Labriegos de la mies del Reino




Santo Toribio de Mogrovejo, obispo - Patrono del Episcopado latinoamericano

Para el día de hoy (27/04/16):  

Evangelio según San Mateo 9, 35-38





Una simple observación nos puede menoscabar las intenciones e impulsos frente a la enormidad de la tarea: un mar de gentes presas del desconsuelo, abandonadas a su suerte, boyando entre sinsentidos y un nihilismo descendente, la angustia de no significar ni importar para nadie excepto de vez en cuando para los votos, cosas que se trafican, variables económicas. Es claro que entre ellos podemos descubrirnos también. 
Y a partir de allí comienzan los sesudos razonamientos, las prudentes justificaciones para eludir compromiso y misión, en pos de calmar las fauces del miedo y no abandonar el área mínima de confort y seguridad.

Puede ser que estemos presos de esos temores. Pero también porque quizás miramos las cosas desde el lugar equivocado. 
Todo comienza en la oración, y por ello el Maestro nos impulsa a suplicar que el Espíritu nos conceda trabajadores para la mies. Allí comienza todo: ni la mies, ni los sembrados ni la cosecha nos pertenecen. 
La buena semilla, esa que crece humilde e imparable y suscita frutos santos de justicia, de paz, de amor y Salvación, también es cuestión del Dueño del vergel.
Lo verdaderamente asombroso es que se nos ha invitado a la tarea, lo descollante es la confianza que se nos ha depositado sin merecerla.

La tarea no es sencilla, y se agiganta en la medida en que abrimos el corazón a la compasión, al sufrimiento del otro, haciendo nuestras esperanzas y dolores, sufrimientos y angustias, aflicciones y alegrías de todos los pueblos. Por ello la justicia jamás nos será ajena: una Buena Noticia que se acota a la vida piadosa del culto dominical es reflejo de una fé sesgada, sin encarnarse.
Es menester no subirse a lomos de la praxis continua, y saber advertir la diferencia entre lo urgente y lo importante. No perder de vista el crecimiento milagroso y tenaz de la semilla del Reino, servidores de la vida en ciernes.

Y cuando llegue el momento, retirarnos humildemente felices, en el frondoso silencio de José de Nazareth, sabedores de haber cumplido simplemente con lo que nos correspondía hacer, para glorificar a Dios cada día, a cada instante, desde estos mínimos seres que somos.

Paz y Bien 

1 comentarios:

ven dijo...

La edificación del reino de Dios se hace realidad cuando Dios vive en nosotros y nosotros llevamos a Dios al mundo , gracias, un abrazo.

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