Los paisanos de Jesús de Nazareth





Para el día de hoy (29/02/16): 

Evangelio según San Lucas 4, 24-30



El Maestro se encontraba en la sinagoga de Nazareth; allí, en la solemnidad del Shabbat, ejerció su derecho como varón judío a leer y comentar un texto sagrado. El texto de esa ocasión era el de un profeta, Isaías, en el que Cristo asumía en su persona las antiguas promesas divinas de liberación, el comienzo de un infinito tiempo de misericordia sin venganza.

Esos hombres quedaron asombrados y estupefactos. Le habían pedido que allí, en su patria chica, realizara al menos los mismos milagros que se le conocieron en Cafarnaúm. Le reclaman para su querencia los mismos signos divinos que en otros sitios, quizás con más énfasis por origen y pertenencia, una pertenencia que creen férrea, inamovible pues lo han visto crecer, conocen a sus padres y a sus parientes, creen saber todo de Él: en su horizonte la asombrosa autoridad con la que el Maestro habla los desconcierta.

Él lo sabe bien pues como nadie conoce las cosas que se tejen en las honduras de los corazones, y es por ello que menciona dos ejemplos valiosos de la historia de Israel: Naanán y el profeta Eliseo, la viuda de Sarepta y el profeta Elías. Ambos extranjeros y paganos a los que les llega la bendición de Dios en forma de sanación, de salud restituida.

Ningún profeta es bien recibido en su tierra es mucho más que una expresión de sabiduría popular, que un proverbio revestido de veracidad. Refiere a que no basta la costumbre -ser paisanos, parte del país- ni tampoco la pertenencia: lo que verdaderamente decide la cercanía a Cristo es la fé, permitirnos gratos asombros por lo que dice y hace, alegrarnos por la novedad de un Dios que vuelve su rostro amable a los pobres, a los pequeños, a los cautivos y a todas las naciones.

Porque cuando se comienza a suponer la propiedad exclusiva de ese Cristo, Él se abre paso y se aleja.

Paz y Bien


Cuaresma y conversión





Tercer Domingo de Cuaresma

Para el día de hoy (28/02/16): 

Evangelio según San Lucas 13, 1-9



La lectura que hoy nos convoca es una exhortación a la conversión; en ella, podremos advertir las urgencias de los tiempos, la necesidad de estar despiertos y atentos, lo perentorio de resignificar los hechos y las cosas.

Los Evangelios son relatos teológicos, es decir, espirituales. No tienen precisión historiográfica como metodología pues su exactitud pasa por otros caminos, aunque eventualmente haya coincidencias verificables históricas en los diversos textos; tal es el caso de las muertes de los galileos y de los jerosolimitanos descriptas en esta lectura.
En ambos casos, el texto nos sugiere que ambos hechos eran perfectamente conocidos por los oyentes del Maestro, y que han calado profundo en ellos. Parecen ser hechos de conocimiento e impacto públicos, y estas cuestiones relevantes son el surco a través del cual Jesús de Nazareth encausará su enseñanza.
A veces olvidamos estas cuestiones tan importantes, hablar de la Buena Noticia a partir de las cosas que le importan y que le afectan a las gentes de hoy.
No obstante lo expuesto, ambos casos no son verificables por fuentes extrabíblicas.

La violenta muerte de los galileos en el atrio del Templo -lugar de las ofrendas y los sacrificios-, en donde su sangre de sus heridas es mezclada por Pilatos con la sangre de los animales destinados al sacrificio posee indicios altamente probables: la conducta se condice con el brutal antisemitismo del pretor romano, que no despreciaba ocasión alguna de humillar a los hijos de Israel. Para los hombres de aquel tiempo, el horror se combina con un espanto que surge de la ofensa, pues se profanaba así el culto y el Templo. 
La mención a otro hecho luctuoso, la muerte de los jerosolimitanos a causa de un accidente -un derrumbe-, tiene una carga simbólica: los galileos piadosos del norte y los jerosolimitanos del sur expresan la totalidad del Pueblo Elegido.

El Maestro se vale de estos dos hechos tan significativos para que aquellos que le escuchan reflexionen acerca de un tema crucial, la doctrina de la retribución. Este principio, especialmente sostenido por los fariseos, sostenía que los impíos, los pecadores, sufrirían en el más acá un castigo ejemplar por sus quebrantos, del mismo modo que los puros, piadosos y justos serían benditos con la prosperidad en premio a los méritos acumulados. 
No estamos demasiado lejos de esos criterios, y también convivimos con ciertos fatalismos a los que accedemos mediante la abdicación de la esperanza en un Dios que nos ama.

El Señor lo sabía. Ese Dios que se oculta tras esas ideas no es su Padre. 
Su Padre no es un Dios dispensador de muerte, de dolor, de castigos, es el Padre que aguarda el regreso de los hijos extraviados, y que celebra cada reencuentro. Aún así, Él destaca la imperiosa necesidad de conversión, y su lenguaje impacta por su dureza, pero no por ello se desdibuja su veracidad: perecer es quedarse en lo que no trasciende, en someterse a la muerte como frontera, perecer es per-vertirse por no con-vertirse.
Allí se puede comenzar a vislumbrar un sentido a los ejemplos luctuosos descriptos, y a todo hecho doloroso. La conversión -la apertura del corazón a la vida de Dios- motiva a encontrar un sentido profundo que supere esas muertes y todas las muertes, atreverse a la vida con todo y a pesar de todo.

La existencia es a menudo esa higuera que no dá frutos, y que en apariencia sólo sirve de leña. La Pasión de Cristo nos ha procurado un tiempo bondadoso asombrosamente adicional, para florezcan cosas nuevas, para crecer, para que las raíces no se sequen inútiles.

La Cuaresma es un tiempo de Gracia y misericordia, ofrenda infinitamente generosa para volver a estar plenamente vivos. Antes que una obligación tabulada, la conversión es un milagro que se nos ofrece en este tiempo de bendición que nos ha sido concedido.

Paz y Bien


Una fiesta de misericordia





Para el día de hoy (27/02/16): 

Evangelio según San Lucas 15, 1.3- 11b.32



Quizás por lo que la parábola expresa, ésta debería ser llamada Parábola del Padre misericordioso. Aún así, Parábola del Hijo pródigo refleja también la verdad del Cristo servidor generoso.

Es imposible no espejarse en ella.

Cada uno de nosotros puede ser ese hijo menor que dilapida su herencia, la vida que se nos ha confiado y la Gracia con que se nos bendice, en aras de pretensas libertades imaginarias que nos reducen a mínimas estaturas morales y éticas, presos irreductibles del pecado y la miseria que ansiamos volver a la casa paterna, al calor familiar que nos restituye la identidad disuelta.
Pero cada uno de nosotros, especialmente, puede ser también el hijo mayor, que es un empleado cumplidor de reglamentos antes que hijo, y que se espanta con severidad cuando descubre el asombroso e incondicional amor de Dios, un amor que no se rige por méritos o retribuciones, un amor que surge del corazón amplísimo del Padre, un Padre que cobija, que abraza, que sale a los caminos en la búsqueda de los perdidos. Un Padre que jamás baja los brazos ni se resigna, pase lo que pase.

El hijo menor sabe que ha hecho mal. Ha deshonrado a su familia y en cierto modo, ha matado a su Padre en su corazón: el reclamo de la herencia siempre se hace luego del deceso de quien lega algo valioso a los suyos; al anticipar esa exigencia -con un tono de lo que se apropia y en realidad es ajeno- al ese hijo parece no importarle que el Padre viva o muera. Lo que le sucederá después será consecuencia de sus actos, nada escrito o tabulado, sino una relación causa/efecto demoledora de sus días.
Así, lejos del afecto paterno y de la familia que lo nutre, vivirá como un esclavo miserable, ansiará comer los desechos impuros de los cerdos con tal de sobrevivir un día más, pero en su horizonte se dibuja una añoranza de regreso a la presencia del Padre, junto con un discurso elaborado para reconocer sus miserias y errores y suplicar perdón, un perdón que haga más ligero el castigo que se le imponga.
Porque en la balanza de la retribución, es justo que se le condene, y que lo reduzca al talante de simple jornalero, sin otro derecho que el de obedecer ciegamente y en silencio.

