La exigencia mayor




Para el día de hoy (28/02/15) 

Evangelio según San Mateo 5, 43-48




Jesús de Nazareth ha revelado el rostro de Dios como Padre de todos. El Reino ya está aquí y ahora entre nosotros, humilde y silencioso, con una fuerza imparable. Y por ello el Maestro le plantea a los suyos la exigencia mayor, que no es de carácter prohibitivo.

Los parches o remiendos de tela nueva en vestidos viejos pues estos se rompen, como el vino nuevo en odres viejos.
Tiempo nuevo, corazones nuevos.

Esta exigencia no es poca cosa, y es el amor a los enemigos, a los perseguidores, a los que hacen daño.
En la mentalidad judía del siglo I, la Torah establecía el amor al prójimo, entendiéndose como prójimo al hermano judío, al forastero que vive en Israel y al prosélito, aquel individuo de origen gentil que adopta para sí la fé de Israel. Luego, claro está, todos aquellos que no entran en tales categorías son extranjeros. No se dice expresamente que se deba odiar al enemigo, pero la conclusión es obvia: para con el enemigo extranjero no hay vínculos ni obligaciones morales ni éticas, por lo cual no es reprochable odiar o buscar la muerte -aún cuando fuera en nombre de la justicia- de ese enemigo a veces enconado e implacable.

Pero el Maestro sabe bien que el amor que zanja las gentes entre propios y ajenos, entre nosotros y ellos es un amor desvaído, diluído, y por tanto deja de ser tal. Es sólo el fundamento interesado de un grupo cerrado.

La Encarnación de Dios implica que toda vida humana es sagrada, humanidad asumida por el Dios del universo, templo vivo y latiente de ese Dios cada mujer y cada hombre.
El sol de la mañana y la lluvia atardecida caen por igual sobre buenos y malos, todos hijos de un mismo Padre.

Los grupos cerrados, es decir, los amores acotados, no trascienden y se agotan en sí mismos, odres viejos, muy viejos aunque persistentes en nuestro tiempo, especialmente en las obscenas posturas de muchos tiranos y déspotas actuales en las que el opuesto o el disidente es alguien a suprimir y no alguien con quien convivir con todo y a pesar de todo, desde el milagro de la concordia, corazones compartidos.

El amor al prójimo, comenzando por el enemigo, es espejo santo de el corazón sagrado de Cristo, de la esencia misma de Dios, pura Gracia y misericordia.
Es una posición de debilidad, contraria a toda lógica mundana. Pero sabemos bien que desde la debilidad el Dios de Jesús y María de Nazareth transforma el mundo.

Nuestra exigencia sigue siendo la misma, y el esfuerzo de como desplegar ese cariz único cristiano en nuestra cotidianeidad. Reconociendo al otro, aceptando al otro tal cual es, con-viviendo.

Paz y Bien

De Moisés a Cristo




Para el día de hoy (27/02/15) 

Evangelio según San Mateo 5, 20-26




La Ley establecida por Moisés fué, en su circunstancia y ocasión histórica, un enorme ascenso ético, toda vez que a un puñado de tribus esclavas del Egipto faraónico le establece pautas básicas de convivencia, principio fundante como nación.

Peregrinando por el desierto y merced a esa Ley ofrecida por Dios a través de Moisés esas gentes se fueron acrisolando como pueblo. Sin embargo, fueron principios elementales que debían madurar, que no debían estratificarse mientras ese pueblo crecía.
Como sucede con todo legalismo, ese marco de normas buenas devino en cumplimientos formales sin un sentido trascendente y, peor aún, en valorar la norma por la norma misma. En cierto modo, se antepuso la norma -que es un medio- como fin en sí mismo.

La mansa irrupción de Dios en la historia, la Encarnación, significa un Dios que se hunde en las raíces mismas de la humanidad, que asume la debilidad y se hace vecino, amigo, pariente.
El ministerio de Cristo, su autoridad única, proclaman que ha comenzado un tiempo nuevo y definitivo, el tiempo de la Gracia y la misericordia, el tiempo de un Dios revelado como Padre, el tiempo de la Salvación.
Es una cuestión de amor, y desde ese amor paternal todos adquirimos la condición de hijas e hijos, vínculos férreamente espirituales, mucho más profundos que los dictados por la biología.

Así entonces Cristo es, como Moisés, legislador y por ello liberador de su pueblo. Más legisla con normas eternas, pues esa ley elemental cobra sentido pleno, adentrándose en las raíces del corazón humano, que es el ámbito en donde en verdad todo se decide, todo surge.
Las prohibiciones -no matar, no robar- dan paso a mandatos en los que el amor brinda significado y sentido eternos.

No somos seguidores de Moisés, ascendiendo trabajosamente al Sinaí de las tablas de piedra.
Somos hermanas y hermanos, discípulos de Cristo, peregrinos pecadores pero también peregrinos felices que suben al monte luminoso de las Bienaventuranzas.

Paz y Bien 


Pedir, buscar, llamar




Para el día de hoy (26/02/15) 

Evangelio según San Mateo 7, 7-12



La oración, y muy especialmente el modo de oración, definen e identifican la fé cristiana. No es posible siquiera imaginar ese Reino por el que suplicamos sin oración.
Pero también en el mercado falaz del trueque religioso, la oración suele convertirse en el reducto de quien busca su rédito personal, de quien recuerda a Dios en tiempos de necesidad o calamidad para sobrellevar las crisis.
Y la oración cristiana no es cosa de interesados, es cuestión de enamorados, y más aún, es necesidad de hijas e hijos.

Frente a la insondable grandeza de Dios -María de Nazareth lo sabía bien- somos demasiado pequeños, ínfimos mendigos de su infinita misericordia.

Se trata de comunicarse, y de un Dios que habla y se comunica primero, pues de Él son todas las primacías. Se trata de la necesidad de estar junto a quien se quiere y a quien nos quiere, y por el Maestro sabemos que no son tan necesarias las fórmulas prefijadas sino revestir el corazón de humildad, ponerlo en las manos y ofrecerlo. Nada más tenemos.

Porque el Dios de Jesús de Nazareth es un Dios profundamente tejido en la historia, y por ello el tiempo del hombre es tiempo de Dios, tiempo santo y propicio. Este Dios es Padre que se desvela por el bien de todos los hijos, de todas sus necesidades, desde las pequeñas hasta las más importantes. En su corazón sagrado todo cuenta.

Pedir, buscar, llamar involucra la totalidad de la existencia. Pedir, buscar, llamar es ir edificando junto a Dios y a los hermanos la propia vida.

Paz y Bien


El signo de Jonás



Para el día de hoy (25/02/15) 

Evangelio según San Lucas 11, 29-32



A una distancia de muchos siglos y diferentes culturas, los signos pueden no tener la misma importancia y contundencia para nosotros que para los oyentes de Jesús de Nazareth durante su ministerio; ello no implica que de ese modo su enseñanza sea para nosotros cosa abstracta. La Palabra es Palabra de Vida y Palabra Viva, presente perpetuo y eterno para todas las generaciones.
Aún así, es menester indagar acerca de la historia del profeta Jonás y de su importancia para el pueblo judío.

Jonás, al igual que Jesús de Nazareth, era galileo, de Gat-hefer -2R 14, 25-. De entre todos los profetas de Israel, es el único enviado al extranjero, a una nación gentil o pagana, y más precisamente a Nínive, capital del imperio asirio, enemigos enconados de Israel que en numerosas ocasiones habían invadido y sojuzgado la Tierra Prometida. De ese modo, un odio mutuo y profuso enardecía a las dos naciones, y es una cuestión que se magnifica con los criterios de propios y ajenos surgidos en la tradición judía.

