Mesas de celebración, mesas de misericordia



Sábado de Ceniza

Para el día de hoy (13/02/16): 

Evangelio según San Lucas 5, 27-32



Un publicano era un hijo de Israel, un judío que recaudaba impuestos para el ocupante imperial romano. Por las severas normas de pureza/impureza ritual, al estar vinculado de continuo con extranjeros paganos y con sus monedas, era un impuro insalvable, incapacitado para el culto religioso pero también para la vida comunitaria.

A menudo, en las mesas en donde recaudaban los tributos, solían ejercer prácticas extorsivas y corruptas, es decir, cobraban de más en propio beneficio y en detrimento de los pobres y es claro que no tenían mucha oposición, pues las legiones estacionadas en la zona eran garantía de cobro. El no pago de los tributos imperiales era delito de sedición castigado con la pena capital.

Para el sanguíneo nacionalismo judío, un publicano -además de su condición de impuro- era fervorosamente odiado por extorsionar al pueblo, pero muy especialmente por ser un traidor. Por ello sólo tenían vínculos sociales curiosamente endógenos, o sea, se podía vincular a otros publicanos.
Sus paisanos los colocaban en un escalón moral muy por debajo de las prostitutas.

Leví está sentado a su mesa, mesa del cobro del fruto del trabajo de muchos para sostener al imperio opresor, mesa en donde se explota al débil, mesa de la complicidad con el poderoso. Mesa de muerte.
Pero pasa el Maestro, y la presencia de Cristo en la existencia del publicano todo lo transforma.
Precisamente, a quien nadie habla, a quien todos desprecian, a ese Leví acotado a su mundo miserable, a él Cristo lo mira y lo invita a seguirle.

Seguirle es mucho más que ir en una misma dirección, seguirle es compartir vida y caminos, escuchar atentamente su Palabra, permitir que el Reino sea.
Una gran alegría, que Leví sabe inmerecida, ha acontecido en su vida y lo celebra.

Todo ha cambiado, y la mesa de la mezquindad será ahora una mesa de celebración, un banquete que festeja la misericordia de Dios.

Ese Cristo se pone definitivamente de lado de los excluidos, de los que nadie -aún con las mejores razones- aceptaría ni convidaría una cena. Pero es tiempo de rescate, de búsqueda incansable de los enfermos, de los agobiados por ese dolor mayor que llamamos pecado.

Quiera Dios que en nuestras mesas también se celebre la vida, se celebre el paso salvador y misericordioso de Dios por nuestras vidas, y que nadie se quede afuera, que siempre haya lugar para uno más.

Paz y Bien



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