Esclavos de un tirano, o hijos de un Padre






Para el día de hoy (18/06/16):  



Evangelio según San Mateo 6, 24-34 




Es menester realizar una aclaración previa: en numerosos pasajes de los Evangelios podremos encontrarnos con cierto léxico que puede resultarnos confuso y duro a veces. La lectura -toda lectura- nunca debe ser literal, y ha de ubicarse en el contexto adecuado, permitiendo que aflore toda la simbología también; juzgar algunas expresiones con criterios del siglo XXI, no sólo es un anacronismo sino una falta a la verdad.
Así, cuando Jesús de Nazareth habla de los paganos no expresa un concepto de carácter peyorativo, sino a aquellas personas que no conocen a Dios, que no han experimentado su presencia en su vida, la transformación de su existencia, el sabor único de la trascendencia, a diferencia o en contrario a los hijos de Israel que -a veces a los tumbos, a veces de manera legalista- cuyas vidas adquieren sentido por la fé que profesan, por el Dios que ha intervenido en su historia y que ahora lo hace en plenitud en Jesucristo.

El texto que nos brinda la liturgia del día habla ante todo de la urgencia del Reino, ese Reino que suplicamos sea y acontezca aquí y ahora, totalmente, sin medias tintas, componendas ni edulcorante.
El Maestro lo sabía bien, aún cuando fué pobre toda su vida: el dinero es un ídolo falaz, un tirano cruel que sólo sabe generar esclavos, un monstruo que se alimenta de los corazones de sus devotos y que se mastica sin piedad las vidas de los indefensos, en una bruta liturgia que a menudo se enaltece, el mercado. No se trata, claro está, de una postura ideológica maquillada como piadosa, sino de una cuestión taxativa que nos compele a estar de un lado o del otro. No se puede servir a dos señores. Cuando el dinero pierde su carácter meramente instrumental comienzan los problemas, las injusticias, la vida se viene a menos, y gana espacios lo que perece. Y la vida, para ser plena, ha de orientarse a Dios, en vínculo eternamente filial, la libertad de los hijos que nada ni nadie ha de quitarnos.

Se trata de no subordinarse de modo mórbido a eso que llamamos mundo, y que hace descender apresuradamente hacia la disolución la condición humana.

Sin embargo, otra cuestión se plantea también, y es el orden de las preocupaciones. No está mal des-vivirse ofreciendo cada uno de estos escasos días que tenemos en pos del bien de los demás. La vida se enaltece con todos aquellos que desde la honradez, sin descender a los pantanos de la corrupción, ganan el sustento para los suyos y edifican en silencio y humildad sus existencias, obreros de la integridad y la paciencia.
Pero hay que andarse con cuidado para no resbalarse hacia los fangales inciertos de la pura preocupación sin destino ni sentido, teniendo la mirada puesta en los hermanos pero el corazón en el cielo, santa tirantez que nos eleva.

La Divina Providencia que viste de fiesta la naturaleza a puro amor, y es una realidad cotidiana, nó una bella metáfora. Es imprescindible acunar nuestras angustias en los brazos bondadosos de Dios, Padre bueno que nunca nos dejará librados a nuestra suerte. En Dios está nuestra suerte, nuestro destino, nuestra paz, nuestra justicia.

Paz y Bien



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