Seguimiento y cruz



San Carlos Borromeo, obispo

Para el día de hoy (04/11/15): 

Evangelio según San Lucas 14, 25-33




Jesús de Nazareth se encamina hacia Jerusalem, peregrino en camino a su Pasión, en amor y lealtad absolutas al Padre. Esa es la verdadera perspectiva que debe orientarnos la mirada, en sintonía de cruz y resurrección.

Lo sigue una gran multitud que bien puede representarnos: esa multitud lo sigue pero no está necesariamente con Él. Unos van por admiración. Otros, porque Él puede responder a sus necesidades insatisfechas. Otros lo creen un revolucionario increíble, o un Rey poderoso al estilo mundano. O también están los simpatizantes, que en los momentos bravos se dispersan con rapidez, escondidos en el temor o refugiados en la comodidad.

El Maestro los y nos conoce bien, pero a su vez sabe en las honduras de su corazón sagrado que el Reino no admite medias tintas. El discipulado -el seguimiento de Cristo- implica tener por único valor absoluto a Dios. Dios como camino y destino, y por ese Dios que es amor, familia, padre, madre, esposa, hijos, amigos, adquieren un real valor que no ata, sino que se santifica por el Espíritu que todo lo fecunda.

Seguir a Cristo es atreverse, a pesar de todos los miedos, a cargar la cruz. No es poca cosa, ni una declamación romántica o poética: cargar la cruz es volverse marginal, un maldito, un ser abyecto para los poderosos de este mundo en favor del prójimo. Translucir mansedumbre y un insaciable hambre de justicia y verdad. No callarse nunca frente a cualquier atropello a la vida y a la libertad. Animarse a descubrir al prójimo, a aprojimarse al otro, porque en el otro resplandece el rostro del Creador.

Cargar la cruz es una decisión que no es producto de euforias ni de arrebatos, sino de una rumia profunda, enraizada en la oración, en una existencia orante, y edificarse de la mano del Redentor como mujeres y hombres decididos a seguir sus pasos de manera definitiva, total, hasta que el surco se termine, porque sabemos que la vida no se extingue, sino que tiene un tenaz y amable perfume a eternidad.

Paz y Bien

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