctrina a veces imperceptible y persistente de una fé reducida a lo cultual sin corazón ni compasión, al mercantilismo religioso que establece el intercambio de méritos piadosos a cambio de la obtención de bondades divinas, todo ello opuesto a la insondable y asombrosa Gracia de Dios, de un Dios que se brinda amorosamente por entero y sin reservas.

Aferrarse a tradiciones que en realidad son traiciones pues nos hacen descender en humanidad. La prontitud en detectar impuros y herejes, y la inexistencia de la compasión, la misericordia y la fraternidad. El elevarse por encima del hermano, el creerse más y mejor que el otro, cuando en realidad todos somos únicos, valiosísimos, exclusivamente, por la mirada bondadosa de un Dios que es Padre y para el que todos -aún los más abyectos, creyentes o incrédulos- somos sus hijas e hijos amados.

Sea entonces nuestra levadura la Gracia de Dios. Y que nos convierta en mujeres y hombres de pan santo que se ofrece para la vida de los demás. Y para mayor Gloria de Dios.

Paz y Bien

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