Fiarse




Para el día de hoy (25/06/16):  



Evangelio según San Mateo 8, 5-17




Con toda probabilidad, el centurión que se acerca al Maestro era romano; en aquél tiempo había un despliegue militar variopinto en Tierra Santa. Los romanos, como fuerza ocupante imperial, que por lo general se estacionaban en Cesarea junto al procurador Pilatos, el que se desplazaba a Jerusalem para las fiestas. Los mercenarios de Herodes, tetrarca de Galilea, hombres de armas que guardaban las fronteras y garantizaban el orden y los cobros de tributos, cuando no era utilizados como fuerzas represivas. Las tropas auxiliares de los romanos. La policía religiosa, dependiente del Sanedrín.
Señalábamos que el centurión era romano, y ello se desprende de la propia descripción del Evangelista: sólo los militares romanos se encuadraban de esa manera, y no así las fuerzas del tetrarca.

Entre todos ellos, los hombres de Herodes y las fuerzas romanas eran por entero extranjeros, y como tales, paganos; para la rígida mentalidad imperante, un pagano es un impuro mayor con el cual no hay que tener contacto. Pero para el pueblo judío, al romano se lo odiaba profundamente, pues la sumisión al Emperador implicaba desertar de la libertad que su Dios les había concedido: era peligrosísimo rebelarse contra las fuerzas romanas, y debido a ello ese odio y ese rencor se mantenía como un virulento caudal subterráneo, presente y silencioso. Además, el procurador era antisemita de un modo manifiesto, y no perdía oportunidad de ofender a las gentes de la provincia que dominaba.

Por esas cuestiones se comprende la postura del centurión romano. Se sabe ajeno a todo el universo judío, y conoce el rechazo visceral que su presencia induce. Pero la enfermedad de un criado suyo -muy cercano a sus afectos, dado que no es un simple empleado o un esclavo- le hace acercarse a ese rabbí galileo del que todos hablan, buscando acaso lo que su mundo de poder y órdenes no le puede procurar.
Hay en ese oficial romano un gran respeto y una actitud deferente para con Jesús, y sabe ubicarse, pues entre el Maestro y él mismo ha descubierto un abismo. 
La humildad es la verdad de la existencia, y ese centurión es plenamente veraz. Se reconoce indigno de que el Señor vaya a su casa, pero Cristo ya ha llegado a su otro hogar, las honduras de su corazón, y es precisamente allí -donde todo se decide y resuelve- donde confía, se fía de la eficacia de la Palabra del Maestro. 
Esa fé y esa humildad procuran, en santa mixtura con el amor de Dios, que acontezcan dos milagros: la sanación del sirviente y un alma agobiada que se restituye en toda su estatura al descubrirse amado por Dios con todo y a pesar de todo.

La fé del centurión preanuncia la fé de los gentiles, la fé que crecerá como el grano de mostaza a partir de la predicación y la escucha atenta de la Palabra, y nosotros hemos de regresar a esos rumbos humildes de confianza. Volver a fiarnos de Cristo todos los días, cada día, cada momento.
Él todo lo puede.

Paz y Bien

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