El hijo mayor, en principio, tiene una conducta irreprochable. Cumple sin hesitar todas las órdenes del Padre, y allí radica, tal vez, su problema: se comporta como un capataz, como un empleado antes que como un hijo. Y cuando el menor regresa de ese exilio doloroso e infame que él mismo se ha buscado, no hay acciones punitivas. Justas. Razonables. Su Padre comete una locura, hace una fiesta porque ese hijo que se había perdido ha regresado a la casa paterna, a la vida, a la libertad, a la dignidad filial.
Esa locura lo desestabiliza. No reconoce a su hermano como tal, sino como ese hijo tuyo
Su hermano estaba extraviado y ha sido felizmente encontrado. Él, quizás, nunca se sintió parte de la familia en la misma sintonía paterna.

A pesar de los enojos, a pesar de lo que se calla, a pesar de internarnos en las tierras terribles del pecado, lo verdaderamente decisivo es el amor de ese Padre, un Padre que ama por igual a los dos hijos, hagan lo que hagan, y que cada reencuentro es una fiesta de misericordia que merece celebrarse.

Paz y Bien



La viña de todos los afectos




Para el día de hoy (26/02/16): 

Evangelio según San Mateo 21, 33-46




La parábola que nos convoca en la lectura del día tiene un carácter profético por el tenor de advertencia respecto de la injusticia, de lo que es ajeno a Dios. Por otra parte y siguiendo el rumbo cuaresmal, tiene un color de violencia ascendente, vorágine creciente que encontrará su reflejo exacto y simbólico en los días de la Pasión.

Esa violencia del lenguaje es también parte de la profecía que expresa: Jesús les habla a los sumos sacerdotes y a los ancianos/senadores de Israel quienes integraban el Sanedrín, máxima autoridad religiosa y judicial de Israel que se amparaba bajo el paraguas protector del ocupante romano.
El ejercicio de ese poder casi absoluto sobre el Pueblo Elegido les incrementaba su soberbia.
Tradicionalmente Israel se representaba bíblicamente como la Viña del Señor; en esa representación, Dios es el dueño de la viña y los custodios de Israel, las autoridades, los viñadores. Esos hombres habían renegado de toda creencia acerca de que la viña no les pertenecía, que su función era importante pero secundaria, pues las primacías siempre son de Dios.
Así entonces fué in crescendo un sentimiento de posesión respecto de Israel. Ellos por delante de todo, apropiadores insensibles de lo que no les correspondía.

Cuando eso sucede, cuando el poder y el dominio devienen en horizonte, en falso cielo, todo lo demás queda por debajo. Y así, las vidas de los otros son sólo escalones a pisotear para procurar un ascenso fulgurante.
Labriegos o apropiadores. Los dirigentes del pueblo de Dios han de ser siempre servidores humildes, cuyo salario inmerecido será la Gracia de Dios.

Cuando Cristo es la piedra angular, el edificio de la Iglesia es hogar fuerte construido sobre la roca de la caridad, y es precisamente la piedra que nunca ha de ser desechada.
La viña sigue albergando todos los afectos de Dios.

Paz y Bien

El rico Epulón y el pobre Lázaro




Para el día de hoy (25/02/16): 

Evangelio según San Lucas 16, 19-31



Una necesaria aclaración previa. 
Si bien tradicionalmente se conoce a la parábola que reflexionamos en la lectura del día como la del rico Epulón y el pobre Lázaro, lo veraz es que sólo el pobre tiene nombre propio en la misma -Lázaro, Dios ayuda-, mientras que Epulón proviene del latín epulabatur, cuyo significado es banqueteador. Es decir, epulón refleja un adjetivo, nó un nombre. 

Un paso más allá de lo evidente, es que el Dios de Jesús de Nazareth guarda en su corazón los rostros y los nombres de todos los olvidados, de todos aquellos a los que habitualmente se los desconoce, se los tiene por un virtual accidente del paisaje.

El hombre rico no tiene nada que ver con los usuales opresores, los que detentan el poder en desmedro del pueblo. No es un patrón abusivo que procura su riqueza explotando a los que trabajan. No es un avaro insostenible, nada de eso. Vive en la opulencia de una casa que es como un palacio, se reviste de vestidos caros que reflejan su elevado status social, realiza banquetes cotidianos -cuando los pobres de su tiempo apenas comían una vez al día- en un indolente despilfarro que alegremente cierra los ojos a lo que sucede a su alrededor.
Lázaro está a escasos metros de la mesa del hombre rico. Es sólo un espectro producto de la costumbre. Más que por harapos, se halla revestido por llagas y los perros lamen sus heridas como si fuera éste un bocado apetitoso, en el culmen de la impureza. Su situación es tan precaria que ansía saciarse con lo que caiga de la mesa del rico, las sobras, los residuos. Aún así, ni eso puede conseguir. 
Lázaro está a escasos metros, pero en verdad se encuentra separado por un abismo del hombre rico.

La parábola no intenta que nos dibujemos un escenario fantasmal de la vida postrera, ni tampoco implica solamente una crítica social teñida de cierto ideologismo.
Se trata, ante todo, de una cuestión cordial, se trata de la Salvación, pues está en juego el amor al prójimo. Y seremos juzgados en ese amor cuando llegue el momento propicio.

La eternidad se decide en el aquí y el ahora. Quiera Dios que en esta Cuaresma volvamos a tender puentes hacia el hermano, que salven todos los abismos miserables que se han establecido.

Paz y Bien

En rescate por una multitud




Para el día de hoy (24/02/16): 

Evangelio según San Mateo 20, 17-28




Los viejos esquemas, las viejas ideas persistían en la mente de los discípulos, aquellas que combinaban un férreo nacionalismo con la idea de un Mesías glorioso que se impusiera por la fuerza a sus enemigos y que restaurara el trono de David. Por ello el anuncio de la Pasión que el Maestro realiza los confunde, los asusta, los deja estupefactos. Nada tiene de gloriosa la muerte anunciada de Jesús en total derrota, como un criminal abyecto, como un maldecido. 
Quizás el abandonar la comodidad de ciertas certezas provoque más temores que cualquier otra amenaza.

Una expresión cabal de esos moldes que sedimentan en los corazones lo expresa la madre de Santiago y Juan, hijos suyos y de Zebedeo. Ella requiere que sus hijos se sienten en lugares preferenciales, a la derecha y a la izquierda del Señor, cuando éste inaugure el Reino al que suponen al modo davídico, un gobierno poderoso que reinaugure el reino de Israel libre de sus enemigos y en todo su esplendor.
Aquí hay que hacer mención a dos cuestiones: el pedido de la madre es reflejo exacto de lo que quieren Juan y Santiago, de allí que el Maestro responda que no saben lo que piden
Por otro lado, y no es un dato menor, en aquella época era impensado que una mujer se dirigiera a ningún varón que no fuera de la familia -padre, esposo, hijos-, mucho menos a un rabbí. Es por ello que esa mujer interpele al Maestro con tanta naturalidad implica la gran confianza que su presencia suscitaba, y por sobre todo, que Él a nadie rechazaba, que a todos escuchaba por igual.
La indignación del resto de los discípulos ante el pedido de los hermanos no es la queja airada frente a planteos erróneos, sino que responde a una cuestión más elemental. Esos hombres pensaban todos de la misma manera, y se enojan porque los hijos de Zebedeo se les han adelantado. Simbólicamente, también representa la división de Israel que deparó su destrucción, el exilio forzoso, la diáspora frente al poder perdido.

Así el Maestro les allana el horizonte. En el tiempo de la Gracia, el verdadero poder es el servicio generoso y desinteresado al prójimo; en cualquier otra modalidad, el ejercicio del poder es causa de opresión y de dominio.
Pero hay más, siempre hay más. Él ratificará con su sangre, con su misma existencia la enseñanza que les predica. Su vida se ofrecerá en rescate por una multitud.