Pero Jonás -cuyo nombre en hebreo, curiosamente significa paloma- es enviado a predicar al corazón del enemigo, a la misma Nínive el arrepentimiento, la conversión. Él quiere renegar de ese envío, toda vez que como hijo de su pueblo y de su historia preferiría aplastar al enemigo antes que invitarlos a cambiar, a convertirse bajo el apercibimiento del perecer, y ese perecer no se trata de un castigo divino sino más bien de las consecuencias directas de sus actos.
Y la imponente Nínive, tan grande, majestuosa y populosa se convierte frente a la predicación del profeta judío, porque oyen y escuchan y son capaces de mirarse corazón adentro.

En Jonás también acontece una durísima lucha interior, pues aunque lo ofende el contenido y el destinatario del mensaje que ha de entregar, no puede dejar de escuchar la voz de su Dios que lo convoca, y antes que los ninivitas es Jonás quien se convierte.
Su conversión es un proceso tan profundo y ejemplar que el libro sagrado que relata su conflicto y su bendición es la base primordial utilizada para celebrar Yom Kippur, el Día del Perdón, fiesta clave para nuestros hermanos mayores.

La fuga en una frágil barca preanuncia al Cristo que un día dominará todas las tempestades para los suyos. Los tres días en el vientre de la ballena preanuncian también el cobijo de una tumba que devendrá inútil, signo de Resurreción, señal de que ni la tierra ni nada ha de esconder la muerte, ni que los homicidios de los inocentes permanecerán en silencio y olvido.

En Cristo hay algo más que Jonás, claro que sí. Él no se rebela, más bien se revela universal, mensajero de paz y perdón a todas las naciones, salvación para toda la humanidad.

Y en esta Cuaresma que es una bendición, el mensaje sigue siendo convertirse a la vida que prevalece o perecer en nuestras miserias, en lo que no late, volver a escuchar con atención y regresar a Dios.

Paz y Bien 
 
 

La oración de los hermanos




Para el día de hoy (24/02/15) 

Evangelio según San Mateo 6, 7-15



Durante el surgimiento de las primeras comunidades cristianas, la Iglesia primitiva solamente enseñaba la oración de Jesús de Nazareth a las mujeres y los hombres de fé madura y probada. Sólo rezaban el Padre Nuestro aquellos en los que la fé hubiera echado raíces firmes y brindado frutos buenos.
Lejos de cualquier arcano esotérico o iniciático, el Padre Nuestro era el distingo de la comunidad de los creyentes, de la comunidad misionera dispuesta al testimonio perenne, incluso si ello desembocaba en los horrores del martirio.

Descenso y ascenso.
Un Dios que se inclina hacia la humanidad, un Dios graciosamente miope que sólo puede distinguir hijas e hijos, un Dios que no se encierra en la lejanía, un Dios cercano, un Dios que se comunica, se hace Palabra, Verbo encarnado de nuestra salvación.
Y suben hacia su amorosa eternidad como ofrenda la respuesta de los hijos. Porque orar es adentrarse en el misterio infinito de Dios, a pura bondad suya, sin condiciones.

La causa de ese Dios es indisolublemente la causa de los hermanos, ambos brazos de la santa cruz.

El Maestro nos revela el misterio mayor, que Dios es tan cercano y dador de vida como un Padre, y más aún, como Abbá, Papá nuestro, por el que todos recibimos como rocío bendito el bautismo filial de ser sus hijos, y por ello hermanos entre nosotros, hermanos que suplicamos por un Reino que es puerto y destino de nuestro peregrinar, hambre feliz de nuestras almas, un Reino que acontece aquí y ahora y que es la plenitud para toda la creación. Porque la voluntad de Dios es la vida que prevalece, que no se acota al tiempo ni a la muerte, cielos abiertos iluminando estos arrabales a veces tan agostados.

Pan de la Vida es el cuerpo de Cristo ofrecido, pan del sustento en la mesa de los pobres es nuestra confianza en una justicia que es preciso edificar.

Perdón que descubrimos redentor, que libera prisiones autoimpuestas que nos alejan de Dios y del otro, perdón que cura, que sana, que salva, que vuelve a conciliar los corazones opuestos por todos los odios.

Y que la tentación del olvido se aleje de nosotros, la desmemoria de esa identidad única de las hijas y los hijos que quieren desertar de todo mal, para celebrar el ágape maravilloso de la vida compartida por Dios y en Dios.

Paz y Bien


Converger al hermano, piedad y justicia




Para el día de hoy (23/02/15) 

Evangelio según San Mateo 25, 31-46




La Encarnación es un misterio tan inmenso y deslumbrante del que a menudo nos quedamos con una sola de sus múltiples facetas, el saludo del Ángel y el Fiat! de María de Nazareth. 
Más, la Encarnación es también una toma de partida del Dios del Universo que se abaja de su infinitud y asume amorosamente la condición humana, santa urdimbre de Dios y carne, de eternidad y sangre, humanidad que deviene sagrada, templo latiente de ese Dios que la habita.

Así entonces a ese Dios lo encontraremos seguramente en el prójimo que edificamos, el hermano al que nos aproximamos/aprojimamos. A un Dios así, a un Dios de amor se le rinde culto en el hermano, en el prójimo, y es la compasión la liturgia primordial.
Y del mismo modo, cuando se reniega de un hermano, cuando se pasa de largo, cuando se mira sin ver también se reniega y se ignora a ese Dios que nos sale al encuentro.

Cuaresma es desierto pródigo en regresos, a las honduras del alma, al prójimo que extraviamos de nuestra mirada y de nuestro corazón, especialmente aquél que está excluido, olvidado, desahuciado o, como cruelmente lo derriba en nuestro tiempo, aquél que ha sido descartado.

Son importantes planes y propuestas. Pero más importantes aún son los pequeños gestos y las acciones humildes de solidaridad y socorro cotidianas, porque restablecen equidad, sanan las heridas del olvido y derrotan ese egoísmo que nos encierra como glóbulos aislados unos de otros, escapistas de Dios y del otro.

Cuanta paciencia nos tiene ese Dios de Jesús de Nazareth.
Esa paciencia es la misericordia divina, expresión de una justicia que no se suele regir por intereses previos, sino que germina desde el amor, desde la compasión.

Converger al hermano que languidece a la vera del camino de la existencia es conversión, es regreso a ese Dios que nos ha salido al encuentro, es piedad que no se limita y es justicia que perdura.

Paz y Bien

Llevados al desierto




Domingo Primero de Cuaresma

Para el día de hoy (22/02/15) 

Evangelio según San Marcos 1, 12-15


El Espíritu lleva a Jesús de Nazareth al desierto. Es la plenitud de Dios que siempre empujará todos y cada uno de los instantes de su ministerio y de toda su existencia, y el Maestro es dócil, se deja conducir pues por nada se distrae, nada lo hace perder su centro que es su Padre.

El desierto es el ámbito en donde lo seguro, las comodidades y las certezas sin fundamento se desvanecen. Uno se queda allí inerme, a corazón abierto, al descubierto la propia fragilidad, y esa fragilidad es también crisol en donde se nos purifica lo que perece y lo que en verdad nos hace morir.
En un extraño movimiento interior, uno se halla enfrentado a sí mismo, y es el momento propicio para encontrarse frente a Dios.

