Transfiguración, mantenernos despiertos




Segundo Domingo de Cuaresma

Para el día de hoy (21/02/16): 

Evangelio según San Lucas 9, 28b-36




La lectura que nos ofrece la liturgia de este Domingo es preciso situarla en el proceso o recorrido teológico -espiritual- que brinda el Evangelista Lucas: Jesús de Nazareth ha finalizado el ministerio galileo y se encamina decidido hacia Jerusalem, hacia esa ciudad que es santa y a la vez tiene como unas fauces voraces que buscan tragárselo, pues en Jerusalem acontecerán los hechos de la Pasión.
Aún sabiendo lo que sucederá, aún intuyendo traiciones, horrores y soledad el Maestro sigue firme y fiel. La Pasión no es consecuencia de la brutalidad de sus enemigos sino fruto de su fidelidad absoluta y de su amor, en total libertad de su corazón sagrado.
Sus amigos no son del todo ajenos a lo que sucederá: Él les ha contado que moriría a manos de aquellos que le odian, y peor aún, que moriría como un criminal abyecto, como un maldito. Para ellos la situación los confunde y estremece, los deja estupefactos, queda demolida su delgada imagen religiosa de un Mesías glorioso que se impone con fuerza arrolladora a sus enemigos. En verdad, ellos siguen con Jesús pero están desolados.

El Señor lo sabe. Conoce como nadie lo que se teje en las honduras de los corazones, y lleva consigo a Pedro, Juan y Santiago -Jacobo- a la montaña, espacio simbólico por excelencia que expresa el ámbito espiritual del encuentro con Dios, ámbito que se ratifica en la oración de Cristo.
Allí en las alturas del monte el rostro del Señor cambia de aspecto, y sus vestiduras tornan de prístina blancura; como el Evangelista Lucas se dirige principalmente para los cristianos provenientes del helenismo, no quiere crear confusiones con el término transfiguración, que por algunos pueda confusamente asimilarse a criterios de metamorfosis.
Pedro y sus compañeros están cansadísimos, y los acomete unas fuertes ganas de dormirse. Pero a pesar de todo, permanecen en vigilia. 

Así vivirán una experiencia única, testigos de la Gloria de Cristo y partícipes de ella. 
En el resplandor, advierten que el Maestro conversa con Moisés y con Elías, con la Ley y los Profetas.

Siempre habrá una tensión entre el Cristo humano, Dios con nosotros que asume nuestras debilidades y el Cristo glorioso de nuestra Salvación. Pero en Él confluyen los caminos de la historia y las viejas promesas adquieren real sentido, posibilitando que edifiquemos futuro y santidad, y que a pesar de que en el horizonte sólo se perciban horror y tinieblas, la Resurrección tiene la palabra definitiva, el alba que no tendrá fin.

Los discípulos -Pedro, Juan, Santiago, todos nosotros- hemos de hacer un éxodo de fé, pasar de la experiencia sensorial a la escucha atenta de lo que el Hijo nos dice. María de Nazareth lo sabía bien.

No hay que quedarse, no hay que acomodarse, la vida es movimiento, la vida es un peregrinar sin carpas ni refugios.
Pero por sobre todo, no hay que adormecerse con todas las trampas que el mundo nos arroja a cada paso. Contra todo pronóstico, es menester mantenernos despiertos, y volver a descubrir la Gloria de Cristo en la Eucaristía, en la Palabra, en cada bendición que nos despierta y vivifica, pero muy especialmente reencontrarle en el rostro del hermano, y del hermano más pobre.

Paz y Bien

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