Aún considerada con criterios del siglo XXI, la expresión no es ligera: secuestros y cautividades exigen rescates imposibles para procurar la liberación del cautivo, la restitución a su entorno en integridad, en salud. Así poner la propia vida como pago se torna en extremo e ideal de ese servicio al que nos impulsa.
Sin embargo, Jesús de Nazareth también hace referencia a una antigua tradición e institución de Israel, el Go'el, que era el varón fuerte de la familia designado para rescatar a algún pariente que hubiera caído en la esclavitud, para restituir la herencia familiar frente a algún desastre, para el socorro de los más débiles.

Cristo, entonces, es nuestro Go'el y el de toda la humanidad, un Cristo cercano por el que recuperamos la herencia mayor de la comunión con Dios, perdida por el pecado, un Dios tan próximo que Él mismo es nuestro pariente, el que nos rescata de la opresión, el que nos tiende una mano asombrosa frente al abismo del olvido y de la muerte. 

Paz y Bien


La cátedra de Moisés




Para el día de hoy (23/02/16): 

Evangelio según San Mateo 23, 1-12




Con un cierto paralelismo con la lectura de ayer, la cátedra de Moisés indica en primer lugar y de manera literal  a una silla especial que se colocaba al frente de la congregación en la sinagoga, y en donde escribas como fariseos se sentaban a leer y a interpretar la Torah para el pueblo, es decir, eran la voz de la ortodoxia y la tradición respecto de la Ley y las Escrituras.
Por lo tanto, la cátedra de Moisés además de un lugar físico designa a la autoridad de aquellos maestros de la Ley que tienden un puente de tradición entre el mismo Moisés y el pueblo a quien enseñaban, como custodios y depositarios de esa Ley.

Por ello, que el Maestro promueva a los suyos para que hagan y cumplan todo lo que esos escribas y esos fariseos indiquen desde la cátedra mosaica, refiere al altísimo valor que Jesús de Nazareth le confería a la Ley, un tesoro y una bendición ofrecida por Dios a su pueblo. Él mismo no venía a suprimir o a cambiar la Ley, sino a darle pleno cumplimiento.

La cuestión obvia es el encendido y violento conflicto que enfrentaba al Maestro con esas autoridades religiosas. Hay en el Señor una reivindicación que superficialmente choca con las durísimas críticas que habitualmente volcaba hacia esos hombres. 
En realidad no hay contradicción: escribas y fariseos son transmisores de algo muy valioso que es la Ley, y ello los trasciende. Los problemas pasan por otro lado.

Escribas y fariseos carecían de coherencia entre el decir y el hacer, entre doctrina enseñada y profesión cotidiana de esas enseñanzas en la vida diaria. Pero además, adosaban a la Ley una complicada casuística cuyo único producto era la imposición de intolerables cargas para las gentes más sencillas.
Ninguna enseñanza religiosa ha de ser causa de opresión para los creyentes. Y la Ley, originalmente para Israel, era un don de su Dios que los hacía crecer en identidad y en libertad. La Ley era signo de liberación.

La Ley, en tanto que inspirada por Dios, no puede se apropiada por nadie. Los legítimos catedráticos son aquellos que devienen en servidores humildes de la Ley y de sus hermanos, para mayor gloria de Dios.

Paz y Bien



La cátedra de San Pedro




La Cátedra de San Pedro apóstol

Para el día de hoy (22/02/16): 

Evangelio según San Mateo 16, 13-19




Hoy la liturgia nos convoca para celebración de la Cátedra de San Pedro Apóstol: se trata de una antigua tradición, ya festejada por la Iglesia en Roma desde el siglo IV.
Es ocasión solemne en la que se agradece a Dios por la misión que Cristo le ha confiado a Simón Pedro y a todos sus sucesores.

Cátedra -en latín cathedra- significa literalmente el sitio o sillón fijo del obispo de una diócesis que se ubica en un templo madre de esa diócesis y que, por eso mismo, se denomina Catedral. Simbólicamente representa la autoridad de ese obispo y muy especialmente su magisterio, o sea, la enseñanza del Evangelio que él, como sucesor de los apóstoles, debe custodiar y transmitir a la comunidad cristiana que se le ha confiado desde el servicio.
En cierto modo, físicamente una cátedra se asemeja a la silla curul de los procuradores romanos, pues desde sitiales similares se ejerce autoridad, más la diferencia fundamental estriba en el carácter de la misión de cada uno de ellos. El procurador ejerce el poder delegado del imperio, el obispo sirve y pastorea a su pueblo desde la caridad.

Ahora bien, la Cátedra de San Pedro remite al apóstol Simón hijo de Jonás -Shimón bar Iona- llamado Cephas o Pedro, elegido por el Señor para ser roca, fundamento inamovible desde donde Cristo edifica su Iglesia. 
El viejo pescador galileo -ahora pescador de hombres- transitó los mismos caminos y rutas que Jesús de Nazareth, y el sendero que Él les enseñaba, aún con sus quebrantos, aun con sus imperfecciones.
Luego de la Resurrección, Pedro comienza su ministerio apostólico en la misma Jerusalem, en la naciente comunidad cristiana. Posteriormente, merced a ese impulso misionero, Pedro se convierte en el primer obispo de la antigua ciudad de Antioquía, primer lugar geográfico e histórico en donde a los seguidores de Cristo se les comienza a llamar cristianos. Es decir, la protocátedra de Pedro la encontramos en Antioquía.

Pasados los años, y fiel al mandato del Maestro que los enviaba a evangelizar todas las naciones, Pedro se traslada a Roma, sede y capital del Imperio, pues en la antigüedad se la consideraba Caput Mundi, cabeza del mundo. Llegarse a Roma a evangelizar, entonces, significaba cumplir con el anuncio de la Buena Noticia a todos los pueblos.
Allí se establece Pedro, allí se convierte en su obispo, allí morirá mártir.

Desde entonces, se reconoce a Roma como sede de la Catedra de San Pedro y de sus sucesores, Iglesia primus inter pares en la caridad, magisterio apostólico que se cimenta en el Espíritu que sostiene y alienta a la Iglesia, y que sin cesar confiesa a Cristo como Hijo de Dios vivo desde la fé, don y misterio de ese Dios que muestra su amable cuando Pedro y los que le suceden a través de los tiempos permanecen fieles al mandato de esperanza, de fé y de amor desde Cristo y al servicio de toda la humanidad, congregando a la Iglesia en coro de misericordia y confirmando a sus hermanos -y a sus hermanos más pequeños- en la fé que profesan.

Paz y Bien


Transfiguración, mantenernos despiertos




Segundo Domingo de Cuaresma

Para el día de hoy (21/02/16): 

Evangelio según San Lucas 9, 28b-36




La lectura que nos ofrece la liturgia de este Domingo es preciso situarla en el proceso o recorrido teológico -espiritual- que brinda el Evangelista Lucas: Jesús de Nazareth ha finalizado el ministerio galileo y se encamina decidido hacia Jerusalem, hacia esa ciudad que es santa y a la vez tiene como unas fauces voraces que buscan tragárselo, pues en Jerusalem acontecerán los hechos de la Pasión.
Aún sabiendo lo que sucederá, aún intuyendo traiciones, horrores y soledad el Maestro sigue firme y fiel. La Pasión no es consecuencia de la brutalidad de sus enemigos sino fruto de su fidelidad absoluta y de su amor, en total libertad de su corazón sagrado.
Sus amigos no son del todo ajenos a lo que sucederá: Él les ha contado que moriría a manos de aquellos que le odian, y peor aún, que moriría como un criminal abyecto, como un maldito. Para ellos la situación los confunde y estremece, los deja estupefactos, queda demolida su delgada imagen religiosa de un Mesías glorioso que se impone con fuerza arrolladora a sus enemigos. En verdad, ellos siguen con Jesús pero están desolados.

