Dios sin descanso




Para el día de hoy (09/03/16): 

Evangelio según San Juan 5, 17-30





A veces es necesario volver y repetirnos ciertas cuestiones puntuales, para que se despeje cualquier atisbo turbio: cuando los Evangelios mencionan a los judíos, no se refieren a todos los creyentes de la fé de Israel, sino más bien a la dirigencia religiosa del tiempo del ministerio de Jesús de Nazareth, en su violenta oposición a la novedad de la Buena Noticia y del mismo Cristo. Es imprescindible despejar todo brote de antisemitismo, aún cuando pretenda razonarse, pues nada tiene que ver con el maestro, es ajeno a su enseñanza y su mensaje liberador.

Ahora bien, la escena que nos brinda la lectura del día muestra un nivel creciente de enfrentamiento entre esa dirigencia religiosa y el Maestro, una violencia que es cada vez más abierta y furiosa, y que desembocará en los terribles días de la Pasión.
Uno de los detonantes lo podemos encontrar en la lectura del día de ayer: Jesús había osado curar un enfermo en pleno Sábado, en franca infracción a las estrictas prohibiciones del Shabbat. En su crítica feroz, es dable suponer que hay un cierto tono prejuicioso social, pues al fin y al cabo se trataba de un pretendido rabbí de aldea ignota, Nazareth, de la más periférica Galilea, un campesino sin estudios ni pergaminos de antecedentes magistrales o académicos, un don nadie que se atreve a afirmar que Dios es su Padre, un Padre que no descansa jamás en procurar el bien para todas sus criaturas, para todos sus hijos, un Dios que nada se reserva para sí sino que todo lo brinda, un Dios sin sábados ni feriados ni vacaciones.

Entre esos hombres y el Maestro había un abismo insalvable: ellos absolutizaban la Ley, considerándola expresión máxima de la voluntad de Dios, y por tanto rígida e inamovible hasta en los menores detalles.
Para Jesús, la Ley debe observarse pero en su plenitud, es decir, como bendición, como regalo para la humanidad, en la búsqueda del bien, la convivencia, la libertad, todos frutos del amor de Dios. Por ello, cuando la estricta observancia de la Ley produce rictus amargo y una esclavitud encubierta, la Ley se pervierte y se desvía de su sentido primero: esa cuestión implicará, para esos hombres tan severos, que el Maestro es un infractor deleznable y un blasfemo que se equipara a Dios, por lo cual merece la muerte, la ejecución.

La revelación que Cristo tiene profundas implicaciones cristológicas y eclesiales.
Al manifestarse como Hijo de su Padre, tácitamente expresa que Jesús es Dios y Dios es Jesús. Que ese Cristo es el amor mayor del Padre a quien se le ha confiado la salvación de la humanidad. Que Dios no es un juez severo que hace las veces de verdugo eficaz, sino que ante todo es el Padre que siempre está desviviéndose por la felicidad de sus hijas e hijos. Que el juicio final ya está aconteciendo, que somos nosotros -desde la libertad que se nos ha concedido- quienes nos decidimos por senderos de luz o por las tinieblas.

Y muy especialmente, que la creación es un infinito acto de amor que prosigue a través de los tiempos, re-creando a una humanidad que gusta de sumergirse en las aguas turbias del pecado, en los fangales de la muerte, allí en donde la compasión y la misericordia han sido expulsadas.

Cristo, Señor de la historia y su Iglesia, son testigos de ese amor constante y creador de Dios.

Paz y Bien




0 comentarios:

Publicar un comentario

ir arriba