Cuarenta días de desierto nos hacen eco de los cuarenta años de peregrinar hacia la tierra prometida, de los cuarenta días de diluvio. El desierto de Cristo se asoma así como tiempo de purificación y camino de liberación a la promesa inmensa de la vida eterna, la amorosa ratificación definitiva de la Pasión y la Resurrección.

Un detalle pequeño puede pasarse por alto, pero es crucial: Jesús convive en el desierto entre las fieras. Lo que habitualmente sería otra amenaza a la propia subsistencia, es símbolo del paraíso primigenio, de la armonía de la creación, las bestias aliadas a la humanidad sin violencias.
Cristo es el nuevo Adán en una nueva creación germinal, que no acontece en un vergel sino en las lisuras áridas del desierto, pues todo se edificará nuevamente desde las raíces y de manera definitiva.

El Evangelista Marcos no tiene un estilo literario en el que sobreabunden datos. Por ello no detalla las tentaciones, y es una motivación teológica -espiritual-: lo que cuenta es ese Cristo sometido a los deslizamientos propios de la condición humana, tan limitada. Y más aún, la asunción del Maestro de nuestras fracturas es también certeza de victoria, de superación de todos los abismos en que solemos caer.
Los ángeles que le sirven es la presencia perpetua de Dios en su vida y en la nuestra. La mano está siempre tendida para no desbarrancar, para no caernos.

El primer Adán abdicó a las tentaciones. El nuevo Adán es el hombre definitivo en su plenitud y eternidad.

Así entonces, purificados y asumidos en nuestra condición de pequeños hijos, allí sí acontece un nuevo impulso y comienzo de la Buena Noticia, la vida de la Gracia, converger hacia Dios y hacia el hermano.

Paz y Bien

Llamamientos




Para el día de hoy (21/02/15) 

Evangelio según San Lucas 5, 27-32




La primera fracción del versículo inicial del Evangelio para el día de hoy revela un misterio que no puede acotarse a los procesos de la razón. Se trata de dos términos, y quizás sea también un premuroso indicativo para estar alertas, en vigilia, a no pasar las cosas por alto, y a que en lo que parece mínimo también se abre una ventana a la eternidad.

Jesús salió nos habla la Palabra. No es un mero relato de una acción circunstancial, sino la certeza inmensa de un Dios que sale al encuentro de la humanidad, de un Cristo que jamás -por nada ni por nadie- se deja encerrar y nos encuentra en cada esquina, allí en donde acontece el devenir cotidiano.
Y que aún cuando esa realidad que somos se encuentre ensombrecida por miserias, angostada por la rutina o grisácea por la nada tras la nada, allí se hace presente. Allí lo encontraremos, en las mesas cambistas en las que a menudo se nos convierten los corazones, la compraventa religiosa, el trueque de piedad por favores divinos.

Y a pesar de todo Él sigue buscándonos, mirando firme a los ojos, invitando a seguir sus pasos en todos los asombros de la Gracia, ese Reino que es el sueño bondadoso de Dios para toda la humanidad, para la creación, para el universo, para vos, para mí, para el vecino, para quien amamos y también para quien nos odia.

Jesús salió, nombre del Verbo y verbo que define su ministerio de Salvación.
Cuaresma es bendición para el regreso, indicio feliz de llamamientos constantes, llamamientos concretos pero a la vez humildes, sencillos, sin aristas rutilantes, pero tan decisivos que en la respuesta nos jugamos la vida.

Un Cristo atento siempre a lo que nos sucede, ahora mismo, nos está convidando a la mesa grande de la fraternidad, para celebrar la vida que se comparte, el milagro del nosotros al reconocernos hijos y hermanos.

Paz y Bien

La alegría no puede ausentarse




Viernes de Ceniza 

Para el día de hoy (20/02/15) 

Evangelio según San Mateo 9, 14-15



Las discusiones entre escribas y fariseos y Jesús de Nazareth parecían interminables, pero en realidad, aunque esos hombres eran profundamente religiosos, creían en un Dios lejano, severo y a menudo cruel, que en nada se acercaba al rostro de padre revelado por el Maestro. Iba a ser muy difícil que coincidieran pues, además, habían antepuesto el cumplimiento ritual a la rendición de culto a ese Dios que le confería sentido y sustento a la Ley.

Entre los nudos de recriminación estaba el ayuno. La práctica estaba ampliamente extendida en esa época y en varias de las culturas y pueblos coincidentes. Pero quizás Israel había olvidado su verdadero sentido, explicitado por el profeta Isaías unos cuantos siglos antes: el ayuno agradable a Dios es la práctica de la justicia, de la compasión, la liberación de los oprimidos, el socorro a los necesitados. La práctica ritual por la práctica misma carece de sentido e importancia, y más aún, puede volverse gravosa a las almas.

Curiosamente, los que interpelan a Jesús en esta ocasión son los discípulos de Juan el Bautista. Ellos también ayunaban a menudo, al igual que los fariseos, y es menester establecer como cuestión importante que el ayuno es útil a la hora de dominar pasiones, retirarse al silencio orante, mantener al espíritu en vigilia. Los problemas comienzan con la falta de sentido y con el aislarse del hermano, y por eso el ayuno se santifica cuando deviene en ofrenda a Dios, quizás privándonos de sustento para que al menos un hermano empobrecido tenga su plato lleno en su mesa. Antes que escandalizarnos por los errores rituales, deberíamos horrorizarnos por el hambre que persiste.

Pero un cariz no puede ausentarse, inclusive en estos tiempos litúrgicos de conversión y penitencia, tiempos cuaresmales que son también bendición. Y es la alegría, la serena y humilde persistencia de una felicidad que se origina en la presencia constante y definitiva de Cristo en nuestras existencias, siempre fiel, siempre compañero, siempre Salvador.

Paz y Bien

La cruz diaria




Jueves de Ceniza 

Para el día de hoy (19/02/15) 

Evangelio según San Lucas 9, 22-25




Hijo del Hombre.

A Jesús de Nazareth no le gustaban demasiado los títulos ni los rótulos, toda vez que quienes se los adjudicaban -hijo de David, Mesías, rey de Israel- depositaban en ellos sus ansias e intereses. En los rótulos y no en la persona.
Por eso que el Maestro se reconozca a sí mismo como Hijo del Hombre es importantísimo: es la afirmación de un Dios que se abaja, que se hace tiempo, historia, hermano, vecino, amigo, que se deja prohijar por la humanidad, un Dios que nada tiene de abstracto, huesos, piel, corazón, sangre que se ofrece sin condiciones, un Dios tan asombrosamente cercano que esa cercanía inquieta, interpela, compromete.

Cierta tendencia a leer la Palabra de Dios de manera lineal nos deja en una superficialidad estéril, pues la literalidad es madre de todos los fundamentalismos. Así suponer que ese debe respecto del sufrimiento aparecería en esa instancia como consecuencia de un dios perverso y cruel al que le place el dolor, que impone el sufrimiento como crisol de mejoras. Peor aún, un Padre que en cierto modo disfruta cuando el Hijo y todos los hijos padecen.
Pero se trata de la ilógica del Reino, de los asombros de la Gracia. Que el Hijo del Hombre deba sufrir es quebrantar desde la caridad las razones de los intereses mezquinos, que la única sangre que está permitido derramar es la propia cuando se ofrece para que nadie más sufra, desde una tenaz y persistente mansedumbre, a pesar de tantos horrores.

