Común unión





Para el día de hoy (12/05/16):  

Evangelio según San Juan 17, 20-26




A las puertas de la muerte, cuando todo parecerá quedar atrapado por la vorágine del odio y la violencia, el Maestro suplica por todos los que han de creer, es decir, por todos los creyentes de todos los tiempos -nosotros mismos-. El gesto de Jesús levantando los ojos al cielo nos indica su solemne intención, su entrañable deseo de paz y bien para aquellos que crean sin verlo, para los que se conviertan a partir del testimonio apostólico, del anuncio de la Buena Noticia.

El núcleo de su ruego será la unidad, la comunión de los creyentes, común unión entre sí y con Dios, en vínculos mucho más allá de una simple reciprocidad, y será reflejo fiel del modo amoroso en que se relacionan las Personas de la Santísima Trinidad.
Ahora bien, esa unidad no implica uniformidad, ni tampoco una definición puntual de estructuras institucionales o modelos eclesiales, que si bien son importantes son más bien consecuencias del hecho fundante de la comunidad. 
Así el Señor desde sus entrañas suplica para los suyos una unidad que exprese de manera evidente el amor, esencia de Dios. La comunidad cristiana entonces se fundamenta en la común unión con Dios, en Dios y por Dios, extendida como abrazo fraternal al prójimo al que nos acercamos porque es un hermano, porque dejamos atrás afanes de disolución de identidad y personalidad, de dominio o de ajenidad y le reconocemos como otro hijo amado del Padre de todos.

La comunidad cristiana es diversa en su multiplicidad de rostros y colores porque, ante todo, es conversa, converge en Dios y en el hermano.

Tiene -tenemos- también un horizonte actual y futuro de gloria. Lamentablemente, ciertas posturas antropomórficas y ciertos criterios estrictamente mundanos nos conducen a fangosas confusiones, oscilando entre lo rutilante y poderoso hasta las pretéritas aureolas de acuerdo al sino propio del arte religioso. Nada de eso. 
La gloria de Dios, donación absoluta del Padre al Hijo y del Hijo a todos nosotros, es vivir como Jesús vivía, amar como Jesús amaba, permanecer fieles y obedientes al Padre como el Maestro; allí, en esa eternidad que nos florece en lo cotidiano, se encuentra la santa raíz de la justicia, la paz, la fraternidad, la liberación. Esa gloria poco tiene de refugio contra los problemas -una psicologización de lo divino-, algo así como adorar a un falso dios aspirina o calmante que nos escuda contra todo conflicto.
Por el contrario, significa permanecer firmes con todo y a pesar de todo, y por más que campee la noche, en lo profundo de los corazones resplandece la brasa del Dios que nos habita, el Espíritu Santo que vivifica y renueva, que nos vuelve sal de la tierra y luz del mundo.

Paz y Bien

 

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