El Señor lo sabe. Conoce como nadie lo que se teje en las honduras de los corazones, y lleva consigo a Pedro, Juan y Santiago -Jacobo- a la montaña, espacio simbólico por excelencia que expresa el ámbito espiritual del encuentro con Dios, ámbito que se ratifica en la oración de Cristo.
Allí en las alturas del monte el rostro del Señor cambia de aspecto, y sus vestiduras tornan de prístina blancura; como el Evangelista Lucas se dirige principalmente para los cristianos provenientes del helenismo, no quiere crear confusiones con el término transfiguración, que por algunos pueda confusamente asimilarse a criterios de metamorfosis.
Pedro y sus compañeros están cansadísimos, y los acomete unas fuertes ganas de dormirse. Pero a pesar de todo, permanecen en vigilia. 

Así vivirán una experiencia única, testigos de la Gloria de Cristo y partícipes de ella. 
En el resplandor, advierten que el Maestro conversa con Moisés y con Elías, con la Ley y los Profetas.

Siempre habrá una tensión entre el Cristo humano, Dios con nosotros que asume nuestras debilidades y el Cristo glorioso de nuestra Salvación. Pero en Él confluyen los caminos de la historia y las viejas promesas adquieren real sentido, posibilitando que edifiquemos futuro y santidad, y que a pesar de que en el horizonte sólo se perciban horror y tinieblas, la Resurrección tiene la palabra definitiva, el alba que no tendrá fin.

Los discípulos -Pedro, Juan, Santiago, todos nosotros- hemos de hacer un éxodo de fé, pasar de la experiencia sensorial a la escucha atenta de lo que el Hijo nos dice. María de Nazareth lo sabía bien.

No hay que quedarse, no hay que acomodarse, la vida es movimiento, la vida es un peregrinar sin carpas ni refugios.
Pero por sobre todo, no hay que adormecerse con todas las trampas que el mundo nos arroja a cada paso. Contra todo pronóstico, es menester mantenernos despiertos, y volver a descubrir la Gloria de Cristo en la Eucaristía, en la Palabra, en cada bendición que nos despierta y vivifica, pero muy especialmente reencontrarle en el rostro del hermano, y del hermano más pobre.

Paz y Bien

El corazón de la Ley




Para el día de hoy (20/02/16): 

Evangelio según San Mateo 5, 43-48




El Maestro continúa reflexionando y enseñando acerca de la Ley, y tanto en ésta como en otras oportunidades lo medular es tener presente que no ha venido a reemplazarla ni a brindar una casuística distinta, sino a darle pleno cumplimiento, desde la mirada de Aquél que le confiere sentido y trascendencia.

Hoy, el centro de atención es el amor al prójimo, el corazón de la Ley.
El amor al prójimo no era desconocido en las normas y en la memoria de Israel: por el contrario, desde el libro del Levítico -Lv 19,18- se especifica sin ambages que se debe amar al prójimo como a sí mismo por mandato del Dios de Israel, desandando venganzas y rencores, pero el mismo precepto instauraba esa reciprocidad concerniendo a los hijos del mismo pueblo, es decir, a los paisanos, a los connacionales, a los judíos. Los gentiles, los extranjeros no están incluidos.

Con el tiempo, quizás en gran parte por las terribles guerras e invasiones a la que la nación judía se vió sometida, y en parte también a un férreo y ciego nacionalismo, se añadió el odio hacia los enemigos, la venganza contra los opresores.

Pero ahora se trata de un tiempo nuevo, de Dios con nosotros, Dios encarnado en Jesucristo, tierra prometida de la Gracia. Un Dios que en Cristo revela a todas las naciones su asombroso rostro de Padre sempiterno y universal.

Por ello el amor al prójimo que expresa el Maestro no puede tener limitación alguna, ni restricción de ninguna clase. Todos somos hijas e hijos del mismo Padre, y así entonces el amor al prójimo -desertando de violencias y odios- ha de extenderse a todo ser humano. Más aún, a toda la creación, sin esperar devolución o eco favorable.
La mención a los publicanos es clara: éstos eran un grupo tan cerrado por el desprecio profesado por el resto de la población, que la posibilidad del amor se acotaba a los pares, a los iguales.

No es tarea sencilla, claro está, máxime cuando el sujeto destinatario puede ser un enemigo brutal y feroz, o simplemente alguien que nos desea el mal o la miseria. Pero así como no hay imposibles para Dios, no hay imposibles, si tienen fé, para los hijos.

El amor al prójimo, expresado en la plegaria por el enemigo, ha de ser la credencial distintiva de la Iglesia, su corazón palpitante, su vocación filial, muy por delante de normas, códigos canónicos y preceptos.
La misericordia debe refulgir en cada gesto como la aurora.

Paz y Bien

La justicia mayor




Para el día de hoy (19/02/16): 

Evangelio según San Mateo 5, 20-26



Siguiendo el sendero cuaresmal, el Maestro hoy nos propone practicar la justicia del Reino, la justicia mayor. Más aún, para vivir como ciudadanos del Reino hemos de superar la justicia de escribas y fariseos.

Pero aquí no se habla de modo peyorativo respecto de esos hombres: escribas y fariseos eran, además de hombres muy piadosos, estrictos observantes de la Ley, tanto en su relación con Dios como en su relación con los demás. El problema estribaba en aferrarse a la pura letra, con lo cual un don de Dios como la Ley devenía en un código de prohibiciones a cumplirse sin pensar. Todo ello no está mal -la sana convivencia, los fundamentos de toda sociedad comienzan así- pero en el tiempo de la Gracia hay más, siempre hay más.

La justicia mayor implica la superación de la retribución y el encuentro con el otro anónimo, reconociéndolo como hermano. Ello implica aproximarse no sólo físicamente, sino desde lo cordial, aprojimarse, descubrir al otro prójimo, hermano por tener al Padre común.

No es tarea fácil, y puede por allí asomarse cierta veta naif, ingenua, imposible en un mundo a menudo tan racionalmente brutal.
Pero los hijos de Dios, hermanos de Cristo han de atreverse a dar un paso más.

La congruencia entre la bondad de Dios y el perdón que seamos capaces de prodigar en aras de la concordia, de los corazones que se encuentran y que desde un coraje inaudito son capaces de superar toda violencia.

El Maestro insiste sobre ello, recordándonos la imperiosa necesidad de presentar en el altar ofrendas de misericordia y reconciliación.
Porque el culto primero es la compasión.

Paz y Bien

La Regla de Oro




Para el día de hoy (18/02/16): 

Evangelio según San Mateo 7, 7-12




La llamada Regla de Oro no es nueva ni es establecida en el ministerio de Jesús de Nazareth, y la podemos encontrar en numerosas culturas mucho antes del advenimiento de Cristo; tiene que ver con principios de reciprocidad -éticos- que buscan la convivencia armónica y justa en una misma comunidad o sociedad.
Sin dudas, es muy importante y seguramente forma el núcleo de organización social y del corpus legal básico de cada pueblo. No obstante, en todos los casos podemos observar una enunciación negativa, es decir, dejar establecido lo que está prohibido, no hagas al otro lo que no quieres que te hagan a tí, y así sucesivamente.

Lo novedoso de la formulación de la Regla de Oro que realiza el Maestro es lo propositivo, lo proactivo, el tender puentes de amistad y concordia que serán semillas de fraternidad y establecerá nuevos y amplios ámbitos de justicia, de respeto, de tolerancia.

Es claro que lo que atenta contra ello es la tendencia a abstraerlo todo, a desencarnarlo en falsa utopías que enmascaran horrores. Pero más aún, al egoísmo social e individual que impide ver más allá de uno mismo, y así no se reconoce al prójimo, al hermano, al otro hijo de Dios sea como sea, haga lo que haga, piense lo que piense, tan hijo como nosotros.
Es menester dejar en claro que Cristo no viene a instaurar una nueva corriente filosófica o ideológica, ni a ofrecer un modelo de sociedad alternativa: Él trae la mejor de las noticias, el amor de Dios entre nosotros.