Y la cruz de cada día.
En la misma secuencia de superficialidad, cargar la cruz diaria quedaría acotado a las mezquindades personales, las miserias asumidas y los dolores que se nos confiere.
Pero seguir a Cristo es un viaje sin regreso. La cruz, en tiempos de su ministerio, era para el opresor romano el concienzudo método de ejecución para los criminales marginales, para los reos más abyectos, mientras que para la mentalidad farisea es signo de maldición absoluta. Así entonces, cargar la cruz cada día y seguir sus pasos -porque de Él son todas las primacías, porque Él encabeza este peregrinar- es asumirnos en entera libertad como marginales, como malditos, como los últimos de los últimos para que no haya más maldecidos, ni marginales, ni excluidos, ni descartados, en la extraña y bendita vocación de que la vida se la gana en tanto que se la pierde ofreciéndola incondicionalmente al hermano, el poder como servicio, la plenitud en el darse, la felicidad en salir de sí mismo al encuentro del otro, como ese Dios que nada se ha guardado para sí y nos sale al encuentro en todas las esquinas de la vida.

Paz y Bien


Este es el día del Señor, este es el tiempo de la Misericordia







Este es el día del Señor.
Este es el tiempo de la misericordia.

Delante de tus ojos
ya no enrojeceremos
a causa del antiguo
pecado de tu pueblo.
Arrancarás de cuajo
el corazón soberbio
y harás un pueblo humilde
de corazón sincero.

En medio de las gentes
nos guardas como un  resto
para cantar tus obras
y adelantar tu reino.
Seremos raza nueva
para los cielos nuevos;
sacerdotal estirpe,
según tu Primogénito.

Caerán los opresores
y exultarán los siervos;
los hijos del oprobio
serán tus herederos.
Señalarás entonces
el día del regreso
para los que comían
su pan en el destierro.

¡Exulten mis entrañas!
¡Alégrese mi pueblo!
Porque el Señor que es justo
revoca sus decretos.
La salvación se anuncia
donde acechó el infierno,
porque el Señor habita
en medio de su pueblo.

Himno de Laudes

Cuaresma es bendición




Miércoles de Ceniza - Comienzo del tiempo de Cuaresma

Para el día de hoy (18/02/15) 

Evangelio según San Mateo 6, 1-6. 16-18




Hoy es Miércoles de Ceniza.

Habrá señales de cruz cenicienta en la frente, signos de la que se porta con humilde y amoroso orgullo en el corazón. Porque se trata del camino de la cruz entendida y asumida en los huesos como el amor mayor, a pesar del horror, a pesar de la muerte.

Ciertas costumbres religiosas persisten, la del rictus amargo, la del duelo perpetuo, la de crespones negros. Más Cuaresma no se trata de luto ni de regodearse en penas, sino de sumergirse en el misterio profundo de la vida y el ministerio de Jesús de Nazareth. Morir en su muerte y asumir con esperanza definitiva su Resurrección. Desalojar del corazón lo que es vano para que sólo lo habite Dios, purificarse de todas las miserias en las que solemos abandonarnos.

Limosna, oración y ayuno nos propone la Iglesia como madre cuidadosa de todos sus hijas e hijos.

La limosna que es mucho más que la acción benefactora prescrita, de algo de dinero para calmar la conciencia propia antes que la necesidad del otro. La limosna es darse a sí mismo, y por ello compartir lo que se tiene con el necesitado, una afirmación profética de una justicia que suele estar a contramano de los intereses mundanos pues se reviste de generosidad y de incondicionalidad.

La oración que es respuesta al susurro de ese Espíritu que nos hace decir Abbá, que nos hace reconocer a Dios como Padre, que nos ubica en la sintonía eterna de la Gracia de Dios, que nos ahonda en el misterio fecundo del amor, tan imprescindible que sin oración -aún cuando la biología diga otra cosa- perecemos.

El ayuno que no es ritual de ciertos días y excepción de ciertos alimentos puntuales, sino la privación propia para que el sustento no falte, al menos, en el plato de un hermano, sonrisa de Dios cuando acontece el milagro del compartir.

Cuaresma es tiempo ofrecido para el regreso a Dios, y por eso mismo regreso al hermano, tiempo santo de perdón y reencuentro.

Cuaresma es una bendición.

Paz y Bien





El pan único



Para el día de hoy (17/02/15) 

Evangelio según San Marcos 8, 13-21 




A pesar de todo lo que habían compartido con Él, de todo lo que habían sido partícipes, los discípulos seguían sin querer comprender. 
Doce canastas sobraron luego de alimentar a la multitud hambrienta, pan abundante y generoso para todos los hijos de Israel que aún no ingresan al ámbito de la Gracia.
Siete canastas sobraron luego de saciar el hambre de otros tantos miles en tierras paganas, pan abundante y generoso para cuando lleguen todos los gentiles invitados al banquete del Reino.

Ellos siguen preocupándose por cuestiones menores, y a su vez permiten que ciertas cuestiones mundanas les opaquen el alma, corazones ocupados por lo que perece y no trasciende.
La levadura de los fariseos, la de la figuración, de la pura exterioridad sin corazón y sin Dios, la de la hipocresía.
La levadura herodiana, la del poder por el poder mismo, el poder que no es servicio, la opresión justificada, el dominio mundano, la ética ausente.

Así, ellos y nosotros, imbuidos de esos venenos solemos dispersarnos, enfrentarnos, separarnos con encarnizamientos y odios. Las divisiones y resquemores nos pertenecen por completo, no pueden ser adjudicadas a otros, quitándonos los sayos que nos colocamos sin hesitar. Gustamos alimentarnos en recintos estrechos de ventanas y puertas cerradas, con los detectores de enemigos encendidos, rápidos para señalar al opuesto, al distinto, a lo que nos diferencia.

Pero lo que verdaderamente cuenta es Cristo, el Pan de Vida, Pan único que nos alimenta y nos hace hijos y por lo tanto hermanos.
Cristo en nuestra barca Iglesia, Cristo en nuestra barca existencia, Dios con nosotros. Nada más importa.

Paz y Bien

Signo del cielo


Para el día de hoy (16/02/15) 

Evangelio según San Marcos 8, 11-13




Él recibía a todos por igual, sin excepciones. Curaba a los enfermos, tendía su mano a los descastados e intocables, a todos los excluidos, a los impuros rituales. Les hablaba a las gentes de un Dios bondadoso, Padre cercano lento a la cólera, rico en misericordia. Como epítome decisivo, alimenta milagrosamente a la multitud en el desierto, y de ese modo se erige como el nuevo Moisés.

La situación se vá tornando cada vez más densa entre Jesús y aquellos que detentan el poder religioso, la ortodoxia oficial. Él es un joven rabbí de la periferia galilea sin pergaminos que acrediten sus conocimientos, sin eruditos que respalden su enseñanza, y aún así es un profeta de voz clarísima y potente cuya influencia sobre el pueblo crece día a día, momento a momento. En Él hay una autoridad asombrosa que no logran determinar de donde proviene, pero que sin dudas han de cercenar. Es menester acallar de cualquier modo a ese peligroso carpintero galileo itinerante.

Por eso mismo discuten con Él cuestiones doctrinarias, para provocar un equívoco condenatorio, o bien para que esa autoridad quede en entredicho frente al pueblo. Es una práctica usual entre los poderosos de todos los tiempos históricos, el menoscabo y la difamación de quien se opone, sin importar la verdad que pueda soslayarse.

En la ocasión que hoy nos relata el Evangelista, la acción es sutilmente insidiosa. Le requieren y exigen un signo del cielo, y ello implica que desprecian todo lo que Él ha hecho, señales del amor de Dios.
Pero al requerirle un signo del cielo, a su vez, tácitamente declaran que Él es demasiado terrenal, absolutamente humano y con ello, ajeno a cualquier voluntad de Dios.

