Las puertas que se cierran




Santa Teresa de Jesús, vírgen y doctora de la Iglesia


Para el día de hoy (15/10/15): 

Evangelio según San Lucas 11, 47-54



A un profeta no se lo puede acallar, silenciar por la fuerza, por el descrédito, por las persecuciones. Un profeta anuncia las cosas de Dios y denuncia todo lo que se le opone, lo que es contrario a Dios y a la vida, y no se detendrá en floridos lenguajes de conveniencia. Por eso un profeta es molesto, incómodo, inconveniente y es una amenaza para los poderosos y los corruptos, y porque por su fidelidad, un profeta nunca callará la verdad.

Jesús de Nazareth, altísimo profeta, Cristo de Dios, lo sabía bien, y de allí sus imprecaciones, su lenguaje duro para con los escribas y fariseos. Esos hombres preferían el silencio del camposanto a la voz contundente de cualquier profeta. 

Esos hombres rendían honores en sus blancas tumbas a los profetas muertos y asesinados, pero jamás los honraban ni escuchaban cuando estaban entre ellos.

Esos hombres imponían cargas pesadísimas, intolerables, sobre las espaldas del pueblo en forma de miríadas de normas a cumplir, bajo amenaza de condenación, rechazando de plano al Dios de amor y al tiempo de la Gracia que el Maestro les traía. Aunque a menudo se oponían -por otros motivos- al ocupante imperial romano, ellos eran tanto o más opresores que las legiones y los tribunos.

Pero especialmente, escribas, fariseos y doctores de la Ley, ocultos tras un florido y erudito léxico que era habitualmente incomprensible para las gentes más sencillas, confundían al pueblo, y de ese modo cerraban las puertas de acceso a la sabiduría a los pequeños. Esa cerrazón es negar el acceso a la Palabra, a la vida comunitaria, al crecimiento personal. Pero no advertían que a la vez de denegar la entrada a tantos, se revelaba que ellos mismos se quedaban fuera de los campos veraces y sabios.

Es menester rogar al Espíritu para que estos ayes nos duelan, y nos resulten molestos, para despejar la mente y el corazón de todo lo vano, de todo lo que nos hace daño y del daño que ocasionamos, para ingresar como felices hijos a la tierra prometida de la Gracia de Dios.

Paz y Bien




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