Ascensión del Señor, la esperanza que nos llama





La Ascensión del Señor

Para el día de hoy (08/05/16):  

Evangelio según San Lucas 24, 46-53





Son tiempos complicados para la fé en la Ascensión del Señor a los cielos. Quizás la superabundancia de la tecnología y la información -ciertos excesos tóxicos- se haya robado la capacidad de asombrarse, pues todo parece más cercano, asequible, como si ontológicamente se dependiera del tamiz científico y mediático en garantía de veracidad. 
Pero también, en las oscilaciones anímicas habituales, se deriva desde una racionalidad extrema a una fé abstracta, desencarnada, un cielo de encendido de ausencias que posterga cualquier indicio divino hacia acontecimientos post mortem y escatológicos.

Aún así, cielo sigue teniendo connotaciones de agradable misterio y trascendencia para los niños, los poetas y los enamorados. No es poco, es señal de que aún hay gratas y fértiles parcelas por donde la humanidad florece. 
Desde la perspectiva de mujeres y hombres de fé, la puerta abierta definitivamente por el Cristo ascendido, ese cielo que se nos ofrece, es la vida plena en comunión con Dios, vida perenne, la felicidad sin menoscabos, la promesa de Dios con nosotros que se ha ratificado y explicitado en Cristo.  

Por esa promesa, por esa certeza nos reconocemos hijos queridos de Dios. No somos bastardos o guachos, como se nombra por estas tierras: somos hijos amados sin límite por un Dios que es, ante todo, Padre. Esas son las nuestras verdaderas raíces, las que permanecen, y por esos cielos abiertos nos volvemos capaces de comprender a la esperanza que nos llama, el Cristo de nuestra alegría que murió y resucitó en ofrenda para que las gentes crezcan en humanidad que se eterniza en bendiciones.

Y también, paso a paso, descubrimos que los patios de ese cielo ya se encuentran por aquí, en estos arrabales a veces tan oscuros, tan desoladamente racionales. Por eso ese provenir infinito de vida plena ha de corresponderse con el esfuerzo cotidiano por santificar los días, en alabanzas de justicia y paz, de compasión y liberación, la alegre misión a la que se nos convoca, compromiso de no abandonar a su suerte estos campos yertos, para que la ventana de la esperanza también se abra para los corazones cerrados y las almas doblegadas.

Con el Resucitado, vivo y presente en medio de su pueblo, en este día nos renovamos en confianza de comunión.

Paz y Bien


1 comentarios:

ven dijo...

¿Por qué no trabajamos nosotros también aquí en la tierra, de manera que, por la fe, la esperanza y la caridad que nos unen a él, descansemos ya con él en los cielos? Él está allí, pero continúa estando con nosotros; asimismo nosotros, estando aquí, estamos también con él. Él está con nosotros por su divinidad, por su poder, por su amor; nosotros, aunque no podemos realizar esto como él, por la divinidad, lo podemos sin embargo por el amor hacia él. Gracias, un buen día en el Señor.

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