El profundo suspiro del Maestro expresa el dolor de su alma. Esos hombres -religiosos profesionales, expertos en la Ley- no aceptarían nada que no se adaptara a sus esquemas preestablecidos. Miradas opacas que se deducen de corazones pétreos jamás se rendirían ante la evidencia de Dios con nosotros, la sagrada humanidad de Cristo -totalmente humano, totalmente Dios- cuya señal mayor será la cruz, para algunos horror y muerte, para las mujeres y hombres de fé el amor mayor y la vida que prevalece sobre la muerte.

Paz y Bien

Un apóstol impensado





Domingo Sexto durante el año

Para el día de hoy (15/02/15) 

Evangelio según San Marcos 1, 40-45




En el siglo I se le tenía espanto a la lepra, por su gran virulencia y por las exponenciales posibilidades de contagio en su faz de patología degenerativa, la que en cierto modo transforma en máscaras horrorosas las extremidades y el rostro de los pacientes. Al no conocerse cura ni tratamiento de contención, se solía aislar a los enfermos.
Hemos de tener en cuenta las posibilidades médicas de dos milenios atrás; recién en el siglo XIX, Gerhard Hansen descubre el factor desencadenante, a partir del cual la lepra se la conoce como el Mal de Hansen o también causada por el bacilo de Hansen.

Pero si bien en todas las culturas su impacto era funesto y hasta vergonzante, para los criterios religiosos imperantes de Israel la cuestión se agravaba. No sólo se consideraba lepra a una miríada de afecciones dermatológicas -forúnculos, tiña, dermatitis varias-, sino que su origen la aflicción de la lepra era un justo castigo impuesto por Dios a causa de los pecados, propios o de los padres.
Bajo estos criterios, un leproso debe ser aislado de la vida comunitaria no solamente por las altas probabilidades de contagio, sino porque es un impuro, indigno de pertenecer a los puros hijos de Israel, inhibido de integrarse a las celebraciones religiosas. A tal punto llegaba la condición de exclusión, que el leproso debía permanecer a no menos de cincuenta pasos de cualquier persona sana, vistiendo harapos y marcando su cabello con cenizas a modo penitencial, declarando a los gritos su condición de impuro, de inmundo.

Se trata de mensuras específicamente religiosas que involucran la totalidad de la existencia. Por ello quien definirá esta condición será el sacerdote, y él mismo el que readmitirá los improbables casos de cura -con rituales específicos-. La impureza ritual que se traslada a todos los órdenes de la vida es más contagiosa que el propio bacilo que es el agente contagioso: hay que evitar de toda manera a cualquier impuro so pena de devenir automáticamente en idéntica condición, en excluido, en aislado e indigno.

El Dios Padre bondadoso revelado por Jesús de Nazareth poco tiene que ver con estas ideas de castigo y discriminación, de elusión de los dolientes, y Él no se guardaba de declararlo abiertamente.

Es menester imaginarnos la situación, pues los enfermos aceptaban la condición conferida. De allí que el leproso que hoy nos presenta el Evangelista Marcos suplique al Maestro ser purificado, que no curado o sanado.
Pero en ese hombre hay una confianza enorme en la persona del Cristo, raíz de la fé cristiana, y es desde esa confianza que se atreve a quebrantar la triste regulación de mantener distancia, los cincuenta pasos mínimos establecidos.
El coraje, la valentía a la hora de ir contra corriente en lo inhumano es también distingo de aquellos que se dejan animar por esa Gracia de Dios que se brinda generosa e ilimitada.

El Maestro lo comprende, y por ello sana al enfermo pero le indica presentarse al sacerdote, pues éste es quien debe readmitirlo formalmente como apto, puro, válido para la vida en común. Este testimonio es signo contra y para aquellos que se aferran a las crueles normas impuestas.
A su vez, manda al hombre restablecido en su piel y en su alma que guarde silencio acerca de quien ha sido el causante de su bien. Se hace el bien en silencio, sin estridencias, como humilde ofrenda de bondad y compasión que no busca reconocimientos.

Sin embargo, ese hombre no puede callar, y se convierte en un apóstol impensado, y cuenta a todo aquel que quiera escucharle lo que le ha sucedido, el paso salvador de Dios por su vida, ese Dios que sólo quiere su bien, y es pilar de toda acción misionera y apostólica.
Por ello mismo Cristo ha de vivir en lugares apartados, pues Él mismo se ha convertido en un impuro absoluto, un hermano en las miserias y el dolor.

Con voz profética el Papa Francisco expresa sus ansias -que son las de muchos- de una Iglesia pobre.
Humildemente también nos sumamos a su ruego de una Iglesia pobre y leprosa, hermana incondicional de los excluidos, de los que nadie quiere, de los que el mundo descarta y desprecia, proclamando desde un silencio fraternal que el Dios de la Vida ha servido una mesa inmensa de vida compartida en la que todos tienen un sitio, y en la que nadie, por ningún motivo, ha de faltar.

Paz y Bien

Los panes de la solidaridad y los peces de la compasión




Santos Cirilo, monje, y Metodio, obispo. Memorial

Para el día de hoy (14/02/15) 

Evangelio según San Marcos 8, 1-10


Nos encontramos aún, siguiendo las lecturas de los días precedentes, en la Decápolis, es decir, en territorio pagano, extranjero, ajeno, enemigo potencial de Israel. Allí el Maestro, sin hesitar y con el convencimiento profundo de su misión, continúa su ministerio. La Buena Noticia no sabe de fronteras ni de exclusividades y ese, precisamente, es el milagro insondable de amor de un Dios que sale al encuentro de la humanidad.

Extrañamente, las multitudes de la zona buscan con ansias al joven rabbí judío; los odios y resentimientos no suelen ser unidireccionales. Los habitantes de la Decápolis también desprecian y temen a sus vecinos de Israel.
El reconocimiento del otro como tal y la aceptación de sus diferencias es el paso primero para la concordia, convergencia de corazones plurales, germen de la paz y la justicia.

Esas gentes se reunen en número creciente a su alrededor, no solamente por su fama de taumaturgo, de sanador generoso: ese joven galileo les habla, les recibe de igual a igual, les escucha y ellos le abren sus almas en sus vacíos existenciales, que ninguna doctrina puede suplir. Hay un saludable apetito de trascendencia -una cuestión tan humana que se soslaya-. Pero también hay hambre de sustento para sus cuerpos agotados.
Suele suceder cuando nos enfocamos por entero en lo que nos transforma, el tiempo parece no pasar, y olvidamos el comer, el descanso, más aún si el destino de ese concentrarnos es el mismo Dios.

Jesús de Nazareth lo advierte. signo de que la Salvación no es abstracta, que el amor es concreto, que en la dimensión del Reino presente y tan cercano todo cuenta, la totalidad del ser humano es importantísima.

Pero se trata de dar de comer a miles de personas, y en un paraje apartado.

Los intereses de Cristo han de ser también los de sus discípulos y seguidores, y cuando éstos no coinciden comienzan los problemas, los desvíos e infidelidades al sueño bondadoso de Dios para con todas sus hijas e hijos.

