Confianza y gratitud










28º Domingo durante el año

Para el día de hoy (09/10/16):  

Evangelio según San Lucas 17, 11-19





En el siglo I, bajo el rótulo de lepra se identificaba a una serie de patologías cutáneas visibles: eccemas, psoriasis, moluscos y el mismo mal de Hansen. En la estricta mentalidad religiosa imperante, un enfermo de lepra era, a su vez, un impuro ritual que debía ser separado del resto de la comunidad, pues también se infería que esa enfermedad era la consecuencia de los propios pecados o de los padres, en clave de castigo divino. De esa manera, el problema sanitario se transformaba en una cuestión netamente religiosa, al punto que quien determinaba el ostracismo o la readmisión de un leproso es el sacerdote, que en el caso positivo procederá a un complejo ritual de purificación. 

Los leprosos debían vivir alejados de todo pueblo o ciudad, agrupados con los harapos que debían vestir, y anunciar a los gritos su condición de impuro para que los caminantes pudieran evitarlos con distancia suficiente. 
Si entre los leprosos se encontraba un extranjero, al ostracismos debía sumarse el desprecio por el gentil o el pagano, el impar distinto a los hijos de Israel: pero si el leproso era un samaritano, la cuestión era aún peor pues el samaritano era un pagano, un traidor y un antiguo judío que se permitió contaminar con extranjeros, que vulneró la Ley y que desairó la sacralidad del Templo.
Hay un detalle que conmociona, y es que el dolor y el sufrimiento igualan en la desgracia: entre los leprosos que gritan no se puede saber a ciencia cierta ni el origen ni la pertenencia.

Ellos claman por misericordia: en su cercanía pasa ese Cristo que ha sanado a tantos, que nadie rechaza, que habla de Dios de un modo tan distinto y novedoso. Su clamor, claro está, es a la distancia, en una inconsciente resignación por su condición excluyente.
Esa confianza que esos hombres ponen en Jesús de Nazareth no es vana. Ninguna confianza depositada en Él se pierde. 

Todo un mundo edificado y fortalecido alrededor de lo punitivo, del rostro severo de un Dios distante y vengativo, la religión de los puros y buenos, cerrada a cal y canto, no puede sostenerse cuando Cristo se hace presente, ni a Él las imposiciones que aplastan lo humano pueden limitarle.Cuando Cristo se hace presente acontece la Salvación, la plenitud de la persona por la acción del amor de Dios, y es plenitud también involucra la salud, la libertad, el reconocimiento.

Esos hombres han de ir a presentarse a los sacerdotes. Cristo no es un provocador que todo quiere derribar, y en su gesto e indicación están también esas cosas y esos modos que deben desandarse. La misma institución que excluyó a esos hombres ahora debe traerlos de nuevo a la vida en comunidad, algo a lo que quizás no están acostumbrados.

La sanación acontece mientras están de camino, quizás simbolizando que la vida es movimiento, que el quedarse quietos es sinónimo de una muerte que no se condice con la Buena Noticia. 
Nueve hombres siguen las instrucciones al pié de la letra, sólo uno regresa, precisamente el samaritano, el impuro absoluto, aquél de quien nadie esperaría nada, y se arroja a los pies del Maestro en reverencia y gratitud. Ese hombre ha desobedecido los mandatos rituales para abrir su alma al amor de Dios en el Cristo que lo libera.

Esos hombres van de camino al Templo glorificando a Dios. El problema es que suponen que sólo a través de los ritos preestablecidos se consigue o adquiere el favor divino. No basta la pertenencia, la identidad religiosa, social, étnica, nacional. Dios no anda contabilizando méritos y deméritos en religiosos balances de salvos y condenados. Dios es un Padre que nos ama sin medida ni condiciones.

El samaritano ha encontrado la Salvación por la confianza puesta en el Cristo y por la gratitud que expresa al reconocer el paso salvador de Dios por su existencia. 
La Salvación es don y misterio del amor de Dios que nos llega por Jesucristo, y quizás no nos alcancen varias vidas para agradecer tanta desmesura, pero siempre hay que regresar, volver a los pies del Maestro, desandar nuestras miserias, regresar a la tierra prometida de la Gracia y allí sí, descalzarnos el corazón pues pisamos ámbitos sagrados.

Paz y Bien



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