La religión del prójimo







15° Domingo del Tiempo Ordinario 

Para el día de hoy (10/07/16):  

Evangelio según San Lucas 10, 25-37




En tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth, el odio y el desprecio que se profesaba hacia los samaritanos por parte de los judíos era enconado y extremo. Varios siglos antes, los asirios derrotan militarmente al ejército de Israel y ocupan Tierra Santa, enviando al exilio -principalmente- a la clase dirigente y a la élite intelectual y religiosa.
En amplias zonas se implantaron colonos extranjeros a los que se brindaba un sucedáneo de instrucción religiosa judía: de estos colonos y de cientos de matrimonios mixtos surge el pueblo samaritano; frente a la ausencia forzosa de la dirigencia religiosa -voz única de la ortodoxia oficial- los samaritanos continuaron, de un modo sui generis, el culto al Dios de sus mayores, observando la Torah y estableciendo el culto a partir de un nuevo templo situado en Garizim.

Al regreso de los exiliados, comenzaron los problemas. Los samaritanos fueron acusados de inventarse una religión que, en realidad, era una caricatura pervertida de la verdadera fé de Israel. Así los samaritanos eran herejes abyectos, traidores e impuros rituales absolutos sin remisión. Era creencia usual sostener que nada bueno podía provenir de un samaritano.

Precisamente del ejemplo de un samaritano se vale el Maestro para enseñar el rostro de la religión verdadera, que es el amor. No se trata de una provocación vana ni banal, ni de ofrecer una imagen que desde el repudio movilice reflexiones. 
Se trata, ante todo, de la mirada del Espíritu, de que en todas partes y desde donde menos se lo espera brota lo bueno, lo noble, lo santo.

El doctor de la Ley es un exégeta, un erudito en la Torah, que ha dedicado gran parte de su vida a adquirir esa experticia religiosa. En cierto modo, es un experto en su religión y por ende en su Dios, pero en verdad no sabe nada del prójimo.
Quiere que el Maestro le explique cuales son los pasos a dar para heredar la vida eterna, y ese criterio lo conduce a un error basal que sigue persistiendo hasta nuestros días, la acumulación de actos piadosos para obtener el favor divino. Sin embargo, esa postura -si bien devota- desoye y reniega de la Gracia, porque es Dios quien sale al encuentro del hombre, quien derrama bendición y salvación a puro amor, de modo incondicional y asombrosamente abundante.

La parábola de la que se vale el Señor para aclarar la mirada del doctor de la Ley, más que un recurso académico, es una invitación a adquirir una perspectiva nueva, distinta, amplia, y esa invitación se extiende también a cada uno de nosotros.
Es sorprendente el tono extrañamente secular, tan alejado de las convenciones rituales, y ello se halla en el levita y el sacerdote que pasan de largo frente al caído a la vera del camino. Esos hombres se atienen estrictamente a las prescripciones rituales: un caído a la vera del camino, asaltado por maleantes, puede estar muerto y es menester eludirlo para evitar la impureza ritual. 
La elusión es totalmente religiosa según los criterios imperantes, pero es una religión que ha descendido en humanidad.
En cambio el samaritano, ése mismo que ha sido condenado de antemano a una vida estéril e infame, quien se prodiga en auxilio y cuidado del caído, aún cuando seguramente no entrara dentro de su horizonte de obligaciones. El caído casi seguro es judío, y el desprecio relatado era recíproco, por lo que es sólo un obstáculo a sortear.

Pero esa secularidad expresa a un tiempo nuevo, el tiempo santo de Dios y el hombre: en lo cotidiano es en donde se transforma la existencia, y se brinda el culto verdadero a Dios en el hermano que es la compasión. 
Más aún: establece un nuevo concepto para saber quien es el prójimo. Lo usual es trazas círculos simultáneos de pares, es decir, el que profesa mi religión, el amigo, el vecino, el connacional y hasta allí nomás. Hay, a pesar de las limitaciones, una condición objetiva del prójimo.

Para el Maestro, el prójimo se edifica. Se trata de aprojimarse, de hacerse hermano, de tener especial preferencia para con el caído, el descartado, el olvidado a la vera de todos los caminos de la existencia. Socorro y más también, la búsqueda de la plenitud del otro aún cuando apenas tengamos algunas monedas de misericordia y un poco de aceite de consuelo. Darse aún cuando lleve tiempo.

La fé cristiana es la religión del prójimo que se descubre y al cual nos acercamos, porque en el prójimo está el Dios de la vida y allí le rendimos culto.

Paz y Bien

1 comentarios:

ven dijo...

Se trata de aprojimarse, de hacerse hermano, de tener especial preferencia para con el caído, el descartado, el olvidado a la vera de todos los caminos de la existencia. Gracias, eso es en verdad un buen ejercicio para caminar en la caridad, un gran abrazo fraterno.

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