Frente a la enormidad aparente de la tarea, los discípulos articulan silogismos pretendidamente lógicos, pero que en realidad implican una resignación, una abdicación.
Y el hambre nunca, jamás debe supeditarse a cualquier argumento, ni debe posponerse. El hambre del hermano es una herida que debe dolernos de manera intolerable, para buscar juntos su remedio y la salud.
No son necesarios megaproyectos ni enjundiosas ingenierías: ante todo, la respuesta primordial se encuentra en los propios corazones.

La solidaridad brinda precisamente lo que el término sugiere, solidez. Solidez a la fraternidad y por lo tanto, a la existencia. Ninguna compasión es estéril, por insignificante o mínima que parezca.

El pan de la solidaridad y los peces de la compasión multiplican humildemente la vida, en sintonía eterna de la Gracia de Dios, de mesa grande compartida, el milagro cordial de la reciprocidad, del crecer juntos a pesar de nuestras diferencias, la bendición de celebrar que estamos vivos en plenitud.

Paz y Bien

Effatá



Para el día de hoy (13/02/15) 

Evangelio según San Marcos 7, 31-37




El Maestro permanece en tierras extranjeras, más precisamente en la Decápolis: es una confederación de diez ciudades implantadas por los griegos como una suerte de colchón de seguridad estratégico para el caso de guerra contra la nación judía y también como medida de autoprotección frente a merodeadores y salteadores de caminos. Aunque en ellas vivieran algunos colonos judíos, eran miradas con desconfianza y desprecio desde el otro lado de la frontera.

Que Jesús esté allí ya es, para ciertos nacionalismos furiosos, una provocación. En realidad, es signo y símbolo de la universalidad de la Salvación ofrecida por ese Dios que sale al encuentro del hombre.

Traen a su presencia a un hombre que es sordo, y que por ello mismo se exprese con dificultad, a veces tartamudeando, a veces profiriendo sonidos sin sentido.
Para ciertas mentalidades brtualmente mezquinas, es una situación perfecta: el distinto, el enemigo acallado, reducido al silencio, incapaz de expresarse normalmente, de comunicarse, de quejarse, de rebelarse. 

En cierto modo, el no poder escuchar ni hablar, el tener cerrado el acceso a la palabra, es una manera de morir aún cuando el corazón siga latiendo.
Por ello hay que ser tenaces en las palabras y en la Palabra. Saber escuchar, poder expresarnos, aún cuando lo que se diga no sea lo adecuado y hasta sea un agravio. El silencio, cuando se lo busca y se lo elige a conciencia es fructífero, santo, transformador.
El silencio que se impone siempre es nefasto, inhumano, y jamás debe tolerarse ni aceptarse como normalidad. Cuando hay palabras y cuando hay Palabra la vida puede expandirse.

La actitud del Maestro es de una delicadeza infrecuente. Siempre hay que cuidarse de no hacer un espectáculo con el auxilio que se brinda, y dedicarse en cuerpo y alma al socorro de los dolientes.

Effatá es el término arameo, y es maravilloso. Que se abran todos los oídos, que se restablezcan lenguas y gargantas para escuchar a Dios y al hermano, al amigo, al enemigo, al cercano y al lejano, y para volver a decir las cosas con claridad, con la fuerza de la verdad, una verdad que no puede ni debe silenciarse, para mayor Gloria de Dios y bien de los hermanos.

Paz y Bien

La mujer sirofenicia




Para el día de hoy (12/02/15) 

Evangelio según San Marcos 7, 24-30




Jesús de Nazareth había tenido una virulenta confrontación con los representantes y dirigentes de la ortodoxia oficial judía a causa del cumplimiento de ciertas tradiciones y de la pureza e impureza de ciertos alimentos. El escenario es de ruptura, y el paso a la región de Tiro completa el trasponer una frontera mucho más profunda que la que señala la geografía y la política.
Para la memoria del pueblo judío, Tiro no es un país extranjero cualquiera, Tiro -y Sidón- es la cuna de Jezabel, enemiga terrible de Elías que, a su vez, inspiró las furias de los profetas Ezequiel y Jeremías. Es por ello que esta región a la que accede el Maestro es el epítome de lo extraño, de lo extranjero, de lo ajeno, ámbito tanto real como simbólico que un hijo de Israel siempre ha de evitar, pues entraña la amenaza de un paganismo acérrimo y la potencialidad de una contaminación de la propia nacionalidad, tan celosamente resguardada.

Precisamente, el paso del Maestro a ese región implica la extensión de su ministerio, símbolo de su universalidad que no reconoce ni acepta limitaciones ni cotas de cualquier índole.
Es un salto enorme de corazón y de mente que aún hoy la Iglesia a veces no realiza, discriminando entre propios y ajenos, cuando su identidad la confiere la Gracia de Dios que nos prohija.

Es dable suponer que el Maestro ingresa a una casa judía de la zona, con ganas de no destacar, de estar un tiempo tranquilo junto a los discípulos. Pero ni modo, no hay modo de que permanezca oculto. El bien y la bondad, inevitablemente, destacan y refulgen en todo sitio, haga lo que se haga, imponga lo que se imponga.

Resulta impensable para un rabbí que le hable a una mujer, o que una mujer le dirija la palabra. Peor aún en el caso que hoy nos ocupa, el de una mujer sirofenicia y pagana.
Se trata de una silente y mansa revolución que el Maestro no sólo escuche sino que converse con una mujer así.

El diálogo, mirado de forma sesgada, es durísimo. En cierto modo, basándose en antiguos patrones tradicionales, Jesús menta a los extranjeros como perros, y nó en un cariz afectuoso de mascotas, sino en el talante más despectivo, que aún hoy se suele utilizar.
Pero esa dureza debe contemplarse en la totalidad de la conversación y de la lectura para descubrir su verdadero sentido y profundidad.

Acontecen dos cuestiones: por un lado, el Maestro, desde esa perspectiva de su pueblo, provoca a la mujer para que no se resigne, para que no baje sus brazos, para que no se abandone a cuestiones que poco tienen de humanidad y de Dios.
Por el otro, que el amor de una madre, el sufrimiento de los hijos, la fé que suplica migajas de misericordia conmueven el sagrado corazón de Cristo.

Quiera Dios que esa mujer sirofenicia nos haga espejo cordial, para iluminarnos la fé, para pulirnos en humildad, para volver a confiar en ese Maestro que a todos escucha, recibe y a todos, sin excepción, quiere ayudar.

Paz y Bien

Purificaciones




Nuestra Señora de Lourdes

Para el día de hoy (11/02/15) 

Evangelio según San Marcos 7, 14-23




Jesús de Nazareth es un maestro inigualable, y no es nada difícil imaginarnos allí, entre la multitud, convocados a reunirnos cerca de Él para aprender. Siempre hay que aprender.
Y hoy nos sigue convocando y enseñando a través de la Palabra y por su propio Espíritu.

Entre las enseñanzas de Jesús de Nazareth y las de escribas y fariseos había un abismo infranqueable. Primero y principal, porque el Maestro enseña con una autoridad única, la de su identidad plena con su Padre. Pero más aún, la raíz de todos los conflictos es el Dios que Cristo revela.

Escribas y fariseos propalan la imagen de un Dios distante e inaccesible, severo y verdugo rápido, un Dios airado con facilidad, un Dios al que el pueblo le tiene miedo y no temor, ese temor de Dios que es santo. Para esos hombres, hay todo un manual de procedimientos piadosos para acceder a la bendición divina, para purificarse, para sacralizarse.

En el kairós, tiempo propicio de Dios que es tiempo santo de Dios y el hombre, Jesús de Nazareth nos revela el rostro de un Dios que es Padre y Madre, que se desvive por todas sus hijas e hijos y al que le pertenecen todas las primacías e iniciativas, un Dios que sale siempre al encuentro, un Dios de amor y misericordia.