Desde el amor y por la fé con que se nos ha privilegiado sin merecerlo, sabemos de la eficacia de la oración. Pedir, buscar, llamar, sabiendo que invariablemente seremos escuchados, que no será en vano cualquier plegaria, que no caerá en saco vacío.
Orar, orar sin cesar, orar sin desmayos pero más aún, que toda nuestra vida sea una vida orante, Evangelio que late.

Porque la oración constante es importantísima, pero lo decisivo es la bondad de ese Dios que es Padre y que siempre nos escucha.

Paz y Bien




Signos de misericordia




Para el día de hoy (17/02/16): 

Evangelio según San Lucas 11, 29-32





En una ocasión, el imperativo había corrido por parte de escribas y fariseos, la ortodoxia religiosa que le exigía a ese rabbí galileo signos celestiales que ratificaran la autoridad con la que enseñaba, desdeñando todo lo que hacía, toda la bondad evidente. En el caso que nos brinda la lectura del Evangelio para este día, hay también cierta exigencia por parte de la multitud abigarrada: ellos también buscaban signos celestiales por parte del maestro, signos del éxito, demostraciones abrumadoras de poder a las que aferrarse. Porque ellos -y nosotros también- tenemos un gusto encarnado por lo glorioso en términos mundanos, por esas señales exitosas que avalen principios, y de ese modo todo se desnaturaliza y corrompe, pues poco a poco los fines van justificando cualquier medio.

Por eso la invectiva del Señor, pues la exigencia de esos signos implica el vano intento de conducir los planes de Dios tras los propios deseos, aún cuando estos sea de carácter colectivo. No hay allí con-versión hacia el Espíritu de Dios, sino per-versión de un destino de trascendencia y amor.

Así entonces el Maestro quiere que el pueblo, las gentes clarifiquen su mirada, pues deben tener una mirada de fé abierta al misterio, y nó una mirada especulativa, detectora de beneficios menores, el trueque piadoso, el quid pro quo que a veces sustituye la oración filial por el comercio de fórmulas piadosas para la obtención de bendiciones.

Los signos están allí. Como Jonás, profeta judío que lleva el perdón de su Dios a un pueblo enemigo y extranjero. Como la Reina de Saba, que recorre distancias inverosímiles y accede asombrosamente a la sabiduría del rey Salomón.
Como Cristo, que es señal viva de la misericordia y el perdón de Dios entre nosotros.

Ahí está nuestra misión, porque una existencia florecida en acciones misericordiosas es una vida que se asemeja mucho a Dios, un reflejo fiel de los hijos de Dios.

Paz y Bien

Palabra que desciende, palabras que ascienden




Para el día de hoy (16/02/16): 

Evangelio según San Mateo 6, 7-15




La Palabra de Dios es eficaz, siempre se cumple, siempre realiza lo que promete. La Palabra de Dios es Palabra de Vida y Palabra viva, y es Dios quien tiene todas las primacías, la primera Palabra creadora y fundante, Palabra que desciende de lo alto como lluvia bienhechora y todo lo fecunda, puente infinito que se tiende al hombre, alianza que se teje en las honduras de los corazones.

Palabra que se hace carne, tiempo, historia, un Hijo amado, y habita entre nosotros.

A esa Palabra que desciende se le corresponden palabras que ascienden, las que integran nuestra plegaria, la oración y súplica del hombre a su Dios. Como un eco santo, así entonces la oración será respuesta a la interpelación primera de ese Dios que nos habla a todos y a cada uno de nosotros, vínculo que nos mantiene en sintonía de eternidad, el latido de las almas.

Todos los grupos religiosos tienen una oración característica, y en muchas ocasiones ésta tiene un carácter arcano o reservado a los iniciados, quizás para destacar la importancia y la identidad.
Por la iniciativa de los discípulos -algunos de ellos se habían formado con el Bautista- el Maestro les enseña a orar; en ellos podemos detectar la necesidad de poseer una plegaria única que los identifique, que los distinga de los demás, y la naciente comunidad cristiana no es ajena a ello.
Pero aquí surgirá lo nuevo, lo que florece por el amor de Dios, por la Gracia que santifica. Ellos y nosotros tendremos una oración que nos congregará y distinguirá como una identidad única e irrepetible, más esa identidad no radica en la fórmula que se pronuncie con exacta precisión, sino en el Dios que le confiere sentido, el mismo Dios que habla hoy, el Dios que se revela como Padre sempiterno y bondadoso de toda la humanidad.

Por eso oramos confiados el Padre Nuestro en comunión con toda la Iglesia, y hacemos nuestras la causa de Dios y la causa de los hermanos, el Reino y el pan, la alabanza y el perdón, la súplica por su voluntad plena siempre, y que su mano nos libre del mal que a menudo parece no terminar nunca, y sin embargo, no nos resignamos pues siempre volvemos al Padre que nos ha llamado primero.

Paz y Bien

En el tiempo final



Para el día de hoy (15/02/16): 

Evangelio según San Mateo 25, 31-46




Esta parábola del juicio final que nos brinda la lectura del Evangelio para este día es importantísima. Nos abre la mirada por entre los velos de la historia hacia su final, y a la sentencia definitiva que Dios tendrá para con la humanidad. Su meditación profunda y devota es crucial para asimilar y respirar la Buena Noticia de Cristo Jesús.

A través de los tiempos, se ha interpretado esta parábola con resultado dispar, y desde ópticas a menudo contrapuestas.
Están los que imaginan un momento solemnemente terrible, tribunalicio, la corte de un Dios severo y puntualmente punitivo, en aras de una justicia muy nuestra, muy retributiva. Dentro de esta variante, podemos encontrar a aquellos que por pertenencia u observancia se creen salvos de antemano, indemnes antes del juicio en detrimento de la gran masa de pecadores.
Pero están también aquellos que suponen un Dios laxo, un relativismo en el que nada sucederá, y que al fin y el cabo el pecado es producto de nuestras limitaciones y no de nuestra voluntad. Algo como que hagamos lo que hagamos, nada pasará.

Por supuesto, las diferentes posturas merecen hondos estudios y reflexión, mucho mejores que los que aquí se plantean. Sin embargo, lo que en verdad cuenta es lo que nos dice el Maestro. La Palabra de Dios es palabra de vida y palabra vida: Dios nos habla hoy.

En el momento solemne del fin de los tiempos, vuelve a expresarse la humildad, la ternura y el compromiso de Dios expresado en el portal de Belén. Dios se hace pobre, débil, frágil, identificándose hasta lo inverosímil con los más pobres y débiles. Se trata de un Dios amorosamente parcial, un Dios que jamás se desentiende de la historia humana, sino que se involucra en sus mismas raíces.

Así entonces, las puertas del cielo se abrirán por el amor de Dios y por la conjunción con la misericordia que hayamos sido capaces de encarnar, especialmente con los más pobres en donde resplandece el rostro de Dios. Socorrer el hambriento, al desnudo, al desamparado, aliviar al enfermo, rescatar al cautivo de la soledad y la prisión será la medida de toda nuestra existencia, la estatura del tallo que nos haya germinado corazón adentro desde la Gracia de Dios. 
Porque a Dios se le ofende o se le rinde culto sincero en el hermano.

El llamado a todas las naciones a congregarse alrededor del Cristo que regresa desarma cualquier especulación de elitismo o exclusividad, y se transforma en bendición universal.

A nosotros nos queda seguir esas huellas de misericordia que el mismo Cristo ha emprendido antes que nosotros, por delante nuestro. Y que esos gestos y esas acciones no son individuales, sino comunitariamente familiares, en donde la inteligencia no debe estar ausente.
Porque ha de llenarse el plato de comida del hambriento, pero no deben mezquinarse los esfuerzos para que nunca más falte el pan en ninguna mesa, que los pueblos encuentren los modos de encontrar el sustento, de desalojar la miseria, de que florezca la justicia. Y de que cada día, paso a paso, tendamos puentes y estemos un poco menos solos, aguardando el feliz regreso del Maestro.

