Nuestra Jerusalem









Para el día de hoy (17/11/16):  

Evangelio según San Lucas 19, 41-44





El Maestro está a las puertas de Jerusalem, a un paso de su Pasión, a instantes de consumar su vida en fidelidad y amor al Padre. Está acompañado de los Doce y rodeado de una multitud de seguidores y curiosos, el pueblo ansioso que lo busca.

Aún así, la imagen marca un contrapunto estremecedor: a pesar de estar rodeado de tanta gente, Jesús de Nazareth se encuentra sólo, y en esa soledad llora por Jerusalem.

La Ciudad Santa será primero cercada y asediada por las legiones de Tito y Vespasiano, y luego -tocando a degüello- ingresarán en ella y arrasarán con todo a su paso. Primero profanarán y demolerán el Templo, del cual sólo dejarán en pié sólo una fracción de una pared exterior -el Muro de los Lamentos-. Como si no bastara, matarán a miles y otros tantos serán capturados y vendidos como esclavos.
Jerusalem y su Templo era faro, orgullo y fundamento de la nación judía; su pérdida y destrucción implicó que ese pueblo, durante siglos, no tuviera nación, estado, tierra y símbolos inamovibles.

Jerusalem / Yherushalaim significa Ciudad del Shalom, Ciudad de la Paz de Dios. Pero la paz de Dios ha sido rechazada por aquellos que no han querido reconocer a Jesús de Nazareth como Salvador, porque se afincaron en el poder, en el dominio y en la especulación. La paz no implica la ausencia de guerras o conflictos -esa pax romana que se impone- sino que se edifica a diario desde el servicio, desde el amor, desde la misericordia, desde la paciencia que es, precisamente, la ciencia de la paz. La paz es don de Dios que ha de cultivarse para que no se seque, para que dé frutos.

Jesús de Nazareth, ese hombre solo rodeado por muchos, llora por el rechazo violento a su mensaje de paz y de bien. Pero llora también porque ama profundamente a su patria, a su historia, a las tradiciones de sus mayores.

Nuestra Jerusalem no es física, sino más bien cordial. La comunidad cristiana es nuestra Jerusalem, con vocación de humilde faro que desaloje las tinieblas y compromiso de sal para que esta vida dé gusto vivirla.
Pero también nos pasa que no sabemos llorar, que nos quedamos en la emoción vana y superficial. Y acontecen tantas cosas, que es menester llorar, llorar fuerte y con ganas suplicando misericordia, para volver a ponernos en el camino de la Gracia.

Paz y Bien

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