El Dios de Jesús es el Dios que libera, que purifica, que nos renueva las transparencias cordiales que solemos opacar con nuestras miserias, nuestros quebrantos, nuestros olvidos y omisiones.
Los rituales son necesarios y valiosos siempre y cuando no olviden al Dios que les confiere sentido y trascendencia y es ese mismo Dios al que se orientan por esa necesidad vital de ser hijos.

Que ese Cristo vuelva a limpiarnos, que las almas emprendan el desalojo de lo vano, de lo fútil, de lo que perece. Que los corazones son el templo vivo del Dios de la Vida, feliz de hacer morada en nuestras existencias.

Paz y Bien

Manos sencillas



Para el día de hoy (10/02/15) 

Evangelio según San Marcos 7, 1-13




En la lectura que nos ofrece la liturgia del día de hoy, hay un dato por demás ominoso: envían a expertos desde la misma Jerusalem a observar a Jesús y sus discípulos, lo que hacen, lo que dicen y como actúan. Esa visita no tiene otro interés que el detectar potenciales quebrantos a la ortodoxia con el fin de propiciar una condena religiosa o, al menos, ridiculizarle frente al pueblo.
A menudo los poderosos ejercen ese tipo de violencia que no es física pero que implica aniquilar honras y menoscabar imágenes, una suerte de homicidio en el plano civil que condena al ostracismo. Por ello y por ser tan actual, totalmente inhumano y preponderantemente injusto -como cada vez que los fines justifican los medios- no puede ni debe ser pasado por alto.

En esta ocasión, la crítica apenas solapada refiere a la aparente falta de respecto por parte de Jesús y sus discípulos a las tradiciones consideradas sagradas. Para esta cuestión, es menester tener en cuenta que escribas y fariseos no están apuntando a un ámbito higiénico, lavarse las manos antes de comer por motivos sanitarios y de urbanidad. No, ellos refieren a las abluciones propias de la pureza ritual establecida a partir de la ley de Moisés.
Como motivo devocional, es saludable y plausible: el problema estriba en tanto que las tradiciones se ubican en el mismo plano de la Palabra de Dios, y más aún, olvidando a ese Dios que le concede sentido, suplantándolo. Sólo Dios, Santo de santos, hace sagradas personas y cosas. Lo demás es medio, canal, signo.

Porque la verdadera pureza surge de los corazones, de lo que se dice y hace, y tan a menudo de lo que se calla y omite. Son los corazones los que deben limpiarse antes que las manos o cualquier parte del cuerpo, templo latiente del Dios de la Vida.
Por eso Cristo es tan eficazmente un infractor grácil de tradiciones, porque son tradiciones que han devenido en traiciones al sentido primordial del bien y la vida, Dios mismo.

Entre tantos reclamos vanos, reivindiquemos las manos sencillas. Son las más cálidas, las que se estrechan con franqueza en saludo amistoso y en juramento que no requiere documentos, manos que procuran humildemente el sustento, manos de madre que protegen y cuidan con solicitud la vida de todos, manos de justicia, manos de paz, manos de bendición cotidiana.

Paz y Bien

La caridad en camillas




Para el día de hoy (09/02/15) 

Evangelio según San Marcos 6, 53-56




Para un observador objetivo y desconectado afectivamente, la escena descripta por el Evangelista Marcos es pasmosa: multitudes de gentes que se encaminan presurosos hacia donde Jesús ha desembarcado con los discípulos, a orillas del lago Genesaret.

Llegan de toda la región, y todos traen consigo a sus enfermos. Algunos, sostenidos a duras penas entre dos, con pasos vacilantes. Otros aupados el trecho que se pueda. Los más, en camillas que son muy distintas a las que conocemos hoy, de caño, metal y ruedas. Se trata de angarillas hechas con ramas y maderas, y en muchos casos de las mantas sucias en donde el enfermo languidece, portando al doliente por parientes y amigos que se esfuerzan llevando una punta cada uno para llegar donde está Cristo, que es salud y liberación, que a nadie rechaza, que a nadie niega su bendición y su bondad.

Y la situación se repite por cada aldea, pueblo y ciudad por donde el Maestro pasa. Es como si el mundo fuera un desierto agobiante y el paso redentor de Cristo una ansiada lluvia bienhechora que rehace y restituye la vida.

Nos bastaría contemplar la fé de esas gentes, aunque sea imperfecta, y es iluminador redescubrir cada día a ese Cristo que sólo hace el bien, que a nadie rechaza.

Sólo agregaremos una humilde mención a esas esforzadas personas que llevaban a tantos quebrantados por la enfermedad y por la exclusión religiosa, la impureza cultual. La caridad no es una abstracción que se absorbe de modo académico. La caridad es concreta, cordial, sanguínea. La caridad cristiana, rostro definitivo de la misión, es llevar a todos a la presencia redentora del Señor, y muy especialmente y ante todo a los que están caídos, olvidados a un lado de la vida, descartados de la existencia, en camillas de fraternidad, de compasión, que son fuertes y resistentes pues están tejidas de eternidad.

Paz y Bien

Resurrección y servicio




Para el día de hoy (08/02/15) 

Evangelio según San Lucas 1, 29-39




La liturgia nos brinda hoy un texto de Evangelista Lucas que, si bien aparenta simplicidad, es maravillosamente profundo en su sencillez.
La escena se despliega en la casa familiar de Andrés y Pedro, y alrededor de la familia, de la vida en común, del hogar se edificará la Iglesia, familia creciente de hermanas y hermanos ligados por vínculos nuevos.

Ha de tenerse en cuenta que Jesús de Nazareth era considerado por gran parte de sus contemporáneos como un rabbí, un maestro itinerante aunque extraño, y cualquier rabino de aquella época, en su sano juicio, jamás se hubiera dignado a dirigirle la palabra a una mujer que no fuera su esposa o su hija, ni tampoco enseñarle. Mucho menos tomarle la mano en momentos de enfermedad y aunque tuvieran la intención de restablecer su salud, pues adquiriría de ella el estado de impureza ritual del que siempre era mejor escapar. 
Por último, un rabino que se preciara de tal jamás dejaría que una mujer le sirviera.

La actitud de Jesús frente a la suegra de Pedro -tan plena de humanidad y ternura- no sólo trastoca los supuestos rabínicos de su tiempo sino que establece un nuevo horizonte y paradigma infinito para las relaciones sociales, desde la justicia y la fraternidad.
En la sanación de esa mujer no sólo se libera un cuerpo derribado por las fiebres, se restituye también con esa mano bondadosa e incondicional que Cristo tiende, la humanidad de la mujer plena, íntegra. Ella se levanta y es preanuncio de la Resurrección de Jesús que se levantará de entre los muertos, por eso no es solamente una acción sanadora, por eso es una acción salvadora, por eso salud y salvación son términos muy pero muy cercanos.

Salvación es liberación.
En el tiempo recreado de la Gracia el servicio, que era considerado indigno y propio de esclavos o siervos, es ahora signo primordial de ese tiempo nuevo, re-creado. El servicio es propio de aquellos que han reconocido en ellos mismos el paso salvador de Dios por su existencia, y lo cuentan a sus hermanos a pura ofrenda. Generosidad y desinterés son los perfumes definitivos de la Gracia, diaconía de los resucitados, los liberados por la bondad de Cristo.