Paz y Bien



Hermano fiel



Primer Domingo de Cuaresma

Para el día de hoy (14/02/16): 

Evangelio según San Lucas 4, 1-13



La cronología del Evangelio lucano indica que la peregrinación de Jesús de Nazareth al desierto ocurre inmediatamente después del Bautismo del Señor a orillas del Jordán por Juan el Bautista. 
Algunos exégetas sugieren que ello implica que Jesús era en sus comienzos discípulo del Bautista, de allí el andar por el desierto; otros, que reedita las experiencias de éxodo de su pueblo, cuarenta días que son simbólicamente los cuarenta años de duro peregrinar hacia la tierra prometida.
Sin embargo, aquí sólo mencionaremos lo más importante, y es que Jesús se dirige y se queda en el desierto guiado por el Espíritu de Dios.

El desierto es árido, de un calor tórrido y a veces insoportable durante el día, y de fríos bravos durante la noche. Es muy difícil sobrevivir tantos días allí en soledad, a menos que seas un beduino o un hombre acostumbrado a sus rigores.
Pero el desierto es también el ámbito propicio en donde se desvanecen las falsas seguridades, las comodidades inventadas, donde sale a la luz lo que verdaderamente se es al igual que sucede en todos los momentos críticos de la existencia. En el desierto se acrisolan vocaciones y sentimientos.

El Dios del universo ha asumido la condición humana en la pequeña Nazareth, merced a la confianza de la aún más pequeña María, llena de Gracia. Aquí en el desierto, asume nuestras debilidades, nuestra fragilidad manifiesta y tantas veces no reconocida, nuestras limitaciones, lo que nos hace vacilar por el miedo y por las dudas.
Es una humilde y definitiva expresión de solidaridad. Cristo es el hermano fiel de toda la humanidad, hermano que aún golpeado, aún sacudido por el duro gravamen de las tentaciones permanece firme, fiel al Reino del Padre y por ello fiel a sus hermanos de todo tiempo y lugar.

Porque el enemigo siempre intentará que busquemos la fácil, la solución individual, la solución egoísta y pasajera en donde el hambre se calma pero no se buscan ni se hallan las causas de ese hambre, la injusticia, antípoda cruel del amor de Dios. Tentación de satisfacer las necesidades de la superficie pero renegar de las más profundas, el hambre de Dios, de su Palabra.

Porque el enemigo ofrecerá las mieles del poder y del éxito, de las cabezas de los otros como escalones de ascenso, del dominio, de la opresión razonada. Pero este Cristo nada tiene que ver con las glorias mundanas ni, mucho menos, con los poderosos de la tierra.

Y el enemigo siempre andará buscando que la fé se convierta en un culto vano y sin corazón, un espectáculo ampuloso que en el fondo en nada cree, la genuflexión frente a las imágenes que convenientemente nos creamos. Pero el culto primero es la compasión y la misericordia palpitadas en lo cotidiano para mayor Gloria de Dios.

Por todo ello, cuando las tentaciones se hagan presentes, hemos de regresar al desierto, ese desierto que aparenta soledades pero que es plena comunión con Dios, con el Cristo que no nos abandona, que nos está recordando siempre hacia dónde hay que rumbear, dónde hay que poner el corazón, y no perder de vista lo realmente importante.

Paz y Bien

Mesas de celebración, mesas de misericordia



Sábado de Ceniza

Para el día de hoy (13/02/16): 

Evangelio según San Lucas 5, 27-32



Un publicano era un hijo de Israel, un judío que recaudaba impuestos para el ocupante imperial romano. Por las severas normas de pureza/impureza ritual, al estar vinculado de continuo con extranjeros paganos y con sus monedas, era un impuro insalvable, incapacitado para el culto religioso pero también para la vida comunitaria.

A menudo, en las mesas en donde recaudaban los tributos, solían ejercer prácticas extorsivas y corruptas, es decir, cobraban de más en propio beneficio y en detrimento de los pobres y es claro que no tenían mucha oposición, pues las legiones estacionadas en la zona eran garantía de cobro. El no pago de los tributos imperiales era delito de sedición castigado con la pena capital.

Para el sanguíneo nacionalismo judío, un publicano -además de su condición de impuro- era fervorosamente odiado por extorsionar al pueblo, pero muy especialmente por ser un traidor. Por ello sólo tenían vínculos sociales curiosamente endógenos, o sea, se podía vincular a otros publicanos.
Sus paisanos los colocaban en un escalón moral muy por debajo de las prostitutas.

Leví está sentado a su mesa, mesa del cobro del fruto del trabajo de muchos para sostener al imperio opresor, mesa en donde se explota al débil, mesa de la complicidad con el poderoso. Mesa de muerte.
Pero pasa el Maestro, y la presencia de Cristo en la existencia del publicano todo lo transforma.
Precisamente, a quien nadie habla, a quien todos desprecian, a ese Leví acotado a su mundo miserable, a él Cristo lo mira y lo invita a seguirle.

Seguirle es mucho más que ir en una misma dirección, seguirle es compartir vida y caminos, escuchar atentamente su Palabra, permitir que el Reino sea.
Una gran alegría, que Leví sabe inmerecida, ha acontecido en su vida y lo celebra.

Todo ha cambiado, y la mesa de la mezquindad será ahora una mesa de celebración, un banquete que festeja la misericordia de Dios.

Ese Cristo se pone definitivamente de lado de los excluidos, de los que nadie -aún con las mejores razones- aceptaría ni convidaría una cena. Pero es tiempo de rescate, de búsqueda incansable de los enfermos, de los agobiados por ese dolor mayor que llamamos pecado.

Quiera Dios que en nuestras mesas también se celebre la vida, se celebre el paso salvador y misericordioso de Dios por nuestras vidas, y que nadie se quede afuera, que siempre haya lugar para uno más.

Paz y Bien



El primer ayuno




Viernes de Ceniza

Para el día de hoy (12/02/16): 

Evangelio según San Mateo 9, 14-15




En la mayoría de las religiones podemos encontrar la práctica del ayuno, usualmente modo devocional de dominar el cuerpo y las pasiones e internarse por caminos espirituales, y la religiosidad semítica no era ajena a ello.
Los fariseos ayunaban con frecuencia bajo criterios piadosos y catárticos, es decir, criterios de purificación por los pecados cometidos, ascetismo severo que con el tiempo se convirtió en un fin en sí mismo y no en la oblación humilde de un corazón contrito que busca agradar a Dios, que ansía reconciliarse y suplica perdón. Esa absolutización, necesariamente, implicaba también una exterioridad magnificada, pues el ayunante se mostraba visiblemente como tal, en busca también del reconocimiento ajeno como hombre piadoso y observante de los preceptos.

Luego de la muerte del Bautista, los discípulos de éste -a pesar de toda su prédica- han vuelto a las viejas costumbres, asimilando nuevamente las antiguas prácticas fariseas. De allí la extrañeza que le plantean al Maestro, pues algunos de ellos habían seguido a Jesús, se habían convertido en sus discípulos.

La respuesta del Maestro es novedosa y muy inteligente. No expresa una alternativa más, pues Él mismo ayunaba -lo hizo durante cuarenta días en el desierto-, sino que quiere enseñarles que ha comenzado un tiempo nuevo, un tiempo santo, y que es menester encontrar el verdadero sentido de las cosas, de todas las acciones.
En este tiempo mesiánico, los legalismos religiosos, la fé jurídica debe hacerse pasado, pues el Reino está muy cerca, tan cerca que la presencia del Mesías todo lo resignifica desde la Gracia, desde la alegría de la Salvación, desde la esencia misma de Dios que es el amor.

Por eso el primer ayuno, el ayuno agradable a Dios son la compasión, el socorro, la misericordia, pues es Dios quien purifica por su infinita bondad, y nó las acciones tabuladas que pretendamos emprender como acciones automáticas para adquirir el favor divino.

