Emaús




Miércoles de la Octava de Pascua

Para el día de hoy (30/03/16):  

Evangelio según San Lucas 24, 13-35



Emaús es una pequeña aldea, cercana a Jerusalem, a unos diez u once kilómetros; aunque no está explicitado, es dable entender que se trata el poblado en donde viven esos peregrinos, que aunque no forman parte de los Once apóstoles son también discípulos.
Conocemos el nombre de uno de ellos, Cleofás, y por el Evangelista Juan sabemos que una tal María, mujer de Cleofás formaba parte de ese pequeño grupo de mujeres que junto a María de Nazareth permanecen fieles al pie de la cruz. Por ello, suscribimos humildemente la teoría de algunos exégetas que sostienen que esos peregrinos en realidad era un matrimonio: ambos ofrecen la hospitalidad de su hogar con la calidez propia de una familia.

Sin embargo, cada vez que un Evangelista omite un nombre nos está invitando a colocar el nuestro allí, a ser partícipes plenos y no meros espectadores abstractos.

Otra señal que nos brinda Lucas es inequívoca pues nos sitúa en el primer día de la semana, a horas de la Resurrección del Señor pero a pasos también de la pasión, y esos caminantes aún están agobiados por las horas precedentes que han vivido, el clima espantoso de derrota y estupor, de dolor terrible, cuando la soledad se afinca y no parece irse nunca. Así entonces, Emaús es el ámbito conocido en donde encontramos refugio y, quizás, un olvido que aligere las penas y fracasos, un Emaús que solemos buscar en los momentos gravosos que la existencia nos depara.

Ellos van conversando por la ruta, porque el dolor compartido alivia la carga, y porque es mejor verbalizar las cosas a esperar que socaven el corazón cuando el silencio se impone y no se elige. Hay en ellos algo que les impide reconocer al forastero que se une a ellos en el camino, el Señor Resucitado: se trata de la ideología que les impide ver más allá de la superficie, de los viejos esquemas que se expresan en las menciones que refieren, un profeta poderoso en obra y palabras, el esperado libertador de Israel.
Cristo sin dudas es un profeta, pero mucho más que un profeta, y es un rey pero su reino no es de este mundo, no tiene nada que ver con las especulaciones del poder, la restauración davídica, las victorias gloriosas. 
Ellos no pueden reconocerlo porque a Cristo se le reconoce desde la fé.

El extraño caminante parece más forastero que nunca, pues aparenta no saber nada de lo que ha sucedido en los pasados días, y es la misma extrañeza que le adjudicamos a aquellos que no ingresan a la lógica cerrada de nuestro dolor. Ellos van con un rumbo definido de refugio, pero es insuficiente, y el peregrino los hace reflexionar desde la Palabra, una Palabra que adquiere pleno sentido en el Cristo que creen perdido.
La Palabra es Palabra de Vida y Palabra Viva que no es solamente objeto de estudio intelectual, que debe encarnarse desde la oración, el diálogo fecundo con ese Cristo compañero de todos los caminos de la vida.

Aún así, no terminan de entender. Su fé está presente, pero es incipiente y debe madurar. Todo tiene su tiempo que no está definido por plazos automáticos predeterminados, y en esa incomprensión se ubica la tarde que cae y el Maestro que quiere seguir de largo.

La cálida hospitalidad ofrecida supera los mandatos sociales solidarios de su tiempo: se trata de ofrecer sinceramente y sin reservas el calor de esta casa-corazón que somos, hogar de hermanos para el Señor, Iglesia que palpita.

Al Maestro vivo, al Cristo Resucitado lo reconocen en la fracción del pan, y todo adquiere un sentido nuevo y definitivo, señal para todos los hermanos que no hemos conocido a Cristo por ser de otro tiempo, pero que está vivo y presente cada vez que en la mesa fraterna se celebra la vida como una bendición infinita de un Dios que nos ama sin descanso, en nuestro Emaús cotidiano

Y también es una humilde invitación a todos aquellos que no creen. A pesar de tantas miserias razonadas, a pesar de ciertas lógicas ideológicas que se asoman inconmovibles, a toda mujer y a todo hombre se le dice que cada vez que se comparte el pan, la eternidad expande la vida cotidiana. Y allí está Dios.

Paz y Bien

2 comentarios:

ven dijo...

Todo tiene su tiempo, es verdad ,Quien cree, ve; ve con una luz que ilumina todo el trayecto del camino, porque llega a nosotros desde Cristo resucitado, estrella de la mañana que no conoce ocaso. GRACIAS, por su acogido y caridad , y sus escritos en nuestro blog, gracias, mil gracias, nuestra oración por usted y toda su familia.

Ricardo Guillermo Rosano dijo...

El agradecido soy yo por los ecos cosechados, por la posibilidad de ampliar mis escasos horizontes y por la bendición de encontrar hermanas y hermanos de esta familia que somos.

Paz y Bien

Ricardo

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