Paz y Bien

La extraordinaria disponibilidad de Cristo





Para el día de hoy (07/02/15) 

Evangelio según San Marcos 6, 30-34



Los Doce habían regresado de la misión que el Maestro les había encomendado: habían hecho todo lo que Él les había mandado, sanado enfermos, enseñado las cosas de Dios. Será la primera vez que el Evangelista los llama apóstoles, es decir, enviados, que tienen la misma estatura ética y autoridad por Aquél que los ha enviado, y nó por mérito propio.

Es claro que regresan muy cansados: es algo nuevo para ellos, y la empatía con las gentes -tantos dolientes, tantos excluidos, tantos agobiados de miseria- les pasa factura. La compasión es asumir en el corazón y en los huesos el dolor del otro, que no es una abstracción romántica y agradable, es santamente concreta.
Es muy necesario el descanso, restablecerse, rehacerse de sentido, reponer fuerzas. Con gran veracidad, san Vicente de Paul observaba acerca de la necesidad de cuidar la salud, pues es trampa del Maligno engañar a las almas dedicadas a que hagan más de lo que pueden, y acaso así lleguen a una instancia de no poder hacer nada por querer hacer todo.

El Maestro lo sabe, conoce bien las necesidades y debilidades de los suyos. De los Doce, las tuyas, las mías, las nuestras, y se preocupa y ocupa, y es necesario prestar atención.

Es de imaginar la situación que se les planteaba: esos hombres agotados, de repente se encuentran rodeados por una multitud que busca a Cristo por todas partes, con confianza a veces, con desesperación muchos más. No tienen un segundo de calma ni pueden comer, y sucede -fruto de la extenuación- que no siempre campea la paciencia frente a instancias tan extremas.

Pero Cristo tiene una disponibilidad extraordinaria. Lo conmueve y moviliza el padecer de esa multitud a la deriva, ovejas perdidas sin pastor que las proteja, que las reconozca, que se ocupe de ellas.

No hay hora, ni momento ni circunstancia alguna que sea inconveniente para acudir a Él. Con nuestras necesidades, con mochilas de miserias, con tantos dolores, con todo lo que hay que llevar a su presencia.
En todo momento y en todo lugar, Él está siempre atento y dispuesto a la escucha y al auxilio, y allí está nuestro refugio y nuestra esperanza.

Paz y Bien



Un hombre íntegro




Para el día de hoy (06/02/15) 

Evangelio según San Marcos 6, 14-29




Un profeta es una persona que tiene cosas de Dios para decir, cuestiones de parte de Dios que se dicen claras, fuertes, sin ambivalencias ni sofismas. Un profeta anuncia ese mensaje de Dios pero también denuncia todo lo que se opone a Dios, es decir, todo lo que es contrario a la vida, proyecto infinito de Dios.

Juan, hijo de Isabel y Zacarías era un profeta. Su integridad era humildemente incandescente e incuestionable, de tal modo que su sola presencia pone en evidencia a las gentes y ámbitos sombríos, tenebrosos.
Pero Juan no se callaba. Las mujeres y los hombres del Espíritu no deben callar, no pueden callar, es un fuego intenso y es una cuestión de destino. Los profetas son mujeres y hombres de palabra y de la Palabra.

El pueblo judío escuchaba con creciente agrado la voz rotunda del Bautista, aún cuando su lenguaje solía ser durísimo, a veces amenazador. Él siempre fué fiel, pero no había ingresado al espacio infinito de la Gracia, y persistía en su corazón la imagen de un Dios severo y punitivo.
Aún así, ello no impidió que reconociera al Salvador que se acercaba por entre la multitud, ese galileo joven y humilde que es el Mesías esperado por su pueblo.

Un hombre íntegro, un profeta que no se calla es mucho más que un incordio para los poderosos: un hombre íntegro es una peligrosa amenaza pues no puede ser comprado ni corrompido ni lo amilanará la prisión, la tortura o cualquier violencia.
Por eso es tan opuesta la figura del Bautista encerrado en la mazmorra del palacio y su ejecución sin proceso ni defensa frente a la torpe brutalidad del tetrarca Herodes, de sus mujeres y del corifeo de poderosos y notables que lo acompañan en una mesa que nada tiene de ágape, que es pura ansia de poder, corrupción, superstición.

Aún con los riesgos que son consecuentes a la vocación, hemos de suplicar que el Espíritu de Dios nos siga suscitando profetas, mujeres y hombres que no se callen, que sin otro interés que el ser fieles a la voluntad de Dios digan lo que nadie se anima a decir, hablen con claridad, anuncien buenas noticias y denuncien sin vueltas ni eufemismos todo aquello que no debe ser tolerado ni asumido con tanta naturalidad.

Paz y Bien

Sacudirse el polvo de los pies




Para el día de hoy (05/02/15) 

Evangelio según San Marcos 6, 7-13



La Palabra de Dios es Palabra de Vida y Palabra Viva. 

La Palabra actúa y nos transforma misteriosamente; sin embargo, la reflexión como una rumia humilde y tenaz nos hace ahondar en su mar sin orillas, sumergiéndonos en la infinitud. Así entonces todo aquello que nos sirva para ubicarnos en el tiempo de la predicación del maestro, todos los elementos que nos ayuden en esa reflexión, bienvenidos y benditos sean.

En Medio Oriente por las secas condiciones geográficas y climáticas era y es usual que persistentes capas de polvo se adhirieran a las ropas, al rostro, a las manos y especialmente a los pies, toda vez que el calzado usual era sandalias compuestas por una suela basta con tiras para adherirse a las extremidades.
Así, al llegar al hogar era menester higienizarse: más aún, la limpieza de los pies al recién llegado era un gesto de hospitalidad y cortesía impostergable, que en general lo realizaban los servidores menores de la casa o los esclavos, por eso también el escándalo que supuso para los discípulos que el Maestro lavase sus pies en la Última Cena.

Para un pueblo como el de Israel, tan firme en sus tradiciones pero a su vez con una historia tan dura, el plano simbólico es decisivo, muy fuerte pues es allí en donde se reafirma su identidad frente a los peligros de la disolución por las invasiones extranjeras. Por ello, todo varón judío que regresara de tierras gentiles -extranjeras-, apenas cruzaba la frontera se sacudía el polvo de sus pies para no contaminar la Tierra Santa con polvo foráneo. Hecharse cenizas o polvo en la cabeza significaba, gestualmente, un signo de duelo y de contrición por los pecados cometidos.

Pero volvamos a la acción de sacudirse el polvo de los pies: significa dejar atrás lo extraño, lo ajeno, lo que no pertenece y librarlo al juicio de Dios.

Esas instrucciones de austeridad y confianza que Jesús de Nazareth les encomienda a los Doce tienen que ver con ello. Cuando son rechazados, el símbolo del polvo que se quita de los pies en el sitio de la negación implica, en parte, que esas gentes que rechazan la Buena Noticia se quedarán con lo que han elegido, y no será tarea de los misioneros su juicio o su crítica, porque ello es prerrogativa de Dios.

Pero estamos en tiempo de la Gracia.

Quitarse el polvo de los pies no es aviso de castigo, significa también la gratuidad absoluta del mensaje bueno y nuevo que se anuncia: los auténticos misioneros no tienen otro interés que el de la fidelidad a la misión y al servicio, carecen de apetencias de poder y dinero, ni siquiera quieren llevarse, aunque sea al descuido, la tierra que se pega a sus pies, y se porta un tesoro incalculable en estas toscas vasijas de barro que somos, y es esa Salvación que se proclama lo único que importa.

Paz y Bien



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