Paz y Bien 


La cruz cotidiana





Jueves de Ceniza

Para el día de hoy (11/02/16): 

Evangelio según San Lucas 9, 22-25







La lectura de hoy nos presenta en una lontananza no tan distante los hechos terribles y santos a la vez de la Pasión del Señor.

Se trata de una identidad única, la de discípulos y seguidores de Jesús de Nazareth, nuestro hermano y Señor. Su enseñanza no se acota a revelar la trascendencia y escatología de sus propios padecimientos, sino a advertir a los suyos acerca de los fundamentos de la vida cristiana, es decir, de seguir fielmente sus pasos.

No se trata aquí de una necesidad en un sentido fatalista. El Padre no es un monstruo cruel al que le place el sufrimiento de su propio Hijo o de cualquiera de sus hijas e hijos. Pero la fidelidad de Cristo hasta el final, el amor a su Padre y a sus hermanos lo llevará a asumir en su ser todas las miserias y dolores que imponen aquellos que se autoproclaman poseedores absolutos de la verdad y con derecho a decidir sobre la vida de los otros.

Es menester tener en cuenta que la crucifixión era la pena capital impuesta por el imperio romano para los criminales más abyectos, para los subversivos irrecuperables. Al crucificado se lo torturaba previamente con concienzuda y eficaz técnica, y luego se le exhibía durante horas de cruel agonía, como advertencia disuasoria para aquellos que pretendieran seguir por la misma vía.
Pero para la religiosidad de Israel, un crucificado es un maldito.

Así entonces el Maestro señala que el discipulado -seguir sus pasos- no admite medias tintas, ni es tampoco una alternativa más del vasto menú mundano de opciones existenciales. El seguimiento es radical, absoluto, total en plena libertad surgida de la verdad y del amor de Dios, en la urgencia impostergable del perdón, de la misericordia, de la justicia, de la paz, del servicio. De los obreros felices del Reino de Dios.

Por todo eso cargar la cruz cotidiana no es solamente soportar a diario lo gravoso de la existencia, las miserias propias o lo que nos imponen con cierto grado de resignación. Cargar la cruz es ser considerado un criminal, un abyecto subversivo, un maldito irredimible a causa del amor a Dios y el servicio a los hermanos. Humildemente hacerse el último para que aquellos que están al final de todo -descartados por el mundo- puedan dar un paso adelante. 

Se gana lo que se ofrenda, se pierde lo que no se dá. En la ilógica del Reino, vida que se ofrece es vida que crece y se expande para mayor gloria de Dios.

La fidelidad no quedará en opacas intenciones, sino que será ratificada en la Resurrección, el compromiso definitivo de ese Dios por el que la vida perdura más allá de la muerte.

Paz y Bien

Miércoles de Ceniza, el comienzo del éxodo




Miércoles de Ceniza

Para el día de hoy (10/02/16): 

Evangelio según San Marcos 6, 1-6. 16-18





Comienza hoy el tiempo de Cuaresma, tiempo santo de conversión, de regreso a Dios y al hermano, de reconciliación, de perdón que libera, sana, salva.

Cuaresma, si se quiere, es un éxodo espiritual que emprendemos hacia la tierra prometida de la Resurrección. Por ello Cuaresma es, ante todo, una inmensa bendición, tiempo ofrecido por ese Dios para que sus caminos y los nuestros confluyan en andares eternos.

La cruz de ceniza en nuestra frente es señal de nuestra fragilidad, de lo quebradizos que somos, del pecado que nos demuele y nos dispersa en el viento. Pero esa señal de nuestras existencias mínimas también es señal de Cristo que se nos graba en las honduras del corazón, para que el amor de Dios, como en un rescoldo santo, haga brotar una chispa de vida en tanto sedimento inútil que solemos acumular.

Volver, volver siempre. Volver a Dios y volver al hermano. Dios es el Padre que espera nuestro regreso y prepara la fiesta por los hijos recuperados. No importa tanto el pasado sino el presente que se edifica desde la conversión y siembra futuro desde la caridad.

Desde la limosna volvemos, pues es una humilde victoria sobre el egoísmo, dándonos nosotros mismos en silencio, sin ostentaciones, antes que hacer una torpe beneficencia con lo que nos sobra.

Desde el ayuno volvemos, pues nos vaciamos de lo efímero, nos hacemos uno con ese Cristo del desierto, y ese alimento negado podrá -aunque sea en mínimas proporciones- aliviar el hambre de un hermano necesitado.

Desde la oración volvemos, en la escucha atenta, en el diálogo filial, en la sintonía eterna del Dios que se encarna en nuestra cercanía.

Por eso la ceniza no es señal de rictus amargo, sino augurio cordial de que todo es posible, y de que al fin de este peregrinar que comenzamos tenemos un puntual encuentro con la vida plena, con Aquél que será todo en todos.

Paz y Bien


Lo esencial y lo provisorio




Para el día de hoy (09/02/16): 

Evangelio según San Marcos 7, 1-13




Lo que hoy se nos brinda en la lectura del Evangelio para este día es crucial; aún así, es menester que nos detengamos en un detalle importante. 
Al lugar donde el Maestro se encontraba enseñando llega un grupo de escribas y fariseos venidos desde Jerusalem: son los inspectores de la ortodoxia, los del ojo avizor prestos a detectar la irregularidad siempre, pero a la vez incapaces de atisbar siquiera una tenue luz de verdad. Su presencia allí implica una amenaza explícita, pues representan a la religión oficial que suele detestar a las almas libres y felices como la de Jesús de Nazareth.

La polémica, esta vez, rondará sobre el cumplimiento de ciertos preceptos como las abluciones obligatorias previas a las comidas. No se trata de una saludable cuestión higiénica sino religiosa, y tiene que ver con criterios de purificación que esos hombres sostenían con fiereza, así como también el modo en que debían lavarse copas, vajilla y ropa de cama. Y la verdad es que Jesús no se preocupaba demasiado por ello, ni obligaba a los discípulos a su estricta observancia. 
De allí el reclamo casi airado. Esos hombres, despreocupadamente, rompen con la tradición de los antepasados y por ello son impuros que a su vez contaminan sitios y comunidad.

Pero el Maestro sabe bien lo que se teje en cada corazón, y entiende que esas tradiciones han devenido en traiciones. Lo provisorio se ha convertido en esencial, los gestos y acciones piadosas de veneración a la Ley se transformaron en fines en sí mismos, e intentan reemplazar al Dios que les confiere sentido y trascendencia.

Pero esos hombres críticos eran, a su modo, profundamente religiosos y celosos del cuidado de su piedad errónea. Ellos discriminaban lo sagrado de lo profano con fronteras explícitas, y así separan a las gentes entre unos pocos puros y muchos impuros.

Con Cristo se inaugura un tiempo nuevo en el milagro amoroso de la Encarnación, de Dios con nosotros, y por ello la línea entre lo sagrado y lo profano se difumina, pues por ese Dios encarnado la tierra se vuelve santa, el Reino está entre nosotros. Además, el Maestro rechazaba cualquier división que menoscabara la fraternidad y renegara de ese don eterno de sabernos hijas e hijos de Dios.

Pero lo más importante es que los gestos y las intenciones no nos purifican el alma, sólo el exterior, sepulcros blanqueados y andantes. Es Dios quien purifica y transparente los corazones, es su Misericordia la nave de nuestra Salvación, y por ello todo gesto cultual es válido, es santo y es afectuosa devoción cuando su centro es ese Dios que no cesa de buscarnos.

Lo esencial, lo que permanece y prevalece es la caridad.

Paz y Bien


Aferrados al borde de su manto




Para el día de hoy (08/02/16): 

Evangelio según San Marcos 6, 53-56




Jesús de Nazareth y sus amigos regresando de tierra extranjera, desembarcan en Genesaret, que es una planicie fértil que se extiende entre Cafarnaúm y la fastuosa Tiberiades -ciudad construida por Herodes en homenaje al emperador romano-. Es decir, nos situamos nuevamente en territorio judío; esto será muy significativo en referencia a los versículos posteriores.

La escena es sobrecogedora en la extraña mixtura de horror y de confianza en ese Cristo que pasa: de toda la región comienzan a llevar al lugar en donde Él se encontraba un río incontable de enfermos, llevados por los suyos en las camillas en donde languidecen sus vidas. 
Esas camillas no son angarillas al modo convencional ni tampoco se ajustan a la idea contemporánea del traslado de enfermos, en donde puede hallarse cierta comodidad y eficacia en la movilidad; en realidad, se trataba de los colchones utilizados por los pobres -krabattois-, que en estos casos se toman de los cuatro extremos por familiares o amigos para llevar a los dolientes donde el Señor.

Hay aquí dos cuestiones que no es posible pasar por alto; por un lado, son principalmente los pobres los más receptivos y sensibles a la presencia del Salvador. Por otro lado, las rígidas normas religiosas imperantes consideraban a las enfermedades como causal de contagiosa impureza ritual, y a menudo se entendían como consecuencias directas de los propios pecados o de los padres. Por ello estremece aún más que esa multitud que lleva a todos sus enfermos se componga de excluidos, de impuros, de aquellos que nadie quiere cerca, que nadie acepta, que usualmente se rechaza y deja de lado.

La fé redescubre valentía, y hay mucho coraje en esas gentes, un coraje que es producto de la confianza que ponen en ese Cristo caminante. La impureza ritual es contagiosa, y por eso el impuro no debe entrar en contacto con quien no lo es, bajo apercibimiento de transferir tal condición al otro: el Maestro a nadie rechaza, y aunque sólo intenten tocar el borde de su manto, lo tocan a Él, le confieren -multiplicado por miles- ese rótulo que deviene a su vez en un Cristo impuro y excluido también.

En los tiempos del ministerio del Señor, la vestimenta también se ajustaba a la Ley y por ello poseía características simbólicas importantísimas. Un varón judío normalmente se vestía con una túnica larga -jalut-, confeccionada en lana o lino, que le cubría el torso, los brazos, las piernas; su cabeza se cubría con un paño o con un turbante que además protegería la nuca y la parte posterior de la cabeza. Finalmente, utilizaban un manto o talit/tallit, que era una pieza de tela cuadrada y sin costuras, que se colocaba sobre la túnica. En los cuatro extremos del talit se anudaban flecos o borlas que representaban el sagrado e impronunciable Nombre de Dios -YHWH-.
Algunos hombres, especialmente los fariseos, solían extender la longitud de esos flecos como señal de una piedad profunda, pura exterioridad.

Pero las gentes sabían bien que significaban los bordes del manto de Jesús. El Evangelista es taxativo al respecto: todos los que tocaban esos flecos quedaban sanos.
Ello implica, a simple vista y contra toda crítica feroz que se le realizaba por su pretendida heterodoxia religiosa, que Jesús de Nazareth era un varón judío observante de las tradiciones y la fé de sus mayores.

Esas personas que ansiaban tocar esos flecos no realizan una acción teñida de superstición, pues superstición es la fé que se corrompe y por ello se deposita el corazón en ciertos objetos, una idolatría encubierta. Nada de eso, y quizás bastaría observar la fé de los más pobres, de hoy y de siempre.
Esas personas tocan los flecos porque se aferran al Nombre de Dios, que es Salvación, que es salud.

Nosotros también, con nuestras miserias a cuestas, deberíamos emprender el mismo camino. Confiar, confiar aunque todo diga lo contrario. El Cristo de los caminos a nadie rechaza, a todos acepta, y es menester aferrarnos al borde de su manto, a su Nombre Santo para recibir la inmensa bendición de su Gracia, sol de justicia en toda nuestra existencia, alba perpetua de Salvación para todas las naciones.

Paz y Bien

Pecador, pescador



Domingo 5º durante el año

Para el día de hoy (07/02/16): 

Evangelio según San Lucas 5, 1-11




Simón, Santiago y Juan, junto al Maestro, son los nombres que protagonizan la lectura que la liturgia para este día nos ofrece. 
El nombre que los identifica es exacto, pues refiere a que esos hombres aún no son discípulos plenos si bien han conocido a Jesús: su vida transcurre como siempre, entre la vida familiar -el Maestro sana a la suegra de Pedro- y el trabajo cotidiano en el mar de Galilea, pues era pescadores de oficio.

La multitud se agolpaba para escuchar esa Palabra tan nueva y extraordinaria de ese joven rabbí galileo. Pero cada uno de ellos vuelca allí sus ansias, sus necesidades, sus intereses y criterios, y quizás haya más necesidades urgentes que la búsqueda de Dios, de una vida nueva, de la verdad. Las multitudes a veces son como ríos caudalosos que no hay que detener pero es menester estar siempre dispuestos a ir contra la corriente, a saber tomar algo de distancia para evitar los arrastres vanos, y el Maestro lo sabe. A su vez, no abandonará a esas gentes a su suerte, y por eso se pone a enseñar, tomando algo de distancia, una distancia que evita la pérdida de perspectivas. Por ello se sube a la barca de Simón, pues Cristo se expresa y enseña a través de la barca frágil de la Iglesia.
Esa conjunción es asombrosa, revela una confianza que no solemos retribuir e implica que Dios se hermana al hombre en la tarea de la Salvación. Pero otra vez es menester tomar distancia: la enseñanza, las primacías, la Salvación son suyas, fruto de su amor eterno.

Volvamos a esos pescadores galileos. Son pescadores profesionales, de su habilidad y experiencia depende el sustento familiar; saben que el mejor momento para la pesca es la noche, así como conocen en qué zona del mar están los bancos de peces, para que su tarea no sea vana. 
Entonces sucede algo muy extraño: el Maestro -que es sólo un carpintero de tierra adentro- le indica a esos expertos pescadores que en pleno día se internen mar adentro y echen las redes. Es algo poco congruente con lo razonable, y Simón lo sabe, pero hay en él algo más que lo lleva a confiar, y esa confianza es el paso segundo de la fé. El paso primero es el de Dios que nos busca en Cristo.
Pero ese paso de confianza abrirá un tiempo infinito de asombros y milagros.

La pesca es la pesca de sus vidas, a deshoras, ajena a toda lógica. Las redes están tan llenas que parecen romperse, pero siguen firmes, conteniendo miles de peces. Es la fragilidad de la Iglesia, que se percibe pero que milagrosamente perdura por la Gracia de Dios, la Gracia que ha llenado redes y corazones de esos pescadores cuyos ojos se agrandan según transcurre la pesca.

Simón lo intuye, pues las cosas de Dios se albergan en las honduras del alma. Y se dá cuenta del abismo enorme entre ese Cristo que lo impulsa a navegar de otro modo novedoso, un Cristo que no es solamente un aldeano pobre, sino el Salvador, y su propia persona que reconoce mínima, ínfima, limada por el pecado y las miserias que porta.
Pero se trata de un tiempo nuevo. No es un tiempo de castigos, de ajustar cuentas, sino de rescates salvíficos. A pesar de la estatura empequeñecida de Simón, es invitado por el Maestro a una vida nueva junto a Él, tiempo de abandonar miedos y arribar a la tierra prometida, la tierra definitiva del perdón, de la Gracia, de la misericordia de Dios.

Hay una nueva vida para Simón, para los otros, para todos nosotros. La señal primera es el nuevo nombre, Pedro, nombre nuevo para una vida nueva que es misión y servicio, y que es alegre invitación a todos y cada uno de nosotros.
A pesar de nuestras miserias, somos pecadores invitados por la Gracia de Dios en Cristo a una existencia santificada en el amor de Dios, en su justicia, en la bondad de mantener a tantos peces perdidos en las redes de la compasión.

Del pecado siempre se puede regresar por el sendero seguro del perdón de Dios. Pero es menester celebrar esa bondad infinita desertando con fervor de toda corrupción, mansamente rebeldes contra la muerte que se expande de la mano del egoísmo y la soberbia.

Paz y Bien

 

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